Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.
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sábado, 8 de octubre de 2011

BREVE TRACTATUS SOBRE LA TOLERANCIA.

1. La tolerancia es una solución pacífica por parte de dos comunidades enfrentadas en la valoración de un hecho cultural conflictivo.
2. La tolerancia toma forma concreta siempre dentro de un contexto histórico determinado, y su contenido es móvil y mutable.
3. La tolerancia occidental es una concreción más, y no la tolerancia “universal”.
4. El problema de la tolerancia está abandonando la esfera puramente cultural e identitaria y se está disolviendo en la esfera económica.
5. La tolerancia se tiene que afrontar evitando contagios esencialistas y relativistas.



1. La tolerancia es una solución pacífica por parte de dos comunidades enfrentadas en la valoración de un hecho cultural conflictivo.
1.1. La idea de “solución pacífica” puede ser a) respeto frente al otro, b) comprensión de la postura del otro (me podría poner en su lugar con algún condicionante determinado) y c) absoluta indiferencia (donde el término de tolerancia está tan sumamente asumido en la sociedad que disuelve su propio significado. No asumimos un valor respecto a otro por pura casualidad).
El respeto hacia otra postura puede hacerse desde la más absoluta incomprensión, y muchas veces, tolerando de mala gana, y por una fuerza mayor que nos obliga a hacerlo. Sin esa fuerza mayor correríamos el riesgo de caer en nuevas intolerancias. Esta idea de “respeto”, se puede encontrar en situaciones límite –enfrentamientos étnico-religiosos en los Balcanes-, que sólo por la presencia de una tercera fuerza amenazante se toleraban, o el tema del aborto ante un hombre religioso, que va más allá, no sólo de su aprobación, sino de su total entendimiento del asunto y que roza lo escandaloso.


1.2. La comprensión implica que, aunque quizás por fuerzas morales u otras razones, no compartimos una opción cultural determinada, otras circunstancias en nuestra vida podrían darnos argumentos razonables para cambiar de opinión. Por la “comprensión”, podemos tomar gran multitud de temas tratados dentro de la óptica occidental, cada problema en un grado diferente: la aceptación del divorcio es mucho mayor que el aborto anteriormente citado. Pero por lo general, en ese tipo de problemas (incluido el aborto), lo más natural es la capacidad empática de “ponerse en el lugar del otro”, y no asegurar rotundamente que llevaría a cabo su postura inicial (la oposición al aborto, por ejemplo), a cualquier precio.

1.3. La indiferencia o incluso simpatía ante una solución distinta de nuestra creencia, implica que esa diferencia cultural está tan superada que el mismo significado de tolerancia, relacionada con un conflicto cultural, se disuelve. Por la simpatía, podemos tomar el caso de un agnóstico que tiene curiosidad por ritos hindúes, o la religión musulmana, y que los puede encontrar incluso exóticos o graciosos, y que sólo por nacer en Europa y no en Asia, es de una religión o de otra.

Resumiendo:
Respeto                          Oposición esencialista              Tolerancia forzada, en consolidación
Mi verdad es la verdad
Comprensión                  Relativismo casuístico               Tolerancia
Mi verdad no siempre es válida si...
Indiferencia                     Permisividad total                     Desaparición del problema.
Mi verdad y tu verdad son igualmente válidas.

A estos términos se pueden añadir otros muchos que nos ofrecerían una gradación mucho más exacta del nivel de tolerancia, pero consideramos que estos son, en rasgos generales, las tres posturas principales.

2. La tolerancia toma forma concreta siempre dentro de un contexto histórico determinado.
2.1. Nuestra primera definición de tolerancia está hecha a un nivel formal, al igual que las actitudes que hemos expuesto anteriormente. Es decir, sin un código ético inherente a ella de partida. En ese sentido se puede decir que la tolerancia es un término a priori vacío, y que puede ser dado a admitir cualquier tipo de axiología. En ese sentido hablamos que no existe un modelo único de tolerancia, sino que siempre hay tolerancias. De esta forma, hubo una tolerancia del imperio romano, otra en la medieval, la de la época tecnológica, la de la cultura musulmana... Estas son manifestaciones concretas de la tolerancia.

