Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 31 de enero de 2010

CEMENTERIOS NUCLEARES: ¿NO EN MI PATIO?

Ya era raro que en nuestra región no apareciera un candidato a albergar en su seno el cementerio nuclear, y no resulta extraño que sea Albalá, un pequeño pueblo de tradición minera del uranio, el que lo haya solicitado. La reconversión después del cierre de las explotaciones mineras en los años setenta fue tan dolorosa que condenó al pueblo -según me contó hace tiempo algún vecino en Alcuescar- a la parálisis económica y su paulatino despoblamiento. La polémica está servida, no solo en Albalá, sino en todos los municipios que se han sumado a la puja por el cementerio nuclear y la suma de dinero que trae el mismo.

La discusión parece encenderse entre los “ecologistas” -negadores del proyecto- y los “vendidos” -defensores de la inyección económica-. Pero de esta oposición podría aparecer un primer malentendido. Es en estas decisiones donde se pone de manifiesto el grado de compromiso ecológico en nuestra sociedad. Como subrayaba James Lovelock, polémico autor de la teoría de Gaia y ahora defensor de la energía nuclear, los problemas ecológicos actuales no se pueden solucionar sin costes incluso medioambientales, y la energía del uranio pasa por ser una solución no deseada de la catástrofe del cambio climático, un mal menor en comparación con la hecatombe del clima. En definitiva, nuestra sociedad no puede sobrevivir sin asumir riesgos locales para evitar desastres globales. La solución para una sociedad tecnificada y compleja como la nuestra no está en una vuelta al pasado, sino en la convivencia con dichos riesgos y el reto de afrontarlos.
Y sin embargo, nos hemos acostumbrado al ecologismo local, de “mantener limpio el patio de mi casa”, con el agravante además de que esto significa “tener sucio el del vecino”. Los problemas de este ecologismo local se miden en dilemas entre países soberanos, autonomías y regiones y municipios, que luchan por mantener precisamente su patio limpio a expensas del vecino. Hemos renunciado al ecologismo global de mayores miras, en el que naturalmente hay costes sociales y ecológicos.

Renunciar al “ecologismo del patio” no significa cruzarse de brazos. Naturalmente, el coste del impacto ecológico y social debe ser el más pequeño posible, y en eso la decisión del estado es crucial. Es una cuestión de cálculo de costes y beneficios se describe la siguiente baremación, por prioridad:
a) Lugares seguros a nivel geológico.
b) Lugares poco poblados.
c) Lugares con menor valor ecológico ( el estado ha contemplado el respeto a parques naturales, zepa y otras áreas protegidas).
d) Lugares no colindantes con las fronteras de otro país.
e) Lugares donde se haya decidido libremente la opción por este tipo de plantas.
f) Lugares donde sea necesaria una mayor reactivación económica.
Hay muchos lugares que cumplen con tales requisitos. Como se ve en esta observación tan puramente utilitarista, el principio de libertad queda en un lugar muy lejano. Es siempre deseable en una cuestión como esta que la imposición de estas medidas sea lo menos coercitiva posible, y que tenga contrapartidas económicas y sociales lo suficientemente amplias, pero no deberíamos olvidar que es un principio de deber el aceptar el emplazamiento de estos lugares si se nos dieran razones técnicas de peso para su ubicación en un sitio y no en otro.
De la aplicación de esta libertad partiría un segundo malentendido. ¿Hasta qué punto los representantes locales pueden defender o rechazar este proyecto? ¿Qué consenso debería obtenerse aquí? La respuesta, en otro post.

lunes, 25 de enero de 2010

EL DOCTOR PANGLOSS EN HAITI.

