Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 29 de septiembre de 2012

NARUTO Y POTTER: ¿POR QUÉ LOS HÉROES DEL SIGLO XXI VAN A LA ESCUELA?

           Hoy el señor Tibb va a hablar de los héroes. ¿Por qué? Porque estamos hasta la coronilla de la política. Desesperado de leer periódicos e informativos, no sabe qué nuevo puede hablar sobre el 25-S cuando otros ya lo hacen tan ampliamente y de forma tan clara. Agobiado por la vorágine del tiempo presente,  necesita refugiarse en su mundo de ficción y desea convertirse en un adolescente de tres al cuarto sin interés alguno en la política... Así que hoy hablaremos sobre héroes, la antítesis utópica que muchos desearían para nuestros días oscuros y de gente mediocre. Y la razón no es vanal. Aunque no nos guste, nuestros héroes particulares dicen mucho de nosotros mismos. No solo por aquello que decía Jung, de arquetipos universales que retratan las personalidades de cada individuo. Los héroes de cada época reflejan la sociedad que les ha creado y con los que sueñan, y los nuestros no son una excepción. 

      Puestos a hacer clasificaciones interminables en torno a este tema, nos hacemos una simple pregunta que parece común en nuestro imaginario colectivo: ¿Por qué algunos de los héroes de ficción actuales con más tirada van a la escuela? ¿Será tan solo una mera estrategia comercial para encontrar a sus seguidores entre los estudiantes? Harry Potter y Naruto (el señor Tibb se siente mucho más enganchado al culebrón manga que a los magos de Howards) son héroes de nuestro tiempo y representan perfectamente lo que estamos diciendo. Aunque indudablemente, la idea de maestro y discípulo en el mundo de los héroes no es nada nueva. Desde el pasado siglo hay que otorgarla a la pareja Luke Skywalker y el maestro Yoda. En el caso de los dos primeros, como todo héroe universal, van con un destino marcado de antemano, tienen que hacerse, luchan por conocer su propia identidad. Tanto uno como otro, son héroes desde su nacimiento, producto de una gran lucha que inconscientemente ha salvado al mundo, pero de la que desconocen todos sus detalles. Sin embargo, si en los héroes antiguos la etapa de formación pasaba más oscuramente, ahora es el momento de la vida del héroe que mejor conocemos. De hecho, es el que más nos interesa. Lo demás, la lucha entre el bien y el mal, el resultado a veces maniqueo u otras veces agridulce del final de ese enfrentamiento, resulta algo secundario.
      Ese destino está oculto bajo un largo proceso de formación, muy similar al larguísimo periodo educativo que atravesamos nosotros a lo largo de nuestra vida. Resulta interesante que cuando estos héroes crecen, empiezan a perder su encanto. Nos engancha mucho más el Naruto en la academia de Konoha, hiperactivo y adolescente, o el Harry mocoso de la escuela de Howards, lleno de dudas y rodeado de enemigos potenciales. Cuando estos héroes descubren su poder, dejan de ser interesantes. Empiezan a perder público, excepto en los acólitos más acérrimos. Se convierten en un superhéroe más.  

Nuestra sociedad disfruta con los héroes que se hacen a sí mismos, con sus desaciertos y sus luchas interiores. Rehuye por completo o les parece sumamente aburridos aquellos que desde un principio aparecen como casi invencibles y alejados de toda confusión moral (como por ejemplo Superman). Cuanto más lejos de los hombres y más cerca de Dios, menos atractivos nos resultan. Y uno se pregunta si esto es la humanización de los héroes o su acercamiento al siglo XXI. El héroe griego es Dios hasta el momento de su muerte, en el que se recuerda de nuevo su condición humana (el caso de Aquiles es paradigmático). Apenas necesita maestros: los dioses los abandonan y sus padres adoptivos no hacen otra cosa que garantizar su supervivencia (el héroe rescatado de las aguas, como el Sargón sumerio o el  Moisés judío y adoptado posteriormente). Su gran virtud para nosotros es el envilecimiento, su sometimiento a las pasiones, que lo hacen cercano a los demás. Esto lo supo con amargura Conan Doyle cuando describía a Sherlock Holmes (los lectores amaban más al detective cuando lo disfrazaba de cocainómano, extravagante y maquiavélico), y lo saben todos los que ilustran a Batman y le dan matices y sombras que lo hacen atractivo. De igual manera, ocurre lo contrario con el villano: en la tradición manga es costumbre que el villano sea psicológicamente muy complejo y se redima al final de su aventura, aunque lógicamente deba pagar con su vida esa remisión, en la mayor parte de los casos. 

