UNIVERSO, MUNDO, REALIDAD Y DIOS
1.
¿Por qué el ser y no
la nada?
2.
Las visiones del
universo y de la física.
2.1. Las hipótesis mítico-religiosas.
2.2. Primeras concepciones filosóficas.
2.3. El paradigma medieval.
2.4. La revolución científica: el mecanicismo.
2.5. La revolución del siglo XX: indeterminismo.
2.6. Cosmología actual: respuestas sobre el origen del
universo.
3.
De la física a la metafísica.
3.1. ¿La materia es la única realidad que
existe?
3.2. ¿Nos rige el azar o la necesidad?
3.3. ¿Hay alguien detrás de todo esto?
1.
¿Por qué el ser y no
la nada?
Cuando se nos
pregunta qué es la realidad, podemos decir: lo que nos rodea, podemos tocar,
percibir, sentir… aquello que pisan nuestros pies cuando están en el suelo. Estudiamos
las leyes de la física y la química sin rechistar, para dominar la materia y
ponerla a nuestro servicio, e incluso
crear un nuevo mundo virtual. Esa es la respuesta prefilosófica, que da nuestro
sentido común, y que parte de lo más cotidiano de nuestras vidas. Sin embargo,
puede existir una vertiente más profunda de qué es esa realidad: la
problemática filosófica emerge cuando saltamos hacia otras preguntas más
profundas. Cuando pasamos del ¿cómo es la
realidad? y ¿qué es la realidad?
al ¿por qué existe la realidad? cambiamos
profundamente de perspectiva.
Imaginemos que Silvia
es pastora. Tiene una vaca metida en una cerca de ganado y pastando a sus
anchas. Tranquila, gorda, blanca y negra, tetona y con un montón de leche y
carne para alimentarnos. Podemos pensar que vemos una vaca, pero, ¿por qué
existe esa vaca? ¿por qué no pudo ser otra cosa, o simplemente, no existir? Aparentemente,
la vaca está domesticada porque ha habido alguien,
Silvia, que ha tenido interés en cuidar a la vaca para beneficiarse de la
misma. Decimos que la existencia de esa vaca no se explica desde sí misma, sino
desde el interés de otro (el ser humano), por mantenerla. Podríamos pensar lo
mismo de otras muchas cosas que nos rodean: mi ordenador, mi gato, mi móvil…
Pero
la respuesta que hemos dado sobre la vaca no es satisfactoria. El mundo de la
naturaleza no ha sido creado por el hombre. De hecho, el propio hombre está
dentro de esa misma naturaleza. ¿Quién ha creado a Silvia, y al ser humano?
¿Somos otra vaca más, creada por un ser cósmico –Dios o los alienígenas-, o
somos productos del mero azar de las leyes de la física y la materia? Esto nos
lleva a una pregunta más global: ¿por qué existe el mundo? ¿Tiene algún sentido
todo esto? Esta era la gran pregunta de los primeros filósofos de la historia,
los llamados presocráticos (griegos
del siglo VI y V a.C., previos al filósofo Sócrates) y que siglos después
formularía Leibniz, filósofo y matemático
alemán del siglo XVII con la pregunta: ¿Por qué el ser y no la nada?
1.1.
Las hipótesis
mítico-religiosas.
Mitos religiosos
sobre el origen del universo los hay por cientos. Casi podría asegurarse que
cada tradición religiosa ofrece uno. Pero podríamos proponer dos corrientes
básicas que cuentan en común con la creación por parte de cierta divinidad de
todo lo que existe.
a)
El
universo es creado de la nada (ex
nihilo, en latín). Un Dios poderoso crea todo lo que existe, colocando al
hombre en un lugar privilegiado. Los Upanishads
de la India, o el relato del libro del Génesis
está en ese ámbito, ofrece esta idea. “En
el principio, dios creó los cielos y la tierra…”.
b)
El
universo ha existido desde siempre y se
repite. Esta es la hipótesis de la religión oriental. El jainismo, el
budismo, el hinduismo y también la religión griega se hicieron con esta idea.
Asistimos a una repetición eterna del mismo ciclo, en la que principio y fin
acaban siendo dos formas de decir la misma cosa. No tiene sentido, por tanto,
buscar un origen ni un final, con el infinito como única respuesta.
Después, puede haber
muchas diferencias. La inteligencia creadora puede ser un Dios bueno y
todopoderoso, creador de todas las cosas; puede ser una especie de “artesano”
(o demiurgo) que modela la materia como un alfarero y crea cosas. También puede
ser un Dios que compite con otros dioses malignos y mantiene al hombre entre
servir al bien o al mal. Y también, puede ser un Dios que se confunda
directamente con su creación (el mundo entendido como divinidad, como el caso
del budismo, en el que todo lo que nos rodea, incluido nosotros, somos parte de
Dios). Esto último se entiende a veces como una primera forma de ateísmo o
panteísmo de la historia.
¿Qué podemos decir de
estas interpretaciones? Lógicamente, están ajenas a toda comprobación empírica,
y tienen la extraña tendencia a contradecirse entre ellas. ¿Por qué deberíamos
prestar más importancia a lo que dice el Génesis, que lo que dice el libro del
Tao o el Gran Yuyu de la Montaña en África[1]?
En términos culturales todas pueden ser igual de válidas. Esto fue lo que
condujo, en Grecia durante el siglo VI a.C., a abandonar el mito y refugiarse
en el pensamiento filosófico y racional.
1.2.
Las primeras concepciones
filosóficas (Grecia, siglos VI-II d.C.).
