Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 31 de agosto de 2010

REVOLUCIONARIOS DEL LENGUAJE

"Miembras", un blog del lenguaje antisexista
Hace unos días, nuestro amigo Despotrikator publicaba desde la pútrida (es su fabulosa tribuna internáutica) la muerte de los adjetivos. Léase bien, todos los adjetivos discriminatorios, que señalasen diferencias rebajadoras en nuestra sociedad. El único problema es que después de realizada la purga, muy posiblemente le quedara el ingrato adjetivo de "autoritario", más que le pese al amigo Despo. Yo me tomé muy a pecho su  entrada y acabé pensando en todos aquellos adalides de la política que prefirieron empezar la revolución por el lenguaje y no por los hechos. Ejemplos cercanos no nos faltan: los intentos de un ministerio de Igualdad para crear una lengua neutral y no sexista han acabado siendo completamente irrisorios y sujetos a la mofa, independientemente de las sanas intenciones que pudiera haber por detrás de esas medidas. En realidad, la historia viene de muy lejos. El emperador Claudio fue el primero en modificar por decreto el lenguaje, añadiendo unas letras que según él, mejorarían el alfabeto latino: la iniciativa acabó con su muerte.  Las academias que proliferan desde el siglo XVII desearon encorsetar el lenguaje, y poco tiempo después se les introdujo un contenido político. Ya los revolucionarios franceses eliminaron el "monsieur" por ser vestigio de diferencia estamental y de Antiguo Régimen y obligaban el "vous": se pagaban severas multas por su incumplimiento. Conocida es también  la inversión lingüistica de la Revolución bolchevique, y George Orwell nos habla con ilusión cómo en Cataluña en 1936 y nada más estallar la guerra civil se habían abolido palabras como "usted" y se trataba de tú a la gente, sin distinción social alguna. Los cambios lingüisticos impuestos por las dictaduras, duran exclusivamente lo que aguanta el poder: después desaparecen en el tiempo. La pervivencia de la retórica franquista una vez muerto el dictador se hace anacrónica y nos parece que tiene un toque cómico e irreal para nuestros días. Tan solo los cambios lingüisticos promovidos por nacionalismos emergentes parecen haber tenido algún éxito en la ruptura semántica que proponen estos revolucionarios del lenguaje. 

Existe un ejemplo excepcional de esta obsesión manipulativa en la literatura, otra vez de la mano del autor antes citado. George Orwell en 1984 se detiene minuciosamente en la creación de un nuevo lenguaje, el Newspeak,  que viene a ser el lenguaje  impuesto por el INSOG, el partido comunista de Oceanía, para la clase dirigente. El newspeak pretende acortar el lenguaje y con ello los límites de la inteligencia, la creatividad y la conciencia crítica. El Doublethinking es el objetivo supremo: una cosa puede tener un significado y su contrario, dependiendo de los intereses del partido. Los límites del lenguaje son los límites del mundo, parecen asumir de la forma más siniestra posible los dirigentes del INSOG: quien controle ese lenguaje controlará los contenidos de la mente humana. El protagonista del libro, George Winston, basa su trabajo en depurar noticias de un lenguaje a otro. Pero él mismo no se expresa en ese nuevo lenguaje en la vida privada: el newspeak tardará mucho tiempo en imponerse a pesar de los esfuerzos del partido único. Resulta interesante recalcar que el lenguaje es el único ámbito de la realidad donde Orwell concede todavía espacio para la autonomía individual, y donde el estado omnipotente fracasa. Y es que el lenguaje es algo tan vivo y difícilmente manejable que está libre del poder estatal. Orwell, en su oficio de escritor, sabía perfectamente que el individuo es en el fondo, dueño de sus propias palabras y del sentido que quiera dar a las mismas.

