Necesitaría matizar esta opinión. No tengo nada contra los libros de texto y manuales. He aprendido mucho de ellos, más que de cualquier otro lugar (incluyendo la wikipedia). Miro la estanteria de al lado del ordenador y cuento al menos trece manuales y libros de bachillerato, secundaria y universidad de inglés, biología, historia y filosofía. El problema no está en los libros, está en su uso, como casi todo.
Más bien, rechazo que el libro de texto sea el sustituto del profesor en clase. No sé cuántas veces he tenido que escuchar: "no podemos hacer esto y esto, porque tenemos que seguir el libro" o "esto en el libro no aparece". Si dices algo en contra, el libro es la sagrada encarnación del currículo convertida en palabra. Por lo tanto, lo que realmente odio son la tiranía de los libros de texto y la autoridad que mantienen todavía hoy sobre un gran número de profesores y maestros. Por cierto que ejerce la misma tiranía un libro impreso que otro digital e incluso más; no olvidemos que este tema no es una cuestión de innovación tecnológica.
Por desgracia, el libro seguido a pie juntillas en una asignatura (especialmente las humanísticas) es como el tutor o padre odiado por los ilustrados que carga con la dolorosa tarea de pensar y preparar clases, a cambio de suprimir la libertad y creatividad del profesor. Y los profesores, por supuesto, se dejan querer por el libro. Es tan cómodo que otro haga las clases por ti, con los ejercicios, las lecturas y los contenidos ya bien formulados, que tus clases se pueden convertir en un mero ejercicio de subrayado y lectura en voz alta, en un estilo que recuerda más la Edad Media que el presente.
Más bien, rechazo que el libro de texto sea el sustituto del profesor en clase. No sé cuántas veces he tenido que escuchar: "no podemos hacer esto y esto, porque tenemos que seguir el libro" o "esto en el libro no aparece". Si dices algo en contra, el libro es la sagrada encarnación del currículo convertida en palabra. Por lo tanto, lo que realmente odio son la tiranía de los libros de texto y la autoridad que mantienen todavía hoy sobre un gran número de profesores y maestros. Por cierto que ejerce la misma tiranía un libro impreso que otro digital e incluso más; no olvidemos que este tema no es una cuestión de innovación tecnológica.
Por desgracia, el libro seguido a pie juntillas en una asignatura (especialmente las humanísticas) es como el tutor o padre odiado por los ilustrados que carga con la dolorosa tarea de pensar y preparar clases, a cambio de suprimir la libertad y creatividad del profesor. Y los profesores, por supuesto, se dejan querer por el libro. Es tan cómodo que otro haga las clases por ti, con los ejercicios, las lecturas y los contenidos ya bien formulados, que tus clases se pueden convertir en un mero ejercicio de subrayado y lectura en voz alta, en un estilo que recuerda más la Edad Media que el presente.
Para un profesor novato o experimentado que se enfrenta a una asignatura por primera vez, un libro de texto es su tabla de salvación y resulta difícil no contar con ellos en asignaturas prácticas. Sin embargo, con el tiempo, el profesor debe sacudirse del libro de texto como un niño pequeño de los andadores o de un flotador cuando aprende a nadar. ¿Por qué razón? Porque por bueno que sea el libro de texto, siempre es uniforme, impersonal, homogéneo, poco adaptado a las necesidades de cada grupo de alumnos. Puede funcionar en un curso con un grupo particular, y no ser tan brillante para el curso de al lado. Lo interesante no es trabajar desde un libro de texto, sino trabajar desde cuatro o cinco al mismo tiempo y rompiendo todo lo que nos marcan: desde el tiempo hasta las exigencias, pasando por los contenidos y actividades. Lógicamente, todo esto demanda un estado febril de actividad del profesor, en el que una clase ordinaria se convierte en una conferencia y cualquier actividad de clase en una obra de arte de diseño y planificación, dejando lo demás para el libro en casa. Esto es posible en países donde los profesores tienen pocas horas lectivas asignadas, pero es tal vez utópico en España, donde la carga lectiva del profesorado (contra lo que puedan pensar algunos) es bastante elevada. Así que... seguiremos con los libros de texto por siempre jamás, y las editoriales serán felices y comerán perdices.