Tras
este choque cultural entre religiones, la filosofía inicia un proceso de
crítica en el que se intenta eliminar los elementos míticos progresivamente a
través de la abstracción. El relativismo (no saber quién tiene la verdad) hace
mella en el pensamiento religioso. Los griegos son los primeros en adoptar una
posición eminentemente materialista
de la realidad, así como buscar un sustrato para comprender la realidad desde
una perspectiva relativamente racional a través de leyes y regularidades en la naturaleza (lo que llamaban la
physis). Así que se desarrollan
distintos sistemas cosmológicos. Así,
empiezan a darse distintas argumentaciones a favor de unas teorías y otras.
Resulta pasmoso comprobar que durante el siglo VI y V, se desarrollan
prácticamente todas las hipótesis científicas que después van a ser clave para
comprender la revolución científica. Por
poner varios ejemplos:
Ø Heráclito sostenía que el universo estaba sometido a un
proceso cíclico de construcción y de destrucción de progresivas explosiones,
puesto que entendía que la realidad era de carácter dialéctica y
contradictoria, pero que existían leyes obligatorias que regulaban todo el
mundo físico. Esta es la primera vez que se desarrolla la teoría del universo
oscilante y algo así como una “gran explosión” o Big Bang.
Ø
Los atomistas defendían que la realidad estaba compuesta de
diminutas partículas –átomos- que se movían y mezclaban entre sí en un
movimiento azaroso e indeterminado, para acabar creando cosas complejas. El
término fue tan afortunado que Rutherford lo reincorporaría para la física a
principios del siglo XX.
Ø
Empédocles, otro filósofo
griego nacido en Italia, sostenía que la materia tiende a hacerse más compleja
a partir de una combinación de elementos simples. Esa combinación sería al azar
y provocaría engendros monstruosos o seres bien dotados y capaces de sobrevivir
a un medio hostil. Esta hipótesis de trabajo no es ni más ni menos que la
teoría de la evolución iniciada en la biología durante el siglo XIX.
Ø
Los pitágoricos defendían que todo
estaba compuesto por números, e impregnaban la naturaleza de relaciones matemáticas.
Fueron también los primeros en sostener el heliocentrismo. La influencia de
esta idea es tan grande que todos los astrónomos entre el siglo XVI y XVII
(Copérnico y Kepler) decían ser pitagóricos.
Si resulta que los
filósofos griegos en el siglo VI y V a.C. eran capaces de lanzar hipótesis tan
atrevidas, ¿cómo es posible que la ciencia se estancase poco después y
prácticamente no avanzase gran cosa hasta el siglo XVI, 2000 años después?
Aunque las razones son muy complejas, podemos decir que a los filósofos griegos
le faltaban dos cosas fundamentales para desarrollar la ciencia tal y como la
conocemos hoy en día.
1.
En
primer lugar, los filósofos griegos se limitaban a lanzar hipótesis construidas
bajo una estructura relativamente racional. Pero no existía prueba o evidencia empírica alguna determinante que
diera la razón a una teoría sobre las demás. Las pruebas eran tan débiles que
no permitían refutar a las de sus adversarios.
2.
Por
otro lado, los instrumentos de medición
de la realidad de los griegos eran tan elementales
que su interpretación de la realidad no pasaba de la intuición de nuestros
sentidos, muchas veces engañosos.
3.
Por
último, los filósofos no contaban con un lenguaje apropiado para medir y
cuantificar la naturaleza: las
matemáticas eran utilizadas con un elemento místico-religioso completamente
ajenas a la interpretación del mundo físico, como los pitagóricos.
No resulta por tanto extraño que el campo
donde los griegos brillasen con más fuerza y fuesen capaces de dar aportaciones
de primer orden y duraderas fuese en el campo del pensamiento puramente
deductivo: las matemáticas de Euclides, la geometría de Arquímedes o la lógica
de Aristóteles. Pero aquí, el contacto con el mundo es mínimo.
Con
la irrupción de las nuevas religiones como el cristianismo o Mitra (siglo I) la filosofía perdió su
investigación sobre la naturaleza y empezó a elucubrar sobre Dios y su relación
con el mundo. Habría que esperar miles de años para que las hipótesis de los
griegos volviesen a ser recuperadas para la ciencia actual.
1.3.
El paradigma medieval
(siglos V-XVI d.C.).
Tras
la caída de la civilización clásica (siglo V d.C.), la filosofía se mezcla con
el pensamiento religioso y genera una visión del mundo dominada por un Dios
creador, en el que todo lo que existe y ocurre está en consonancia con los
designios y pensamientos de ese Dios. No obstante, las ideas de la filosofía
clásica no se olvidan, y se adaptan a aquello que mejor casa con la religión
cristiana. Así, nace una concepción del mundo basada en las siguientes
creencias físicas y metafísicas:
1.
Creacionismo (Dios es creador de
todas las cosas).
2.
Fijismo (la naturaleza no ha
cambiado nada desde que fue creada por Dios).
3.
Finalismo (Dios ha dado a la
naturaleza unos fines determinados y está por encima de ella; las leyes
obedecen a Dios).
4.
Antropocentrismo (el hombre es el
centro y meta más perfecta de la creación)
5.
Geocentrismo (la tierra es el
centro del universo y el universo es estático).
6.
División entre el
mundo material y el mundo espiritual (existe un cielo no material)
Este
paradigma combinó a Aristóteles y Platón (filósofos griegos) con las creencias
de judíos, cristianos y musulmanes durante cientos de años. Pensemos que estas
seis ideas –entre otras- son las que separan el pensamiento religioso precientífico
del modelo científico y son campo de batalla entre integristas religiosos
(cristianos, musulmanes) y la sociedad científica. Un 60% de la población
americana sigue creyendo que Dios creó al mundo en siete días, como cuenta el
Génesis.