No se engañen: lo ocurrido en Haití no es un mero resultado de las fuerzas desatadas de la naturaleza. Tampoco es producto de un dios impotente que asiste impotente a la maldad del mundo. No: sencillamente es un fracaso del ser humano. Fracaso de una independencia fallida, fracaso de una sociedad fragmentada, fracaso de un sistema económico que se ve cada vez más inmisericorde con los excluidos. Haiti sería una responsabilidad moral, basada en la libertad de los hombres para decidir su destino. Qué es lo que ha pasado para que se nos haya pasado este detalle, es importante. La inactividad ante estas situaciones se ha vuelto en el enemigo a batir.
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Desde una perspectiva pesimista, uno se puede preguntar si las decisiones que han tomado muchos hombres e instituciones para evitar esto (no el terremoto, sino el estado del país) han merecido la pena. Nos inunda la depresión pensando en colegios y edificios construidos con ayuda internacional y ahora derruidos. Podemos pensar que el orden de las cosas está determinado a que todo salga mal, independientemente de los buenos actos de los individuos. El sistema económico, maquiavélico, impersonal, siempre estará por encima: es imposible cambiarlo. A la ayuda internacional le seguirán las compañías multinacionales, la indiferencia mediática mundial y la reproducción del modelo que conducirá a que en un momento determinado, la catástrofe vuelva a ocurrir.

Desde el lado opuesto, también está muy claro es que no son buenos tiempos para el optimismo. El doctor Panglos, ese personaje de Voltaire, fue ridiculizado precisamente con el terremoto de Lisboa de 1755. Ese Leibniz encubierto, optimista ilustrado por naturaleza, constituyen hoy el grueso de los liberales de mano invisible, creyentes de que basta con no actuar para que todo marche adecuadamente. Uno se pregunta cuántas veces tendrá que suceder este tipo de catástrofes para darnos cuenta que la huída hacia adelante, el no actuar, no es el mejor camino.

Cuál será la senda que seguirá la historia, no podemos saberlo. Me gustaría ser leibniziano aquí. Pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y confiar, al menos, que los errores sirven para evitarlos en el futuro. Enmendarlos en un bien mayor. Una cuestión de fe, en definitiva.

martes, 19 de enero de 2010

CUANDO LA LUZ SE APAGA LENTAMENTE...

La luz se apaga lentamente. Nuestra vida se nos escapa de las manos con el ritmo de un reloj de arena obstruido que deja caer poco a poco los últimos granos, y con ello, hay que revisar el problema. Nos replanteamos el tema de la muerte digna y consecuentemente su opuesto, la vida digna. Repasando en una monografía la instauración paulatina de la eutanasia en las leyes de Holanda (país al que vitalmente me siento muy unido), me llamaba la atención como el principio moral fundamental en el que se basaba dicho derecho había variado enormemente desde el año 1993 en el que se impuso dicho derecho. En un primer momento, el derecho a la muerte digna se había esgrimido como una parte más de los derechos del individuo a decidir por su propia vida. Se entendía la autonomía personal como valor absoluto que puede atentar contra la fuente de esa misma autonomía. Se consideraba, como objeción, el respeto a la vida y precisamente la intromisión de terceros (el médico, en una eutanasia activa; la comunidad que rodea al enfermo, que quizás considera que la vida del enfermo sí tiene significado para ellos). Pero los tiempos han cambiado. La propia legislación holandesa abandonó el principio de autonomía y lo sustituyó por el criterio más utilitarista de eliminación del sufrimiento.

Tradicionalmente, los objetores a la eutanasia defendían la necesidad de defender el principio de la vida y aceptar el sufrimiento. Sin embargo, nuestra sociedad ha transformado el contenido de estos términos. La eutanasia se convierte así en un problema de nuestra época tecnológica, no de tiempos pasados, más basados en la asistencia al suicidio voluntario.
La razón es simple: la medicina está llevando nuestra existencia a prolongaciones absurdas que van mucho más allá de lo que sería un orden natural de la vida humana. En su pretensión de ofrecernos una mejor calidad de vida, la ha llevado a una perpetuación material de la misma, meramente cronológica. Importa que vivamos más, no importa cómo. Poco tienen que ver con el cumplimiento de las funciones básicas del ser humano. Si nos retrotraemos al viejo Aristóteles, la vida humana se explica por los fines que la orientan, en concreto, la felicidad. Una imposibilidad absoluta de conseguir autónomamente dichos fines, reduce considerablemente la definición de vida humana.

Los avances tecnológicos están quebrando el orden natural de la vida y de la muerte y se adentran en un terreno de arenas movedizas, de vida asistencial y muerte retrasada artificialmente, en los que reconducir el sentido de la vida para los enfermos es extremadamente difícil, casi inhumano. Quizás en estas condiciones, la vida deja de considerarse valor absoluto cuando se reduce a una mera presencia física cuya autonomía es nula. Un debate que, tarde o temprano, se acabará abriendo en una sociedad cada vez más envejecida y sensible con el sufrimiento.
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viernes, 15 de enero de 2010

¿POR QUÉ EL SER Y NO LA VACA?

