Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 29 de enero de 2011

LA REVOLUCIÓN DE LOS JAZMINES (II): EL MIEDO DE OCCIDENTE A LA DEMOCRACIA

            No ha constituido ninguna sorpresa destacable la tibia declaración de Obama y Clinton en relación con lo que está sucediendo en el mundo árabe. La demanda de una mayor concesión de libertades a los pueblos árabes solo se pueden encauzar por la vía pacífica y la moderación. Y es que los intereses geopolíticos y la estabilidad internacional priman muy por encima de las demandas democráticas de poblaciones cansadas de regímenes oligocráticos y corruptos.
             El deterioro de estos regímenes, azotados cada vez más por complejas crisis internacionales a las que no pueden responder con sus medios tradicionales, dejan un vacío de poder que hacen temblar las complejas redes de alianzas internacionales entre occidente y el mundo árabe para mantener a raya el problema del terrorismo islámico. Y es que, como casi siempre ha ocurrido, nuestras mentes conservadoras y bienpensantes consideran siempre mejor un poder fuerte que una promesa de democracia que puede transformarse rápidamente en la caída en la anarquía. Es siempre mejor un Hobbes realista que un Rousseau prometedor. Esa fue la posición oficial de EEUU ante los regímenes de Franco, Salazar, Pinochet, Videla y otras tantas dictaduras durante la Guerra Fría, y venía a ser el status quo vigente con las actuales autocracias árabes. Una actitud hipócrita y esquizofrénica si se quiere, pero que está alimentada por la propia historia reciente. Las experiencias fallidas de modernización democrática en el mundo árabe, desde la revolución de Irán (que condujo a un régimen fundamentalista) hasta las experiencias de Argelia en los años noventa (el auge del FIS motivó una renovada represión del régimen militar), motivan una gran desconfianza hacia estos levantamientos populares que pueden tener el riesgo de una mayor islamización de estos países, como respuesta a su incapacidad para ingresar en el marco occidental de forma rápida y exitosa. Bani-Sadr, primer presidente de Irán después de la revolución que derrocó al Sha de Persia en 1979 y exiliado del país cuando el clero islámico se hizo con el poder, subraya estos peligros en un artículo publicado hoy en el Herald Tribune. El derrocamiento de un dictador no implica necesariamente el inicio de una vía democrática. La sustitución de las élites debe ser total, al mismo tiempo que es necesaria una amnistía tanto hacia los viejos opositores como hacia el gobierno recién derrocado. Ignoramos si estas recetas pueden ser efectivas, más de treinta años después.
             La pregunta eterna para los analistas políticos es si podemos convertir el presente como un remanso siempre claro y tranquilo de aguas que parecen bien apresadas, o si debemos tener una aguda intuición para reconocer cuando la presa se rompe y la corriente nos puede empujar a la deriva. Esto fue lo que las élites y las masas de las “transiciones latinas” aprendieron a hacer en los setenta y ochenta y lo que ahora se demanda para los países del Magreb y Oriente Medio.


 Manifestaciones en El Cairo.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA REVOLUCIÓN DE LOS JAZMINES: ¿HACIA UNA CUARTA OLA?

        Quizás resulte demasiado optimista la pregunta, pero me permito recoger aquí la famosa expresión de Huntington como muestra de lo que está ocurriendo en algunos países del Magreb. Si esto puede ser el inicio de una nueva fase de democratización en una región del planeta que se creía completamente inerte y estéril a este tipo de cultura política, es algo que todavía no puede verse en el futuro más cercano. Y sin embargo, parece coger con la misma sorpresa que cuando presenciamos hace dos décadas con la caída del comunismo. Entonces parecía impensable la derrota política de lo que todavía se consideraba un coloso político y militar. Hoy en día, la misma incredulidad escepticismo aparece en Europa occidental, sumida además en sus propios problemas internos. Nuestros prejuicios han tendido a ver el Magreb de la misma forma que al comunismo de antaño, como una cultura monolítica y sin fisuras. Ahora, a más de un europeo bienpensante y prejuicioso le habrá parecido extraño ver las imágenes llegadas de Túnez en las que algunas mujeres, vestidas a la europea y con estudios, criticaban abiertamente al gobierno y eran partícipes de las manifestaciones contra el régimen de Ben Ali. ¿Cómo es posible que ocurra esto en países donde creíamos que las mujeres estaban encerradas a cal y canto bajo velos, burkas y demás mitos islámicos?
       En resumen, la complejidad cultural de las comunidades humanas siempre está por delante de nuestras propias y parciales medidas de la realidad y de la proporcionada por los medios de comunicación. Estos medios, obsesionados con el terrorismo y la inmigración desde hace más de una década, han vendido con gran eficacia una imagen sesgada y parcial de culturas que para nosotros acaban en las noticias de sucesos de pateras, malos tratos a la mujer y racismo. No sabemos qué deparará el futuro para estos países, porque suponer que tienen que seguir la estela occidental no es más que otro etnocentrismo típicamente europeo. Lo que sí está claro es que ese futuro está en movimiento por primera vez en muchos años.