1.4.
La Revolución científica
y el nacimiento del mecanicismo.
Durante
la crisis de la Baja Edad Media (siglo XIV-XV), esta visión de las cosas
empieza a tambalearse. Nacen movimientos escépticos que empiezan a dar
importancia a la experiencia empírica, y a cuestionar la validez de los
discursos metafísicos, que consideran vacíos. De esta manera, gente como
Guillermo de Occam (siglo XIV) empiezan a defender que la ciencia debe
separarse de la religión. A esto se une que los astrónomos ven cada vez más
complicado encontrar un orden en el mundo y que las observaciones que hacen a
simple vista son muy difíciles de casar con el sistema geocéntrico.
Copérnico lanza un modelo matemático, el heliocentrismo, que tiende a
simplificar las cosas: ¿y si en lugar de colocar a la tierra en el centro del
universo colocásemos al sol? Esto no era del todo nuevo (los pitagóricos ya lo
habían defendido en la antigua Grecia), pero era una hipótesis que permitía
simplificar las cosas y que cumplía una regla que Guillermo de Occam había
defendido: el principio de economía del
pensamiento (ante dos explicaciones posibles de un fenómeno, la naturaleza
opta siempre por la más sencilla). Pero necesitaríamos de la evidencia empírica
(pruebas) para demostrar esto. Solo con la llegada del telescopio y el descubrimiento
de nuevas evidencias (como los satélites de Júpiter o la observación de una
supernova), Galileo y Kepler dan
pruebas de la hegemonía de este modelo sobre el anterior y la posibilidad de
abrirse a explicaciones matemáticas que regulan el mundo físico. Como decía
Galileo, “el libro de la naturaleza se
escribe con números”.
Pero esta
revolución solo se podría esclarecer definitivamente con un conjunto de leyes
universales, que se cumpliesen siempre y que pudiesen definirse en términos
matemáticos. Esta proeza fue conseguida por Newton y sus tres leyes del movimiento (la ley de inercia,
acción-reacción y la ecuación de la fuerza
F=masa x aceleración). Esto, junto a la ley de gravedad, condujo a un
universo explicado en términos puramente matemáticos y siempre válidos. El
impacto fue tan grande que el poeta Alexander Pope escribió en el epitafio de
su tumba: “La
naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche; Dijo Dios “que sea Newton” y
todo se hizo luz.”
Pero lo más interesante de
todo es el surgimiento de toda una teoría de la realidad, el modelo mecanicista. Detrás del
pensamiento de científicos y filósofos como Galileo, Descartes y Newton existe
una interpretación del mundo como una gran y compleja máquina. Esta máquina,
puramente material, se mueve de acuerdo con distintas leyes físicas universales
que determinan todo su funcionamiento (es decir, no puede ser ni moverse de
otra forma). Esto quiere decir:
a)
La realidad es básicamente material,
corpórea –es decir, todo objeto real ocupa un lugar en el espacio-, y no existe
nada más fuera de ella.
b)
Existen leyes reguladoras y universales
en la materia, y que como esas leyes se cumplen siempre, podemos predecir todos
los hechos que ocurran a nuestro alrededor. Es una interpretación determinista.
c)
Todo lo que ocurre puede ser explicado en términos de causas y efectos de leyes físicas. Es
decir, al ocurrir un hecho A, sabremos perfectamente las consecuencias
en el hecho B, y las podremos medir y cuantificar matemáticamente con los
instrumentos adecuados. Esto se aplica especialmente a los principios del
movimiento de los cuerpos (sistematizados por las leyes de Newton).
d)
Esto implica que no existe
espacio ni para el azar ni mucho menos para la libertad humana.
e)
Si este universo puede explicarse desde sus propias leyes, cada vez necesitaremos menos a un Dios
al que se le otorga tan solo el papel de “primer impulso” de la creación, para
después, no intervenir en absoluto sobre él. Con el tiempo, ese mismo Dios será
cuestionado y se preferirán tesis como la eternidad del mundo o de la materia.
El
mecanicismo se convirtió en una fuerza filosófica tan poderosa, que iría
cobrando adeptos entre la antropología, la biología o la psicología durante los
siglos siguientes. El hombre, por ejemplo, será también entendido como una
máquina explicable en términos de impulsos e instintos corpóreos (placer y
dolor), y sin ningún componente espiritual (esto lo veremos en los próximos
temas).
1.5.
La revolución del
siglo XX: relatividad y física cuántica.
Aparentemente, la física
había alcanzado su plenitud en el siglo XVIII y parecía que todo estaba
explicado. Pero en realidad, los nuevos descubrimientos no hicieron otra cosa
que ir complicando el relativamente sencillo modelo de Newton. Así, Maxwell
descubre las leyes del electromagnetismo y descubre que no es solo la gravedad
la que confiere estructura al universo, aparecen las leyes de la termodinámica,
y a finales del siglo XIX, se descubre el mundo de microfísica, con los modelos
atómicos de Thompson, Rutherford, Bohr y compañía. Esto deja el camino sembrado
para la gran revolución de principios del siglo XX: la teoría de la relatividad
de Albert Einstein y la formulación de la mecánica cuántica –la conocida
interpretación de Copenhague, Heisenberg, Planck y otros.