Mucho se ha escrito en la historia de la humanidad sobre metafísica. Tal vez demasiado. Antes de entrar en el tema, hablemos del “hombre metafísico”. Estar en trance metafísico en nuestros días, y en opinión del más común de los mortales, significa varias cosas: estar en Babia, o vivir en un mundo etéreo (por lo menos en las nubes o en la Luna), o construir castillos de arena, tan inútiles como costosos y débiles. Así podríamos decir un largo número de calificativos que si no son despectivos, implican al menos que dicho personaje vive bastante alejado del mundo cotidiano. El metafísico es un hombre “que no se entera”, que se tropieza con piedras y cae en hoyos, pero que a pesar de nuestras burlas, nos lo encontramos con una sonrisa estúpida en la boca porque ha descubierto el orden del universo (y si es así, y además tiene dinero en el bolsillo, el metafísico me da mucha envidia, qué narices). Pero la verdad sea dicha, con esta definición el hombre metafísico no se distingue demasiado del filósofo, y por lo tanto deberíamos hacer una distinción mínima entre la filosofía y la metafísica. Ambas palabrejas están relacionadas con pensar, con pensar algo que va más allá de lo cotidiano (y que es lo que nos conduce a Babia o a la Luna). ¿Cuál es la categoría específica de la metafísica, entonces? Aquí tendríamos que hablar de la metafísica de los filósofos, y la metafísica de los hombres corrientes.
La metafísica de los filósofos nos impulsa a pensar qué es lo que subyace a las cosas más visibles, que vemos, sentimos y tocamos: las cosas “físicas”. Y decimos “subyacer”. Pongamos el siguiente ejemplo. ¿Qué es lo que tiene en común una vaca lechera, un guijarro y un submarino? Encontramos dos afinidades. En primer lugar, las tres son cosas. Y en segundo lugar, lo que define “algo”, “una cosa”, es ser algo. La siguiente pregunta que se hace el retorcido filósofo es por qué existen la vaca, el submarino y el hombre, en lugar de no existir nada. Es decir, si existe necesidad para que existan las cosas, o sencillamente todos estamos aquí, por que sí, por casualidad, por contingencia.
Sobre la metafísica de los filósofos, el hombre corriente se asombra que haya habido semejantes a él que hayan malgastado su vida en preguntas tan estúpidas, y evidentes, y además otorgándole palabras tan oscuras y estrafalarias como “ente”, “ser ahí”, “caída del ser” etc... Pero hasta el hombre cotidiano rezuma metafísica. Y de aquí encontramos dos nuevas afinidades. Ahora volvemos al ejemplo de la vaca, y el submarino. En primer lugar la vaca y el submarino son cosas que sentimos, palpamos. Todo lo que esté más allá no constituye la esencia de las cosas, sino mera palabrería. Para el hombre cotidiano no hay nada que “subyace” detrás de las cosas. La vaca es una vaca y el submarino es un submarino. Por lo tanto, y a efectos prácticos, la vaca y el submarino no tienen nada que ver. Al igual que tampoco tiene nada que ver “la vaca de mi pueblo” con “la vaca que ríe”, o “la vaca de mi suegra”, ¡en el mundo hay tantas vacas distintas! Algunas hermosas, y otras gordas; unas marrones, y otras negras, unas lecheras y otras que son la leche. Y lo mismo podemos decir del submarino. No es igual el yellow submarine y el Nautilus. En segundo lugar, la vaca da leche, el submarino nos permite sumergirnos en el agua, y una lámpara nos permite ver en la oscuridad. En definitiva, son cosas que nos sirven para algo. Por lo general, todas las cosas de este mundo nos valen para algo, o pueden hacerlo en un momento determinado. Y si no valen para nada, muchas veces pasan inadvertidas a nuestros ojos. A esto le podemos llamar pragmatismo, utilitarismo o instrumentalismo.
Sólo existe un riesgo para esta filosofía tan cotidiana en nuestras vidas. Si perdemos la distinción entre el hombre y las cosas; si conferimos al primero el status de una cosa que podemos “usar y tirar”, estaremos incurriendo en un juego bastante peligroso. Lo que diferencia al hombre del submarino o la vaca, es que no podemos utilizarlo ni tratarlo como medio para un fin particular (y al mismo tiempo una vaca merece, como ser vivo, más consideración que un submarino). Pero para evaluar esta diferencia, están los periódicos, la literatura, la religión, la educación, la familia y otras mil cosas, que tienen bastante asumida esa diferencia, sin necesidad de hacer metafísicas aburridas y complicadas, que nadie entiende. Además: mientras la metafísica apela a la fría razón, todas esas otras cosas apelan al corazón, mucho más sensible a la hora de moverse por algo. En conclusión: a la pregunta fundamental de “¿Por qué el Ser y no la vaca?”, el hombre cotidiano responderá a favor de la vaca, porque por lo menos, nos alimenta.
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La vaca, ese fantástico animal, pastando en las cercanías de Cáceres.