¿Significa esto equipararlo a relativismo? En principio, no. Nosotros no podemos salir de la contingencia histórica que nos toca vivir. Estamos en una cultura determinada y no en otra. Compartimos unas reglas y prácticas sociales que nos incitan a considerar unas barreras para nuestro comportamiento, y que al mismo tiempo, nos hace tolerantes respecto a unas ideas y no frente a otras. De igual forma, esas barreras son sumamente móviles, y los consensos absolutos son imposibles y nunca estables del todo.

2.2. Por tanto, el debate por los límites y barreras de la tolerancia siempre está abierta, al menos en la cultura occidental. No todo el mundo es comprensivo, meramente indiferente o con respetuoso con dificultades. Y cada uno puede aportar sus razones determinadas. Pero pensemos el término “razón” de la forma más abierta posible, abierta a las circunstancias históricas de las comunidades en enfrentamiento y a la propia construcción de los individuos.


3. La tolerancia occidental es una concreción más, y no “la” tolerancia universal.
3. El contenido y la idea de la tolerancia en Occidente nació en el siglo XVII, tras la reforma religiosa. Después vendrían los cambios en las costumbres durante el siglo XX: a la religión y la política, se sumaría ahora la tolerancia en las relaciones sexuales o en algunas costumbres de ocio, tolerancia con el sexo femenino...Destaquemos, en primer lugar, que esos contenidos que una sociedad acepta, son creaciones históricas de una cultura determinada, la occidental.

3.1 La idea de tolerancia occidental parte de una base puramente kantiana: la elección del individuo es libre siempre que su libertad sea compaginable con la del resto de los integrantes de una comunidad. En cuanto que el hombre ha alcanzado su mayoría de edad, por el uso de la razón, el paternalismo es una tiranía siempre que se traten de coartar opciones individuales. Esta es la interpretación liberal de la tolerancia, en su definición más abstracta, descarnada, pura y filosófica.


3.2. Pero a esta idea, contraviene el pensamiento que se inicia con Hegel. La moralidad es una construcción de la razón sin ningún límite empírico, que hace del formalismo kantiano, y de su idea implícita de tolerancia y autonomía, una construcción vacía. Esos contenidos de autonomía vendrían limitados históricamente, y llegaremos a descubrir que muchas opciones que se creen individuales, encierran toda una serie de comportamientos y actitudes sociales que pueden ir más allá del ámbito individual.
Lo que vendría a decir Hegel – y más de lejos, Aristóteles-, es que el individuo nace en una sociedad, en una comunidad determinada, y esa determinación influye notablemente sobre esa configuración moral individual que pretende el universalismo kantiano y el liberalismo tradicional. En fin, Kant se sustenta en la universalidad de la razón, y su carácter intemporal. Pero la razón es histórica, y es la base que seguimos para nuestras propias ideas.

3.3. Por otra parte, es necesario ser muy conscientes en lo que “no somos tolerantes” los occidentales. El principal problema es que lo que entendemos por “libertades individuales” en otras culturas tienen otros límites:
a) La religión, la política y las costumbres tienen un valor comunitario, y no meramente individual.
b) Estas mismas relaciones culturales tienen un terreno y un significado discrepante con occidente.
4. El principal problema contemporáneo de tolerancia se está trasladando del contacto de la cultura occidental con las demás al impacto del capitalismo más agresivo sobre el resto de las construcciones culturales humanas.

4.1 En todo este debate, la esfera económica propuesta por el capitalismo liberal juega un papel cultural más. Si cabe, el más importante de todos. Es la construcción humana más dinámica, transformadora y agresiva que ha existido en nuestra historia. 

4.2. Nuestra economía de mercado asigna la tolerancia dentro de un paradigma totalmente atomizado y vinculado a la búsqueda del individuo por su propia felicidad, sin posibilidad de una organización comunitaria alternativa más que el propio sistema económico.

4.3. Una cultura no se maneja únicamente a través de nuestras ideas y construcciones mentales, sino que tiene una base material. Hace referencia a objetos del medio y les otorga un significado cultural determinado. “Mesa” no es meramente un tablón con cuatro patas. “Mesa” puede ser el altar cristiano de San Pedro del Vaticano, puede ser un lugar económico en Wall Street, o un lugar de juego en Montecarlo. Para un comerciante, una mesa será un objeto para vender, para una familia el lugar donde comer. En cada circunstancia, el significado cambia, y la práctica social subyacente al objeto, también.
Imaginemos ahora las constantes intrusiones del mercado en un sinfín de áreas con otros significados para otras culturas y la nuestra propia. Marx tenía razón cuando afirmaba que el mercado terminaría engullendo el resto de las relaciones humanas comunitarias, incluso a los más fuertes estados: la religión y la política. La visión cultural del comerciante se impone más y más. Esta “intolerancia” es mucho más grave en el resto de contactos del capitalismo global con otros lenguajes culturales ajenos al nuestro, porque en nuestra ignorancia, ni siquiera distinguimos las barreras que destruimos.