    Por el contrario, el héroe moderno se vuelve Dios a lo largo de su vida. Es el ideal del hombre que se hace a sí mismo, el modelo liberal por excelencia. Humilde en un principio, conocedor de su tragedia, tiene que trabajar y esforzarse duro si desea alcanzar su destino. Y sin embargo, no es el Robison Crusoe de Defoe ni el héroe encarnado en el cine de oro de Hollywood, solo ante el peligro (como en el western), capaces por sí mismos de superar todo trance. Aunque los héroes de todos los tiempos han necesitado maestros y guías por el camino, los héroes actuales (Luke, Naruto, Harry Potter, Neo y otros muchos) los necesitan más que nunca: maestros de tradición oriental que no solo les enseñan técnicas de combate, sino también caminos en el conocimiento de sí mismos.
     El maestro Yoda o Kakashi sensei (no es casualidad que el término japonés de maestro se haya divulgado tanto) encajan perfectamente en este perfil, hasta el punto que se convierten en el cuarto elemento añadido a los tríos típicos formados por los héroes tradicionales: el héroe con su destino, su acompañante colaborador, rival y amigo a la vez,  y el elemento femenino (o masculino, si hablamos de heroínas) que aporta una relación sentimental entre los protagonistas. En la medida en que la adquisición de conocimiento se haga más necesaria en nuestra sociedad para el desarrollo personal, el perfil del maestro o guía también cambia. Ya no es solo un maestro, singular y privilegiado, sino que es una auténtica institución: la escuela de Howards, la escuela de la villa de la Hoja, o la academia Jedi.  Esa institución hace las veces de modelo de referencia para el héroe y lugar de veneración y fidelidad, pero también acaba siendo un lugar donde las reglas académicas deberán romperse para que el héroe pueda llegar a su plenitud. En nuestra actual sociedad del conocimiento, no dudamos que los maestros seguirán siendo un referente de primer orden en la vida de nuestros héroes más queridos. 

 Los héroes se rodean de colaboradores: Ron y Hermione rodean a Harry. 
Los tres van vestidos de estudiantes.

 El trío clásico de la Guerra de las Galaxias, con su toque incestuoso y edípico. Arriba, con los venerables maestros Obi-Wan y Yoda.

 El equipo número 7 del anime Naruto, acompañado de su sensei, Kakashi.
El trío de Matrix. Aquí Morfeo hace las veces de colaborador y maestro de Neo
 en el conocimiento de la realidad.