martes, 12 de enero de 2010

SOBRE BORRASCAS Y FALACIAS...

Ya he escuchado en estos días a más de uno negar la posibilidad del cambio climático de acuerdo con las numerosas gotas que han caído sobre sus frentes en estos últimos días. Este invierno tan lluvioso viene a ser un ejemplo de cómo el cambio climático ha sido un camelo, un invento ecologista, una nueva creencia verde que viene a rellenar el vacío ideológico de nuestra época. Valoraciones aparte, vayamos a un simple análisis de la situación. De una serie de casos particulares nunca podremos extraer una ley general, sino tan solo probabilidades. Cuando estas conclusiones se hacen excesivamente precipitadas, incurrimos en el error que se conoce como "generalización indebida". En este caso, con estadísticas en la mano, las probabilidades de un calentamiento global vienen avaladas por datos más fiables que una simple coyuntura húmeda y fría de invierno, que de cualquier modo, se puede dar en un estado de calentamiento global. Es decir, un dato aislado no niega una secuencia, y más bien se explica atendiendo a las coordenadas de la propia secuencia.

Dicho de otra manera: en el clima mediterráneo, la alternancia de situaciones de sequía extrema y etapas húmedas ha sido la norma y lo seguirá siendo, con la diferencia de que las etapas húmedas se irán haciendo más escasas y cambiando de forma, y sobre todo, con temperaturas más altas. Posiblemente la formación de la borrasca del golfo de Cádiz (como producto del desplazamiento del anticiclón de las Azores y ondulación del jet stream) se seguirá produciendo cada cierto tiempo (la última vez desde este año fue en el 2006), y es la que trae lluvias generalizadas y prolongadas al suroeste de la península (permiten cuotas superiores a los 500 mm anuales). Pero precisamente se podría incidir en la interpretación contraria: Lo que habría que señalar es por qué esta borrasca se produce cada vez con menos frecuencia de lo normal, cosa que podría suponerse, otra vez, con cambios climatológicos globales.

Mencionado esto, analizamos el otro error lógico en el que pueden incurrir los ecologistas: la suposición del antecendente. De cierta forma, lo podemos plantear así. Sabemos que A implica B. Si tenemos B, entonces suponemos que es A quien la provoca. La presencia de CO2 en la atmósfera provoca un aumento de la temperatura sobre la tierra. La temperatura está aumentando, y por lo tanto, suponemos que es debido a la emisión de CO2 a la atmósfera por parte humana. Este razonamiento ha sido tomado de forma acrítica por casi todos los ecologistas que lo han convertido en verdad de fe. Y lo cierto es que se incurre en cierta incoherencia lógica: el calentamiento podría venir provocado por otros agentes naturales. La solución aquí solo parte de una mayor evidencia empírica que avale esa relación hombre-calentamiento y que haga improbable o más difícil cualquier otra explicación.
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Con esto llegaríamos a la última falacia en la que caen los críticos con los ecologistas. No basta ahora con afirmar que nunca habrá pruebas suficientes para confirmar la causa humana del cambio climático, y que en la historia de la tierra han existido otras fases cálidas y más frías. Para negar dicha hipótesis, hay que plantear otra mejor y más fiable. Esto sería una variante de la falacia ad ignorantiam. Hasta qué punto se puede ir hoy en día en contra de esa causa humana esgrimiendo únicamente nuestra ignorancia, es una posibilidad que cada vez se hace más difícil, conforme van apareciendo más evidencias empíricas que la van afianzando como la hipótesis más relevante a seguir.