5. La tolerancia precisa de una actitud constructivista y pragmática: ni esencialista ni relativista.
5.1. Es difícil traspasar un contenido determinado de tolerancia a otras culturas que no han tenido el mismo proceso de germinación histórica. Ideas como la libertad política o la libertad religiosa son sencillamente “incomprensibles” para amplias comunidades de Africa, Sudamérica, Asia... y es muy posible que originariamente, hubieran sido inútiles para sus códigos éticos. Con incomprensibles decimos que sencillamente el código moral del que estamos hablando es ininteligible para esas comunidades. Están más allá del bien y el mal. Esto es debido a que, aunque otras culturas y civilizaciones hablen nominalmente de “respeto a la vida”, “respeto al ser humano” etc... el significado de las palabras está condicionado históricamente.
5.2 ¿Significa lo anterior que las culturas son estáticas? Para nada: esa sería la posición de los defensores del choque de civilizaciones. La comprensibilidad de los códigos morales cambian con el tiempo. Se ponen en un nuevo uso o dejan de ser útiles. Unas están en repliegue, otras se lanzan al ataque o se hacen atractivas de repente. Pero el individuo de carne y hueso no puede saltar de unas a otras con frivolidad.
5.3. Pensemos un enfrentamiento entre culturas. Unos hombres no se matan a otros porque sí. Quienes lo hagan son enfermos. Unas comunidades se atacan unas a otras porque sus valores e intereses culturales se ven en peligro. Yo creo que hemos dado razones más que suficientes al integrismo islámico para que odie al occidente expansivo. El integrismo no es una reacción histórica sólo explicable desde el interior del islam, sino que en parte es una reacción por el contacto forzado por occidente. Buena o no, la influencia de occidente ha desequilibrado esas sociedades y culturas.


5.4. ¿Hay alguna posibilidad de evaluar que una cultura es mejor que otra? No. Una cultura como la azteca, que mataba en sacrificios miles de personas no es ni mejor ni peor que las culturas monoteístas, que predicaban la guerra santa. Sí podemos decir que se han ido adaptando, o que unas culturas se han hecho más estables que otras, porque se han dado cuenta que algunos ritos o algunas intrasigencias no son beneficiosas a largo plazo (después de graves guerras, por lo general, hay mayor tendencia a adoptar tolerancia). Por tanto, se puede estar a favor de que ciertas culturas son más estables y exitosas que otras. Las culturas más democráticas o igualitarias tienden a ser más estables.
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6. Conclusiones:
6.1. La escala axiológica, límites y valores morales que se impongan dentro de una concepción determinada de tolerancia, son aceptables si son exitosos y las sociedades adquieren una mínima estabilidad.
6.2 Por lo tanto, en nuestro coloquio intercultural, concluimos: Nosotros no podemos afirmar que la cultura occidental (democracia, derechos humanos) sea superior a otra, pero sí que haya resuelto mejor algunos retos. Sólo podemos aconsejar: Con esta nos ha ido bien, por el momento. Destacando ese "sólo por el momento".


6.3. Y respecto a la disputa interna, concluimos también: la tolerancia respecto a unos valores en nuestros días pueden ser cambiados para el futuro, y de igual manera que el paternalismo fue nocivo en un tiempo, la permisividad también puede ser nociva en otro. “Todo depende” e incluso esa máxima relativista entendida de forma absoluta puede ser negada por las circunstancias. Esta es la diferencia con los patrones absolutizadores y esencialistas –como la iglesia tradicional, o los que creen en una verdad intemporal-: no existen esencias, aunque bien puede ser que la creencia en esas esencias sean más válidas en ciertas ocasiones que el relativismo. Pero eso no les otorga status o grado gnoseológico más privilegiado que otras cosmovisiones o discursos*.