La macrofísica de
Newton partía de entender el espacio y el tiempo como valores absolutos. Pero Einstein
se planteó ni más ni menos que ambos dependían de otra variable, la velocidad
del objeto observado. Viajar a velocidades cercanas a la luz implicaba cambios
en la energía, la masa y la propia percepción del espacio y el tiempo. Por
consiguiente, estos valores se harían dependientes de la velocidad y la
posición con la que se observaban. Es decir, estos valores se hacen relativos (de ahí viene el nombre de
teoría de la relatividad): la mecánica clásica de Newton dejaba de funcionar en
grandes distancias cósmicas y a velocidad de la luz. A pesar de esto, Einstein
seguía defendiendo un modelo de física determinista, en el que las leyes
descubiertas pudiesen predecir con seguridad lo que podía ocurrir en el
universo. Einstein revolucionó la física, pero las leyes seguían siendo las
mismas y sus postulados filosóficos similares.
Una interpretación
todavía más radical vendría con el nacimiento de la teoría cuántica. Los físicos que estudian las partículas
subatómicas empezaban a comprobar con preocupación cómo las leyes de la
macrofísica empezaban a no predecir adecuadamente lo que ocurría a ese nivel de
la materia. Esto condujo a Heisenberg
a lanzar lo que llamó el principio de
incertidumbre: no podemos comprobar la velocidad y la posición de las
partículas subatómicas de forma unívoca sin alterar al mismo tiempo una de las
dos variables. Por ejemplo, cuanto más conozcamos la velocidad de un electrón,
menos certeza tendremos de la posición de su órbita, y al contrario. Esto
supuso una auténtica revolución en la forma de comprender la ciencia y un
cuestionamiento total del mecanicismo, dominante hasta ese momento. Ya no
tendríamos certezas absolutas ni leyes deterministas.
La interpretación de Copenhague
desarrollaría todas las consecuencias del principio de incertidumbre. En el
propio proceso de observación de la realidad, los científicos estaban modificando
la realidad observada. Esto quería decir
que básicamente, los científicos ya no podían pensar que su investigación fuese
objetiva y neutral. El realismo científico, la creencia de que podemos estudiar
la realidad tal y como es, con ayudas de aparatos de precisión, saltó por los
aires, porque el sujeto que investiga y el objeto interaccionan entre sí. El mero hecho de posicionar instrumentos de
precisión y proyectar un haz de luz sobre las partículas de estudio provocaría,
según Heisenberg, un cambio en las mismas.
El principio de
incertidumbre de Heisenberg implicaría por tanto una revisión de la ciencia:
a)
A
nivel subatómico, ya no podemos elaborar
leyes deterministas ni podemos establecer predicciones seguras, tan solo
probabilidades.
b)
El azar cuenta con un mayor
grado de importancia en este paradigma de la física y se rechaza el
determinismo.
c)
El
realismo científico (su objetividad) es cuestionado por la interacción entre el
sujeto y el objeto de estudio. Ahora la ciencia se hace más dependiente de
nuestro punto de vista.
Muchos
físicos no aceptaron estos postulados, que amenazaban la objetividad
científica. Como decía Einstein en referencia a la teoría cuántica, “Dios no puede jugar a los dados”. Esta
frase no significa que Einstein fuera un gran creyente ni nada parecido: lo que
realmente quería decir en realidad era que el universo no puede estar a merced
del puro azar o la suerte, como parecía sostener la teoría cuántica.
Podríamos
pensar que la mecánica cuántica no tiene por qué alterar el orden de nuestro
mundo macrofísico. Como decían físicos cuánticos un poco sobrados, existe una
remotísima posibilidad de que apareciese un móvil de último modelo en nuestra
mesa de estudio, por una recombinación del mundo subatómico (la paradoja EPR).
El mundo en ese sentido “habría dejado de ser seguro al cien por cien”. Pero no
esperemos que esto nos ocurra. Las alteraciones del mundo subatómico sí pueden
tener su impacto en el campo de la biología molecular o de la meteorología. En
la teoría del caos[2],
determinados acontecimientos –como la formación de un huracán, por ejemplo- son
extremadamente sensibles a minúsculos cambios en los que entran en juego ese
principio de incertidumbre.
1.6.
Las teorías
cosmológicas actuales y la pregunta por el origen.
A pesar
de los avances, existe un gusto amargo en la evolución de la física. Muchos
teóricos no obvian que la física contemporánea se encuentra con un problema:
¿cómo es posible que haya dos formas de operar e interpretar el mundo físico?
Estos autores se enfrentaron con la enormísima tarea de intentar alcanzar una
teoría unificadora o una “gran teoría” que fuese capaz de unificar el mundo
sobre el que opera la macrofísica y la teoría de la relatividad con el de las
partículas subatómicas y la mecánica cuántica. Ha habido intentos muy populares
en los últimos años, como la teoría de
cuerdas (o de supercuerdas), teorías matemáticas muy elaboradas, pero que
se encuentran con el fatal dilema de no poder ser comprobadas empíricamente.
Siguiendo el patrón del método hipotético-deductivo de Popper, si una teoría no
puede ser refutada o falsada, no es científica, aunque sea matemáticamente
coherente y con argumentos filosóficos o metafísicos a su favor.
Muy
interesante también es el desarrollo desde mediados del siglo XX de un
inusitado interés por el origen del universo. Desde los años cincuenta circula
la teoría del Big Bang como la
visión dominante explicativa de ese origen. Diversas pruebas empíricas (como el
fondo cósmico de microondas –el “ruido de la explosión”-, o el desplazamiento
hacia el rojo de las galaxias –señal de su expansión-) parecen dar una
evidencia razonable y válida a la teoría, aunque no definitiva. En definitiva,
los físicos ven el comienzo del universo como una “singularidad” –un punto
minúsculo sometido a condiciones físicas extremas- que dio comienzo a todo lo
demás. Los problemas vienen a la hora de explicar esta explosión: qué ocurrió
antes, qué pasará con la expansión actual del universo, ¿qué modelo cosmológico elegir?
