Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 8 de mayo de 2017

¿ES DE IDIOTAS ESTUDIAR INFANTIL?

   
Serapias lingua, orquídeas de la Sierra de San Pedro.
     Hace poco, una chica con un buen expediente académico en bachillerato rechazaba para la universidad su vocación profesional favorita: la enseñanza. Había optado finalmente por empresariales, cuando ella quería haber estudiado educación infantil o primaria. La razón para haber rechazado esta última no era una cuestión de salidas profesionales. Sencillamente, no le gustaba que luego fuese tildada de tonta o imbécil. 
     Esta es la triste realidad a la que se enfrentan los que optan por la enseñanza primaria e infantil. Muchos alumnos que acaban en magisterio son parias y defenestrados del resto de las carreras y grados. Uno ya ha visto pasar a muchos chicos y chicas estupendos encaminados hacia estas ramas. Pero muy pocos de ellos eran brillantes -lógicamente, siempre hay excepciones-, y muchos de ellos más bien tenían una formación limitada, que suplían con su cercanía a los niños y un excelente trato afectivo hacia ellos. Este es un comentario típico hacia un profesor de primaria o infantil: "No es muy bueno académicamente hablando, pero tiene buena mano con los niños y eso es lo que importa". Triste justificación para el maestro que hemos escuchado más de una vez. En el fondo estás afirmando que el profesor en cuestión es un auténtico ignorante, por torpeza congénita o adquirida, con un nivel educativo inferior a la media nacional, o reducido a dos tópicos mal construidos sobre cada asignatura que imparte, conformista, escasamente creativo, pero con una habilidad emocional enorme que le permite desarrollar una empatía tan fuerte con sus futuros alumnos.
      El maestro consigue ponerse a la altura de los niños. Pero no sabemos si es capaz de impulsar su educación en la mejor medida de lo posible. Si el colegio fuese una guardería, no necesitaríamos más. Desgraciadamente, el colegio no se reduce a eso, aunque así sea el parecer de una parte importante de los padres de este país. Por lo tanto, no se trata que los profesores sean como niños. Pensamos que los niños son tontos, y nos hacemos tan tontos como creemos que son. Tampoco se trata, para demostrar ser buenos profesores, de hincharles a deberes desde los seis años. Lo que importa es que los profesores sean adultos competentes que sepan tratar a los niños para abrirles al mundo: descubrir, aprender, sentir, experimentar y dialogar.
      Y podríamos decir: ¿no consiguen eso los maestros actuales? Ciertamente. Pero, ¿tienen formación suficiente en neurociencia, psicología, sociología y didáctica actual aplicada al desarrollo y la educación? ¿existe vida más allá de los experimentos de conservación de Piaget? ¿Existe una lectura sosegada de la inteligencia emocional, las inteligencias múltiples, las nuevas metodologías, más allá de cuatro eslóganes de moda? ¿Se aplica adecuadamente al aula? ¿Han experimentado ellos primero lo que enseñan en ciencias naturales y sociales? ¿Saben acercar el aula al mundo real? 
       Eso es lo que nos separa de muchos países europeos. En algunos de estos países, una clase se prepara por parte del profesor como una auténtica obra de arte, y tiene el asesoramiento y la evaluación de otros compañeros. Aquí, las clases las dicta todavía un libro y tenemos un horario laboral demasiado amplio para hacer adecuadamente nuestro trabajo. A lo sumo, innovaremos, cambiaremos el libro por un ipad y creeremos que hemos hecho algo. Pero así no vamos a ningún lado. Tenemos la esperanza de que quizás las cosas estén cambiando, pero la sociedad todavía no se ha enterado. Y muchos profesores, tampoco.