6.4 Los principios establecidos por el cristianismo pueden ser aceptados a escala global dadas las actuales circunstancias y problemas planetarios. Pero como una faceta más en la resolución de esos problemas y nunca excluyente. Esos principios no se agotan en la cosmovisión cristiana, y en numerosas circunstancias otros valores posiblemente cumplan mejor su papel que ellos o los complementen.
* Se ha intentado refutar el relativismo por el carácter contradictorio que supone el contenido de la máxima (“todo vale”) absolutizando ese juicio (“Sólo es válido que todo vale”). La interpretación pragmatista supera esa contradicción: (la validez de la máxima “todo vale” depende del contexto en que la citemos, de su utilidad; al mismo tiempo, nuestros puntos de referencia para decir si es útil o no, también dependen del contexto. Es decir la pregunta del “útil, ¿respecto a qué?” se diluye en el devenir histórico.
Esto nos conduce a un auténtico relativismo absoluto (a nivel gnoseológico y de fundamentación), basado en la contingencia histórica. Pero esta contingencia histórica puede hacer que en la práctica emerjan posiciones más esencialistas que otras, y por tanto, la discusión sobre los principios de ética quede salvada.
Nuestra posición, más que simplemente relativista o pragmatista, y naturalmente, tiene otros muchos problemas: especialmente a la hora de adoptar un canon ético determinado de corte esencialista. Su creencia en él siempre será mucho más matizada y revocable que la de un fanático, y siempre seremos demasiado propensos a dudar sobre muchas cosas cuando lo que se impone en realidad es actuar y enfrentarse a situaciones concretas. La principal ventaja de este pensamiento es que resulta menos dogmático y más dialogante que el canon relativista en su forma simple.

domingo, 31 de octubre de 2010

PROVOCACIÓN Y CRÍTICA

          Volvemos a nuestro blog con los límites de la tolerancia. Esta vez de la boca del sr. Dragó, egocéntrico de profesión, de boca demasiado ancha y que posiblemente ahora ande algo arrepentido de contar por ahí sus fantochadas de Tokyo. Suele ocurrir en el gremio de artistas y literatos situaciones semejantes y si he de reconocer la verdad, no sé por qué todavía este tipo de situaciones siguen generando polémica. Estoy sumamente cansado de escuchar este tipo de declaraciones, que suenan demasiado a argucias provocadoras para llamar la atención del personal y en este caso, vender un libro. Desde Bukowski y la generación beatnik hasta Irvine Welsh y la novela punk (con mucha más clase, por supuesto, y también mucho más inmoral y provocativo), siempre salen a la luz este tipo de vivencias escandalosas para la sociedad bienpensante y políticamente correcta. Y esto seguirá así: basta que la sociedad fije un código moral, por digno y perfecto que sea, que el artista occidental, en nombre de la libertad y la creatividad (y el negocio), se sienta irresistiblemente tentado a romper esos moldes.

          Claro que si este tipo de declaraciones no son nuevas, la reacción altisonante de las voces críticas con este escritor también suenan a fanfarrias del pasado. A más de uno le gustaría actuar de ayatoláh Jomeini y hacer de este escritor un nuevo Salman Rushdie o algo por el estilo. Semejante llamamiento talibán sobra igualmente, aunque el estado tenga el derecho a renunciar a cualquier posible mecenazgo del autor. En cualquier caso, situaciones como esta me convencen una vez más que los dogmas están a ambos lados del espectro ideológico: la tolerancia siempre tiene límites infranqueables para todos los individuos, sea cual sea su ideología. Muchas veces el arte se ha cebado en la tradición religiosa, otras en la ecología. Ahora han tocado la fibra sensible del progresismo (en el fondo es la convención de nuestros días). Estos tienen todo el derecho a berrear en nombre de la dignidad humana, pero ya han caído en la trampa del artista. Poco importa que sean unas pretendidas memorias o una novela: la creación artística no tiene límites morales y  el artista apela ahora a sus criterios personales para justificar su obra. El ofendido pasa a ser censor de la obra y al mismo tiempo su máximo publicista. Contradicciones que tiene la vida.
          Y es que ante estas obras que parecen quebrar nuestro orden moral, la única respuesta es el silencio y no la prohibición o la recriminación a grandes voces. No tenemos por qué leer el libro: nadie nos obliga a hacerlo. Tampoco tenemos por qué seguir dándole más publicidad. No conceder ni una palabra más a lo que pensamos que son meros egocentrismos de dudoso gusto. Y se acabó.

