Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 31 de mayo de 2009

DE BOTELLÓN, 15 AÑOS DESPUÉS

Hablaba hace tiempo sobre los adultos emergentes: ahora he tenido la ocasión de ser uno de ellos. Después de más de quince años (uno le echa aproximadamente) volví a hacer botellón en las ferias de la ciudad. A traición, y sin quererlo ni beberlo, me vi agarrando bolsas de hielos y cocacola, saliendo de las calles de la feria y colocándonos estratégicamente en un aparcamiento oscuro.
“Me voy al baño, les dije sonriendo.
Me adentro en la llanura, auténtica estepa inmensa y reseca. Una nube de polvo proyectaba la luz de la feria en los descampados de alrededor y dejaba entrever una luna parda, sucia. Me quedo contemplando la lucecilla de un satélite que atraviesa Cáceres desapercibidamente. De pronto el rayo de una tormenta lejana rasga el horizonte y produce un destello. Ojalá estuviera lloviendo aquí.
Y a mis espaldas, el botellón.
Cuando retorné a la civilización me tuve que plantear con treinta y pico años, qué narices hacía yo allí, con un vaso de coca cola, en la oscuridad vampírica, entre coches recalentados, adolescentes con ropa ligera, equipos de música tuneados y polvo que se te cuela por las narices y te hace sangrar al día siguiente. Y para mayor desgracia, sin cerveza. Esa pregunta, sin embargo, no debía hacérsela mucha gente, dada la edad de los que levantaban su maceta por allí.
No quiero despotricar aquí en contra del botellón. Supongo que los adolescentes encuentran en él su sitio en el mundo, libres de los adultos, de sus casas y haciendo lo que desean, vistiendo como quieren, comunicándose como pueden y bebiendo como modo de diversión. En definitiva, una forma de estar en el mundo como otra cualquiera en esa edad. Pero lo que pensaba que se quedaba aparcado tras la edad universitaria, observo estupefacto que se mantiene por generaciones.
Un conocido de Salamanca, que tampoco adoraba aquella situación, buscaba razones sociológicas: poco poder adquisitivo, vivir en las casas paternas, buen tiempo, cultura de botellón, escaso nivel cultural… Pero en este caso nos encontrábamos con varios funcionarios y gente bien entre los que estaban bebiendo con nosotros. “La gente en Cáceres no conoce otra cosa”, dijo Inma, y yo daba gracias a los dioses de haberme concedido doce años fuera de esta pequeña Vetusta, rincón del universo donde el tiempo parece detenerse hasta el más infinito aborrecimiento.
El caso es que con el botellón, parece que ocurre lo mismo que con la playstation: a los chavales de treinta años (y más) se nos quedan pegados los dedos a los mandos de la play o a la maceta de un botellón. Negarse a cambiar, seguir manteniendo la ilusión de ser jóvenes hasta los cuarenta: esa es la divisa de nuestra generación, hasta que el esperpento acabe de la peor forma posible.