martes, 25 de septiembre de 2012

TODOROV Y LA REIVINDICACIÓN FILOSÓFICA DE GOYA

     Podría ser el título oculto para el ensayo de Todorov sobre Goya llamado Las sombras de la razón. Y tiene razones para ello: Goya es el primer gran crítico de la razón ilustrada y de sus más funuestas consecuencias. Es el primero en reflejar el totalitarismo en toda la historia, mucho antes de que Primo Levi nos hablase con estremecimiento de los campos de concentración o que Orwell, Grossman o Koestler iniciasen su recreación literaria del comunismo. Y lo genial de todo no es solo que Goya se adelante casi siglo y medio a sus sucesores. Lo que Todorov recalca es que es capaz de reflejarlo no con la palabra, sino con la pintura. El mejor acierto sin duda en este libro es la capacidad que tiene de transmitirnos que la filosofía en la historia no se ha expresado únicamente presa de un lenguaje conceptual, logocéntrico, cerrado, sino que ha buscado otras vías de expresión. Semejante intuición dificilmente se podría haber formulado antes de la postmodernidad (el autor nos recuerda los mensajes despectivos de Ortega), y sin embargo hoy en día nos resulta tan evidente como claro. Para ello, Todorov se detiene en el propio pensamiento en imágenes del pintor aragonés, especialmente en dos puntos terriblemente actuales. 
    Goya no es solo seguidor o crítico de la ilustración: supera todo posible maniqueísmo en su obra más personal, los grabados y dibujos. Es capaz de ver la sombra oculta del discurso ilustrado, o las consecuencias ocultas que hay tras él. Así, Todorov nos da la clave para entender el famoso grabado "El sueño de la razón produce monstruos". Con ese título y lo que expresa tras él, no nos deja claro si es la ausencia de la razón lo que provoca la barbarie, o si más bien la razón tiene sueños propios que pueden acabar en pesadillas. Todorov se apunta más hacia esa segunda interpretación: tras la psicología humana consciente, racional, se ocultan todo tipo de deseos y pesadillas, que forman parte ineludible de la misma razón. El pintor logra superarlos haciendo de la pintura y el arte una genial sublimación, apartando todos los monstruos fantásticos que asedian su mente tras las muchas experiencias complejas de su vida. 
    Ese discurso paralelo a la Ilustración tiene su principal correlato en la parte más política de sus grabados, los desastres de la guerra. Nadie podría hacer un estudio de esos grabados como un himno a la patriótica resistencia española. En los grabados es imposible distinguier el bien del mal. Goya es capaz de descuartizar el discurso dialéctico de ilustrados y absolutistas, patriotas y afrancesados, pueblo invadido y ejército invasor, y reducirlo moralmente a un único discurso de barbarie.Como asegura con certeza Todorov, si el pueblo sufre más víctimas y humillaciones es tan solo porque está peor armado, y no porque tenga mejores intenciones. Los franceses, por otra parte, supuestos portadores de las ideas ilustradas y revolucionarias, se transforman en bestias irracionales ante el rechazo violento del pueblo. Esta superación del maniqueísmo moral es única en el siglo XIX, y nos adentra en las mareas totalitarias del siglo XX, con el discurso de los totalitarismos o el imperialismo. Quizás porque la guerra de la independencia española fue la primera experiencia contemporánea de la barbarie (algo que no vieron los contemporáneos de Goya, salvo en el aspecto militar o romántico), o por la sensibilidad especial del pintor, que fue más allá de la propia guerra y observó después en el reinado de Fernando VII una prolongación del terror de la guerra. La esquizofrenia del pintor, que comparte las ideas de los invasores, pero no es indiferente a todos sus excesos es comparable, según Todorov, a esa parte de la población islámica integrante de estados fallidos (Irak o Afganistán) y que ven en Occidente un modelo ético y político a seguir al mismo tiempo que un invasor inhumano.
      En cualquier caso, los Caprichos y Los desastres de la guerra no forman dos universos independientes, uno marcado por la fantasía subjetiva y otro por la dinámica de la historia, externa al sujeto. Son los reversos de un mismo trauma: la incapacidad de la razón para contener las pasiones humanas más profundas, y el vínculo profundo que existe entre ellas.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LOS RECORTES POLÍTICOS DE COSPEDAL: ¿UNA VERDADERA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA?





