Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.
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sábado, 4 de septiembre de 2010

OTRO LIBRO INNECESARIO SOBRE UN DIOS INNECESARIO?

Figura de un monje leyendo en la catedral de Orense (siglo XIII).
Su posible similitud con Stephen Hawking ha sido mera casualidad.
"Oh, no", pensé, "otro libro sobre la inexistencia de Dios". Lo leí en la prensa hace un par de días; ahora salen como hongos los mismos comentarios de hace unos años: las reacciones alocadas de unos y otros sobre las verdades absolutas de siempre, las vacas sagradas de la ciencia repitiendo viejos argumentos y  apelando casi meramente a su autoridad,  y los responsables religiosos chillando nerviosamente desde sus púlpitos y tribunas sobre la incompentencia de los científicos para hablar de la religión. Cuando ni siquiera ha aparecido el libro, ya están rechazandolo: sin duda el editor de Hawking estará riendo entre dientes con malicia sabiendo el dinero que va a correr por sus manos.  
Y es que esto es deja vú. En el momento que apareció The God Delusion de Richard Dawkins ocurrió la misma sensación: una prestigiosa autoridad científica implora argumentos filosóficos en contra de la religión. Auspiciado por su nombre, esto provoca revuelo durante un tiempo, el tiempo que dura la noticia. La noticia se aleja, es barrida por la actualidad, y ahora es preciso otro libro que devuelva el tema al candelero. Qué aburrimiento, por Dios. Esto es el cuento del eterno retorno en su versión más burda.
"Ten paciencia", me dice mi maestro Tiburcio. "Y es que no se debe menospreciar nunca un libro sin haberlo leído. Juzga únicamente aquello que puedas reflexionar antes". Así que yo, como discípulo aventajado del escepticismo tiburciano, suspenderé el juicio hasta más ver.  

lunes, 28 de diciembre de 2009

LA ETERNIDAD DEL MUNDO Y DIOS

Los diálogos civilizados alimentan bastante el espíritu, incluso cuando son de forma internáutica. Si uno no cambia radicalmente de opinión, al menos perfila mejor lo que ya defendía. Y es que en el fondo, Sócrates y los griegos tenían razón: el aprendizaje de la verdad se hace siempre a través de la conversación. Pues bien, en una de esas conversaciones estaba discutiendo con Víctor Casco nuestras posiciones respectivas en relación con el hecho religioso, y ya se pueden imaginar: uno empieza hablando del ateísmo y acaba desbarrando de la teoría de las cuerdas, la evolución o cincuenta filósofos...
Uno de los argumentos importantes que utiliza la moderna física contemporánea, desde Stephen Hawking hasta la teoría de cuerdas, es confirmar la eternidad de la materia como forma de negar a Dios. Si aceptamos su eternidad, en definitiva, prescindimos de una causa originaria de la materia, y por lo tanto eliminamos el papel del creador. Hay que recordar que esta teoría científica toma postulados opciones filosóficas muy respetables, pero siempre discutibles. Precisamente de esta confusión, provienen muchos problemas: como suele decirse, nuestros científicos son excepcionales en sus campos de estudio, pero bastante chapuceros en relación con la filosofía. En concreto me voy a centrar en dos problemas que tiene la idea de "ser eterno".

Antes de nada, una definición básica. La idea de eternidad se puede entender desde dos puntos de vista: el temporal (algo que existe y ha existido siempre: la visión griega), y como ser pleno (algo que es totalmente, inmutable, puro presente y fuera del tiempo: la visión hegeliana). La primera característica apunta hacia una posible característica de la materia. La segunda apunta a la misma idea de Dios, causa suficiente en sí misma. No hay que olvidar esta distinción.

Pasemos al primer problema. Comprobar la eternidad del mundo es algo muy difícil, tarea imposible que no se resuelve con una teoría científica y que corresponde a lo que Kant llamaba las "ideas de la razón". En la primera antinomia de la KrV, Kant asegura que probar la eternidad del mundo es imposible, pues cualquier teoría que demos no puede dar cuenta de una sucesión explicativa hacia atrás que sea infinita. En definitiva, incluso si las sucesivas teorías de física cuántica vendrían a resolver siempre podría plantearse si tenemos la parte de la realidad relevante para explicarla, puesto que es infinita. Queda con esto dicho que la eternidad del mundo será siempre un postulado, pero no un hecho científico.