Las
teorías se suceden: el modelo oscilante (un Big Bang y un Big Crunch provocado
por la gravedad), el modelo
inflacionario (el universo se expande indefinidamente y la gravedad es cada
vez más débil). Este último es el más popular en la actualidad. Y a esto se
añade la posibilidad de que este universo no sea único, sino que existan
multiversos, como propone la teoría de
cuerdas. La realidad es que estamos aún lejos de precisar qué modelo puede
ser el verdadero, y que quizás nunca podamos saberlo, como algún científico ha
reconocido últimamente.
2.
De la física a la metafísica.
Este es
un breve repaso a lo que las teorías de la física han defendido a lo largo de
la historia, así como de los postulados filosóficos de los que parten. Pero
nuevamente, aunque la física ha desarrollado una descripción del mundo cada vez
más eficiente, las preguntas últimas
han quedado fuera. Ese salto es lo que definiría el filósofo Aristóteles como la “metafísica”, o lo
que va más allá de la realidad física. Es decir, los postulados últimos con los que trabajamos en nuestra forma de
comprender la realidad, y que corresponden a preguntas como las que
empezamos el tema. Hemos visto también
que la propia física y la ciencia juega con postulados últimos de carácter
metafísico y filosófico que no pueden ser comprobados: a) la realidad es
material y dinámica, b) la realidad puede ser cuantificada y sometida a leyes,
c) Esas leyes tienen un soporte matemático y d) no existe interpretación
posible más allá de estos límites.
.
2.1.
¿Es el mundo solo
material o existe una realidad alternativa o paralela?
a)
El mundo se reduce a
lo material: materialismo.
El
postulado que defiende la reducción de
toda la realidad a un carácter material y físico (tanto la naturaleza como
el hombre), es lo que se conoce con el nombre de materialismo. En la
antigua Grecia esta era una creencia corriente entre los filósofos. Sin
embargo, tras la Revolución científica del siglo XVII, esta se convierte en una
clave en la interpretación de la ciencia desde el siglo XVIII y su
postulado metafísico más importante. Hoy en día es una creencia generalizada en
la parte de la sociedad occidental más vinculada a la cultura técnica y científica.
El materialismo implica no solo que no exista una realidad distinta a la física
(como un Dios o un “cielo”), sino que aquellas cosas que creamos inmateriales,
como la mente humana (nuestras ideas en la cabeza, nuestros recuerdos etc…), no
dejan de tener una base material (nuestro cerebro) para que puedan existir como
tales.
Pero
contra lo que pueda pensarse, el materialismo sigue siendo un postulado, y no una verdad absoluta. Por “postulado” entendemos
algo que no podemos comprobar, pero que tenemos que aceptar para construir
nuestro sistema de interpretación del mundo. Las razones para avalar este
postulado de la ciencia son sencillas: en primer lugar, porque son las
propiedades físicas de la materia las que permiten poner en contacto la
naturaleza con el hombre y las únicas que pueden ser conocidas y cuantificadas
matemáticamente. En segundo lugar, la defensa de ese materialismo nos permite
creer que en el ámbito de la naturaleza existen leyes que se cumplen y que
podemos llegar a descubrir, y que rigen la materia sin la intromisión de otras
realidades ni otras explicaciones. Si la física pensase que las tormentas
podrían estar provocadas por el enfado del Dios Thor o Zeus, y no por la electricidad
acumulada en los cumulonimbos, poco habríamos avanzado hasta hoy. Es decir, la
ciencia es materialista per se,
porque nos ha resultado útil y ha permitido
progresar mucho.
Pero el
hecho de que la ciencia tenga un gran poder explicativo sobre la naturaleza
adoptando ese postulado, o que solo sea esa realidad la que podemos captar y
medir con nuestros instrumentos científicos no es un argumento definitivo que
pueda borrar el hecho de que puedan existir otras realidades espirituales o
no-materiales. Es decir, por el hecho de que la ciencia no podrá nunca
investigar o cuantificar lo no-material, no quiere decir, ni mucho menos, que
no pueda existir. Es como afirmar tajantemente que no puede existir vida extraterrestre
por el mero hecho de no haberlos conocido todavía. Basta decir que su
comprobación está fuera del alcance
de la ciencia, pero la ciencia no es el único acercamiento posible de la
realidad. Aunque la gran mayoría de los científicos, como señala Roger Penrose,
comparten un “prejuicio materialista”[3],
algunos muy importantes, como Stephen J. Gould, se decantaron por considerar lo
espiritual/mental como una esfera diferenciada de la ciencia, que no debía ser
excluida ni podía ser aniquilada por la ciencia[4],
puesto que la ciencia nunca puede dar respuestas sobre el sentido de la vida o
la ética.
b)
El mundo es una
dualidad: platonismo.
A pesar de la popularidad de la ciencia, el
hecho es que una parte importante de la población no concuerda con esa
interpretación materialista de la realidad, y no solo son religiosos o artistas:
también hay matemáticos y teóricos de la cibernética y la realidad virtual
cuestionando ese único grado de realidad.