Parece que las medidas de la señora Dolores de Cospedal anunciadas hace algunos días ha descolocado a más de un sector de los ultracríticos con nuestro sistema político. Aquellos que pedían una reducción drástica de los gastos en los sueldos de los políticos se han encontrado con que la presidenta de la junta de Castilla la Mancha ha sugerido que el trabajo de los cargos políticos sea prácticamente gratis en beneficio de la sociedad, cobrando solo por la asistencia puntual a los actos y compromisos públicos de rigor. Al mismo tiempo, a las demandas de menos políticos, Cospedal anuncia un recorte de la mitad de diputados en el parlamento autonómico. De 49 pasaríamos a 25 diputados. En términos numéricos, que tanto entusiasman a los ahorradores de  las arcas públicas, se gastarían al año 1.7 millones de euros menos.  En un sentido distinto, pero igual de necesario, menos duplicidades, menos diputados y cargos de trapo son respuesta no solo a la necesidad de recortes, sino a una necesidad de regeneración política. En fin, la dirigente más inteligente y elegante (y por supuesto la más rica y la que menos necesita de su cuantioso sueldo) de nuestro gris panorama político nacional ha vuelto a llamar la atención sobre las responsabilidades de los políticos. Y parece que otros líderes autonómicos ya están tomando nota.  
Posiblemente cualquiera de los manifestantes del 15-M de hace algo más de un año, que hoy no se manifiesta pero sigue incendiando la red, aplaudiría estas medidas regeneradoras, aunque como eterno insatisfecho las seguiría viendo insuficientes. Pero ahora resulta que una parte de aquellos que más defendían la regeneración política, progresistas y gente bien pensante, se encuentran de pronto con la boca del lobo y acusan de populismo a la supuestamente bienintencionada señora De Cospedal. ¿Nos hemos vuelto locos o detrás de la regeneración existen auténticos riesgos graves?
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Si echamos un vistazo a la historia, los más pesimistas apuntan a que lejos de ser democráticas, estas medidas pueden llevarnos ni más ni menos  que al retorno de gobiernos oligárquicos. La paulatina volatilidad del voto y su fuga hacia los partidos pequeños se puede abortar haciendo más difícil sacar un representante político y demandando más votos por su cabeza. No es de extrañar que la reducción de diputados, concejales y demás cargos políticos sea bienvenida desde las filas de los partidos mayoritarios, aunque eso suponga adelgazar sus propias expectativas de ofrecer cargos a sus propias clientelas.
Pero nos interesa más hablar de los honorarios otorgados por el trabajo político. Desde las crónicas de la antigua Roma a Ciudadano Kane o incluso la Italia de nuestros días, la política era una aventura en la que solo podían embarcarse los más ricos de la sociedad. El patricio romano metido a político era aquel noble rico que estaba dispuesto a no ganar nada con el cargo –es más, perdía auténticas fortunas-, pero obtenía prestigio y se garantizaba suculentos negocios para él y sus clientelas gracias al cargo que ostentaba. Nadie parece darse cuenta que el sueldo en política es lo que menos importa para ese grupo social.  Importa el poder y mucho, pero ese poder obviamente da más beneficio si previamente estás colocado en una posición económica privilegiada o cuentas, como en la antigua Roma, con una clientela aventajada.  El riesgo es relativamente alto: si la clase política emerge única y exclusivamente de la franja social privilegiada económicamente, es más que posible que gobiernen de acuerdo con sus intereses por delante, por más que en una democracia el electorado tenga la llave última del gobierno. Y por otro lado, aquellos que lleguen de posiciones menos privilegiadas harán lo posible por utilizar el poder político para adecuar sus intereses para cuando deje el cargo. En definitiva, entender la política como un trabajo a tiempo parcial, lo convertirá indudablemente en un hobbie lucrativo o prestigioso que solo podrán ostentar gente como  grandes empresarios que en sus ratos de ocio se dedican a ser presidentes de equipos de fútbol. No por casualidad, Marbella fue gobernada por el presidente del Atlético de Madrid, e Italia por el presidente del Milán. Esto no son fantasías: son riesgos reales a los que nos exponemos en el futuro.
Obviamente, el sueldo de los políticos no es una vacuna contra la corrupción o la persecución del interés privado, pero demostró en su momento que agilizaba la democratización de las instituciones. Una cosa es controlarlo y no convertirlo en un privilegio monopolizado por los propios políticos, y otra muy distinta es su eliminación. Hay otras medidas mucho más sabias para limitar el poder político y evitar su profesionalización, como puede ser una duración limitada en los cargos políticos o incluso en la vida pública. Esta medida, que romanos y americanos se tomaban muy a pecho, muestra un hecho evidente: la excesiva permanencia en el poder genera inercias de corrupción y clientelas económicas,  evitando la regeneración política. La temporalidad del cargo público tiene indudablemente una función reguladora mucho más importante que la de un sueldo.
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Pero nos está bien empleado, sí señor. En nuestra miseria económica hemos criticado hasta lo indecible un sistema político que bien que mal, tenía muchos aciertos. Lo hemos colocado de chivo expiatorio ante un mal del que a duras penas es responsable –o lo es en la misma medida que la propia sociedad tan crítica-. Así, entre muchas propuestas críticas de sentido común que la ciudadanía ha lanzado a la clase política, otras rozan el desahucio de la propia democracia liberal representativa, tal y como hoy se entiende. Muchas reglas del juego político estaban ahí no por antojo o por mero gasto público, sino por necesidad vital para el funcionamiento correcto de las instituciones. Expliquen esto a los populistas y a aquellos que en Facebook y las redes sociales arrojan tantas piedras sobre la clase política, pidiendo rodar cabezas, eliminar sueldos, dimisiones en masa y reducción de diputados. Mientras estos furibundos críticos –gente normal, por otra parte- lanzan sus gritos de guerra, los partidos mayoritarios y las grandes familias políticas dejan hacer, conscientes de los réditos que pueden sacar de estas controversias. Política de laissez faire, como los viejos partidos decimonónicos.  ¿Quién tendrá diputados en los parlamentos del futuro? Los partidos más votados. ¿Quién podrá acceder a un cargo político? Aquel que tenga su futuro garantizado de antemano. El sueño democrático tendrá que esperar. Bienvenidos a la oligarquía del mañana.
Tenía razón alguien cuando aseguraba que la miseria ensombrece el pensamiento y desarma la cordura. Nuestra miseria nos enajena y hace enloquecer: nos hace tirar por la borda instituciones valiosas que poco tienen que ver con la crisis y cuya desaparición no va a solucionar más bien nada, sino empeorar aún más la situación. Poco a poco, nos vamos adentrando en las tinieblas psicológicas más dramáticas de la crisis: la destrucción por la destrucción.  Muerto el futuro, solo nos da placer romper con el pasado, en la esperanza de un mundo nuevo que ha de emerger algún día. Nihilismo en estado puro como única política posible.