Y en segundo lugar, la idea de eternidad de la materia no obliga a prescindir la posibilidad de que ella misma haya sido creada, puesto que la idea de creación va más allá de una mera interpretación de la causa y efecto con una lógica solo temporal. En la causalidad a nivel metafísico juega otro elemento más importante, a saber, lo contingente frente a lo necesario. Cabe así entender la posibilidad de creación por parte de un ser eterno (necesario, pleno, fuera del tiempo, Dios), de una realidad contingente y eterna en sentido únicamente temporal. Esto se podría entender de múltiples formas (desde una perspectiva tomista hasta la neoplatónica o spinoziana), pero para vincularlo con la teología actual, bastaría, según Ruiz de la Peña, asegurar que este universo, que puede ser uno entre muchos, ha sido el elegido para el plan salvífico diseñado por un Dios personal, a través de la historia del hombre y su contacto con Dios.

No hace falta decir que todo esto no justifica la idea de la existencia de Dios. Ni siquiera avala que sea más creíble que su teoría contraria. En cualquier caso, Dios sigue siendo una hipótesis difícil, controvertida y arriesgada. Lo único que venimos a plantear aquí es la imposiblidad de negar a Dios por la mera razón científica de forma tajante y concluyente, una razón que como se ha dicho tantas veces, es excesivamente reduccionista para la complejidad del ser humano.
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Drusa de cuarzo del cerro de la Butrera: agujeros negros entre la ciencia y la religión.

viernes, 27 de noviembre de 2009

AGNÓSTICOS: DAWKINS Y EL GENIO MALIGNO.

Llama la atención en el libro de Dawkins The God Delusion la tabla que propone él de grados de creencia o increencia en Dios. Para este biólogo, combativo al cien por cien en todo lo que toca, existirían ocho tipos de creyentes en Dios: partimos del crédulo total, supersticioso y casi sacado del viejo estadio religioso de Comte, hasta aquella persona atea que es capaz de negar a Dios de la misma manera que afirma anda sobre dos piernas. Curiosamente, Dawkins no es capaz de ponerse en esa posición más radical y viene a decirnos que su posición es algo más moderada, puesto que no podremos probar nunca la inexistencia de Dios. Ahora bien, inferimos de la naturaleza que nos rodea que Dios es innecesario y que además la hipótesis de Dios no viene a solucionar nada.

Aunque no se quiera asumir, Dawkins se topa aquí con la famosa duda cartesiana del genio maligno. Si observamos un mundo dominado por las matemáticas y la física, un universo en el que las leyes de la lógica se cumplen, no habría la posibilidad de un duende verde, un genio maligno que nos indujera a error, por el mero placer de hacernos creer una cosa que es mentira? O si lo queremos en un sentido más bíblico (a lo Kierkegaard), no será esta una prueba de fe que nos manda Dios de la misma forma que hizo con Abraham al querer sacrificar a Isaac? Es cierto que esta duda es difícil, improbable, contra toda evidencia, pero es completamente legítima. todo puede verse reducido a un juego (absurdo para el científico ateo, quizás con más sentido para otros). Descartes despachó esta duda radical al recuperar en su sistema filosófico un Dios bueno que velase por la certeza de las investigaciones de los científicos y filósofos anhelantes de alcanzar la verdad. Lo cierto es que el sentido común opera en contra de todo este argumento y que, efectivamente, esta es una forma sumamente enrevesada de entender la naturaleza: de hecho, desde los tiempos de Godel la misma ciencia ha confesado su incapacidad de autojustificarse a sí misma de forma absoluta.

