Hay mucha gente que se lleva las manos
a la cabeza respecto a nuestro sistema educativo. Lo califican de débil,
permisivo respecto al suspenso. Aquí todo el mundo parece aprobar, promocionar o pasar,
hasta el más vago o tonto. Puedes repetir solo una vez por ciclo en primaria o
secundaria, y la gente se lleva las manos a la cabeza. Siguen argumentando, y
con cierta razón, que evitar los suspensos se entiende como una manera de
frenar el fracaso escolar, auténtica pesadilla educativa en nuestro país. Y por
último sostienen que las pruebas de la EBAU son meramente un coladero y
deberían endurecerse. Grave error esto último, por cierto.
Si hay una cosa que odio
en la educación secundaria es suspender a alguien. En primer lugar, por una
cuestión personal. Si nuestra evaluación consistiese en algo más que un
examen escrito, tal vez cambiaría mi parecer. Pero aquí siento mi relativa subjetividad
para juzgar a alguien con el veredicto de un número superior al cuatro meramente
por un par de hojas escritas o un test completado (algo tonto, se mire por
donde se mire). La objetividad del examen llevando al sistema educativo al
absurdo. Pero en cualquier caso, eso es otro problema.
¿Tiene algún sentido mantener
una inmensa marea humana repitiendo curso tras curso, como una medicina que
permite el acceso a la maduración personal, hasta cumplir los 16 años? En
realidad, el cinco es una nota ya lo suficientemente negativa para cualquier
persona que tenga un proyecto de educación superior en mente. Con un cinco a lo
largo de la secundaria el alumno multiplica sus probabilidades para no
desarrollar un bachillerato brillante. Con un cinco en bachillerato tendrá
limitado el acceso a muchas parcelas de la educación universitaria reglada, por
lo general las más exigentes y exitosas laboralmente hablando. Si mantiene el
cinco a lo largo de la carrera, sus posibilidades de obtener becas de postgrado
-especialmente en el campo de humanidades- se reducirá considerablemente. ¿Para
qué suspender entonces? Dejemos que el cinco cumpla su función reuladora a lo largo del
sistema educativo. El suspenso debería ser voluntario, salir directamente de la
persona que suspende (o de sus padres), pero no desde el brazo ejecutor del
profesor. En fin, soñar es libre y gratuito.
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