Día de lluvia en junio, atípico, luminoso y de olor a barro, y el sonido casual de una viola de gamba impregnando el color marrón de mi habitación. No hay mezcla más efectiva que esta para evocar nostalgia y melancolía en alguien con una viejísima historia que contar en su cabeza. ¿Necesitaría Milton, casi ciego entonces, este tipo de sensaciones para narrar e hilar sus pensamientos sobre el infierno y el paraíso?
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