Desde los griegos, el deseo de coherencia y autenticidad ha sido uno de los pilares de la reflexión ética. Sócrates puso su vida en mano de los atenienses como ejemplo de integridad, cuando dijo que siempre respetaría las leyes de su ciudad, incluso cuando fueran contra su persona de forma injusta. La correspondencia entre lo que pensamos y lo que hacemos tiene por tanto bastante fuelle en el campo de la reflexión filosófica. Sin embargo, con la psicología social nos damos cuenta de que esa idea presenta una vertiente más profunda que afecta nuestro comportamiento. Lo más normal es que no seamos tan auténticos como Sócrates, pero que queramos serlo o que la gente nos vea como tales. El hecho de que no haya correspondencia entre el pensar y el actuar nos hace sentir mal psicológicamente hablando, y necesitamos compensarlo de alguna forma, ya sea cambiando nuestra conducta, nuestros pensamientos o reforzando nuestra posición actual con nuevos razonamientos. Evitamos aquí esencialismos éticos -no estamos diciendo que haya una forma buena de comportarse y que tengamos que ser auténticos con ella-, sino más bien un marco formal, que después cada sujeto y cada cultura rellena a su manera.
Esto es lo que se conoce ampliamente en psicología como disonancia cognitiva, término creado por Leon Festinger y convertido en uno de los principios más famosos de la psicología social. Es un principio en el que prácticamente todos nos podemos ver reflejados y puesto en práctica muchas veces.
2. Evitamos pensar aquellas cosas que no coinciden con lo que hacemos o directamente las rechazamos. Si alguien es fumador compulsivo, es posible que o bien evite la publicidad antitabaco o se trate de autoconvencer a sí mismo que tiene dominado su adicción. Como la segunda acción es un autoengaño difícil de asumir, decidimos no prestar atención a esa información, incluso evitándola físicamente. Esta es la actitud más evasiva en la disonancia cognitiva: la huída ante la información que nos provoca malestar psicológico. En casos extremos la estrategia se convierte en un ataque que hace que rechacemos aquello que estamos reclamando cuando este se hace imposible. Es la típica reacción del enamorado al que han dado calabazas: rápidamente buscará algún tipo de mecanismo para desacreditar al objeto de su amor y pensar que, tal vez, no era tan interesante como había pensado en un principio.
1. Lo que elegimos siempre es lo mejor. Principio básico de la disonancia cognitiva. Una vez que hacemos una elección entre dos objetos o ideas que están en competencia, fortalecemos la opción que hayamos tomado e intentamos infravalorar aquella que ha sido desechada. Típico ejemplo estudiantil: estamos entre salir de noche y quedarnos estudiando para un examen próximo. El que ha elegido salir de noche, dirá para sí que tiene tiempo de sobra para preparar el examen y que una noche de fiesta depara sorpresas agradables que por supuesto no se pueden dejar pasar. El que se queda estudiando posiblemente contestará que el examen es crucial y que la noche de fiesta seguro que es como otra cualquiera. Aplíquese esto también al que se acaba de comprar un coche o una casa (una inversión severa) y ha estado dudando hasta el último momento: estemos seguros que nos van a caer discursos sobre las bondades del coche frente al resto del universo automovilístico. A esto se le conoce con el nombre de paradigma de la libre elección.
La información típica antitabaco de la que rehuye todo fumador. |
La disonancia cognitiva pretende acallar todo malestar aportando razones que permiten ignorar la disonancia. |
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3. Justificamos acciones poco atractivas para nosotros mismos con todo tipo de razones para sentirnos bien. Este fue uno de los experimentos que realizó el propio Festinger para probar la disonancia cognitiva: ante una tarea tremendamente aburrida y poco recompensada económicamente (atornillar y desatornillar por un dólar la hora), los integrantes del experimento acabaron diciendo que no era tan sumamente aburrida, solo para justificarse así mismos que había merecido la pena. Es el paradigma de la autocomplacencia inducida.
3. Justificamos acciones poco atractivas para nosotros mismos con todo tipo de razones para sentirnos bien. Este fue uno de los experimentos que realizó el propio Festinger para probar la disonancia cognitiva: ante una tarea tremendamente aburrida y poco recompensada económicamente (atornillar y desatornillar por un dólar la hora), los integrantes del experimento acabaron diciendo que no era tan sumamente aburrida, solo para justificarse así mismos que había merecido la pena. Es el paradigma de la autocomplacencia inducida.
4. Cuanto más nos cuesta una cosa, más razones nos damos de su valía. En la medida en que acumulamos esfuerzo para conseguir una cosa, aumentamos las razones para seguir esforzándonos y apreciando más la meta a conseguir. La razón es básica: cuanto más esfuerzo, más se deprecia aquella meta que deseamos alcanzar y necesitamos reforzarla de alguna manera.
5. Escuchamos y atendemos lo que nos gusta oír. ¿Por qué nos cuesta tanto convencer a una persona que sus ideas políticas pueden estar equivocadas? La razón es sencilla: las personas prefieren mantener su equilibrio cognitivo a tener que replantearse todas sus creencias porque sean erróneas, reforzando sus posiciones y ninguneando las de sus adversarios. Está claro que vivir en cierta ignorancia es extremadamente cómodo. De esta forma, la inmensa mayoría de la gente "bien formada" en opinión pública solo atiende a un número de fuentes limitado, para evitar cualquier disonancia y no duda en la mera descalificación del adversario para evitar replantearse cosas. Así, un asiduo lector de ABC es difícil que también lo sea de El País, o que el telespectador de Canal 13 cambie con frecuencia a la Sexta. Así que el "sapere aude" y la imparcialidad filosófica es mucho más difícil de lo que nos parece, incluso entre los especialistas...