Por este tipo de dudas, nadie se plantea que la ciencia sea un fraude: la ciencia funciona razonablemente bien para sus expectativas y abandonar el paradigma sería condenarla al inmovilismo total. Pero podríamos dar la vuelta al argumento y volver al campo religioso. Si no existe, ni para el científico más ateo de nuestro tiempo, un argumento de total seguridad, es igualmente improbable considerar el hecho religioso como otro fraude, sobre todo cuando la religión se basa, nuevamente, en preguntas de sentido que hacen resucitar la hipótesis del genio maligno o la apuesta de Pascal a la mínima de cambio.
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There is probably no god. Now stop worrying and enjoy life. La combinación de Dawkins con la crítica de Nietzsche de la religión como sentimiento de culpa y rechazo a la vida. Una forma quizás algo estrecha de comprender las religiones del mundo o de reducirlas al fundamentalismo. En cualquier caso, una propaganda desenfadada, imaginativa, y al menos tolerante en su primera frase.

sábado, 7 de noviembre de 2009

A VUELTAS CON EL PRINCIPIO ANTRÓPICO

La casualidad no gusta a los científicos ni a los filósofos. Cuando Monod propuso que la tierra no estaba preñada de vida, a más de un biólogo se le ocurrió que esa no era una buena solución. El francés además lo disfrazó de absurdo. Si la vida en la tierra ha sido una cuestión de buena suerte, no podemos buscar ninguna coartada explicativa para el hombre. Somos mera materia, somos puro azar. Olvidémonos de un dios creador, de un destino manifiesto, de una superioridad genuina. Nuestro único reto es superar el absurdo: el absurdo que supone sabernos partícipes de una evolución de la materia en la que solo somos un casual eslabón más, y en la que no hay explicación más allá de eso.

Sin embargo, hoy en día pocos científicos y filósofos tienden a dar la razón a Monod, al menos en el ámbito del azar. De Duve es claro: la vida (y la vida inteligente también) estaba condenada a aparecer en el universo dadas las características de la materia. El azar no es parte esencial de la explicación de la vida: tan solo deja abierta una fecha y un lugar que tarde o temprano tiene que ocurrir. A esto es lo que muchos pensadores y científicos acabaron denominando el principio antrópico. Los teólogos contemporáneos se arriman a esta tesis con entusiasmo como forma manifiesta de hermanar de una vez por todas evolución y religión. Dios ha dispuesto desde un principio unas reglas, unas condiciones que permitirán a la materia evolucionar por su cuenta, esta vez, sometidas al azar. Y aquí uno no deja de acordarse de las homeomerías de Anaxágoras, esas "semillas" depositadas por una inteligencia ordenadora que tarde o temprano irían a dar sus frutos en la naturaleza.

Hasta aquí, biólogos y teólogos parecen ir juntos de la mano. Pero no hay que olvidar que el hecho de defender el principio antrópico da una trascendencia al origen, pero no significa que se pueda proyectar en el futuro. C. De Duve es aquí muy claro: aún aceptando este principio, seguimos igual de solos en la naturaleza. Las evidencias de la evolución, la explicación más fácil, es seguir considerando al hombre como un mero paso más en una carrera evolutiva hacia la complejidad. Tal vez incluso pueda tratarse de un error. El principio antrópico se volvería completamente inútil para dar cierta explicación trascendente a nuestra vida. En definitiva, el principio antrópico es útil como una posible bisagra en las complicadas relaciones entre ciencia y religión, pero no es el argumento definitivo.


Surcos en la arena: efectos azarosos del viento o producto del arado del hombre. Algo así es la problemática con la madre naturaleza.

martes, 20 de octubre de 2009

LA DIFÍCIL TAREA DE REBATIR EL FINALISMO.

Los objetos del mundo material deben explicarse desde las leyes de la naturaleza: la posición de buena parte de los científicos de la biología aquí es bastante clara. A cualquier científico le da una alergia terrible la posibilidad de una interpretación sobrenatural para explicar las paradojas y las dificultades internas de la teoría de la evolución. Basta observar las controversias que suscitan los autores, desde Teilhard de Chardin hasta Michael Behe (el divulgador del intelligent design), o la interpretación "libre" del principio antrópico por parte de la teología católica, y que suscitan el rechazo casi unánime de la comunidad de bien pensantes científicos. Ahora bien, este rechazo no es más que un postulado filosófico. Tan discutible como el pretendido finalismo. Analizo un fragmento del clásico libro de Ernst Mayr, Una larga controversia, Darwin y el darwinismo.