Estadísticas de temperatura en España en los últimos cincuenta años. Desde 1995 las temperaturas tienden a ser cada vez más altas de la media. Sin saber si son lo suficientemente relevantes para establecer un patrón de conducta en una cosa tan compleja como la climatología, son alarmantes. Fuente AEMET.

sábado, 9 de enero de 2010

ES LA CARIDAD UNA VIRTUD ÉTICA?

Han pasado las Navidades, y en ellas se vende y se regala todo: incluso promesas de buenas intenciones, sentimientos caritativos y remordimientos de conciencia que pasan tan fugazmente como las propias fiestas. Entre estos sentimientos, la caridad y su vecina, la compasión, han tenido un tratamiento negativo desde los tiempos de Nietzsche, pero sigue ahí, encubierta: de las indulgencias de la religión se ha pasado a las galas de fiestas, partidos benéficos y toda la retahila de celebraciones que permiten un lavado de conciencia comunitario.
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Si nos preguntamos por esa negatividad, está muy claro que la caridad y la compasión apuntan a lo vertical: la persona que está arriba limpia su mala conciencia ayudando a los que están debajo. Antes incluso los de arriba compraban la salvación de su alma con el ejercicio de esta caridad. El problema es evidente: la ayuda pasa y el de arriba seguirá arriba y el que está debajo seguirá también ahí in secula seculorum. Con razón decía Baudelaire que había que tratar a los pobres a bastonazos: así recuperarían su orgullo perdido y devolverían el golpe con más fuerza.
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La caridad, si quiere ser sana, tiene que ser horizontal, y se denomina mejor solidaridad o fraternidad. Solidaridad: ponerse en la piel del otro como individuos iguales en una sociedad, ya sea local, nacional o global. La fraternidad implica un vínculo aún mayor: la hermandad universal. Defiendan la perspectiva que quieran: ya sea la línea de un frío contrato social o la de una religiosidad universal: lo que está muy claro es que sus objetivos no se basan en poner unos pocos parches a situaciones concretas. Esto es un primer paso pero no es el último fin.


miércoles, 6 de enero de 2010

OTRA HISTORIA DE LOS REYES MAGOS...

Transcribo esta pequeña recreación de la historia de los Reyes Magos extraida del texto apócrifo de la Sabiduría Revelada, perteneciente a las enseñanzas gnósticas del siglo III y que ha sido encontrado últimamente en Egipto. A mí personalmente me gusta más que el texto del Evangelio de San Mateo, por su contenido social:

"Avisados por los astros, los Sabios decidieron enfrentarse a un largo viaje y cruzar los desiertos y lagos salados que separaban sus lejanas ciudades de las costas del mar de occidente, y lo hicieron cargados de tesoros y presentes. De esta manera, dejándose guiar por un astro brillante que cruzaba el firmamento cada noche, alcanzaron el poblado de Belén. Y allí, cosa milagrosa, la estrella bajó de los cielos y se deshizo en multitud de fuegos blancos, que se dirigieron a las chozas más miserables de aquel lugar. Qué hacer, se preguntaban los Sabios, y decidieron detenerse en cada uno de los hogares sobre los que se posaban las llamas blancas.
En la primera choza preguntaron a sus moradores si allí había nacido el Elegido de Dios.
- No, le contestaron con tristeza. Nuestro hijo ni siquiera tiene qué comer.
Sintiéndose conmovidos, los Sabios le dieron parte de su oro.