Primera imagen de google que aparece con la entrada "revolución de los jazmines".
Martin Luther King sirviendo de inspiración a la humilde pancarta tunecina.

viernes, 14 de enero de 2011

JUSTICIA ESCÉPTICA

     No pude evitar preguntar al señor Tiburcio sobre su parecer en relación con las hojas que le pasé sobre Hannah Arendt y el juicio de Eichmann. No hizo falta preguntarle nada: en cuanto entré en su despacho, recibiendome con su habitual parsimonia, él entró directamente en el asunto.
      - Eso que ha escrito usted para la revista es de gran interés. Yo creo que incide en un tema interesante, en la completa desviación de toda la historia de la ética occidental.
      - Le he preguntado por mi artículo, no por sus pensamientos.
      - Perdón, perdón. El artículo es interesante, pero incompleto. Le ruego que me deje completarlo al menos verbalmente, es una necesidad intelectual con la que me he levantado hoy y que me atormenta si no la suelto.
      - Está bien, adelante.
      - Pues sí, los desarrollos de la filosofía y del derecho han convertido al hombre más en juez soberano y se han olvidado de la compasión. Esto es lo que nos recuerda Arendt en su obra. Para los judíos histéricos, marcados por la venganza, será tabú. Para mí, es quizás un legado sin igual a la ética occidental.
      - Hasta ahí estamos de acuerdo.
      - Y de dónde viene esta desviación?
      - Por Zeus, que está usted a punto de decirmelo. 
      - Efectivamente, efectivamente. Se ha tergiversado desde los tiempos de Sócrates y Jesucristo. Pues sí: Sócrates dijo que el conocimiento conlleva necesariamente el bien. Y Jesús fue más claro todavía. "la verdad os hará libres". Y Kant, que es un mero continuador de esta tradición, concede la autonomía a aquellos que hace un buen uso de la capacidad del entendimiento. 
       - Eso no es nuevo: conocimiento y libertad son dos requisitos indispensables para decir si una acción es ética o no... no puede prescindir de ellos sin modificar la misma disciplina. No veo dónde está el problema.   
       - Pero los hemos malinterpretado. Hemos pensado que el conocimiento en cuanto que nos hace responsables, nos permite actuar también de jueces al igual que de acusados. Pero el conocimiento moral, en realidad, no suele ser únicamente en esa dirección. En la medida que sabemos más cosas de nosotros mismos, nos damos cuenta de nuestra complejidad intrínseca.Y si nosotros mismos somos seres complejos, el prójimo lo es mucho más. Es casi un desconocido en sus motivaciones y comportamientos.
        - Si no me equivoco, está usted negando la posibilidad de una intersubjetividad, de una comunicación mínimamente fluida entre los individuos. Muy típico de sus argumentos escépticos. Como consecuencia de esto...
       - No piense que aquí el escepticismo no tiene nada que decir. Deberíamos ser más exigentes con nosotros, y al mismo tiempo, más compasivos con los demás. Es decir, nos debería impulsar a ser jueces duros de nosotros mismos y abogados de los demás. Esto lo tenía muy claro Jesús: "el que esté libre de pecado..." etcétera. Pero esto se olvidó rápidamente por la iglesia.      
       - Pero esto en principio es contradictorio. Si somos perfeccionistas con nosotros mismos, si somos modelos de virtud, nos podremos creer en la responsabilidad de juzgar a los demás. 
      - Y ahí está el problema! Nos creemos superiores a los demás, nos hacemos dioses y señores, y los demás, súbditos y esclavos! Pecamos de orgullo y soberbia. Hay gente que odia a los nazis. Yo no. Yo odio a los aliados:  rusos, americanos e ingleses por igual. Porque cuando pudieron dar una lección de moralidad ejemplar a los ojos del mundo entero, cuando pudieron reconocer sus propios errores y aberraciones, decidieron mezclarse con los asesinos y mancharse con su sangre de los juicios de Nuremberg. La sangre derramada por los verdugos es la peor y más gratuita de todas: siempre pudo ser evitable. Qué asco. Y sigue coleando hasta nuestros días, desde la muerte de un dictador como Sadam Hussein a cada pena de muerte que se aplica en países "civilizados", pasando por la del asesino de Arizona.  
      - Dicho de otra forma, el escaso conocimiento moral que tenemos sobre los demás nos empuja  a reconocer humildemente que nunca podremos conocer las razones e influencias que pudieron impulsar a un hombre a seguir una senda equivocada, incluso cuando hablamos de los infames nazis. Y este impedimento es lo que no nos permite juzgar a los demás.
       - Sí, esa es la moral humana de mi escepticismo.
       - Bien, pues permítame ahora presentar algunas objeciones a su interpretación. En primer lugar, es poco realista. Si aceptamos eso, sencillamente el derecho debería dejar de existir, y no podemos vivir sin él. Es un mal menor comparado con la anarquía que propone usted. Su visión se mantiene justamente en su reducida escala individual, en su opinión y sus juicios.
       -Acepto la crítica gustosamente, aunque le pongo a su vez una objeción.
      - Me la puedo imaginar.
      - Que no podamos juzgar poniendo la vida del posible culpable como precio a pagar por sus crímenes. Mi moral escéptica, como usted ha visto, está en contra de la pena de muerte. Es el único límite infranqueable.
      - Permítame proseguir con las objeciones. Usted está en contra de los aliados y de los juicios hechos por los judíos. Y por qué no ser clemente con los propios judíos? Por qué no ponerse en su piel? La incapacidad de juzgar implica no hacerlo con ninguna de las partes, ya sean víctimas, abogados, fiscales o jueces. En el fondo usted siente siempre compasión por el acusado, y nunca entiende las razones del juez.
       - No, yo no deseo clemencia por los acusados, lo que exijo es distancia en los jueces. Quizás porque las víctimas que se convierten en jueces se transforman en monstruos vengativos sedientos de sangre. Nunca he querido imaginarme a una víctima de terrorismo, venga de donde venga, haciendo las leyes en este país. Empezaría una espiral violenta que no acabaría nunca. No me da la razón en este punto?
       - He de confesar que sí.
       - Bien, bien, acabará siendo usted un gran escéptico como yo.
       - Y usted dejará de serlo si sigue conmigo.
       - Puras leyes de la dialéctica, amigo mío. En una conversación los acercamientos son inevitables.