El
primer filósofo que habló sobre esta dualidad de la realidad fue Platón. Platón investigó el mundo sensible
(lo que conocemos por nuestros sentidos) y se dio cuenta que no podíamos
alcanzar un conocimiento seguro del mismo. Las cosas cambian, degeneran y
desaparecen, al igual que la vida humana. Era necesario encontrar algo
permanente, algo así como un patrón, un modelo de realidad distinto que pudiese
dar una explicación del mundo físico. Este es el origen para Platón del llamado
mundo de las ideas. Para Platón, la
palabra “idea” no tiene el mismo
significado que para nuestro tiempo. En nuestra cultura, “idea” es una
representación mental (yo tengo en mi cabeza la idea de una mesa, de un número,
un concepto matemático, la cara de Clara Benito…, producto de mis recuerdos o
mi capacidad de abstracción). Una “idea” en Platón es un ente único, perfecto, inmutable, eterno, inmaterial y racional o
inteligible. Solo hay una idea de un conjunto de cosas iguales. Por
ejemplo, existe una idea perfecta de una “manzana”, - redonda, roja, brillante,
con excelente sabor, sana, etc…- que serviría de modelo de todas las manzanas
de este mundo sensible.
Según Platón, todos los objetos del mundo
físico eran una copia de un mundo perfecto, ideal y puramente racional. Hasta
tal punto era así, que Platón afirmaba que el auténtico mundo real era aquel
que estaba más allá de los sentidos y la materia. Esta idea, naturalmente, fue
asumida de inmediato por la religión cristiana, que concedió al mundo espiritual
o supraterrenal su carácter de perfecto, bueno y racional. Veamos el ejemplo de
la “manzana platónica” explicado antes.
Para comprender mejor
esta visión de las cosas, Platón desarrolló el conocido “mito de la caverna”
(Libro VII de la República) que ya
hemos explicado brevemente en el primer tema. Según el mito, los prisioneros de
la caverna están obligados a mirar hacia unas sombras proyectadas por una
hoguera y escuchar voces detrás de un muro, y están convencidos de que esa es
la auténtica realidad. Cuando uno de ellos logra liberarse, se da cuenta que
las sombras provienen de objetos proyectados por una hoguera, detrás de los
prisioneros. Cuando sale de la caverna, se da cuenta que la hoguera no es más
que una pobre réplica del sol, y que todas las cosas del interior de la caverna
no son más que copias de la auténtica realidad del exterior. El mundo sensible
representa, por tanto, el mundo falso de la caverna, mientras que el exterior
representa el mundo de las ideas, la auténtica realidad que intenta ser
conocida por los hombres sabios y virtuosos (el prisionero huido de la
caverna).
c)
La realidad de las
matemáticas.
Nada
más morir Platón, su discípulo, el filósofo Aristóteles rebatió el modelo de su maestro, y defendió nuevamente
una posición materialista: el cambio de las cosas y la propia naturaleza podía
explicarse desde esta realidad material y sensible, sin tener que acudir a una
duplicación espiritual de la realidad. Esta es una posición que nos parece más
cercana a nuestros días, desde el punto de vista de la ciencia. Hoy nos podría
parecer que Platón es un ingenuo, afirmando que existe algo así como un cielo
inmaterial, eterno y perfecto, frente a una tierra material, sensible y
corrupta. Pero hay que ver a Platón con ojos de matemático y no de religioso.
Efectivamente, la copia realizada entre un objeto del mundo físico y el de las
ideas se realiza siguiendo un modelo racional, y más concretamente, matemático
–que es lo que le da su universalidad-. Esta intuición, lejos de olvidarse, es
el auténtico legado de Platón y de los pitagóricos, sobre todo a partir del
momento que Galileo y Newton se convencen que la naturaleza está escrita en
esos términos matemáticos.
Un
físico y matemático como Roger Penrose
se plantea de forma muy seria el mundo platónico. El mundo físico sería el
reflejo de un mundo matemático, y ese mundo matemático es el que es utilizado
por la mente humana (de base material, por cierto) para poder comprender el
mundo físico. ¿Hasta qué punto el mundo matemático no es “real” en sí mismo?
¿Tendrían una realidad propia los números y figuras geométricas? Ciertamente,
la palabra “realidad” en este caso, está alejada de lo puramente físico. Quiere
decir que existen modelos matemáticos totalmente objetivos, que solo tienen que
ser “rellenados” de casos particulares de este mundo físico, al igual que
sugería Platón.
No
obstante, otros físicos, como Stephen
Hawking son más escépticos con las matemáticas. Este físico sugiere que en
verdad, las matemáticas no son más que una herramienta que sería capaz de
justificar cualquier cosa, por irreal que pueda ser. Cosas tan extrañas, como
que el sol dé vueltas a la tierra, puede ser legitimado por las matemáticas. La
única diferencia sería que los cálculos que deberíamos hacer para esto son
mucho más complicados que los de un sistema heliocéntrico. Las matemáticas solo
nos valen en la medida que nos permiten hacer de “espejo” de la naturaleza y
comprender sus leyes internas a través de una posterior comprobación empírica o
sensible.
Las
críticas de Hawking son comprensibles. En las últimas décadas, la física
teórica se ha deslizado hacia las matemáticas en la búsqueda de una teoría
comprensiva de la realidad que fuese capaz de unificar las cuatro fuerzas
fundamentales de la física (gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear débil y
fuerte), y que al mismo tiempo diese con la clave del último elemento de la
materia del universo. Esto es lo que se denomina como teoría M y en ella se
incluyen las teorías de cuerdas. El gran dilema, como ya decíamos, es que
estas teorías matemáticas posiblemente nunca puedan ser corroboradas en el
mundo físico. Sus defensores las consideran como “válidas” por su consistencia
interna y su “belleza”. Algo muy platónico, en el fondo.