sábado, 30 de mayo de 2009

LA VISIÓN DE LA ECONOMÍA SEGÚN EINSTEIN

Entre los libros que tengo siempre en reserva para esos deliciosos y relajados momentos que supone la lectura en el cuarto de baño, me ha llegado uno hace poco del que voy a decir unas pocas palabras: Mi Visión del Mundo, de Albert Einstein. Sorprende este libro en primer lugar por su gran heterogeneidad: cientos de pequeños escritos refiriéndose a una gran diversidad de temas. Aparecen detalles sorprendentes que nos llevan a una visión muy personal del periodo de entreguerras en Europa y América. Aparte del interés que suscita la interpretación sobre la coyuntura histórica que vive el físico, sorprende cómo un científico tiene una extraordinaria capacidad para resolver en poco más de una o dos hojas cuestiones relativas a filosofía o economía con una lucidez y claridad que a veces se echa de menos en los especialistas de la materia.
En concreto, si parece que divaga cuando habla de pacifismo, al comentar la crisis de 1929 hace unas observaciones muy agudas y certeras, con una visión de futuro más amplia que la de muchos ministros de economía de los años treinta. Sobreproducción, caída del poder adquisitivo, falta de crédito, son todo causas que recalca Einstein y que suenan cotidianas en nuestros días. Sus notas, objetando tanto a liberales como a estatalistas, y conociendo más o menos bien las aportaciones de Keynes en su época, no tienen desperdicio.
A los primeros les critica la inacción: la incapacidad del mercado para absorber la mano de obra sobrante en los ciclos económicos. Las nuevas posibilidades, nos dice, no justifica que una parte de la sociedad quede fuera del juego económico, y curiosamente habla aquí de los jóvenes, ese grupo que ha quedado en paro en los años treinta. Para ello hace falta un estado que regule esos desajustes intrínsecos al capitalismo.
Pero al mismo tiempo, subraya él, falla en los defensores del estado una "cuestión psicológica": la incapacidad de la burocracia para ser eficiente y productiva. "El egoísmo y la competencia siguen siendo (por desgracia) fuerzas más poderosas que el altruismo y el sentido del deber", dice con lástima. Hace falta por tanto un estado regulador, pero no controlador en exceso y por tanto paralizante: esa fórmula mágica que ahora todos los países del mundo anhelan encontrar.

viernes, 29 de mayo de 2009

LA MADRE DE TODO CONSERVADURISMO.

"No aguanto a los políticos. Son todos unos mangantes", oigo decir en la calle, en las cañas, en los periódicos... La verdad es que después del día de clase tan duro que habíamos sufrido todos, no había mejor forma de catarsis colectiva que hablar de fútbol, las elecciones o los políticos, y reírse uno un rato. Aquella fue la señal de salida para todo ataque contra la clase política española en estas elecciones europeas y en la historia de la democracia. Y yo (sin saber muy bien por qué) me dediqué tímidamente a defenderlos. Sin negar sus quejas, defiendo que el saldo general en la democracia española es muy positivo, y que efectivamente el mundo de la política es tenebroso, pero que eso no es nada nuevo: como diría Churchill la democracia es el peor de los regímenes a excepción de todos los demás. La realidad siempre es gris, y hay que partir de ese hecho para intentar mejorarlo. Entre Marx y Hobbes me quedo con el último: hay que partir de Hobbes y del peor de los mundos posibles para abrir un claro entre las nubes, y siempre sabiendo que está amenazado y que volverá a estallar una tormenta.
Reconozco que nuestra clase política -no solo España sino prácticamente toda Europa- no es de altura y que se reducen muchas veces a un fácil populismo, al menos en su superficie. Pero también reconozco que hoy ser político no debe ser fácil, como confesaba Solbes hace unos meses. Y por otro lado, está la glanost radical y mediática de nuestra época: los políticos pertenecen a esos controvertidos grupos sociales como funcionarios, las ONG o la iglesia, en los que una salpicadura en su vestimenta desluce cualquier posible buen trabajo, y lo que vende es la mancha, no el traje. Una sociedad crítica siempre es deseable, pero cuando nos quedamos en esa mera fase, está a un paso de convertirse en una sociedad ultraconservadora y paralizada, al perderse la confianza mínima en que se puedan resolver los problemas.
A los que críticamos tanto a los políticos o la corrupción, lo que se nos podría preguntar es: ¿y tú que haces para frenar la corrupción? La respuesta (y yo me incluyo en ella) suele ser "nada". Gritos en el silencio. No votar. Contemplar el caos de forma condescendiente y con superioridad moral desde nuestra posición más o menos privilegiada en la sociedad. Conclusión: no somos, en sentido ciudadano, mucho mejores que los políticos a los que criticamos.

PERCANCES CON LA LAVADORA

Es clase de Educación para la Ciudadanía: pregunto a los chavales qué piensan sobre la integración de la mujer en la sociedad española. Como es natural, chicos y chicas están de acuerdo en unos mismos derechos para todos y que prácticamente se han conseguido la igualdad. Sin embargo, la práctica todavía se separa de la práctica. Escribí en el encerado una serie de tareas que hacemos habitualmente en nuestras familias. Sin ninguna sorpresa, caímos en la cuenta que el hombre tiraba la basura, arreglaba el grifo roto y abría la correspondencia, mientras la mujer seguía barriendo, planchando, lavando y haciendo la cama. "Cuánto nos falta todavía por aprender", comentábamos en clase.
De vuelta a casa, Inma me tiene preparada una sorpresa: ¡hay que poner la lavadora! Solo ante el peligro. Como en los chistes malos, me pregunto si tengo más de una neurona: me vuelvo loco viendo botones rojos, paneles con jeroglíficos indescifrables, nunca recuerdo donde poner el detergente y dónde la lejía, cierro mal la puerta, pregunto a Inma el programa que corresponde. Cuando escucho por fin el agua fluyendo por las tuberías de la lavadora, respiro aliviado y me tomo un buen mate: ¡misión cumplida! Pero luego, contemplando ese extraño elemento en el universo masculino, no puedo dejar de tener mala conciencia: "¿y yo qué narices hago hablando de la emancipación de la mujer en clase si no puedo entender este trasto?"

La lavadora: esa máquina incomprensible.

sábado, 23 de mayo de 2009

CONTRADICCIONES NACIONALISTAS


De forma casual me encontré en la biblioteca con unas memorias de memorias de Leopoldo Calvo Sotelo. Aunque el libro se extiende demasiado en querellas de partidos y luchas internas, encontré un diálogo digno de destacar aquí, entre el ex-presidente y Jordi Pujol, entonces ya presidente de la Generalitat.
"- Buenos días, presidente ¿cómo te va?
- Siempre lidiando problemas con el gobierno de Madrid.
- Y el día que no los tengas, seguirás gobernando tan cómodamente en Barcelona?"
Leopoldo Calvo Sotelo planteaba esa intuición en los años ochenta y su sombra se proyecta hasta nuestros días. Define a la perfección el dilema del nacionalismo moderado: incluso aunque algunos de sus dirigentes defiendan un compromiso estatutario o autonomista, un nacionalismo nunca podrá ser moderado porque siempre tendrá problemas para detenerse en un lugar determinado y confesar "hemos cumplido con nuestro programa: ahora debemos disolvernos". El deseo del poder es demasiado fuerte como para ser fiel a una ideología. Solo queda el posibilismo, pactos de compromiso y también las traiciones: la huida hacia adelante y la lucha por la independencia sin llegar a la independencia. La cuadratura del círculo.

martes, 19 de mayo de 2009

LAS PESQUISAS DEL PRÍNCIPE DARÍO

No puedo evitar publicar aquí otra pequeña historia de mi amigo Herodoto. Es quizás el primer descubridor en toda la historia del relativismo cultural y lo acabaría popularizando entre sus compatriotas griegos. Pero este no es un invento griego: los persas fueron los primeros en llevarlo a la práctica a gran escala y los cronistas griegos tan solo lo pusieron por escrito:

"Se cuenta que el príncipe Darío, rey de reyes y emperador persa, preguntó a sus sumos sacerdotes si existía algo que estuviera por encima de las diferencias entre unos pueblos y otros y nos dijeran si había algo bueno o malo que fuera compartido por todo el mundo. Entonces dijeron los sabios:
"Existe una cosa en la que todos los pueblos parecen unidos: todos los hombres de la tierra honran a sus padres caídos. Independientemente de donde vuestra majestad esté, aquel padre que ha sido bueno con sus hijos, es honrado por ellos.
El Rey de Reyes quedó complacido con esa respuesta, pero prefirió conocer esa noticia por su propia mano. Entonces convocó a los representantes de los pueblos más alejados de su imperio, los griegos que vivían en Turquía y los habitantes de la India, y les preguntó cuál era la forma con la que adoraban cada uno a sus padres caídos. Los habitantes de la India le dijeron:
"Noble señor, para honrar mejor a nuestros padres nosotros nos comemos nuestros padres caídos, para que no exista ningún resto de ellos sobre la tierra y pervivan en nuestro propio cuerpo.
Los griegos entonces preguntaron si aquello era natural en el resto del mundo e increparon a los indios diciendo que eran auténticos salvajes con los restos de sus padres.
"Qué hacéis vosotros entonces, pueblos griegos.
"Nosotros quemamos a nuestros padres una vez muertos, para que su cuerpo no se vuelva putrefacto y pueda su humo ascender al cielo del Olimpo, donde viven los dioses.
Los indios replicaron a su vez que aquello era un acto impío para la memoria de sus padres y se enzarzaron en una disputa para saber quién de los dos pueblos tenía razón. El rey Darío quedó sumamente desconcertado con la discusión, puesto que una creencia que aparentemente era igual para todos los pueblos, lo interpretaban después los pueblos de forma muy diferente. Con lo que decidió que, para no soliviantar ni a unos ni a otros, se diera libertad para que cada cual honrara a los muertos a su gusto, siempre que fuera por una causa justa.

Parece una ironía de la historia, que los lejanos herederos de los persas, fundadores de la tolerancia, hayan acabado creando uno de los países más fanáticos y cerrados al mundo como es el actual Irán. Pero si una ley tiene la historia es que el tiempo rompe hasta la roca más dura, y todo lo cambia, como diría el otro griego.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA DILIGENCIA: 70 AÑOS DEL MITO.


Por una vez, me voy a meter en el papel de Reven y hacer algo de crítica de cine. Cine clásico, por supuesto, que es el que a mí me mueve. Si habíamos hablado del aniversario de 1984, esta tarde caí en el aniversario de una de mis películas favoritas: La Diligencia (Stagecoach). Si las cuentas no me fallan, se cumplen 70 años desde que John Ford rodó a todos los fenómenos que participan en la cinta. Cuando tenía diez años, la veía casi a diario en el viejo video de la casa de mis padres en la hora de la comida junto a mi hermana,y me recreaba viendo al joven Ringo Kid luchando con los apaches o en duelo a muerte con el pérfido Luke Plummer. Han pasado veinte años, la veo ahora en el sillón de mi propia casa, en DVD y en versión original y la sigo saboreando como el primer día, sacando otros detalles, otras lecturas. Si una película ha atravesado toda esa trayectoria en tu vida y todavía significa algo, quiere decir que te ha llegado muy hondo.
La Diligencia es más que un western. Es la primera y auténtica road movie, en el que un viaje une los destinos de personas de clases sociales dispares. El ataque de los indios apache y el enfrentamiento de Ringo con los Plummer no son más que un escenario perfecto para el análisis psicológico de unos personajes que en el fondo reflejan una sociedad entera. La Diligencia es un país entero metido en un pequeño carruaje: un banquero, un jugador, una prostituta, un convicto, un médico borracho, una mujer clasista, un conductor, un sheriff y un honrado comerciante. Y lo más llamativo: Ford no habla de los años del Far West y de la guerra de secesión. El que tiene una deformación histórica como yo, ve el reflejo de lo que el director veía con sus propios ojos: un país que acaba de salir de la peor crisis de su historia (el crack de 1929), perdido, sin conciencia clara de su misión en el mundo, y en el que los viejos roles y valores sociales ya no valen y todo tiene que ser desmantelado.
Un pequeño ejemplo: Solo con Roosevelt, el New Deal de fondo y la abolición de la ley seca, se puede entender la conversación del banquero con el médico en un momento del viaje. Después de una perorata de liberalismo rancio por parte del banquero, en el que ataca al estado, al ejército y a toda la sociedad el personaje (que resulta tan actual en los años 30 como ahora mismo) acaba diciendo más o menos lo que sigue:
- Este país necesita más hombres de negocios.
- Lo que este país necesita son más cogorzas.
- ¿Qué dice usted?
- Cogorzas.
- Está usted borracho.
- Sí señor, ¡y a mucha honra!
Lamento si tiene algún pequeño error. Escribo el diálogo de memoria, como quien recita su canción favorita desde pequeño.
La historia de La Diligencia es la historia de la remisión y la caída de sus personajes principales, y con ellos la sociedad entera. Muere el jugador oportunista, cae el banquero sin escrúpulos y estafador, la mujer clasista es humillada, mientras que el médico borracho acaba convertido en héroe, Dallas y Ringo se reintegran en la sociedad y el sheriff (le voy a poner el papel del estado) pone las nuevas reglas de juego y acaba como juez de la película, sentenciando la inocencia para los antiguos convictos. Podría hablar de infinidad de detalles y recrearme en cada escena. Pero eso supondría escribir un libro entero: sirva esto de pequeño homenaje.

jueves, 14 de mayo de 2009

25 AÑOS DESPUÉS DE 1984

Llevo un tiempo comentando con Alberto, crítico de cine en el blog de Reven, la necesidad de dedicar una entrada para George Orwell. No vamos a decir nada nuevo sobre este autor, pero sí podría justificar por qué todavía en pleno siglo XXI, y cuando se cumplen 25 años después de 1984, todavía la lectura de ese libro suscita pasiones entre algunos de sus lectores, incluidos los alumnos de bachillerato.

Cuando muchos censuraban injustamente a Orwell como un escritor conservador y antiizquierdista, habría que preguntarse por qué es lo que hace que todavía hoy mantenga su encanto. Quizás porque no se dirige a ningún régimen político determinado, porque su crítica es algo potencial contra toda autoridad y porque literariamente crea una sensación de angustia que ningún libro de ciencia ficción alcanza. Sí, es cierto que algunas de las imágenes más famosas del libro como la telescreen y el Big Brother is watching you nos llevan a regímenes autoritarios con formas de dominio muy poco sutiles, que en su época se identificaban con los países socialistas y ahora puede ser cualquier régimen autoritario no occidental o a algún intento extraño de revolución cultural a lo Hugo Chávez en Venezuela. Pero existen otras, como la manipulación de la historia (who controls the past controls the present) o el newspeak.
Esa me parece, sin duda alguna, la máxima aportación del libro a esta crítica antiautoritaria. Wiston Smith es consciente que el partido al menos no puede controlar su conciencia, sus pensamientos y sus sentimientos. Pero sí puede controlar el lenguaje por el que discurren esos pensamientos, y limitarlos se convierte en una de las tareas fundamentales del partido. El newspeak es una nueva lengua que a fuerza de reducir la riqueza del vocabulario, reduce la capacidad de pensamiento de los hombres. Es difícil no pensar que vivimos una época donde el newspeak se aplica en las nuevas tecnologías, sin ninguna necesidad de ser impuesto autoritariamente, y en el que un lenguaje reducido a su mínima expresión pone barreras a nuestra creación. La tecnología actual nos permite afirmar que hoy somos más libres que nunca para decir y comunicar cosas, pero quizás nunca se han dicho cosas tan estúpidas, frívolas e irrelevantes porque no sabemos qué decir o cómo decirlas. Tal vez Orwell, hijo de Gutemberg y la cultura impresa, no pensó en el poder de la imagen entendida hoy como lenguaje y forma de creatividad, pero sin duda era consciente de la importancia de la palabra y del concepto para extender la libertad del ser humano.





Del libro a la música y el cine: Antz, donde abundan guiños a la novela de Orwell y Diamond Dogs, de David Bowie, histriónica representación de 1984 muy setentera. En tus manos dejo un buen rastreo cinematográfico del libro, Alberto.

sábado, 9 de mayo de 2009

LA ENTREVISTA DE SOLÓN Y CRESO

Hace un par de días, acabábamos preguntándonos en clase por la esencia de la felicidad. Laura decía que era indefinible, y tenía razón. Yo no quería llegar a una definición cerrada, pero sí quería comentarles cuando podíamos hacernos la pregunta de haber alcanzado la felicidad. Y aquí me venía a la cabeza la fantástica conversación de Solón con Creso tal y como nos lo cuenta Herodoto, prácticamente en el inicio de sus Historias.

Creso, rey de Lidia , inventor de la moneda, fabulosamente rico para sus contemporáneos, se tenía a sí mismo como el hombre más feliz de toda la tierra. Nada le faltaba: hijos, un poderoso reino y fortuna. Precisamente para demostrar eso convocó a su palacio a quien estaba considerado como el más sabio de aquella época, Solón de Atenas, y le preguntó quién era el hombre más feliz de la tierra. Solón no vaciló,y habló de unos griegos oscuros, anónimos, que laureados por su valentía en ciertas batallas, vivieron en el respeto de sus vecinos y de la ciudad entera y habían alcanzado el final de sus días en total dicha.
Indignado por la respuesta, Creso expulsó a Solón del palacio, convencido que le estaba engañando. Al cabo de un tiempo, sin embargo, la dicha de Creso se convirtió en desgracia. Perdió a su hijo en una cacería, y después todo su reino con la invasión de Ciro el persa. Pasaron los años y la próxima vez que Creso vio a Solón el primero estaba reducido a la condición de un esclavo. Creso entendió entonces las palabras del griego: no podemos considerarnos felices por un instante de nuestras vidas, fugaz y pasajero, sino por la carrera de fondo que hacemos a lo largo de toda ella.

Cuántas veces, le decía a Laura y compañía, podemos creernos muy felices y cuando nos roban el origen de esa felicidad pasamos a ser desgraciados. Los más desgraciados si cabe, porque una vez tuvimos, y después lo perdimos todo. Esa sensación de pérdida, de expectativa frustrada es la más peligrosa a la hora de rebajarnos la felicidad. Por eso decía muy bien Laura que el dinero puede dar la felicidad, siempre que no te esclavices a él. En el fondo, el ideal de ataraxia, el estar por encima de las circunstancias, vuelve a tener su rincón en tiempos de crisis. Pero eso será motivo para otra entrada.

Herodoto en piedra pixelada: viajero incansable, buen escritor, historiador, antropólogo, filósofo. Mi héroe. Grande, muy grande.

jueves, 7 de mayo de 2009

SOBRE LAS BICICLETAS...

Velocidad: palabra que definía al siglo XX, y a la que estamos tan acostumbrados hoy en día que ni nos llama la atención. Es cosa bien sabida que cuanto más rápido vivimos, menos nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor. Nuestra percepción de las cosas se disuelve en una ojeada rápida, un visto y no visto. Hola imagen, adiós concepto. Así lo cantaban los postmodernos.

Piensen ahora un ejemplo: la diferencia entre el que pinta un paisaje y el que saca una foto. Quien haya tenido la experiencia de pintar algo de la realidad, sabe de sobra que interioriza su imagen, la conserva en la memoria. Recuerdo un roble de Rennes, los lagos de Warmond, o una torre de Ceske Krumlov de hace años precisamente por aquel esfuerzo. Naturalmente, hacer un paisaje, por simple que sea, lleva un rato. Obliga a sentarte, observar a tu alrededor y recrearte en ello. La foto es más ligera, precisa tan solo un instante. Apunten, disparen, fuera, y a cazar otra imagen. Nos encontramos al final con el turista caza-fotos, más obsesionado con surtir su viejo album o su face-book de imágenes que de acordarse dónde sacó la imagen.