martes, 19 de octubre de 2010

NEDERLANDSE WETENSCHAP

          Con este título homenajeo mis escasos conocimientos de lengua ducha (holandés en el código privado de los bulberos de Warmond, dutch = ducho) y dedico unos minutos de atención a lo que se conoce como la tolerancia holandesa, para algunos sinónimo de libertinaje y decadencia moral y para otros el modelo a seguir en la lucha por las libertades de occidente. Y es que en Holanda es llamativa la gran cantidad de dilemas morales que se saldan con una autonomía completa del individuo para seguir el plan de vida que más le guste, sin interferencia estatal alguna. Pensemos en la liberación del  aborto, el movimiento gay, la legalización de la eutanasia activa, de las drogas blandas (cannabis) o del ejercicio de la prostitución.
Límites de la tolerancia y luces que se
apagan: el Red Light District.
         Aparentemente, la interpretación que podemos hacer de la sociedad holandesa es la de una sociedad  abierta a esta diversidad, que se combina además con un multiculturalismo obligado producido por la alta tasa de inmigración en el país. Y sin embargo, eso nos conduce al mayor de los engaños. Detrás del turístico barrio rojo (en horas bajas) y el humo mareante de los coffeshops, se esconde una sociedad que "tolera" pero no abraza esa pluralidad. Cuando empiezas a conversar con gente holandesa pensando encontrarte con adalides de la libertad te sorprende vértelas con mentalidades cerradas, con estrictos códigos morales, y en ocasiones con abierta repugnancia hacia muchos de los usos que permite la relajada legislación del país. Y sin embargo, muchos de ellos no plantean en ningún momento cambiar esas leyes: actúan con tolerancia frente al contrario y permitiendo la autonomía del individuo en último término.
        La filósofa Susan Sandes afirmaba precisamente que la tolerancia no refleja gusto por la pluralidad, sino más bien animadversión y rechazo. El verdadero uso de la palabra "tolerancia" se hace respecto a cosas y decisiones que no compartimos y que pensamos equivocadas. Sin embargo, y a pesar de ese rechazo individual, consideramos que esa tolerancia sigue siendo estrictamente necesaria para mantener una convivencia en el ámbito de una sociedad plural. Esa es la gran enseñanza que nos puede facilitar la sabiduría holandesa de cara a nuestros conflictos internos.

miércoles, 10 de febrero de 2010

RELACIONES PELIGROSAS.

