Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

POR QUÉ NO HE IDO A LA HUELGA...

Juegan negras y ganan blancas.
(Foto de 3º ESO 2009)
Visto que todos los blogs amigos han escrito sobre el tema un día antes de la huelga, aprovecho en el mismo día del acontecimiento para escribir algo sobre el problema, y en el breve respiro que supone la siesta de Juan hacer una pequeña valoración personal. Reconozco que me ha podido la apatía y la desidia en un medio indiferente ante la huelga, mis prejuicios hacia sus organizadores y mi falta de confianza en las movilizaciones de clase.  Quizás no falten las razones objetivas para la huelga, pero a mí me han fallado las ganas y la motivación personal. Ante esta crisis de identidad política, el señor Tiburcio me aconseja cada vez más que abandone la cosa pública de mis obsesiones personales y me dedique a cuestiones más privadas y caseras como la investigación de minerales locales, hacer un herbario o inventar juguetes para Juan. No merece la pena gastar tinta en cosas así, si uno no va a actuar en consecuencia.

martes, 21 de septiembre de 2010

POR FIN REINA EL ORDEN


Cartel de mayo del 68, del taller popular
y la escuela de Bellas Artes de París.
  

Cuarenta y dos años han pasado de una revolución a otra. De mayo del 68 a la era Sarkozy: de la emancipación de los jóvenes a la expulsión de los rumanos. Distintos tiempos, pero posiblemente las mismas personas que vieron la rebelión de Nanterre desde las ventanas de sus casas, estén observando hoy en sus televisores, más viejas, más consumidas, desgastadas y con total indiferencia, la abierta discriminación hacia la comunidad gitana rumana. Y es que ya se sabe, cuando los franceses (o los españoles)hablan de libertad, igualdad y fraternidad... solo hablan de la suya propia, aunque pase por la vejación de sus vecinos.  

domingo, 19 de septiembre de 2010

GRILLOS

Quizás en lugar de grillos podía haber puesto cerezas sintéticas,
 como hace el señor Tiburcio en su frigorífico.
Desde los tiempos de Oscar Wilde se repite hasta la saciedad que el arte no puede estar sometido a normas morales ni convenciones. La libertad de expresión en el arte es algo tan sagrado como los dogmas de fe para una religión. Y una y otra vez, los límites de la libertad son los límites controvertidos del arte: algo así sucede con los grillos de La Habana, usados en lenguaje artístico por un creador del que ni recuerdo el nombre. Me pregunto si estaba dentro de la intención del autor el herir sensibilidades o provocar abiertamente al personal. Y es que unos pobres insectos, por lo demás repelentes, indiferentes y a veces molestos se convierten en punto de mira de la sensibilidad ecológica cuando se les utiliza y se les mata para lo más gratuito que ha creado nunca el hombre: lo artístico.
Quizás sea una consecuencia no deseada de la obra de arte, y también una de sus características más interesantes: la obra artística siempre está abierta a nuevas interpretaciones por parte del espectador, que cada vez más deja de ser mero observador y se convierte en parte de la obra. Casi ya tiendo a pensar que el elemento saboteador que roció de spray a los grillos forma ya parte de la misma instalación artística.  Eso debería pensar el propio autor, en lugar de llamarlos a todos talibanes. En cualquier caso, estaría dispuesto a crear un Frente de Liberación de Grillos y cometer un atentado contra pequeñas perversidades tan gratuitas como la que se han llevado a cabo estos últimos días en nuestra ciudad. Todo esto, entendido, claro está, desde mi propia expresión creadora. Y es que al arte hay que combatirlo con sus mismas armas, en lugar de levantar prohibiciones que acaban dando más publicidad al creador en cuestión.  

jueves, 9 de septiembre de 2010

8 DE SEPTIEMBRE: LA IDENTIDAD AUSENTE DE EXTREMADURA.

Extremadura: destino incierto.
Ha llegado el día de Extremadura y más de uno se pregunta si el día de nuestra región merece una conmemoración especial. Y no meramente por una cuestión económica, en estos tiempos de crisis, sino también identitaria. Hay que reconocerlo: no hemos tenido suerte en la historia. En la construcción de identidades nacionales y culturales, Extremadura iba en el furgón de cola de toda la península ibérica. Cuando distintas zonas de la península -Cataluña, Galicia, País Vasco, pero también Lisboa, Castilla, Navarra o Madrid...- iniciaban un salto identitario que los introducía en el mundo moderno, Extremadura permanecía en la más oscura Edad Media. Y es que nuestra región ha tenido todas las variables para tener una identidad negativa. Con esto quiero decir variables que en lugar de permitir un desarrollo identitario, lo obstruye o limita.  

