Como profesor, vivimos una situación ridículamente esquizofrénica. Después de llevar una década luchando por innovación educativa, nos vemos obligados a volver a una pedagogía propia de los años sesenta. Si Franco levantara la cabeza, vería el país cambiado menos una cosa: la disposición de la escuela. Nunca he sido tan autoritario ni retrógrado en la esfera educativa. El profesor vuelve a su rol principal con su autoridad necesariamente reforzada, los alumnos a un trabajo solitario y esforzado. La lección magistral se vuelve la única posibilidad educativa en la nueva normalidad. Los profesores hablan, o mejor gritan. Los alumnos intentan escuchar. ¿Cuánto tiempo aguantará una generación incapaz de mantener su atención más allá de unos pocos segundos?
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