Gobierno e Iglesia han mantenido una postura beligerante en los últimos años. Por un lado, y desde la perspectiva de la izquierda, el vaciamiento de su contenido ideológico (la limitación de reformas sociales o la aceptación del libre mercado) ha motivado que viejos temas que permanecieron dormidos durante años hayan vuelto a aparecer con fuerte belicosidad. El anticlericalismo y el laicismo, elemento dominante de la ideología progresista decimonónica, han sido retomados con fuerza para intentar acortar esa crisis de contenidos entre los partidos de izquierda y mantener con una mínima cohesión a sus cada vez más heterogéneas bases. Es preciso distinguir un estado aconfesional o neutral de otro laicista. Pero la postura de la iglesia no tiene por qué estar exenta de críticas. Le cuesta renunciar a una tradicional posición dominante en el panorama educativo y cultural español y aceptar la eliminación de privilegios económicos. Más allá de esta querella política entre gobierno e iglesia y el modelo de relaciones deseables entre ambas, importa señalar qué vías de actuación o manifestación pública tiene la iglesia ya no en relación a un estado sino con una sociedad crecientemente agnóstica y multicultural como es la española.
No es nuevo aseverar que si el anticlericalismo es anacrónico, la Iglesia tiene que asumir el hecho que ya no es la única voz en nuestra sociedad. La vieja comunidad católica y homogénea que era España hace apenas dos o tres décadas se está convirtiendo en un recuerdo del pasado. La sociedad de este país es una de las más liberales y permisivas del mundo, y el cristianismo en España se parecen a las casas viejas de Galicia: una hermosa y dura fachada de granito nos oculta que por dentro el tejado se han venido abajo y las maderas están podridas por la carcoma y la humedad.
Aquí estriba a mi juicio la primera contradicción desde la iglesia. Por un lado, son bien conscientes que existe un problema desde la base: detrás de unas estadísticas relativamente favorables que confirman la mayoría católica del país (tres cuartas partes de la población), la realidad es que la sociedad española es agnóstica en la práctica cotidiana, atada a unos rituales cristianos dos o tres veces en su vida que son “bien vistos” socialmente. Del otro lado, sostienen que en cuanto que la mayoría se sigue denominando cristiana, tenemos el derecho a una intervención privilegiada sobre la sociedad, a través de la educación y de unos ingresos económicos por parte del estado. Una de las principales razones que fundamentan ese trato de favor parte de la idea de que esa intervención daría una mínima garantía para que la sociedad se mantuviera en unos valores, y siga una educación en la fe y una “senda moral aconsejable”, en terrenos como la familia, la defensa de la vida, o la justicia social. Es decir, que para recuperar el terreno perdido y reevangelizar España, el mejor tratamiento es continuar con los mismos remedios de siempre, una intervención “desde arriba” que no descarta la abierta hostilidad hacia los elementos no creyentes. Esta postura, hoy en día, se revela anacrónica y en ocasiones, contraproducente e inadecuada.
Una de las razones de este malentendido a mi modo de ver, es el hecho que la iglesia no debe equivocarse con quien habla. Está bien reconocido por todas las partes que el estado es aconfesional y neutral. Ahora nos toca reconocer que la sociedad a la que nos dirigimos no es la que hemos tenido siempre. No todos pensamos igual y empieza a plantearse el hecho que en una sociedad multicultural, el manifestar nuestra superioridad moral sobre el resto de las comunidades integrantes muestra un paternalismo difícilmente digerible para esos grupos.
Tal vez deberíamos acostumbrarnos a pensar que cuando la Iglesia hable o critique los males de la sociedad, sean los cristianos, sus principales receptores. No podemos cruzarnos de brazos y esperar que sean los otros, los inmorales, insolidarios, promiscuos, laicos o agnósticos, los que escuchen el mensaje, mientras nosotros pensamos que tenemos los deberes hechos y bien cumplidos y esperamos una “milagrosa conversión” del otro lado. Lo único que puede suscitar en ese lado es indiferencia o incluso repugnancia por su carácter paternalista y prepotente. Un agnóstico de hoy en día puede estar tan desinteresado del mensaje de la iglesia como nosotros lo estamos del mensaje que puede hacernos llegar el imán de la mezquita de Madrid. Así, de igual modo que un imán habla para su comunidad de creyentes, la iglesia debe ir acostumbrándose que habla a los cristianos y que su autoridad moral se limita a ellos.
Por ejemplo: una autoridad cristiana no gana nada llamando en público a los homosexuales depravados morales, promiscuos o pecadores. Un homosexual nos podrá responder: “me parece totalmente legítimo que usted considere aberrante la homosexualidad, pero manténgalo dentro de su comunidad, y no en la pública”. La iglesia se tiene que limitar a dar razones a los que llamamos cristianos, reflexionar por qué les parece mal. Pero hay que dejar de creer que los que no piensen de nuestra manera son “gente extraviada” a los que hay que convencer por todos los medios que están equivocados y que nosotros tenemos la razón. Será un diálogo de sordos y no alcanzaremos ningún resultado. Ante este resto de no creyentes, la Iglesia tan sólo puede aconsejar con humildad. Naturalmente es lícito presionar cuando los derechos fundamentales de una tercera persona inocente corren peligro, pero incluso aquí presionaríamos como una fuerza más de la sociedad civil de nuestro país. Una fuerza que no cabe duda que es importante, pero es eso, una más entre otras.
Parecería que esto eliminaría una de las facetas claves del cristianismo, su pretensión de universalidad. Si aceptamos lo dicho hasta el momento, ¿dónde quedaría el deseo cristiano de llevar la Buena Nueva al resto del mundo? ¿Debemos permanecer inactivos ante circunstancias que consideramos inmorales? Esta es la parte que más ha preocupado a gente como Rawls o Habermas para incluir a grupos religiosos dentro de una democracia plural en la que saben que van a perder posiciones más que ganarlas. He de incidir en el hecho que sólo he manifestado mi desdén por una forma de proselitismo, un proselitismo podríamos llamar “de discurso”, en forma de palabras, valoraciones y razonamientos. Pero han existido –y existen- otras formas de manifestar nuestro inconformismo o completa repulsa ante una situación, sin necesidad de apelar al discurso paternalista o a la coerción violenta.
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Un filósofo, Wittgenstein, decía que las cuestiones éticas o religiosas no podían ser expresadas con palabras o conceptos. Tienen que ser mostradas o vividas antes que dichas. La palabra, ella sola, mata la vida, la deja sin significado. Aquí tampoco es cuestión de alcanzar tal radicalismo: ambas cosas se complementan. Pero para nuestro tema, un proselitismo bien entendido no tiene que basarse en la palabra, o por lo menos dejarla aislada y en primer lugar. No es casualidad que los individuos de la iglesia que generan mayor respeto entre la sociedad, incluso en las capas agnósticas o ateas, sean los misioneros en el Tercer Mundo. Estos misioneros viven en culturas donde la tradición cristiana es débil: la tradición y los sermones valen de muy poco allí. Frente a la palabra o la razón abstracta, estos cristianos han antepuesto su vida como forma de predicar más efectiva y de hacer universal nuestra religión. Si alguien tiene hambre, le das de comer. Después, deja a esa persona que se pregunte por qué alguien le ha ayudado. Entonces ese es el momento de la palabra y de las razones, pero no antes. Pensemos que el cristianismo llevaba varios siglos de ejemplo (a menudo con sangre de mártires) antes que el viejo emperador Teodosio, allá por el siglo IV, la arropara como única religión del imperio y a la postre, de la civilización occidental durante su dilatada historia.