El hecho que el lenguaje no sea directamente manipulable por el poder político no quiere decir que no esté en continua transformación y al mismo tiempo, sea lo más arcaico. Si hacemos caso a filósofos como Wittgenstein, los códigos morales y sociales forman parte de los "barrios viejos y callejones antiguos" de nuestro lenguaje. Aunque la llegada de nuevos códigos morales se superponen sobre los antiguos, modificar estos últimos suponen un gran esfuerzo. Echen un repaso a algunas palabras que han perdido todo su referente original y que sin embargo, se mantienen semánticamente activas en nuestros días. Entramos en un restaurante y nos llaman "caballero", como si tuviéramos que dejar nuestra montura y armadura en la entrada. Un inglés levanta sus dos dedos en V con la palma hacia dentro para insultarnos, como si estuvíéramos todavía en los tiempos de Robin Hood y la invasión normanda y mostrar los dedos significase que supiéramos manejar el arco.
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El lenguaje políticamente correcto o incorrecto se impone sin prohibiciones de academias o decisiciones de ministerios de por medio, a pesar de los esfuerzos de las autoridades, juegan con modas e ideologías y por supuesto se moldea después en el hablante de carne y hueso. Quizás podemos hablar en juegos del lenguaje especializados de continuos eufemismos, sobre todo en el campo de la economía: hablamos de liberalización o de privatización del sector público, de flexibilización o precarización del mercado laboral,de racionalización o recorte del gasto social. Pero de ahí a controlar el lenguaje más coloquial hay un paso de gigante, que afortunadamente, ni la más innoble de las dictaduras ha sido capaz de modificar.

viernes, 27 de agosto de 2010

UNAS PALABRAS DE ROBESPIERRE...

Un hombre no muy alto sube a la tribuna. Lo hace lentamente, conociendo perfectamente su rol de político en el que el silencio puede llegar a ser más elocuente que el mejor discurso, en el que los gestos pueden dar la interpretación adecuada o contraria del relato que se vaya a proferir. Una vez en la tribuna, mira hacia todos los rincones de la convención. Ese es el otro silencio, que también hay que saber escuchar por parte del líder: el silencio de los dóciles, a partes iguales temerosos y fieles.

El silencio es tan largo, que nos permite pensar unos segundos en nuestro hombre. Este no es ni siquiera presidente o primer ministro de un país. Es miembro del Comité de Salvación Pública, una administración en tiempos de crisis y guerras, pero se sabe el alma del país, la encarnación del pueblo. Incluso él mismo se atrevería a definirse ya, si un alemán de la época lo hubiera pensado ya, que es la encarnación del espíritu de la humanidad.Al menos exhibe con orgullo su mote político: el incorruptible. Incorruptible, que significa muchas cosas: más allá del lujo, el soborno y la corrupción, como sí aceptó de buen grado su amigo Danton. Pero también más allá de la compasión y de lo humano, como demostró también, firmando la sentencia de muerte de su amigo Camille Desmoulins. 
Ante todo esto, los cargos más prestigiosos y mejor remunerados de cualquier monarquía de la época son minucias. Nadie se acuerda de Pitt o Floridablanca, y estuvieron al frente de grandes países mucho más tiempo que Robespierre. Este último figura todavía en los manuales de muchos escolares de occidente, aunque sea un protagonista secundario en la historia mundial. El hecho de que una persona haya ocupado un cargo relevante durante apenas un par de años y tenga trascendencia universal lo hace más atractivo dos siglos después.  