Pero no quería hablar de eso: quería hablar de las bicicletas. Me reconozco un desastre: no sé conducir, y con todas las cosas malas que tiene, hay una ventaja. Me encanta montar en bicicleta y lo más curioso es que le encuentro hasta un sentido metafísico a tal cosa. La bicicleta nos permite esa experiencia de lentitud, de saborear la realidad. Me explico: esta tarde me fui a dar un paseo, a recoger unas calcitas en unas minas cercanas a la ciudad. En el camino atravesé un barrio decrépito, calles sin asfatar y con casas derruidas que jamás soñé que existieran en la ciudad. Después crucé un campo de amapolas y viboreras, escuché a las alondras (o creo que eran ellas), descubrí un nuevo tipo de retama y para colmo me encontré con un aragonito fabuloso. Al final me detuve en la cima de un cerro, contemplé una fantástica puesta de sol y pude volver a casa, pensando en escribir en el diario. Si hubiera ido en coche, habría tomado una salida a la autovía, perfectamente asfaltada y que pasa por encima de las chabolas. Habría visto unas manchas violetas y rojas en el campo. Y por supuesto, las alondras, ni sentirlas.

Ray Bradbury, en su libro de Farenheit 451, se imaginaba coches untrarápidos atravesando carreteras inmensas con carteles de kilómetros de longitud, necesarios para que la gente que viajaba tuviera tiempo para leer en ellos. La velocidad no permitía otra cosa, acabábamos pensando. Bueno, no se equivocaba tanto: intuyo que algo parecido nos pasa en nuestros días.


viernes, 1 de mayo de 2009

ADULTOS EMERGENTES...

Hace unas semanas se han celebrado las fiestas de la primavera: algo que hace unos años nos recordarían a las fiestas paganas se traduce hoy en día en multitudes de universitarios congregados en torno a un descampado. En un macrobotellón, se celebra la llegada del buen tiempo con un poco de alcohol. En algún periódico saltaba el típico columnista indignado por el comportamiento de nuestros jóvenes, tachándoles de irresponsables, ignorantes, hedonistas y otros calificativos, frente a la "antigua juventud" formada, idealista y con pretensiones de independencia. Cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque dudo si existió ese pasado alguna vez.
No estamos aquí para juzgar a nadie, pero en la clase de bachillerato yo propuse el interrogante sociológico: nos preguntábamos si ese tipo de comportamiento universitario no era algo más propio de un adolescente de quince años que el de una persona cercana a los veinticinco.
Yo les propuse una regla bastante sencilla: cuanto más desarrollada es una sociedad, más larga va a ser la adolescencia. En el mundo antiguo la adolescencia era un rito de entrada en el mundo adulto; en la actual "sociedad del conocimiento", esos ritos se transforman en aprendizajes de una década entera de duración. Es difícil de separar el comportamiento de los universitarios frente al de los que están en la secundaria. Más libertad de acción, una estancia temporal en una ciudad distinta, un mayor compromiso con su futuro profesional, pero poco más. La dependencia familiar es casi la misma, su vínculo con el hogar paterno se prolonga por más años de los deseados, y el acceso a un trabajo se aleja en el tiempo. En definitiva, los jóvenes de hoy en día tardan en hacerse con las riendas de su propia vida.
Nuestro amigo Jose, de Porto, estaba realizando una investigación en su facultad sobre lo que él llamaba "adultos emergentes". Los universitarios de hoy en día se sienten inseguros ante el futuro: intentan sustituir el salto hacia el mundo del trabajo por una formación más prolongada, y en ese intervalo de tiempo continúan con el comportamiento adolescente (en la famosa moratoria de Erikson). Cuanta más incertidumbre laboral ofrecen los estudios elegidos, mayor es también el intervalo de adolescencia no deseada.
Naturalmente, esto lo decíamos sin atrevernos a lanzar un juicio de valor sobre los universitarios. Es difícil tratar al universitario de cobarde e irresponsable, cuando nosotros también habíamos sido "adultos emergentes" en su día y durante mucho tiempo. Cada uno hizo "el salto" a su manera y lo recuerda como un hito en sus vidas, pero sin duda fue una decisión complicada. Después queda el resquemor, como decía Helí, de no haber dado el salto antes, y los últimos años en la facultad tienden a verse oscurecidos, grises, quizás con la conciencia de saber que ese ya no es tu sitio. Bueno, mejor no arrepentirse del tiempo pasado, pienso yo. El río continúa.