Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 22 de diciembre de 2015

POPULISMOS: LA DEFENSA DE CHANTAL DELSOL

     Ha caído en nuestras manos este libro interesante que ya de por sí tiene un par de buenas virtudes: no es demasiado extenso (lo que siempre se agradece para gente con demasiadas cosas que leer y poco tiempo para ello) y la autora desarrolla una interdisciplinariedad envidiable: toca de forma igualmente virtuosa filosofía, historia y análisis político. La temática no puede ser más actual para Francia: el auge de partidos como el Frente Nacional necesita de una explicación seria, más allá del actual desdén manifestado por toda la clase política francesa y en general Europea ante este tipo de ideología. Y aquí surge la primera duda para el lector hispano: qué razón hay para incluir Podemos o Syriza en los partidos de ultraderecha europeos como Aurora Dorada, Forza Itália, el Vlaams blok belga, los hermanos Kaczynsky de Polonia o el FN. Acostumbrados a plantearnos un origen sudamericano de los partidos populistas, de carácter estatalista, caudillista y generalmente de izquierdas (incluyente socialmente hablando y no xenófobo, aunque sí anticapitalista y antiimperialista), Chantal Delsol nos despista un poco. Y sin embargo, es también el otro reverso de la moneda: el populismo francés tiene una plasmación derechista basada en un modelo social excluyente, ultranacionalista, antieuropeo y naturalmente xenófobo.



     Quizás esto se entienda mejor al poner las raíces históricas del populismo nada menos que en la tiranías de las polis clásicas. Y aquí se explica cómo estos gobiernos carismáticos, autoritarios, fueron sin embargo la puerta para que determinados grupos sociales habitualmente excluídos en las decisiones de las aristocracias locales gobernantes de las polis, iniciasen su entrada en la política, legitimando en un par de generaciones el nacimiento y consolidación de las democracias en las polis clásicas. Por tanto, aparece un primer elemento positivo en este análisis del populismo griego: las tiranías de la época no son abiertamente antidemocráticas, sino proponen una radicalización de las condiciones para una democracia. Hay una abierta oposición a que una minoría, supuestamente elitista, aristocrática, controle una ciudad que ya ha dejado de ser una aldea y que cuenta con nuevas estructuras políticas y sociales. El experimento democrático y la experiencia populista no gusta a todo el mundo: la reacción aristocrática de Platón, marcando un hito en la historia del pensamiento político, acaba vinculando una relación directa entre populismo y la degeneración de las polis democráticas. Tienen que ser los gobernantes, sabios, tocados por el conocimiento del logos universal, instruidos y superadores de las pasiones que lastran a los miembros del populacho, aquellos que tomen las riendas del gobierno de la polis.  
      Esta primera eclosión populista se extenderá indefinidamente con las consecuencias del proyecto moderno ilustrado. En un primer momento, el movimento elitista de la Ilustración sueña con un pueblo llano, sencillo, intuitivo e inteligente que recibe cálidamente sus ideas de fraternidad e igualdad universal. Sin embargo, poco a poco las contradicciones del proyecto moderno irán generando una figura, el idiotes, según la autora, que se identifica con el individuo "entendido bajo su propia particularidad, constreñido dentro de su propia inteligencia", atado a su terruño ideológico e incapaz de reconocer la misión emancipativa y universal del ideal liberal moderno. Frente a este ideario demasiado frío, lejano, global y peligroso, estos idiotes necesitan un referente político más vivo y carismático que los mensajeros de la razón weberiana, que encuentran precisamente en el ideario populista, sea este inclusivo o excluyente.
     En la medida en que el idiotes se encarna y se materializa en un partido y en un líder, la élite política rechaza sus tesis en nombre del sentido común, que no deja de ser un último suspiro de ese proyecto moderno, bajo nuevas formas (las libertades individuales, la estabilidad social y el progreso económico, que vienen a ser los conceptos emancipativos tradicionales ilustrados).  El principal argumento de esta masa de idiotes es precisamente aclarar a la élite tradicional política que esos valores han dejado de encarnarse dentro de sus fronteras o que han quedado fuera de su alcance. Por eso el populismo es tan efectivo entre los desplazados dentro del sistema global, no solamente en el siglo XXI, sino desde los comienzos de la modernización, en EEUU (el partido de los grangers) o Rusia. El fenómeno es más viejo de lo que parece, pero cada oleada modernizadora lo hace más evidente y palpable.  
     Este diseño conceptual es suficientemente claro en el libro. Sin embargo, se enfrenta con sus limites. Por ejemplo, la autora tiene que aclarar que Hitler y el fascismo no es populista bajo su esquema con desigual éxito. Hitler es un bárbaro, un error de la civilización, pero como decimos, nadie puede asegurarnos que un líder populista no se desliza por la senda de la barbarie. Se han explicado demasiadas cosas bajo el esquema dialéctico modernidad-tradición, global y local, de origen marcadamente marxista o hegeliano, aunque estos autores no sean citados con demasiada frecuencia.
    Por otra parte, echamos de menos referencias más abundantes al populismo latino-americano, infravalorado en el conjunto de la obra, hasta tal punto que a veces un lector español y la autora del libro tienen la sensación de estar hablando de dos populismos distintos. Frente al europeo, el populismo latino-americano tiene un control de las instituciones y del aparato estatal no soñado por los europeos, capaz en ocasiones de modificar el estado de derecho a su antojo. La lucha entre la élite liberal y modernizante y los líderes populistas y carismáticos apenas existe porque en muchas ocasiones la élite y la cultura política del país es abiertamente populista (la explicación dialéctica de Desol no funciona tan bien como en Europa). Su capacidad para crear complejos clivajes políticos y amplias clientelas dentro de la sociedad tampoco tiene comparación con Europa; por último, el populismo latino tiene efectividad promovendo una inclusión social por clientelaje de determinadas minorias hasta entonces irrelevantes para las oligarquías dominadoras de estos países. Esto hace que, siendo un libro de lectura muy interesante para un amplio público, el lector español lo pueda llegar a percibir  como incompleto.



