La tristeza tiene mala fama, y nuestra cultura intenta suprimir ese sentimiento, al igual que el dolor o el sufrimiento. Está terminantemente prohibido estar triste, por ser sinónimo de aburrimiento, falta de interés social. Pero, ¿es malo estar triste, al menos de cuando en cuando? La emoción de la tristeza tiene una mayor duración que la de la alegría, y ahonda más en nuestra memoria somática. Posiblemente, aunque sintamos nuestras vidas como "normales", los episodios de tristeza se recordarán con más fuerza que los de alegría, y lo que es más interesante, aparecerán mezcladas con otros sentimientos.
1. La tristeza tiene una función reparadora. Las cosas no siempre van como debería ser, y necesitamos nuestro tiempo emocionalmente hablando para volver a la normalidad. En esos momentos de tristeza, buscamos nuevas estrategias para afrontar retos vitales, pero para ello necesitamos economizar recursos. El agarrotamiento, la falta de energías, es señal que necesitamos centrarnos en lo que es importante en ese momento, y nuestro cuerpo actúa en consecuencia.
2. La tristeza acentúa la introspección. Una persona alegre tiende a concentrar su atención sobre el mundo que le rodea, pero raras veces tiene posibilidad de visitar su mundo personal. La tristeza corta esas relaciones con el mundo, muchas veces superficiales en forma de redes sociales o encuentros esporádicos, para centrarnos en nosotros. Mirarnos por un rato delante de un espejo, y no para ver lo guapos que somos, nos hará conocernos mejor.
3. La tristeza nos hace más reflexivos. hace que nuestras energías y recursos dejen de expandirse sobre cosas mundanas y se concentren en un único punto, que suele ser nosotros mismos frente a la situación que nos ha hecho llegar a ese momento. Posiblemente una persona que asegure que nunca está triste, tenga más posibilidades de ser superficial, frívola o estúpida que otra que diga que siente situaciones tristes, pero que le han permitido superar problemas a medio y largo plazo.
4. La tristeza acentúa nuestra empatía y la de los demás. Si no tuviésemos ese careto largo, la gente de nuestro alrededor nos bombardearía con mensajes improcedentes que haría saltar la tristeza hacia la ira más profunda. No solo es necesario sentirla, también debe ser expresada. La tristeza estimula la empatía en los demás, y nos ven como alguien que necesita consuelo o aliento. Igualmente, la tristeza significa que nosotros también somos sensibles y empáticos ante las dificultades de los que nos rodean.
5. La tristeza sustituye la ira. Si alguien está triste ante algo traumático, puede consolarse de que no se haya dejado llevar por la ira o la violencia. Las personas más inestables, ante sucesos que provocan un cambio de sus expectativas o un fracaso emocional, pueden reaccionar con violencia ante dichas situaciones. Por eso, en ocasiones, es necesario dejar que el brote violento e impetuoso se calme en cuestión de pocos segundos, y dejarnos sumergir en las aguas de la tristeza, más profundas y melancólicas, pero menos agresivas para nuestro entorno.
En definitiva, nadie desea estar triste. Pero es necesaria en determinados momentos de nuestra vida. Como decía Gandalf en el final del señor de los Anillos, en la emotiva despedida de la comunidad del anillo. "No os diré que no lloréis, porque no todas las lágrimas son malas". Una lágrima tiene la misma fuerza que una sonrisa, o incluso más.
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