Pero ahora, por fin, nuestro hombre va a hablar. Robespierre toma la palabra ante la Convención revolucionaria en un día de marzo de 1794. El movimiento de la Vendeé ha sido diezmado. Hay buenas noticias de las guerras contra la coalición europea antirrevolucionaria. Hébert ha sido guillotinado con sus seguidores más radicales. Pero la revolución no está segura. Todavía no. Hay que alzarse contra la indulgencia: contra aquellos que han pregonado la guillotina y ahora la consideran sin sentido. El discurso, bien largo y cargado de alusiones a los maestros griegos y a la libertad de la república romana, tiene unas líneas que se harán merecidamente famosas:
  • ."Si en tiempos de paz, el lema del gobierno popular es la virtud, en la revolución será simultáneamente, la virtud y el terror. La virtud, sin la cual el terror es fatal; el terror, sin la cual la virtud es impotente. El terror no es más que la justicia inmediata, severa e inflexible y es por eso, la emanación de la virtud." 
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Muy posiblemente, nuestro orador se quedaría en silencio en ese magistral momento. Había que digerir las palabras. La audiencia sabe perfectamente lo que quiere decir, pero hay que sacar conclusiones. Continúa el terror, continúan los peligros contra la Patria y la sangre debe seguir vertiéndose unos meses más en un acto de purificación revolucionaria. Para nosotros, cómodamente instalados detrás de una pantalla de ordenador o de un libro sobre la Revolución, los peligros contrarrevolucionarios se han desvanecido, y aunque la imagen de la guillotina y las acusaciones sin pruebas no desaparecen tan fácilmente, no son más que ecos lejanos, humo de la historia.

Y sin embargo, este pequeño párrafo merecería entrar en todos los libros de la filosofía política y la historia de las ideas y mentalidades. Con la unión de la violencia y el bien entre los ideales de una revolución, Robespierre está inaugurando en la historia el concepto de guerra civil moderna y el concepto de dictadura. Hasta ese momento, las guerras civiles habían sido una cuestión de poder entre grandes señores: el común del pueblo apenas intervenían y las tropas eran mercenarias. Ahora las guerras civiles pedirán una movilización total del pueblo: o se está de una parte o de otra, con la Virtud o contra ella, pero no se puede permanecer neutral. Y tampoco no se trata de un mero reparto de poder entre los grandes señores; ahora son los principios los que mandan (o mejor, disfrazan, maquillan) sobre los intereses materiales. Si Napoleón, Stalin o Hitler quieren mantenerse en el poder, tendrán que exhibir una causa santa.   
También hasta ese momento y en el mejor de los casos, la dictadura se equiparaba a un gobierno, excepcional o no, que buscaba mantener el orden siempre en peligro dentro de una sociedad (Hobbes dixit). Ahora las dictaduras también empiezan a ser entendidas como el gobierno de la virtud, del bien absoluto superior a todas las teorías rivales y que tenemos el derecho y obligación de imponerla a los demás. Los demás no son ya la humanidad, referente de las religiones de libro y objetivo de cruzadas universales: la virtud tiene como reducido ámbito la ciudadanía de un país, pero su autoridad va a ser mucho más fuerte que la de todos los procesos inquisitoriales de la historia juntos.  La tergiversación más brutal y no deseada de la voluntad general expuesta por Rousseau treinta años antes de Robespierre. En fin, cuando piensen en nuestras guerras civiles, en Sudamérica, Turquía, Argelia, o en los mismísimos talibanes, piensen en estas palabrejas de este francés del siglo XVIII, padre de toda la discordia.    