En la siguiente cabaña, encontraron parecida respuesta:
- Aquí no hay ningún Elegido. El nuestro tirita de frío en su cuna.
Y decidieron ofrecer las pieles que llevaban.
Y así, haciendo esto muchas veces, cayeron en la cuenta que apenas se habían quedado con nada. Y cuando ya estaban dispuestos a partir, algo apesumbrados ante lo obtenido, observaron con sorpresa cómo las estrellas volvían a elevarse al cielo, y se convertían en una sola, y acabó posándose en una choza más alejada de la aldea. Fueron allí, con la decepción de haber repartido casi todas sus riquezas, y confesaron que se habían equivocado de lugares. Pero algo les dijo entonces que así lo había querido la estrella, y que los hombres reunidos allí estaban sumamente contentos con su presencia. Se percataron entonces que aquel recién nacido no precisaba de riqueza alguna y que bastaba estar allí para mantener la sonrisa de su rostro. Entonces comprendieron que habían obrado bien, y dieron gracias a Dios."
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The three Wise Men

domingo, 3 de enero de 2010

LOS CRUCIFIJOS, ESPACIO Y PODER.

Decía Foucault en su clásico Vigilar y Castigar, que el poder se manifiesta fundamentalmente en la posesión del espacio y el tiempo. Quien controla esas coordenadas, tendrá el poder sobre cualquier sociedad. Pensemos ahora en un ámbito tan cotidiano como el educativo: La mesa del profesor suele ser mayor que la del alumno, en muchos lugares siguen existiendo tarimas, el docente da la clase de pie frente al alumno sentado, y todo esto permite una posición de poder, del que tiene la autoridad frente al que no la tiene. Una posición más elevada en un aula no tiene una función únicamente docente, tiene una función de mantener la autoridad y el poder.
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Pensemos ahora la cuestión del crucifijo bajo esta interpretación: suele estar por encima de la mesa del profesor o en el centro del aula, por encima de las pizarras. Tradicionalmente, el lugar del crucifijo es el espacio de máxima autoridad que puede existir en una clase. Ese lugar tiene la función que daba Bentham en su Panóptico a la autoridad dentro de una cárcel o un lugar público: todo lo ve, y todo lo controla. La autoridad del profesor está por debajo de la del símbolo religioso. Desde una interpretación tradicional del liberalismo (como la propuesta de Locke de mantener la neutralidad ideológica del ámbito público), la posición del crucifijo en el ámbito educativo es sumamente discutible, puesto que viene a decir que por encima del estado, está Dios, y que ese estado se identifica con ese Dios.

Las consecuencias de esta interpretación son sencillas: no se trata de eliminar todos los símbolos religiosos de un espacio público como el educativo. El espacio público tiene que ser el lugar de expresión de todo tipo de creencias. El laicista que desea meter a Dios únicamente en el dormitorio de una casa no está entendiendo esta geometría del poder y está imponiendo su propia ideología, rompiendo también la neutralidad liberal. Se trata de poner las cosas en su justo lugar. Un estado liberal se debe encargar de mantener la neutralidad ante las creencias, pero al mismo tiempo, debe promover en la medida de lo posible la mayor pluralidad cultural que podamos tolerar, porque es un derecho de los individuos la libertad de ideas.
Si el espacio es poder, busquemos otro lugar para Dios (que no deja de ser el dios de un colectivo, y no el de la sociedad entera) que no sea tan cargante y opresivo para aquellos que no crean en él.Nadie ha propuesto por ejemplo, que en lugar del sempiterno crucifijo, se exija un lugar dentro de cualquier centro público, dedicado a tareas religiosas, y no necesariamente católicas, sino abiertas a otros credos y dogmas. Nadie estaría ofendido -salvo los que pierden poder, claro- y apostaríamos en serio por la pluralidad religiosa. Nadie tampoco ha planteado que el crucifijo ocupe otro lugar en el aula o en el centro educativo, en lugar de la posición de poder que esgrime por encima de la mesa del profesor. La iglesia no estará de acuerdo con esta interpretación porque sabe que esto es una restricción de poder, y los laicistas sentirían que su cruzada quedaría a medias, pero es el precio que hay que pagar en una sociedad plural y liberal.
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Una ecuación sencilla: el control del espacio y el tiempo determina el poder social.

sábado, 2 de enero de 2010

DIFERENTES PARA SER IGUALES.

Permítanme ahora que haga una paráfrasis fácil de Sieyes, para revisar nuestro léxico político: ¿Qué es la igualdad? La opresión de los prejuicios de la mayoría sobre la minoría diferente. ¿Qué pide la minoría? El reconocimiento de la mayoría. ¿Cómo? A través de un trato de favor por parte del estado.
No, esto no es retornar a la sociedad estamental. Más bien lo contrario. En nuestros días, lo vemos en aquel nacionalista que defiende el federalismo asimétrico -como por ejemplo el estatuto catalán-, en la feminista que reclama un número determinado de ministras, en los discapacitados que piden un número reservado de puestos en los empleos del estado, o en las minorías religiosas que reclaman un trato distinto por parte del estado. Es lo que se conoce con el famoso nombre de la discriminación positiva y que recoge más o menos la teoría política del multiculturalismo, o los derechos de “tercera generación” del estado del bienestar.
Decía la Biblia más tradicional del liberalismo (léanse los libros de Locke, el liberalismo doctrinario) que los individuos dentro de un estado determinado debían tener un mismo trato jurídico para eliminar todo tipo de privilegios. El salto de lo que se conoce de sociedad estamental a sociedad de clase viene determinado en términos jurídicos por este nuevo trato al individuo, que pasa a ser considerado ciudadano y que es el sujeto en el que se depositan los derechos y deberes de la ley. Esta expansión de las libertades individuales vino acompañada de la construcción del estado nacional. A la libertad de la Revolución le acompañaron las levas, los gritos de la Marsellesa, las imposiciones autoritarias del gobierno central, y más adelante, el ferrocarril (que siempre conduce a la capital), la educación y las historias nacionales. El estado liberal quería que por encima de todo, se construyera una patria en la que se diera consistencia a esos valores de libertad, igualdad y fraternidad: un nacionalismo integrador. Integrador frente a lo igual, excluyente frente a todo lo demás: piénsese que los miembros del Ku-Kux-Klan eran todos defensores de la democracia y del partido demócrata. Y es que la democracia y los derechos que la acompañaban era cosa de hombres, blancos, cristianos, racionales, y preferentemente propietarios, por supuesto.
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Sin embargo aquella fina capa de igualdad mostraba diferencias bien patentes: a medida que pasa el tiempo, el obrero, la mujer, el artista, y mucho tiempo después el homosexual, el ecologista, la feminista y el inmigrante, van a poner contra las cuerdas a finales del siglo XX esta idea de la igualdad liberal. No hace falta decir aquí que el socialismo nunca creyó en esta igualdad, porque encerraba el engaño de la opresión económica: no pasaba de ser mera ideología de la clase dirigente. Y sin embargo, a finales del siglo XX, son los propios pensadores liberales los que cuestionan el núcleo duro de su propia teoría: La igualdad es un engaño porque somos culturalmente diferentes. La igualdad liberal ahora es una construcción puramente etnocéntrica. Los WASP serán minoría, el destino manifiesto desapareció, la Grandeur de la France pasó, ya no hay Una, Grande y Libre. Vivimos en sociedades multiculturales, una realidad dolorosa que llama a nuestra puerta con la inmigración o los nacionalismos. Cada individuo que pasa por la calle en una gran ciudad reclamará para sí una complejidad cultural importante y única. Podrá hablarnos posiblemente de discriminaciones por parte de un estado que en nombre de la mayoría reclama una igualdad que beneficia a los que piensan como ellos. Resultado: el resquebrajamiento de una teoría política abstracta, que ahora se vuelve esquizofrénica: desde el regreso a los modelos del mijo, el pragmatismo y el contextualismo histórico (Parekh) o el liberalismo multicultural comprometido con la pluralidad (Kymlicka, Miller).
El relativismo que profesa esta posición ha sido el flanco débil de esta teoría, sobre todo porque no es capaz de defenderse frente a las minorías que no quieren integrarse en el conjunto de la sociedad. Después de los optimistas noventa, llegó el 11-S. Los últimos años han sido una contradicción entre otorgar derechos a minorías y alumbrar un ambiente de creciente hostilidad en el grueso de la población occidental. La polémica de los miranetes en Suiza ha sido uno de los últimos ejemplos, pero podrían extraerse más. Pero uno se pregunta si podemos realmente echar la vista atrás y retornar a las posiciones cerradas de antaño. Volver simplemente a las esencias de la vieja Europa significará negarse a afrontar el reto, empequeñecernos sin remedio y acabar desapareciendo de la historia.
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Fotografías de tercero de la E.S.O. para EpC, 2009.