Partamos que todo puede convertirse en identitario. El dialecto jurdano, el jamón, la dehesa, o los conquistadores son tan buenos referentes identarios como el gallego,  la tortilla de patatas o la revuelta de los segadores. Pero los factores que hicieron que una lengua medio perdida y sinónimo de catetismo se convirtiera en  un referente nacionalista, como ocurrió con el euskera, no se dieron en Extremadura para hacer lo mismo con el castúo. Lo que ha hecho de nuestro dialecto el sinónimo de "cateto", "mal hablado" o "ignorante" ha sido este fracaso. No hay que sentirse avergonzado ni acomplejado por unos referentes identitarios y no otros: todos pueden llegar al mismo nivel de estupidez colectiva (si fuéramos extraterrestres o franceses nos reiríamos de todos a partes iguales). 

Permítanme ahora una versión analítica y aburrida de este fracaso:
a) Causas geográficas y ecológicas. Un pueblo se siente identificado con su paisaje. Cuando entramos en Galicia o el País Vasco las fronteras naturales y los límites ecológicos marcan el paso de un paisaje y la sociedad que vive en ella percibe ese cambio. Extremadura es meramente una prolongación del centro de Portugal en términos paisajísticos y ecológicos. La esencia de Cáceres y Badajoz tiende a difuminarse conforme llegamos a las regiones límitrofes al norte y al sur. Y es que las identidades de la península tienen un compomente parecido al de la teoría de la evolución: los límites geográficos marcados, como las montañas, tienden a crear más endemismos culturales que las regiones abiertas.  
b) Causas demográficas. Para que haya identidad, tiene que haber un grupo de hombres. Extremadura tuvo mala suerte: cuando llegó la Reconquista aquí, en el siglo XIII, apenas había hombres con los que poblar estas tierras. Extremadura era un desierto humano. Con el tiempo nuestra región empezó a tener una identidad, pero una identidad con reverso negativo: la tierra de la que había que salir para triunfar personalmente. Los conquistadores fueron el perfecto ejemplo de ello. 
c)  Causas históricas. Y he aquí, como seguidor de Gellner que soy en estas cuestiones, donde radica el factor más importante, aunque es una continuación lógica de las anteriores. Extremadura llegó al siglo XIX vacía, con un puñado de diminutas ciudades que mantenían conexión con el mundo exterior, pero que poco podían hacer para  cambiar un desierto rural medieval. No hubo élites propias, no hubo Revolución Industrial  y entonces ya Madrid estaba imponiendo su disciplina a las regiones pobres, imitando a Francia. Si miramos las ciudades extremeñas y las comparamos con las de otras regiones, nos daremos cuenta que el XIX es el siglo de la ausencia: apenas queda rastro histórico de su presencia. Y no tener fuerza en ese siglo significa en el occidente europeo perder el control de una identidad colectiva. 

Y en este marasmo, llegó la España de las autonomías. Algo interesante e imprescindible desde muchos puntos de vista, pero que para las identidades de algunas regiones, deja mucho que desear. No podemos crear futuro de donde no hay pasado. El presente no basta para construir una identidad colectiva, aunque en estos casos, el poder político, la educación y los medios de comunicación quizás todo lo puedan. Sí, tenemos un canal de televisión autonómico y en los exámenes de selectividad se preguntan por cosas tan absurdas ocmo el queso del Casar o la figura de Donoso Cortés. Me pregunto si lo único que logramos de ello es una gran espejismo o una monumental farsa.    

lunes, 6 de septiembre de 2010

DE MAYOR YO QUIERO SER UNA VACA SAGRADA

En nuestro mundo de la Eterna Insatisfacción, el más común de los mortales sueña con encarnar decenas de fantásticos roles. Muchos suspiran por alcanzar los millones de Florentino Pérez, por besar los labios de Angelina Jolie, sentir la lujuria cutre de Paris Hilton, pero también otras más alternativas, como dar la vuelta al mundo en una moto como hizo Ewan McGregor, tener un año sabático para escribir un libro como Dan Brown, o sentir la arrogancia y el poder de echar una etnia de un país como Sarkoszy. Cada cual tiene unas cuantas aspiraciones imposibles a las que engancharnos cada vez que nos conectamos a Internet o la televisión., y eso es lo que mueve el eterno descontento. ¿Cómo contentarnos con la rutinaria vida que llevamos los comunes, cuando vemos el continuo desfile de hedonismo y de placeres materiales y espirituales tras las pantallas? “Buda tenía razón”, me decía el maestro Tiburcio, “el deseo es el peor enemigo de la felicidad del hombre”. Pero la insatisfacción mueve el capitalismo, y los deseos imposibles son la mejor receta para el crecimiento económico. Ante este tipo de insatisfacciones y depresiones, muchos optamos por tirar de la tarjeta, perdernos en las tiendas, gastarnos el sueldo y así abrir el virtuoso ciclo económico. El consumo es el mejor analgésico contra una depresión de este tipo. Bien lo saben los psicólogos y economistas al uso.

Pero en fin, yo no quería hablar hoy de estas cosas tan conocidas por todos. Yo quería hablarles de algo más personal, mi deseo insatisfecho, que cada vez que nos hacemos más viejos, se va haciendo más lejano y nebuloso. Yo quise ser vaca sagrada. No me refiero a las vacas sagradas de la India -si la reencarnación existe, tal vez aspire a ellas-,sino esas vacas sagradas que se mueven entre los despachos de una floreciente universidad o de un mediático think tank, o tras el micrófono de una tertulia radiofónica. Así, figuras quizás calvas, orondas, enanas, algo encorvadas de su trabajo intelectual, pero que una vez que hablan o escriben ¡oh Dioses!, nos trasladan a las puertas del Paraíso.

Hay muchos tipos de poder que encierran otros tantos tipos de dominio o encandilamiento: el poder corporal, erótico, artístico, económico, político, religioso y un largo etcétera. Las vacas sagradas encarnan el talento intelectual. Pero no basta solo eso: han tenido el sexto sentido de la oportunidad, el sacrificio, la suerte o también el dinero necesario para llegar a la cima (respecto al talento, cuantos más blogs leo, más pienso que hay virtuosos de la escritura por todas partes). Pues bien, yo quisiera el poder de la palabra escrita para mí solito. Entiéndanme, me gustaría ser una de esas vacas sagradas que basta con escribir una línea en mi ordenador sobre cualquier cosa de la que no tuviera ni idea, y una editorial ya propusiera publicarla.

Y ya puestos a elegir, me gustaría ser vaca sagrada francesa. La intelectualidad gabacha sabe mucho de esto: después de la herencia del mediático Sartre y los estructuralistas, la postmodernidad abrió la puerta a todo tipo de desbarre. Muchos libros escritos por la postmodernidad ochentera y fecunda de los Foucault, Bourdieau, Lyotard, Baudrillard (que alguien ya acertadamente llamaba bodriollard ), Steiner, Derrida, Deleuze y otros tantos que se quedan en el tintero, se han publicado con el título de vaca sagrada escrita en invisible tinta de limón. Vaca sagrada, éxito editorial y venta segura. No cuenta demasiado lo que vaya dentro: la postmodernidad permitía cualquier exceso filosófico. Poco importaba si el libro de turno de Derrida era un galimatías ininteligible, o si el de Baudrillard decía cosas insustanciales y repetidas cien veces. La evocación del nombre traía la magia necesaria, como si de un conjuro medieval se tratara.
No voy a decir que todo se lo queden los franceses: nosotros hemos tenido una de las vacas sagradas más orondas, panzudas y omniabarcantes que jamás existieron: Ortega y Gasset. Ortega podía hablar de bicicletas y de micrófonos, como de Leibniz o el Imperio Romano. Todo cabía en su abierto esquema filosófico. Ni el franquismo truncó su carrera meteórica. Unos años después de la guerra, nuestro filósofo se tragó su disgusto con el dictador, y regresó a Madrid para hablar de toros y cosas semejantes.

Pero qué le vamos a hacer. Ni soy una vaca, ni seré sagrada, ni tampoco francés. Me contentaré con escribir unas pocas líneas en el ordenador y publicarlas en un blog, que es, a su forma, una buena salida a todo tipo de insatisfacción intelectual. No hay tiempo para más, ni posiblemente talento, qué se le va a hacer.

sábado, 4 de septiembre de 2010

OTRO LIBRO INNECESARIO SOBRE UN DIOS INNECESARIO?

Figura de un monje leyendo en la catedral de Orense (siglo XIII).
Su posible similitud con Stephen Hawking ha sido mera casualidad.
"Oh, no", pensé, "otro libro sobre la inexistencia de Dios". Lo leí en la prensa hace un par de días; ahora salen como hongos los mismos comentarios de hace unos años: las reacciones alocadas de unos y otros sobre las verdades absolutas de siempre, las vacas sagradas de la ciencia repitiendo viejos argumentos y  apelando casi meramente a su autoridad,  y los responsables religiosos chillando nerviosamente desde sus púlpitos y tribunas sobre la incompentencia de los científicos para hablar de la religión. Cuando ni siquiera ha aparecido el libro, ya están rechazandolo: sin duda el editor de Hawking estará riendo entre dientes con malicia sabiendo el dinero que va a correr por sus manos.  
Y es que esto es deja vú. En el momento que apareció The God Delusion de Richard Dawkins ocurrió la misma sensación: una prestigiosa autoridad científica implora argumentos filosóficos en contra de la religión. Auspiciado por su nombre, esto provoca revuelo durante un tiempo, el tiempo que dura la noticia. La noticia se aleja, es barrida por la actualidad, y ahora es preciso otro libro que devuelva el tema al candelero. Qué aburrimiento, por Dios. Esto es el cuento del eterno retorno en su versión más burda.
"Ten paciencia", me dice mi maestro Tiburcio. "Y es que no se debe menospreciar nunca un libro sin haberlo leído. Juzga únicamente aquello que puedas reflexionar antes". Así que yo, como discípulo aventajado del escepticismo tiburciano, suspenderé el juicio hasta más ver.