Una de mis lecturas favoritas de la universidad eran los cómics de Katsumiro Otomo "Akira". Los escenarios apocalípticos, de catástrofes nucleares y destrucciones de la naturaleza, son propios de esa obra así como de toda la cultura manga. Disfrutabamos y nos recreabamos con ellos en nuestra imaginación. Después vendrían la revolución informática que convertiría las viñetas en secuencias de cine. Pero nadie podría pensar que esos escenarios de destrucción propios de la cultura nipona cobrarían realidad en su propio país, y así ha sido: una película de ciencia ficción hecha realidad. Al ver vídeos del tsunami del Japón, tenía la sensación de ver escenas construidas por ordenador pero que naturalmente das por falsas. Pero no es así.
El tsunami de Japón, una tragedia en vidas humanas (mucho menos costoso, sin embargo, que Haiti, Pakistán o Indonesia) pero indudablemente muchísimo más mediático y espectacular, es un grito a la fragilidad humana. Basta una ola gigante para en pocos minutos devastar el trabajo de generaciones de hombres, de destruir ingenios humanos costosos y sofisticados, de saquear el orgullo de la civilización tecnológica. La idea de que "este tipo de cosas no nos pueden pasar a nosotros, porque estamos preparados para afrontarlas" ha sido la primera víctima del tsunami. Nuestras construcciones simulaban ser las de pequeños hormigueros que alguna vez de niños hemos pisoteado sin piedad, creyendo ser dioses. Es por todo esto que aún a riesgo de ser algo frívolo, esta destrucción es una humillación metafísica. La cultura humana se ha puesto de rodillas ante la naturaleza de la que partió un lejano día en África hace unos millones de años. En su orgullo, el hombre creyó dominar la naturaleza: hoy nos hemos dado cuenta que, por encima de todo nuestro desarrollo, somos una de las partes más frágiles de dicha naturaleza. Podríamos llamar a todo esto con el acertado título del libro de Lovelock, una venganza de Gaia, aunque aqui la venganza no tenga ningún móvil y esté basada en el simpe azar. Y aún no sabemos todas las consecuencias. Quedan miles de desaparecidos. Un accidente nuclear por esclarecer. Una reconstrucción costosísima para una economía debilitada desde hace años. Una economía mundial que puede resentirse desde los precios de los alimentos hasta su estabilidad financiera.
Y sin embargo no todo es negativo. El hecho de afrontar un acontecimiento como este, proceder a una evacuación más o menos ordenada y poner orden en millones de personas asustadas, es un dato alentador. Por más patadas crueles que demos a un pequeño hormiguero, sobrevivirá. La capacidad de recuperación frente a este fenómeno de la naturaleza pondrá de manifiesto que, dentro de los límites de nuestra fragilidad, el hombre es capaz de levantarse y volver a andar, y eso ya depende de nosotros mismos.