Dentro de los muchos combates políticos que hoy en día se
libran en el campo de la educación en nuestro país, hay uno especialmente que
levanta ampollas y malentendidos: el concepto de “la educación pública” en
nuestro país. Resumiendo lo máximo posible este enorme embrollo, los sectores
progresistas defienden una educación pública (y por supuesto, laica) como única
forma de conseguir una educación sin discriminaciones y universal. Por el
contrario, los sectores más conservadores defienden la coexistencia de la
educación pública y concertada, amparado en la libertad de las familias para
elegir centro y su ideario y en la mayor rentabilidad económica de la escuela
concertada. Los primeros acusan a la educación concertada de extraer valiosos
recursos económicos que podrían ir destinados al sector público educativo,
beneficiando de esta forma a centros ubicados mayoritariamente en zonas
sociales de clase media o alta. Los segundos, acusan a la primera de una caza
de brujas ideológica y de recortes presupuestarios abrumadores que hacen
inviables económicamente muchos centros.
Intentemos liberar lastre ideológico del debate. Tenemos
que distinguir, en primer lugar, entre
fines y medios. La “defensa de una educación pública” parte del hecho de la
defensa del derecho fundamental de la educación universal, pero en realidad
esta cuestión no tiene nada que ver con defender un modelo de gestión estatal,
privada o mixta, es decir, cómo aplicar ese derecho social. La gestión puede
ser variada, aunque tengamos un mismo fin, que es precisamente la defensa de
ese derecho. El hecho de que quien administre un servicio público –como la
educación- no sea necesariamente un
funcionario vitalicio ni esté gestionado directamente por la administración
pública no quiere decir que tenga que ofrecer un peor servicio, menos eficiente
o más excluyente. Dentro del eterno debate entre liberales y socialistas sobre
el dilema de optar entre una gestión pública o externalizada de un servicio, no
estaría mal evitar cierto corporativismo, presente en prácticamente todos los
sectores públicos de nuestro país. Hemos confundido la defensa de unos derechos
laborales dignos con la exclusividad que tiene ese grupo para ejercer su
trabajo y su carácter intocable por el bien público que dice representar. Esto
es cuanto menos cuestionable, y vemos en los tramos de la educación superior en
nuestro país que tiene resultados auténticamente perversos.
Así que es un dogma cuestionable que el derecho a la
educación deba pasar por una gestión directamente estatal. No hay que olvidar
que algunos de los sistemas educativos relativamente exitosos en Europa pasan por una
gestión privada o concertada (pagada con dinero público, lógicamente), pero en
el que el estado tiene resortes legislativos capaces de evitar cualquier tipo
de discriminación o exclusión social. Evidentemente Holanda tiene sus problemas
educativos, pero no podemos decir que sea una educación fracasada. Con la mitad
de su educación pública basada en conciertos con empresas privadas (no religiosas,
en su mayoría), su descentralización permite dar autonomía a los centros que
les permite a su vez adaptarse mejor al medio social y tienen una mayor
libertad para hacerse con el personal más adecuado para el trabajo. Si esto
ocurre en Holanda o en Bélgica, ¿por qué no puede ocurrir en el nuestro?
La respuesta a esta pregunta no es tan sencilla. Por
desgracia, nuestro país cuenta con losas históricas que pesan mucho y que
explican la acritud de este problema. Durante décadas, la educación estuvo en
manos de religiosos (otro pesado legado del franquismo). Esta injerencia de la
iglesia en el sector educativo fue vista por el sector progresista de la
sociedad como ideológicamente nefasto, puesto que promocionaba unos valores
conservadores que había que eliminar o que no son compatibles con la sociedad
moderna. Hoy en día, todavía asociamos esa educación concertada con una
educación conservadora, elitista, necesariamente religiosa, y cada cierto
tiempo debates polémicos (como la separación por sexos, o las clases de religión)
no ayudan a superar este problema. Con cerca de un 60% de la educación concertada
en sus manos, el debate otra vez se hace más ideológico, y menos objetivo.
Pero dejemos la puerta abierta a pensar de forma
diferente. Hay posiciones intermedias que pueden arrojar luz sobre el asunto. Pensemos
en otro referente educativo, sobre todo en materia de profesorado: Finlandia.
