Ya que no puedo ver los campos de abril, escucho la primavera desde la ventana. Los coches duermen y la gente calla; han dejado el sonido de la ciudad al mando de los cantos de los pájaros, que puedo escuchar como nunca antes lo había hecho. El colirrojo y el mirlo acompañan desde el alba, estando en la cama todavía; los estorninos al rozar la mañana, posados sobre las antenas, y los veloces vencejos atraviesan las calles como flechas desde que el sol se levanta. Cualquier retazo de naturaleza se hace valioso en el confinamiento y estimula cada vez más mi rechazo al deseo de nuestra cultura de ser antrópicamente autosuficiente.
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