Una pregunta complicada de resolver: podría el populismo servir para poder incluir dentro
de una misma moneda líderes políticos tan distintos como Marine LePen y Pablo Iglesias. La respuesta es compleja.

viernes, 18 de diciembre de 2015

EL DOCENTE: UNA PROFESIÓN ABOCADA AL FRACASO.


     Existe un pésimo lema maquiavélico en la educación de nuestro país para evitar problemas en nuestra profesión: "Líbrate de un mal alumno, pero ten siempre contento a un mal padre". Esta semana al G.P. le ha tocado vivir esta cruda realidad del sistema educativo español: la bestia negra del profesorado no es el alumno irrespetuoso y desmotivado, sino los padres arrogantes y resabidos. Como evidentemente uno no puede dar demasiada información sobre el caso -no vaya a ser que...-, tan solo diremos que en un conflicto escolar, el GP ha tenido que tragarse con patatas la doble amenaza verbal de denuncia por parte de dos familias en una situación escolar donde ha habido una lesión.
      Después de aguantar sapos y culebras de ambas familias -a la cara o por la espalda-, sobre la incompentencia del tutor, su incapacidad para resolver conflictos, su falta de imparcialidad y un sinfín de cosas que no vienen a cuento ni recordar, uno acaba pensando que mejor se mete a ganadero y deja la educación: es más fácil tratar a una vaca o un toro que a un padre herido en su orgullo y en su legítimo deseo de salvar la dignidad de sus hijos.
     Nadie quiere ser profesor de secundaria, pero mucho menos querrá ser tutor. Ni siquiera en centros que no son demasiado problemáticos. Son responsabilidades para las que no tenemos autoridad competente real, y para los que no existe un respaldo jurídico ni social básico. Incluso si una ley como la LOMCE refuerza sobre el papel la autoridad del profesor, la escasa estima hacia el profesorado dentro de la sociedad lo convertirá en papel mojado.