Allí la educación pública es prácticamente del 100%, pero ese carácter público dista bastante del nuestro. La educación está descentralizada, los
ayuntamientos son los gestores de los centros y no el estado, y lo que es más
llamativo: el profesorado que trabaja en ella no lo hace bajo el status del
funcionariado. Los profesores finlandeses se mueven por objetivos y su trabajo
es revisado anualmente, su movilidad laboral horizontal es considerable y en
consecuencia son evaluados y amonestados si no cumplen con su trabajo. No existe un sistema de oposiciones y el
ayuntamiento y los centros son libres de contratar al personal educativo,
aunque evidentemente no de forma arbitraria. Esta movilidad no implica unas
condiciones laborales negativas. La carga lectiva de los profesores finlandeses
no es muy grande (precisamente con la intención de preparar adecuadamente sus
clases), sus salarios son dignos y sobre todo, gozan de una enorme estima
social. Me pregunto si los defensores de la educación pública en este país
estarían de acuerdo con aplicar estas medidas en nuestro país, pero, dada la
reticencia a evaluar al profesorado que tenemos en España, me temo que no. Pero
esto es tema para otro artículo.
En definitiva, con
todo esto no quiero decir que la educación concertada tenga que ser defendida a
cualquier precio (pensar así resultaría otro corporativismo igual de refutable
que el anterior). Pero sí que hagamos el debate menos oscuro. En todo caso, hay un punto de partida para este problema y que haría
más transparente el asunto en términos reales. Habría que buscar en las dos
partes la omisión de dos prácticas que contribuyen a enturbiar –y mucho- este
debate:
a) La administración pública,
independientemente de su ideología política, debe garantizar un trato igual a
centros públicos y concertados, teniendo lógicamente en cuenta las necesidades
educativas y el entorno social de cada centro. Muchas veces el color político
de un gobierno autonómico decide la viabilidad económica de muchos centros.
b) Los centros concertados deben
rechazar cualquier forma de tasas obligatorias para determinadas actividades o de donativos privados voluntarios provenientes
de los padres de alumnos. La mera existencia de estos donativos complica la
transparencia de estos centros de cara a la sociedad y a la propia
administración.
Y este es el pez que se muerde la cola. Muchos centros
concertados denuncian la falta de medios asignados por la administración
pública, y la necesidad de estos donativos para sobrevivir. La administración,
por otro lado, esgrime el carácter elitista de estos centros, cuando
lógicamente no todos los padres pueden costearse estos servicios pagados con
estas tasas, ya sean voluntarias u obligatorias. Después cada centro concertado
tiene su propia dinámica que casa o no con este planteamiento general, pero el
debate pasa por superar este círculo vicioso. Solo empezando por aquí,
podríamos empezar a debatir la necesidad o no de una educación concertada, sus
pros y sus contras (mayor o menor eficiencia, libertad de padres para decidir centros, libertad de ideario, selección del profesorado, gestión autónoma...). Después el debate, como no, queda abierto, pero al menos
con aguas más claras y no convertidas en un auténtico lodazal como están ahora mismo.
Me parece una actitud un tanto prepotente hablar del profesor funcionario, elementos estos del pleno empleo de Posguerra que siguen demonizados y están en retroceso. Aquellos que fueron responsables de los Treinta Gloriosos se les hace responsables de la baja productividad actual, cuando lo que impera es el profesor-precario fruto de las políticas neoliberales, desmotivado por sus bajos salarios y falta de continuidad laboral. Además también ha aparecido una nueva categoría de profesorado el neo-hiperactivo. Un profesor que se justifica a través de nuevas metodologías, al margen de los resultados educativo. El pertenecer al bilingüismo o incorporar metodologías activas a tu currículo te justifica per sé, independientemente de cómo lo hagas o cómo reciban los alumnos dicha información. Muchas tela que cortar.
ResponderEliminarEl mayor problema que veo yo entre concertada y pública, no es un problema de gestión centralizada o descentralizada, sino más bien un problema de precarización de las condiciones laborales, más horas de trabajo y menos salario que, al fin y al cabo, es lo único que importa en nuestras sociedades. Cuando lleguemos a morirnos de hambre, a lo mejor, empezaremos a cuestionar el falso discurso de la productividad basado en el "sangre, sudor y lágrimas" de la I Revolución Industrial. Qué lucha.
Hola Heli... acabo de leer un libro que te encantaría, ´"el gran retroceso", una colección de artículos de Bruno Latour, Zizek, Bauman, Appadurai y compañía que te encantaría leer. Además, son artículos cortos que se leen en un suspiro.
