Para bien o para mal, el GP es profesor de secundaria. Y encima educa en el siglo XXI, lo cual es un reto. Implica lidiar con una serie de problemas cognitivos y emocionales que nunca antes se habían lanzado con tanta fuerza. Qué debo enseñar, y sobre todo, cómo debo transmitirlo para que sea un aprendizaje con calado, se convierten en preguntas que continuamente se hacen los profesores en la actualidad cada vez que se ponen delante de un aula. Problemas hay muchos en la educación. Pero yo solo me voy a centrar en uno, que se convierte casi en obsesivo: la necesidad de un aprendizaje tangible o físico. Hoy en día ponemos etiquetas a toda innovación educativa y renovación pedagógica. No tengo ni idea si alguien usa este término, pero francamente, me importa un comino.
En un
momento histórico en el que estamos más lejos que nunca de la realidad
tangible y más cercana, en el que un individuo medio ve y vive el mundo más a
través de la pantalla de un móvil que de sus propios ojos, el volver a mostrar
esa realidad a los niños y adolescentes es una necesidad imperiosa (en opinión
del GP, la necesidad más imperiosa de todo nuestro sistema educativo). No solo
por la deshumanización de nuestras relaciones, como apuntan ya desde hace
tiempo muchos psicólogos y educadores, sino, en un sentido algo más trivial
pero no menos relevante, por la incapacidad de sentir admiración hacia el mundo
físico que les rodea y la urgente necesidad de preservarlo frente a la propia
vorágine humana. Si Platón levantase la cabeza y tuviese que rehacer el viejo
mito de la caverna, está claro que nuestras cadenas serían, hoy en día,
nuestros móviles y monitores. Ellos nos dicen lo que es real y lo que no, en
las cosas que tenemos centrar nuestra atención, y por sencillos estímulos
de refuerzo (un simple "me gusta"), son capaces de mantenernos
durante horas bajo su influjo. Un adolescente sería capaz de sobrevivir sin
interactuar con ese mundo físico, tan solo usando su móvil y pasarían días
antes de reconocer que tiene un problema.
Precisamente en un instante en el que nos asomamos a la realidad virtual,
necesitamos recuperar urgentemente las coordenadas espaciales y temporales
puramente biológicas y humanas, deformadas o corrompidas por nuestra
dependencia y sumisión al mundo digital. Una vez hecha nuestra interpretación particular del hombre digital
del siglo XXI, volvemos a la educación. Los contenidos de la historia,
arte, geología, botánica y geografía no son cosas para ser estudiadas solo a
través de las páginas de un libro, la pantalla de un ordenador o de una
tablet. Son antes de nada, realidades físicas que deben
ser percibidas con nuestros propios sentidos, sin ningún filtro por
medio, para que puedan ser impregnadas de algún significado. Solo después el
medio digital puede tener su función, como catalizador o proyector de
la experiencia. Si además, disfrutamos de una ciudad como Cáceres, es un pecado
capital no poner los medios adecuados para poder acercar esa
realidad física a los alumnos. Romper el aula, crear recuerdos y vivencias
emocional y cognitivamente más firmes en los chicos que los que podrían tener
viendo una ilustración de una iglesia gótica o de un mineral en una clase, son
elementos necesarios para un aprendizaje significativo y profundo, como
acostumbran a decir los pedagogos.
Solo después de una experiencia así, algunos de estos chicos -no muchos-
volverán por sí solos a algún libro, alguna revista o página de Internet, o
darán otra vez una vuelta por el monte o por la parte antigua de una
ciudad para investigar por su cuenta. Es el momento en el que esa semilla
echada un día en una clase germina en una experiencia no escolar. En realidad,
esto mismo fue lo que le ocurrió en un lejano momento al mismo GP, como
encontrarse con su primer cuarzo en el Monte de Aguas Vivas en una excursión
colegial con solo nueve años o recibir la primera lección de arte de su vida en
la catedral de Ciudad Rodrigo con doce. Lógicamente, uno tiene la esperanza
callada de hacer repetir la experiencia con alguno de los que educas. El tiempo
dirá...
Nuestro exalumno David haciendo
de caballero del siglo XII y dando una clase de arqueología experimental. |