Azar y pluralismo en la religión.
Me gustaría hablar aquí largo y tendido de uno de los principales retos a los que se enfrenta el hecho religioso contemporáneo. Algunos de los calificativos que usan muchas religiones frecuentemente es el de ser "verdaderas", "universales", "superadoras". Dios es sinónimo de verdad absoluta. El conocer "la verdad" implica renunciar a lo falso, abrazar la fe auténtica y comprometerse con el proselitismo. Rechazarla o ignorarla supone un actitud negativa que en ocasiones se sigue pagando caro.
En el peor de los casos, esta interpretación condujo a guerras de religión que todavía hoy azotan el mundo. La verdad se convierte en algo excluyente y siempre amenazada por peligros exteriores, ya sea en la forma de otra religión o de la modernidad agnóstica. De ese miedo el fundamentalismo extrae su mayor fuerza y lo transforma en violencia.
En su vertiente más suave, la verdad de la religión a la que pertenezcamos se mueve en el marco de una tolerancia respetuosa con otras creencias de fe. Ese mar en calma en el que navegan los barcos de la religión, cada uno con su rumbo, constituye la esencia de la doctrina liberal que emergió en la Edad Moderna en Europa. Conduciendo la religión a un asunto privado, y desmarcándolo de un estado que se proclama neutral, los países occidentales fueron abrazando ese modelo hasta hacerlo hegemónico, incluso en relación con otros modelos de tolerancia practicada a lo largo de la historia en otras civilizaciones.
Pero las religiones monoteístas siguen asegurando su exclusividad en el ámbito privado. El hecho de hacerse tolerantes con otras creencias no significa que rechacen su legitimidad a proclamarse como auténticas y universales. Muchas de ellas asumen entre sus principios básicos que son la religión verdadera, ya sea a través de una evolución espiritual del hombre o a través de una revelación determinada en un momento singular de la historia de la humanidad. La tolerancia liberal es un pacto político, un modus vivendi, pero no es una claudicación epistemológica o metafísica. La visión de Kant y los ilustrados de orientarse por una religión natural, de marcado carácter racional y que estuviera por encima de las distintas religiones reveladas y las unificase, no llegó al corazón de los creyentes. Quizás porque intuían que detrás de esa religión se ocultaba algo demasiado frío o porque constituía un primer paso en la disolución del espíritu religioso frente al avance del pensamiento científico. Los creyentes aceptaron la tolerancia como una concesión necesaria para la convivencia pacífica en sociedades cada vez más complejas, pero no renunciaron en privado a su reivindicación universal y excluyente.
En multitud de temas éticos, las religiones se expresan de forma bastante discutible como la única opción moral verdadera. |
Un ejemplo de este difícil equilibrio entre creencias privadas universalistas y moral pública liberal lo constituyen todos los frentes que tiene abiertos la iglesia católica con el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la investigación con embriones y células madre. Una posición puramente liberal conduciría a la iglesia a hablar sobre la orientación moral de estos temas de puertas adentro, en el ámbito de su comunidad privada o bien como una fuerza más dentro de la sociedad civil. Y sin embargo, la iglesia reclama un último escollo de universalidad moral cuando defiende su posición públicamente como la verdadera, justificada por un derecho natural que rige a toda la sociedad humana, y cuyas leyes exigen que el estado las acepte como las únicas moralmente válidas frente a la convención del derecho positivo.
Esta tensión interna lógicamente trae problemas. El hecho que supone el conferirse en una autoridad espiritual superior al resto, implica unos conclusiones para el análisis histórico, la epistemología y la moral, que hoy en día son de muy difícil digestión. Quiero remarcar aquí que partimos de la base de entender el hecho religioso como algo positivo e inherente a los hombres. No voy a plantear aquí ni siquiera el debate con la ciencia o con el ateísmo filosófico, aunque ellos sean los que conduzcan estas críticas hacia la negación de la propia religión.
Este discurso de la contingencia tardó mucho tiempo en ser llevado a la esfera religiosa por sus consecuencias destructoras y relativistas. Es difícil asumir la contingencia de nuestro discurso linguístico, de nuestra propia formación moral, cuando muchas religiones se arrogan con pretensiones absolutizantes. De hecho, casi podríamos hablar de discursos completamente incompatibles: ¿Cómo colocar al mismísimo Dios a merced del viento, del simple azar y la posibilidad? La contigencia parece excluir la posibilidad de una necesidad histórica, que es requerida por muchas religiones.