ResponderEliminarSobre lo que dices, no te quito la razón, pero una cosa no tiene que llevar necesariamente a la otra. No se trata de aumentar la productividad rebajando solo condiciones salariales o laborales. Creo que se pueden buscar soluciones intermedias. Por otro lado, lo peor de nuestra profesión no creo que sean las condiciones salariales (siempre mejorables), sino la baja estima social de nuestro trabajo, tanto en el aula como fuera de ella, y la sensación, pasada unos años, de haber alcanzdo tu techo profesional. Quizás algunos profesores orientados hacia la innovación no quiera ganar más dinero, pero sí tener más prestigio, reconocimiento o sencillamente compromiso con su trabajo. No estoy para nada de acuerdo en que "lo único que importa sean los salarios", qué quieres que te diga... No es solo una cuestión de poder adquisitivo sino también de status social. El no cambiar nada esgrimiendo siempre las cuestiones laborales me parece un poco acomadaticio, sobre todo porque das por supuesto que esas condiciones son justas, cuando quizás este sistema es extremadamente injusto con aquellos que quieren entrar dentro de él (como interinos, opositores etc...). Me suena demasiado francés.
Yo no hablo sólo de una cuestión salarial. El problema es cómo se crear arquetipos y prejuicios en torno a conceptos clave, como el profesor-funcionario, propio de los años 70 o el profesor-innovador propio del siglo XXI. En el fondo, ambas situaciones son clichés, que en el mejor de los casos vuelca todos nuestros prejuicios político-sociales. Sobre ellos volcamos una concepción estereotipada de la sociedad. Como tu eres un liberal, siempre buscas un justo medio que, seguramente, sólo ha sido un horizonte legitimador de nuestro propio discurso.
ResponderEliminarPor cierto, en la sociedad capitalista en la que vivimos, el status social se barema a través de los ingresos. Estoy de acuerdo que sería mejor cambiar de sociedad, pero el conjunto. Hace poco un artículo de Stiglitz decía que la excesiva compensación salarial sobre el sistema financiera había detraído los mejores "cerebros" de otros campos más productivos como podía ser la investigación científica. Esto había mermado, incluso, la productividad de la economía de Estados Unidos. La OCDE, que elabora el Informe Pisa, decía que el aumento de salarios está estrechamente relacionado con una mejora de la productividad en educación. Obviamente los mejores cerebros no están en la educación secundaria y menos, en la primaria, esto es independiente del status social. Por cierto, los profesores de la enseñanza pública son la segunda profesión mejor valorada en España, según el CSIC, sólo por debajo de los médicos de la enseñanza pública. Ciertamente yo me siento muy valorado socialmente. El problema es que en la Primaria van los peores currículos de bachillerato y en Secundaria los que no encontramos acomodo en otras ramas de nuestra licenciatura, de ahí viene la falta de motivación profesional. Esto sólo se puede arreglar con un país con un mercado laboral diferente y una selección educativa mucho más meritocrática, donde el estilo francés no estaría nada mal.
Hola Heli... No creo en arquetipos, pero sí hay dos visiones del profesor contrapuestas: el profesor autosuficiente, que no se plantea formarse más y goza de total independencia dentro del aula (y aquí me da igual si es funcionario o no) y el profesor actual abierto a la renovación y a abrir su aula a otros profesores. Como siempre, tú lo relacionas con el tema socioeconómico y laboral, porque claro, tú eres un marxista, y siempre ves las cosas bajo la lupa salarial (y me parece bien, ojo, que para eso te has curtido en los sindicatos). en fin, permite que continue el debate:
ResponderEliminar1. El status no está basado únicamente en ingresos. Existen elementos culturales que nada tienen que ver con la capacidad adquisitiva. Un político puede tener elevados ingresos pero no tener reconocimiento social alguno y por ello, casi nadie quiere ser político, por su elevado coste social. Véase Max Weber vs Marx.
2. La ecuación +salarios en educación = +productividad, lo podrá decir la OCDE, pero tomada de forma aislada, sin tener en cuenta el resto de variables me parece por lo menos cuestionable o incompleta. Y habría que plantearse también si no existe una productividad marginal decreciente a partir de un incremento salarial determinado. Nuevamente en Finlandia los salarios de los profesores no son mucho más altos que en España, y la diferencia educativa sí es relevante. De todos modos, hay un informe de la UE, The teaching profession in Europe (2015), que parece cuestionar esa relación salarios-productividad.
3. El prestigio social de la profesión de puertas para fuera está en una contradicción brutal con la visión interna que tenemos desde dentro de la profesión, y no hablo de España sino de otros muchos países europeos. La razón de esto, no la he encontrado en los informes que he visto (El prestigio social de la profesión docente en España, 2011 es interesante), pero hay algo que evidentemente no funciona. Y no me meto ya en pormenores (Castilla vs. extremadura, rural vs. ciudad, nivel educativo etc...).
Esto es agotador, para refutarte tengo que hacer auténticas investigaciones webgráficas. Pero es interesante. Qué lucha...