Es aceptando este punto de vista desde donde creo que debería entrar el debate. Educación e ingresos (aunque esto último es más cuestionable) son plenamente justificables cuando se trata de una comunidad religiosa que tiene el derecho a manifestarse en libertad y recoger las demandas de un sector de la sociedad para nada minoritario. Pierde por completo su justificación en cuanto rebasa este ámbito. La iglesia forma parte de una sociedad civil, un conjunto de fuerzas sociales de todos gustos y colores, en el que aparecen nuevas religiones y nuevos ideales. Tal vez no nos guste lo que está ahí fuera, pero el caso es que no tenemos autoridad para imponer nuestros principios violentando la libertad de elección del resto, dignas de nuestro respeto, aunque no se compartan necesariamente.
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La solución al problema, la llave de San Pedro. Villanueva de la Serena.

jueves, 4 de febrero de 2010

ARGUMENTO DE RECIPROCIDAD.

     Toca hablar de multiculturalismo y en las clases de filosofía tengo muchas veces que escuchar el siguiente argumento: Si en los países islámicos, nosotros no podemos levantar iglesias y no creer en Dios, entonces nosotros podemos dar el mismo trato a los musulmanes que vienen a los países occidentales.
    Reconozco que este argumento de reciprocidad no lo ofrecen solo los alumnos. Se repite de la misma forma en multitud de medios de comunicación, personas formadas y padres de familia, y a mí, personalmente me deja un extraño regusto de sentimiento de fracaso y derrota para nuestra propia civilización. La duda que me invade es la siguiente: si podemos meramente comportarnos como ellos a la hora de resolver problemas de intolerancia. Si seguimos aceptando que nuestra civilización se basa en una democracia liberal, la política de cerrar el puño puede utilizarse puntualmente y de forma completamente legítima, pero en última instancia debemos permanecer con las manos abiertas. Abiertas a una mayor pluralidad. Precisamente el no seguir esta política de reciprocidad es lo que nos hace distintos a ellos.

En segundo lugar, hay que precisar qué significa la palabra "ellos". Un estado, un sector de la población intolerante, una minoría radicalizada, pueden dar la impresión de ser la voz única y universal de una cultura entera. Es un reflejo de nuestra ignorancia reducir la multiplicidad cultural a estas interpretaciones, por relevantes que puedan parecer. Cuando pregunto en clase sobre posibles diferencias entre países islámicos, todos responden que no hay ninguna o que son mínimas: todo se reduce a una interpretación fundamentalista. Pero si comparamos Afganistán, Indonesia, Kosovo, Marruecos o Turquía, nos damos cuenta de sus diferencias. Y la siguiente pregunta queda muchas veces en blanco: cuánta gente islámica conocemos en nuestra vida cotidiana para demostrar con tanta autoridad nuestro veredicto?