No está
de más pensar que, a fin de cuentas, Platón es el que marca toda la filosofía
posterior. O estamos con Platón (y defendemos un modelo que plasma la realidad
física) o estamos en contra de él. No sin razón otro filósofo -A. N. Whitehead- dijo de él que
“la filosofía europea son solo notas a pie de página del pensamiento de Platón”.
2.2.
La pregunta por el
origen del universo, o la pregunta por Dios.
Desde
mediados del siglo XX, desde el momento en el que se abandonan las ideas de un
universo estacionario y estable, y se empieza a investigar con avidez sobre la
naturaleza de la expansión del universo, la pregunta sobre su origen vuelve a
cobrar fuerza. No es, ni mucho menos, algo nuevo: los primeros filósofos
griegos se preguntaron por el origen de las cosas y curiosamente, muchos de
ellos lo ubicaron en una especie de singularidad o singularidades (una única
cosa) de la que parten todos los demás elementos de la realidad. La respuesta
del Big Bang supone en principio, que ha habido un origen concreto del
universo. Eso nos dice la cosmología contemporánea. Pero la pregunta metafísica
empieza justo ahí: ¿qué ocurrió antes
del Big Bang? ¿alguien creó o diseñó
nuestro universo?
a)
El universo como algo
creado por un Dios.
La
hipótesis de Dios como origen explicativo del mundo ha sido uno de los
argumentos más antiguos a favor de su existencia. Aristóteles fue el primero en introducir a Dios como origen del
movimiento en el universo. Aunque Aristóteles sostenía que la materia era
eterna, necesitaba que alguien le diese movimiento. Dios se convierte así en un
“motor” y que a su vez, no se mueve. Esto se mantuvo durante la física antigua,
pero poco a poco cedió importancia a el hecho de que el mundo había sido creado
por alguien. Traducido al lenguaje del
cristianismo, Santo Tomás de Aquino,
en el siglo XIII, lo dejó así: “El mundo
existe. Pero tiene que haber una causa
por la que haya sido creado. Esa primera causa, que a su vez es no causada,
es lo que llamamos Dios”. Cuando se justificó el Big Bang, la iglesia lo
acogió como una prueba de la existencia de Dios. Todo lo que ha sido creado, lo
ha sido por este Dios, y con ello se cierra la argumentación.
b) El mundo ha sido
creado de la nada. De la nada al ser.
Lo
que hemos explicado resulta convincente para muchos creyentes del mundo. Pero los
científicos, por definición, sienten alergia hacia Dios y desean siempre una
explicación desde la materia misma. Muchos físicos siguen preguntándose por el “cómo”
se hizo el universo, con la esperanza de diluir el “por qué” o el “quién”. Para
algunos astrónomos, el “vacío cuántico”, o “nada cuántica” produciría una
especie de fluctuación que conllevaría una explosión desmedida de plasma y
energía que conduciría a la complejidad de nuestro presente. Para algunos
científicos, esta respuesta es más que suficiente. Todo provendría de esa
“nada”. Para los filósofos (y los científicos más críticos), sabemos que de la nada, no puede provenir algo, porque
la nada no es ninguna realidad y nada puede producir. Esta es una tesis de Parménides (siglo V aC) que se ha
esgrimido contra los físicos cuánticos del siglo XX para decirles que esa “nada
cuántica”, por poco que sea, implican propiedades físicas de la materia, un
“algo”. Es decir, o ese “algo” ha sido creado por alguien o existe desde siempre,
pero no es “nada”.
c) El mundo como algo
que no tiene principio ni fin: el ser (la materia) es eterno.
Una
vez convencidos los científicos de la solemne tontería anterior, muchos físicos
se plantean que la pregunta por el origen no deja de desvelar que la materia es
eterna, y que por lo tanto no necesitamos preguntarnos por Dios. Esto es lo que
ofrecía la tesis del universo oscilante (la creación y destrucción continua de la
materia por Big Bang y Big Crunch) en el que Dios queda fuera del debate, por
innecesario. Pero esta tesis ha ido perdiendo fuelle (los cosmólogos se
decantan por el modelo inflacionario en aceleración), y la idea de la eternidad
de la materia se ha refugiado en la idea del multiverso, defendido desde la teoría de cuerdas. Esta idea,
explotada por Martin Rees, defiende que desde esa teoría de cuerdas, nuestro
universo no sería más que uno entre otros muchos, con unos patrones y variables
físicas muy concretos y determinados. Preguntarse por el origen de este
universo como origen de todas las cosas, es por tanto una idea pobre, porque
nuestro universo no tiene un rango especial sobre los demás y la materia ha
existido desde siempre. Nuevamente, Dios no pintaría nada aquí, porque no sería
necesario para explicar el universo desde sí mismo.
d)
Nuestro universo como
algo extremadamente especial: el principio antrópico.
Este es el último
argumento que utilizan tanto los defensores como los detractores de Dios. Los
científicos son conscientes que los valores físicos de nuestro universo son
completamente únicos y particulares. Es decir, que las fuerzas que regulan
nuestro mundo están planificadas de tal forma, que un minúsculo cambio en
ellas, habría hecho imposible la vida inteligente en todo el universo. Por
poner un ejemplo: un pequeño cambio en el valor de la fuerza nuclear fuerte,
habría hecho imposible que los protones y los neutrones creasen átomos, y por
lo tanto la química no existiría tal y como la entendemos (no existiría ni el
carbono ni el nitrógeno, componentes de la vida). A los valores actuales que han tomado las fuerzas de la física en
nuestro universo y que han permitido la vida en él se le denomina “principio
antrópico” (antrópico significa humano).
