Ha caído en nuestras manos este libro interesante que ya de por sí tiene un par de buenas virtudes: no es demasiado extenso (lo que siempre se agradece para gente con demasiadas cosas que leer y poco tiempo para ello) y la autora desarrolla una interdisciplinariedad envidiable: toca de forma igualmente virtuosa filosofía, historia y análisis político. La temática no puede ser más actual para Francia: el auge de partidos como el Frente Nacional necesita de una explicación seria, más allá del actual desdén manifestado por toda la clase política francesa y en general Europea ante este tipo de ideología. Y aquí surge la primera duda para el lector hispano: qué razón hay para incluir Podemos o Syriza en los partidos de ultraderecha europeos como Aurora Dorada, Forza Itália, el Vlaams blok belga, los hermanos Kaczynsky de Polonia o el FN. Acostumbrados a plantearnos un origen sudamericano de los partidos populistas, de carácter estatalista, caudillista y generalmente de izquierdas (incluyente socialmente hablando y no xenófobo, aunque sí anticapitalista y antiimperialista), Chantal Delsol nos despista un poco. Y sin embargo, es también el otro reverso de la moneda: el populismo francés tiene una plasmación derechista basada en un modelo social excluyente, ultranacionalista, antieuropeo y naturalmente xenófobo.
Quizás esto se entienda mejor al poner las raíces históricas del populismo nada menos que en la tiranías de las polis clásicas. Y aquí se explica cómo estos gobiernos carismáticos, autoritarios, fueron sin embargo la puerta para que determinados grupos sociales habitualmente excluídos en las decisiones de las aristocracias locales gobernantes de las polis, iniciasen su entrada en la política, legitimando en un par de generaciones el nacimiento y consolidación de las democracias en las polis clásicas. Por tanto, aparece un primer elemento positivo en este análisis del populismo griego: las tiranías de la época no son abiertamente antidemocráticas, sino proponen una radicalización de las condiciones para una democracia. Hay una abierta oposición a que una minoría, supuestamente elitista, aristocrática, controle una ciudad que ya ha dejado de ser una aldea y que cuenta con nuevas estructuras políticas y sociales. El experimento democrático y la experiencia populista no gusta a todo el mundo: la reacción aristocrática de Platón, marcando un hito en la historia del pensamiento político, acaba vinculando una relación directa entre populismo y la degeneración de las polis democráticas. Tienen que ser los gobernantes, sabios, tocados por el conocimiento del logos universal, instruidos y superadores de las pasiones que lastran a los miembros del populacho, aquellos que tomen las riendas del gobierno de la polis.
Esta primera eclosión populista se extenderá indefinidamente con las consecuencias del proyecto moderno ilustrado. En un primer momento, el movimento elitista de la Ilustración sueña con un pueblo llano, sencillo, intuitivo e inteligente que recibe cálidamente sus ideas de fraternidad e igualdad universal. Sin embargo, poco a poco las contradicciones del proyecto moderno irán generando una figura, el idiotes, según la autora, que se identifica con el individuo "entendido bajo su propia particularidad, constreñido dentro de su propia inteligencia", atado a su terruño ideológico e incapaz de reconocer la misión emancipativa y universal del ideal liberal moderno. Frente a este ideario demasiado frío, lejano, global y peligroso, estos idiotes necesitan un referente político más vivo y carismático que los mensajeros de la razón weberiana, que encuentran precisamente en el ideario populista, sea este inclusivo o excluyente.
En la medida en que el idiotes se encarna y se materializa en un partido y en un líder, la élite política rechaza sus tesis en nombre del sentido común, que no deja de ser un último suspiro de ese proyecto moderno, bajo nuevas formas (las libertades individuales, la estabilidad social y el progreso económico, que vienen a ser los conceptos emancipativos tradicionales ilustrados). El principal argumento de esta masa de idiotes es precisamente aclarar a la élite tradicional política que esos valores han dejado de encarnarse dentro de sus fronteras o que han quedado fuera de su alcance. Por eso el populismo es tan efectivo entre los desplazados dentro del sistema global, no solamente en el siglo XXI, sino desde los comienzos de la modernización, en EEUU (el partido de los grangers) o Rusia. El fenómeno es más viejo de lo que parece, pero cada oleada modernizadora lo hace más evidente y palpable.
Este diseño conceptual es suficientemente claro en el libro. Sin embargo, se enfrenta con sus limites. Por ejemplo, la autora tiene que aclarar que Hitler y el fascismo no es populista bajo su esquema con desigual éxito. Hitler es un bárbaro, un error de la civilización, pero como decimos, nadie puede asegurarnos que un líder populista no se desliza por la senda de la barbarie. Se han explicado demasiadas cosas bajo el esquema dialéctico modernidad-tradición, global y local, de origen marcadamente marxista o hegeliano, aunque estos autores no sean citados con demasiada frecuencia.
Por otra parte, echamos de menos referencias más abundantes al populismo latino-americano, infravalorado en el conjunto de la obra, hasta tal punto que a veces un lector español y la autora del libro tienen la sensación de estar hablando de dos populismos distintos. Frente al europeo, el populismo latino-americano tiene un control de las instituciones y del aparato estatal no soñado por los europeos, capaz en ocasiones de modificar el estado de derecho a su antojo. La lucha entre la élite liberal y modernizante y los líderes populistas y carismáticos apenas existe porque en muchas ocasiones la élite y la cultura política del país es abiertamente populista (la explicación dialéctica de Desol no funciona tan bien como en Europa). Su capacidad para crear complejos clivajes políticos y amplias clientelas dentro de la sociedad tampoco tiene comparación con Europa; por último, el populismo latino tiene efectividad promovendo una inclusión social por clientelaje de determinadas minorias hasta entonces irrelevantes para las oligarquías dominadoras de estos países. Esto hace que, siendo un libro de lectura muy interesante para un amplio público, el lector español lo pueda llegar a percibir como incompleto.
En la medida en que el idiotes se encarna y se materializa en un partido y en un líder, la élite política rechaza sus tesis en nombre del sentido común, que no deja de ser un último suspiro de ese proyecto moderno, bajo nuevas formas (las libertades individuales, la estabilidad social y el progreso económico, que vienen a ser los conceptos emancipativos tradicionales ilustrados). El principal argumento de esta masa de idiotes es precisamente aclarar a la élite tradicional política que esos valores han dejado de encarnarse dentro de sus fronteras o que han quedado fuera de su alcance. Por eso el populismo es tan efectivo entre los desplazados dentro del sistema global, no solamente en el siglo XXI, sino desde los comienzos de la modernización, en EEUU (el partido de los grangers) o Rusia. El fenómeno es más viejo de lo que parece, pero cada oleada modernizadora lo hace más evidente y palpable.
Este diseño conceptual es suficientemente claro en el libro. Sin embargo, se enfrenta con sus limites. Por ejemplo, la autora tiene que aclarar que Hitler y el fascismo no es populista bajo su esquema con desigual éxito. Hitler es un bárbaro, un error de la civilización, pero como decimos, nadie puede asegurarnos que un líder populista no se desliza por la senda de la barbarie. Se han explicado demasiadas cosas bajo el esquema dialéctico modernidad-tradición, global y local, de origen marcadamente marxista o hegeliano, aunque estos autores no sean citados con demasiada frecuencia.
Por otra parte, echamos de menos referencias más abundantes al populismo latino-americano, infravalorado en el conjunto de la obra, hasta tal punto que a veces un lector español y la autora del libro tienen la sensación de estar hablando de dos populismos distintos. Frente al europeo, el populismo latino-americano tiene un control de las instituciones y del aparato estatal no soñado por los europeos, capaz en ocasiones de modificar el estado de derecho a su antojo. La lucha entre la élite liberal y modernizante y los líderes populistas y carismáticos apenas existe porque en muchas ocasiones la élite y la cultura política del país es abiertamente populista (la explicación dialéctica de Desol no funciona tan bien como en Europa). Su capacidad para crear complejos clivajes políticos y amplias clientelas dentro de la sociedad tampoco tiene comparación con Europa; por último, el populismo latino tiene efectividad promovendo una inclusión social por clientelaje de determinadas minorias hasta entonces irrelevantes para las oligarquías dominadoras de estos países. Esto hace que, siendo un libro de lectura muy interesante para un amplio público, el lector español lo pueda llegar a percibir como incompleto.
Una pregunta complicada de resolver: podría el populismo servir para poder incluir dentro de una misma moneda líderes políticos tan distintos como Marine LePen y Pablo Iglesias. La respuesta es compleja. |
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