domingo, 22 de agosto de 2010

LA FILOSOFÍA SEGÚN TIBURCIO


Estaba de vuelta como cada verano en mi aldea del norte y tuve la suerte de encontrarme en mis paseos por la aldea con el señor Tiburcio, al que dedico esta página con toda mi admiración y respeto. Suele el señor Tiburcio hablar de multitud de temas, todos ellos inútiles y enrevesados, que pasan por los cambios en la emigración de las aves invernales o los errores que condujeron a Robespierre a la guillotina. De tanto pensar se quedó bastante calvo de joven -eso dicen en la aldea- y desde entonces viste una boina que ha hecho tan suya que podría considerarse una prolongación de su propio cuerpo.
El señor Tiburcio presenta unos ojos perdidos, tan perdidos que no duda en caerse por todos los baches que surcan la aldea, a pesar de estar cementada desde hace décadas, sin tener la suerte de ese griego que después predecía eclipses y ganaba una barbaridad. Nuestro hombre es pobre de solemnidad y sufre el desprecio de los aldeanos que nunca vieron con buenos ojos, en los años del hambre, que alguien cogiera un libro en lugar de una azada.  
El caso es que cuando lo encontré, le pregunté qué era para él la filosofía. Me condujo a la escalera de una vieja casa abandonada y me dijo:
- Suba, rapaz.
Y así lo hice. La piedra estaba oculta por el musgo y se convertía en una auténtica moqueta viva. Las maderas de la puerta apenas se sostenía. Parecía que de solo tocarlas y caerían en el vacío. Sin duda, nadie había transitado esos escalones desde hacía muchos años.
- La puerta está cerrada, pero no  hay nada detrás. Está vacía. Y ahora...
Él sonrió y dijo:
- Tractatus 6.54. Hace años Wittgenstein me hizo la misma pregunta y le hice subir por estas mismas escaleras. Él entendió perfectamente lo que le quería decir. Pero ya ve usted, ni una dedicatoria, ni un recuerdo, ni una mínima mención de Tiburcio en sus obras.
- El mundo ha sido injusto con usted, contesté compasivamente.
Pero él ya no contestó. Se había dado la vuelta en silencio y solo pronunció de forma lastimosa:
- Hágalo saber al mundo.
- Así haré.

jueves, 5 de agosto de 2010

LACTANCIA Y BIBERONES

Iba a cerrar el chiringuito de Tiburcio unas semanas como consecuencia de las vacaciones estivales, pero me han podido las ganas de escribir antes de marchar de viaje. Y es que ayer había una concentración a favor de la lactancia en Cánovas, algo de lo que está muy concienciada Inma y que me resultaría completamente ajeno de no estar el pequeño Juan por medio (está claro que uno es consciente de realidades y problemas solo cuando los experimenta). La concentración consistía en hacer una "tetada" en mitad del parque: madres dando de mamar a sus hijos en grupo para defender el derecho a la lactancia y llamar a la sociedad por los beneficios de la misma.
Las opiniones se extendieron para todos los gustos.No faltaban los últimos retoños del nacionalcatolicismo que pedían recato ante la desvergonzada exhibición de pechos en público. Tampoco aquellos que echaban la culpa de todo a Zapatero y al progresismo (la política se inmiscuye en todo en nuestro país). Ni tampoco aquella gente de mentalidad práctica (y tal vez corta) que veía la concentración como un mero acto de freakies deseosas de llamar la atención.  Opiniones aparte, hay que dejar una cosa clara: el colectivo no trataba de imponer nada a nadie. No es un grupo integrista que acose con el infierno para aquellos que usan el biberón. Meramente apunta un problema más en nuestra sociedad compleja, y reivindica su derecho a la existencia: en este caso, que la lactancia se pueda hacer en lugares públicos sin sentimientos de culpa, y que se entienda como un acto natural en nuestro desarrollo biológico como humanos, y no como una provocación sexual, que es como algunos adolescentes de cincuenta años parecen pensar. 
Esto es lo que Charles Taylor denominaba hace ya quince años como las políticas de reconocimiento o también Iris Young en parecidos términos como politicas de la diferencia. Hacer ver a la sociedad que están ahí, que aunque piensen de forma distinta frente a la mayoría, tienen derecho a alzar su voz y a ocupar un lugar entre la gente normal, práctica y seguidora inconsciente de multitud de convenciones. Lo cierto es que en las sociedades plurales, estos colectivos son cada vez más numerosos: pasan desde asociaciones de vecinos, colectivos de inmigrantes, gays y lesbianas, hasta asociaciones en defensa del reconocimiento de enfermedades y minusvalías crónicas. Desean por encima de todo, hacer ver a la sociedad que no todos sus integrantes son tan iguales ni tan libres como proclamaban los hijos de la Revolución Francesa. Naturalmente, convivir entre gente tan distinta no es fácil. Pero no creo que nadie piense ya que nuestra sociedad es tan sencilla y armoniosa como aquella sociedad de blancos, esforzados emigrantes, católicos, muy machos y con dos canales de televisión. Qué tiempos aquellos en los que la única diferencia era ser derechas o de izquierdas...