 
    Por si fuera poco, todo el debate abierto a raíz del Libro blanco de educación propuesto a José Antonio Marina, sobre la falta de formación del profesorado no hace otra cosa que sepultar aún más la profesión en los lodos de la inutilidad y estupidez. Las medidas relacionadas con la formación del profesorado afianzan a corto plazo de cara a la sociedad la idea de que somos unos simpáticos inútiles incompetentes y algo gandules: profesionales de segunda clase, que llegan de rebote a la educación por falta de una cosa mejor. La necesidad del debate de Marina sobre la formación del profesorado es tan urgente como fácilmente malinterpretada.
    Nos podemos preguntar por el origen de esta incompentencia innata al profesor, y nos sorprendería acudir a los filósofos griegos para dar con la explicación adecuada. Desde los sofistas,  se impuso ya el vocablo de la techné, el conocimiento técnico y específico sobre una profesión determinada. Navegar, hacer zapatos, construir un edificio implicaba innegablemente un conocimiento técnico que no todo el mundo tenía. Lo que el público ignorante pudiese decir sobre estos asuntos, quedaba en el campo de la doxa, la opinión pública o personal, variable. Pensemos que si esta distinción ya existía hace 2500 años, la evolución tecnológica de nuestro tiempo no hace más que remarcarla. Pero el problema llegaba cuando los sofistas defendían que tanto la educación como la política requerían también de una techné particular, y vendían esa formación a un alto precio. No todas las opiniones son igual de válidas, incluso cuando tengamos la capacidad innata para opinar y estemos opinando de hecho cuando votamos en una democracia. 

      En España, tenemos la idea extendida que sobre educación, al igual que sobre la política o nuestras creencias religiosas, todos tenemos una voz igualmente respetable, y que todas las opiniones las damos por válidas y bien formadas.
     En definitiva, si tenemos a un profesor de primaria o secundaria frente a un padre abogado, médico o ingeniero, discutiendo sobre un tema de derecho, medicina o ingeniería, el profesor se rendirá ante la techné del licenciado experto de turno y no se le ocurrirá cuestionar a dicho experto. Imagínense la absurda situación de un profesor de primaria en la consulta de un médico cuestionando desde el principio el diagnóstico del doctor. Pero sin embargo, si hablamos de educación, la mayoría de las veces un médico, un ingeniero o un abogado hablan en posición de igualdad con el profesor. Todos ellos han sido alumnos durante un largo período de tiempo, lo que les hace creerse en conocedores de la profesión. Da igual la formación pedagógica o didáctica del profesor, no importan sus años de experiencia. Un experto en nuestro país en cualquier materia universitaria se cree en el derecho de corregir a un profesor o maestro en el campo educativo. 

    Ahí reside una parte del problema. Pero ahora pasamos a su radicalización emocional. Un técnico se cree en condiciones de relativa igualdad para hablar de educación con un docente. Pero cuando ese técnico se convierte en madre o padre, directamente se siente parte involucrada del sistema educativo con derecho a voz y voto. Y aquí a la deformación profesional se le añade una deformación sentimental, que acaba, como dijo una vez el juez de menores Emilio Calatayud provocando que "los padres hayamos perdido el norte en este país con la educación de nuestros hijos". 
     La mayoría de la sociedad considera que la docencia es una experiencia que primordialmente pasa por los padres y de forma indirecta por los profesores. En consecuencia toda persona en este país -ya no como técnico, sino en la medida que es madre o padre- se cree en condiciones de dar lecciones magistrales a un profesor y poner su autoridad y buen hacer en cuestión. Pero al mismo tiempo, los padres sufren el hecho de vivir en una sociedad que les concede un escaso tiempo para compartir con sus hijos, y en el peor de los casos, viven completamente ajenos a su realidad. La contradicción dramática de esta situación es que el padre se convierte en duro juez del profesor, desde una completa ignorancia profesional y desde una parcial indulgencia hacia sus hijos.

     La gran paradoja del profesorado en este país es que, mientras desde la administración se nos acusa de falta de preparación, nadie parece decir a la sociedad española que eviten esa prepotencia educativa de la que tantas veces hace gala. Todos critican al profesorado poco preparado, mientras algunos padres, posiblemente con título universitario y trabajo bien remunerado, pero completamente ignorantes de la realidad educativa de sus hijos, se erigen en salvadores del sistema educativo español. Así nos va. Y así seguiremos...