"Desde los griegos ha habido una amplia creencia de que todo en la naturaleza tiene un propósito, un fin predeterminado, y de que estos procesos conducirán al mundo a una perfección cada vez mayor. Tal visión del mundo teleológica ha sido defendida por muchos de los grandes filósofos. La ciencia moderna sin embargo, ha sido incapaz de demostrar la existencia de tal teleología cósmica. Tampoco se han encontrado mecanismos o leyes que permitan el funcionamiento de una teleología como esta. La conclusión de la ciencia es que las causas finales de este tipo no existen."

Aunque puedo estar de acuerdo con la tesis básica (una negación de la teleología) y la incomodidad que supone su contrario, reconozco que me desconcierta la arrogancia con la que la ciencia se erige en la refutación de tesis filosóficas. El hecho que la ciencia no descubra (o no haya descubierto) la existencia de unas leyes finales explicativas de la naturaleza no significa que estas no tengan que existir. Es una falacia básica en la que la comunidad científica no deja de incurrir de cuando en cuando.
Por otro lado, la creencia en el finalismo es precisamente eso, una creencia que da sentido a la presencia del hombre en la tierra: una explicación de nuestra historia y una prolongación en el futuro de la misma. Esa prolongación en el futuro significa nuestro destino está abierto, y está sometido al cambio y a la decisión que tomen los hombres. La explicación material de la evolución acaba por convertirse en una interpretación del sentido de nuestras vidas.
La ciencia, por muchas leyes científicas en las que pueda apoyarse para defender la contingencia de nuestra especie o el triste destino que pueda depararnos la vorágine evolutiva, no puede ni afirmar ni negar esta interpretación. A lo sumo ofrece un cálculo de posibilidades que en absoluto tiene por qué convencer a un creyente. Quizás sean los científicos, y no solo los teólogos, aquellos que intentan ver un orden racional (y mecanicista, en este caso) a un mundo que tal vez no lo tenga, o que sea completamente distinto al que piensan. Who knows...

Al final los caminos de la evolución, como los del señor, van a ser indescifrables e indestructibles.

lunes, 12 de octubre de 2009

AGNÓSTICOS DE LA CIENCIA (II): GOULD Y SU "NOMA"


Stephen J. Gould fue considerado con justicia como uno de los máximos defensores del agnosticismo entre los científicos. Persona creativa, denominó a su agnosticismo como NOMA (non overlapping magisteria), una idea tan antigua como que religión y ciencia tienen sus terrenos bien delimitados y que no tienen por qué chocar. Como también resulta clásico, este doble magisterio implica que la ciencia intenta explicar el carácter fáctico del mundo natural, mientras que la religión responde a las preguntas de sentido de carácter ético y espiritual.
Gould defiende en varios de sus libros que la lucha entre ciencia y religión ha sido una invención. Los conflictos han sido ficticios, producidos por ruidosas minorías, más que por las corrientes mayoritarias de las dos disciplinas. Incluso se han dado malinterpretaciones, como el combate ficticio entre Colón y la iglesia o Galileo con la inquisición. En realidad, según este autor, el conflicto de las dos disciplinas ha tenido un desarrollo histórico, el siglo XIX y las luchas de la evolución, que hoy en día él creía superadas. Por otro lado, los científicos -según Gould- nunca se han preocupado por cuestiones filosóficas. Pocos científicos relevantes conocen la obra de Popper o de Kuhn, y mucho menos la obra de teólogos que han intentado adecuar los campos de las dos disciplinas.

La posición de Gould sin embargo es optimista: el hecho que los científicos no hayan leído a filósofos o teólogos, no quiere decir que ellos no hayan intentado hacer filosofía subrepticiamente, o mantener una posición filosófica de forma indirecta. Al querer ir contra toda filosofía, proponen una posición supuestamente científica, que no son más que postulados filosóficos que han permitido el avance de su disciplina: un inmanentismo que implica una posición materialista, y en el peor de los casos una reducción de la ética o la religión a una explicación biológica. Quizás el peso de la historia de la ciencia es aquí determinante: su disciplina se ha visto como una "cruzada" contra las creencias heredadas por la tradición y que en muchas ocasiones efectivamente, se han probado después falsas.
Dawkins, el eterno rival de Gould, propone en su controvertido libro The God Delusion por qué solo los teólogos tienen el derecho de esclarecer las preguntas de sentido. Quizás Dawkins tenga razón aquí, pero tiene que saber que a partir de ese momento, está él mismo haciendo filosofía, y no biología. Y como cualquier filosofía, esta es discutible siempre.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

GRANDES AGNÓSTICOS DE LA HISTORIA: DARWIN


Una confrontación viciosa que encontramos a menudo en el diálogo entre religión y cultura lo suelen constituir las personalidades ganadas para la causa santa de la religión o del ateísmo (tanto da). Quién no se ha encontrado alguna vez en los periódicos intentos de desmitificar una figura religiosa, haciendo hincapié en sus contradicciones con el credo que decía promulgar. O, por el contrario, quién no ha oído alguna vez que el bando de los cristianos suma una oveja descarriada que en el último momento parece darse cuenta del error consumado a lo largo de su vida. La controversia aquí puede ser infinita y alcanzar un estado de necedad tal que nos hace retornar a un estado del saber en el que el argumento de autoridad (quién defiende una cosa y quién no) se convierte en la evidencia máxima de la verdad sobre algo.

Un autor al que no se le ha dejado en paz desde prácticamente su muerte ha sido Charles Darwin. Desde nuestro discreto punto de vista, esta persona nos parece un auténtico genio científico: perfilar una teoría tan elaborada para explicar las más básicas leyes de la naturaleza, basándose en evidencias sueltas de la geología y la biología comparada, no es una labor fácil se mire por donde se mire. Pero de la misma forma que este hombre de barbas blancas se convirtió en un gigante científico, supo actuar con humildad exquisita en el campo de la filosofía y la teología. Un gran científico no tiene por qué ser un filósofo brillante; más bien corre el riesgo de hacer el ridículo en ese campo, al creer que ambas disciplinas se pueden equiparar sin problemas conceptuales.

Que Darwin dudara y pusiera en puntos suspensivos sus creencias religiosas no se puede poner en cuestión en la actualidad. Su autobiografía lo deja bien claro, y en determinados apartados de otras obras también apunta a dicha cuestión. Ahora bien, el hecho que viera dificultades crecientes para cuadrar su teoría de la evolución con un panorama teísta, no hacía que redujera la cuestión religiosa a una respuesta puramente científica. Nos podríamos preguntar si esto era eludir el problema (e intentar no romper las tensiones religiosas de una sociedad victoriana), o si Darwin era plenamente sincero en esa declaración de incompetencia científica para resolver la cuestión de Dios. Posiblemente, no lo sabremos nunca: el secreto se ha ido con él a la tumba y solo nos quedan sus escritos biográficos.

Frente a esto, Richard Dawkins lo tiene muy claro: de haber nacido en nuestros días, Darwin habría abrazado el ateísmo. Al menos este último profesa bastante más prudencia que el primero en sus juicios filosóficos y religiosos. Tiendo a creer que Darwin tenía razones personales para no depositar esperanzas en un dios revelado. Su racionalidad por un lado, y sus experiencias vitales por otro, no le permitirían acercarse a esa solución. Cuando Darwin filosofa utiliza un lenguaje simple y muy básico, pero que deja traslucir muy bien sus experiencias personales y su sentido común. Le repugna el castigo divino por una simple falta o un error en la creencia religiosa, no entiende la existencia del mal en el mundo, y por supuesto, no ve la necesidad de una mano ordenadora de la naturaleza. Comprende la visión consoladora de la religión para una viuda, o la imponente belleza de las selvas sudamericanas, pero eso no le conduce a la creencia. Al menos, tuvo la claridad suficiente para no hacer de una experiencia personal y una teoría científica, un juicio categórico sobre la religión.