Escucho Maris Marais, después Enya, para preparar mi clase del Barroco, y me acerco a la divinidad. Pueden ser otras muchas músicas, pero hoy, de forma inesperada, el dardo ha caído ahí. La experiencia de escuchar música iguala toda distinción de clase social y estatus. Uno puede tener la momentanea sensación de dejarse tocar por Dios y alejarse del más rico de los mortales que no comparte o no conoce ese sentimiento sublime. Si el mismísimo Bill Gates no ha llegado a experimentar esa sensación, me apiadaré por él y lo consideraré un pobre desgraciado, al menos mientras dure la música en mi reproductor. Será una experiencia momentánea, tal vez un espejismo, pero está ahí, poderosa, electrizante, sublime, brutal, desgarradora y mágica.
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