Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 31 de agosto de 2020

50

Los ejemplos poco gratificantes de la contaminación moral parten desde muy lejos. Y es que los textos sagrados, por muy trascendentales e inspirados en la voluntad divina que queramos verlos, no pueden escapar de la mano contingente del que los escribe o los cuenta. Un ejemplo especialmente perturbador arranca con los primeros capítulos del Génesis. Aunque el Génesis tiene algunos mensajes morales muy gratificantes y que personalmente me entusiasman, como la condena al homicidio de Caín  y el perdón entre hermanos, que buscan de alguna manera enmendar el crimen de los dos primeros hermanos, otros no lo son tanto. El Génesis deja la puerta abierta al saqueo del mundo por parte del hombre. Al colocar al hombre en la cúspide de la creación, hace que todas las demás criaturas giren en torno a él y estén a su servicio. Hacen un error de cálculo: ponen el mundo o el universo como una infinita fuente de recursos, inagotable y al mismo tiempo, ubican al hombre como punto final de la evolución. Noah Harari sabe cómo hacer daño cuando cita este ejemplo en su crítica permanente a la religión. Este caso es concretamente grave, y no vale hablar aquí de la contingencia histórica de la comunidad judía, ni de parciales enmiendas posteriores que puedan maquillar ese mensaje depredador. Es un mensaje que en el siglo XXI es inaceptable, y que nos lleva a buscar fuentes de moralidad más aceptables en algunas religiones orientales. Si aceptamos una alteración tan grande en el mensaje moral básico de la Biblia, tendremos que aceptar que la moral no justifica ni tiene nada que ver con la religión. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario