Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 7 de abril de 2020

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Estoy obsesionado con la Eva desnuda de Van Eyck. Es sin duda la mejor recreación de Eva que me he encontrado. He pensado en mi Azura o mi Eva y su realismo intemporal, imperfecto, natural y al mismo tiempo maravillosamente sereno, sin ningún tipo de pecado. Es tal vez esa mirada inocente, pura, ausente de culpa y sin mostrar arrepentimiento, cuando se sabe que se ha separado de Dios, la que empujaba a multitud de censores a eliminarla de la iglesia. 
En el fondo esta interpretación es estúpida porque, ¿qué hay detrás de esa tabla? ¿qué tiene de realidad histórica esta tabla construida ni más ni menos que hace quinientos setenta años? Tengo la sensación que nuestra contemplación crea una ficción totalmente irreal. Son sombras recreadas por nosotros que poco o nada tienen que ver con su contexto de creación. Y aún así son sombras tan evocadoras que nos hechizan y nos transportan; nos hacen creer que aunque sea de forma momentánea y pasajera, podemos pensar y sentir como su creador en el lejano siglo XV.

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