Este argumento ha
sido utilizado por teólogos y filósofos para afirmar que el universo es tan
especial y ha sido diseñado “tan finamente” que resulta imposible concebirlo
como obra del azar o la suerte, y por lo tanto, alguien tiene que haberlo
concebido o diseñado (Dios o una super-inteligencia). Esto se conoce como el “argumento del diseño”. Procedente otra
vez de Tomás de Aquino, fue reformulado durante siglos hasta la actualidad,
ajustándose a los descubrimientos de la ciencia (y volveremos a verlo con la
evolución).
Pero esto no es un
argumento definitivo. Los defensores de la teoría de cuerdas usan el mismo
argumento precisamente para argumentar que no necesitan a Dios para nada. El
principio antrópico implicaba que nuestro universo es muy especial. Pero si
matemáticamente podemos justificar la existencia de infinitos universos con
distintas constantes físicas (lo que llaman multiverso), este universo deja de
ser estadísticamente más especial que el resto. Mas bien al contrario: el
principio antrópico se convierte así en prueba filosófica (y no científica) de
que no necesitamos otra vez a Dios para nada en este asunto.
e) Una última explicación
metafísica: ¿por qué el ser y no la nada?
Pero los teólogos y
filósofos no se convencen tan fácilmente. Desde Tomás de Aquino (nuevamente),
se discutía perfectamente que la existencia de la eternidad de la materia no
tiene por qué estar reñida con la presencia de Dios. Está dentro de la
posibilidad de un Dios todopoderoso crear un universo sin principio ni fin
temporal, si ese universo es más perfecto así. El tiempo sería un factor más
creado por ese Dios. Lo importante en este caso es que el universo requiere una
explicación metafísica de su existencia y no física o temporal. Es decir, la
pregunta importante no es “¿el universo es eterno o tiene un origen?” sino otra
“¿por qué narices existe el universo, y no existe la nada?”.
Ø Para los físicos, si
podemos lanzar una hipótesis matemática explicativa del universo que prescinda
de Dios (el multiverso, for instance), esta es mejor que aquella en la que
contamos con él, porque estamos añadiendo un elemento ajeno a la naturaleza
misma que a su vez necesitaría ser explicado (es decir, tendríamos que
preguntarnos: “¿y de dónde viene Dios?”)[5].
Esta idea está basada en el principio de
economía del pensamiento, que rige la naturaleza. Igualmente, la astronomía
ha sido un lento proceso de destronamiento
del ser humano del centro del universo. ¿Por qué deberíamos seguir sintiéndonos
importantes ante la inmensidad del universo? Por lo tanto, el azar y el absurdo
es el precio a pagar por una hipótesis metafísica más simple o sencilla que
prescinde de Dios[6].
Ø Decir que existimos
porque sí, por pura contingencia (azar, chorra o suerte), es para algunos
filósofos, una respuesta insatisfactoria y que deja a la vida humana (y el
universo entero) sumidos en el absurdo más absoluto. Si pudimos ser o no-ser, hay que buscar una buena razón por la que
existimos: otra vez, una causa de todo el universo que sea necesaria y no
contingente. Tomás de Aquino decía que esa causa necesaria es Dios.
No
debemos olvidar que ambos argumentos son metafísicos, no científicos. Buscar
una respuesta al “¿por qué existimos?”, nos conduce, de nuevo, a las puertas de
la religión y la filosofía y nos aleja de las fronteras de la ciencia. Para
bien o para mal, la ciencia nunca podrá afirmar ni negar definitivamente estos
argumentos.
BIBLIOGRAFÍA
UTILIZADA SOBRE FILOSOFÍA DE LA FÍSICA
BAKER, J. 50
cosas que hay que saber sobre la física, Ariel, Barcelona,2009.
DAWKINS, R., The God delusion,
2008.
HANDS, J., Cosmosapiens, 2017, Esfera, Madrid.
HAWKINS, R.
y MLODINOW, L., El Gran Diseño, Crítica,
Barcelona, 2010.
PENROSE, R., El camino a la realidad, Círculo, Madrid, 2006
SMOLINS, L. Las dudas de la física contemporánea, Crítica, Barcelona, 2012
[1] El ejemplo del yuyu de la montaña lo
popularizó el biólogo Richard Dawkins para ensalzar las diferencias entre
religiones y mostrar que ninguna tenía hegemonía sobre las demás a la hora de
explicar el mundo. (www.youtube.com/watch?v=6mmskXXetcg)
[2] Las teorías del caos no se
refiere exactamente a una anarquía o desorden cósmico. Más bien, hablan de
sistemas que son extremadamente sensibles a cualquier cambio, por minúsculo que
sea, en sus condiciones de partida.
[3] Cfr. PENROSE, R., La medida de la realidad (2007) pág.
15. El asignar el postulado como un prejuicio ya es un paso importante, en el
campo de la ciencia, a la hora de reconocer las ideas filosóficas que subyacen
a la ciencia.
[4] Stephen J. Gould fue un
famoso biólogo y paleontólogo que ideó el NOMA (not overlapping magisteria). Es decir, la religión y la ciencia
tienen terrenos e intereses separados y deben respetarse. Él se declaraba
agnóstico, desde un terreno puramente científico. Lo estudiaremos más adelante.
[5]
Este argumento les gusta a los científicos y aparece citado tanto en Dawkins
como Hawking.
[6] Esta tesis fue en su día
defendida por Jacques MONOD, en su obra El
azar y la necesidad (1979).