Y por último, alguien puede plantear una estrategia a largo plazo distinta que la de seguir manteniendo más o menos nuestros valores liberales? Esta es la pregunta que deja en muchas ocasiones Todorov abierta en su libro El Miedo a los bárbaros. Muchos consideran la interpretación liberal / multicultural como una debilidad intrínseca a nuestros regímenes políticos. Y efectivamente, la lucha por los derechos individuales y la tolerancia, ha sido siempre un camino con ingenuidades, optimismos no justificados, retrocesos marcados y crímenes que quedan impunes. Pero nadie se puede creer hoy en día que la lucha por la tolerancia es un camino de rosas. Nunca lo ha sido. Está salpicado por la sangre de víctimas inocentes y mártires. Es precisamente esa sangre la que acaba deslegitimando al asesino en un doloroso y largo -a veces interminable- plazo de tiempo.
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lunes, 30 de noviembre de 2009

JOHN LOCKE Y LOS MIRANETES EN SUIZA

"Sí a la prohibición de miranetes": cartel para la propaganda del referendum suizo. Miranetes pisoteando la bandera suiza, unido a la imagen más detestada del islam en Europa, la posición de la mujer, sometida para los europeos a un velo discriminatorio.
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Suiza no suele ser un país que aparezca en muchas portadas de los medios de comunicación. Su propia neutralidad en el ámbito de la política internacional le hace muchas veces invisible a muchos conflictos, como también las reglas de su sistema financiero, no precisamente marcado por la transparencia. Ahora Suiza se ha vuelto noticia con un referendum sobre la legalidad o no de construir miranetes en las mezquitas islámicas que se van levantando en el país. Los suizos han votado claramente a favor del no (un 75% de los votantes): los miranetes son una amenaza para su cultura occidental, o por lo menos la expresión visible, el símbolo de esa amenaza y se rechaza construir más.
Desde muchas posiciones esto se ve como expresión de un miedo a una sociedad en la que determinados valores puedan extenderse. También se ve como aumento de la intolerancia de la sociedad europea a transformarse en una auténtica sociedad cosmopolita. Lo cierto es que después de los optimistas noventa, marcados por el multiculturalismo y cuidar el encanto de la diferencia cultural, 2001 marcó un cambio de tendencia. Europa tiende a ver con recelo cualquier conquista de un mundo musulmán que, al menos en una parte -desconozco lo significativa que es, pero muy ruidosa mediaticamente-, tiene como normal enfrentarse o desafiar los valores occidentales.

Si este miedo representa una retroceso a la intolerancia, habría que analizarlo más detenidamente. Pensemos en uno de los tradicionales paladines de la tolerancia religiosa: John Locke. Considerado como padre del liberalismo político, es también un antes y un después en la trayectoria hacia la tolerancia en su país, Inglaterra. Pero John Locke era una persona muy prudente y por lo demás, conservadora. Su defensa de la tolerancia se basa en que el estado debe mantener una política de neutralidad frente a las expresiones religiosas que tienen lugar en la sociedad civil. Ahora bien, este respeto a la diferencia discurre sobre cauces bien definidos: las creencias religiosas deben permanecer en un plano esencialmente privado.

En la Inglaterra de finales del XVII, los católicos, a juicio de Locke, no se habían ganado ese derecho a ser tolerados. La razón era bastante sencilla: no se puede prestar juramento a dos reyes, el rey de Gran Bretaña y el papa de Roma, que seguía siendo en aquella época un poder político. Presumiblemente, estos dos reyes podrían enfrentarse y nadie sabrá por qué lado se decantará esa comunidad religiosa. La historia de Inglaterra ha tenido además ejemplos bastante trágicos de ese enfrentamiento como Becket o Tomás Moro. Locke se opone a la tolerancia católica en nombre del mantenimiento de la paz en el reino.

Retornando a nuestros días, posiblemente Locke tampoco toleraría a muchos grupos musulmanes europeos. El Islam es una religión con un fuerte acento en lo jurídico. No establece solo cual es el Dios correcto, sino cómo comportarnos en multitud de situaciones cotidianas, políticas, sociales y económicas. Lo privado se confunde con lo público de forma continuada, y esto conduce a un conflicto enconado con un sistema político liberal. Ahora bien, esto no quiere decir que Europa tenga derecho a encerrarse en su concha de valores occidentales (valores además desgastados). La posición de Locke en Suiza -es lo que en el fondo se ha votado en ese país- es punto de partida, pero no punto final: al igual que los católicos se ganaron su lugar hace mucho tiempo en Gran Bretaña, es presumible que algún día también lo hagan los musulmanes en toda Europa. Es presumible que los europeos también nos libremos de algunas de las aristas más vetustas y polvorientas de nuestra civilización. El camino hacia la tolerancia no será fácil, pero la meta está bien clara.