lunes, 17 de septiembre de 2012

ELEGIR COLEGIO: ¿UN DERECHO DE LAS FAMILIAS?

     Una eterna polémica nunca resuelta del todo en el mundo educativo es hasta qué punto los padres pueden decidir por la educación de sus hijos, en torno al centro, las materias, el horario o la edad de escolarización. Cuando no se discute por la discrepancia de una asignatura, se debate por otra cosa. Una polémica de este tipo se presentó cuando el gobierno autonómico de Aguirre (que descanse políticamente en paz) decidió romper la distribución de los alumnos en colegios en función al distrito al que pertenezcan. Este modelo se ha extendido a Castellón y otras autonomías están estudiando la puesta en práctica de esta medida. Los argumentos que se han dado para este cambio consiste en dos puntos: a) se da más autonomía a los padres para planificar la educación de los hijos y b) se introduce en los centros educativos un modelo "de mercado", es decir, se abre la competencia entre distintos centros para ganarse el mayor número de alumnos.
     No sin razón se ha mencionado esta propuesta como "neoliberal". Sin embargo, tratar la educación bajo la perspectiva de una mera eficacia económica se da de bruces con sus pretensiones de igualdad y nivelación social. El sistema educativo es quizás el elemento estabilizador más importante que existe en nuestra sociedad: en la medida que permite cierta igualdad de oportunidades y una cultura del esfuerzo, los miembros de la clase baja y media tienen más posibilidades de alcanzar un éxito humano y profesional y el ascenso o mantenimiento de una posición social adecuada a las expectativas de los individuos. Renunciar a este principio es desmantelar el sistema educativo tal y como lo conocemos y llevar a la sociedad a una mayor polarización.

     ¿Qué libertad hay en la educación?
     Pero antes de abordar ese problema concreto, nuestro espíritu filosófico se revuelve. ¿Qué quiere decir "libertad" en educación? Primera evidencia no reconocida por todos: cualquier sistema educativo es por definición extremadamente autoritario. Que un iluso liberal que diga lo contrario implica que no sabe el significado de la palabra "educación". La enseñanza impone reglas, contenidos, disciplinas, horarios de trabajo a alumnos y padres que ellos nunca van a elegir. Además, desde que está en manos del estado y no en un ámbito privado, es un sistema burocratizado. Para obtener un mínimo de racionalidad organizativa, se sacrifican también decisiones personales y libertades. En nombre de un bienestar general y de unos costes razonables los integantes de ese sistema educativo reconocen que su libertad es sumamente limitada. Es más, garantizar un alto grado de libertad a estos niveles muy posiblemente supondría poner en peligro el espíritu igualitario de todo sistema educativo del último siglo. Si cada padre desease lo mejor para su hijo, muy posiblemente acabaríanis topándonos con los deseos y libertades de otro padre. Unos ganarían (los que posean más recursos) y otros perderían en ese combate desigual.
    En definitiva, el uso de la palabra "libertad" está viciado desde el principio. Lo que tenemos son distintos agentes educativos, que actúan de forma dictatorial sobre unos hijos que lógicamente no son autónomos y que precisan de esa autoridad para su desarrollo. Lo que sí nos podemos plantear es qué tipo de valores esconden familias, sociedad civil y estado como los tres agentes fundamentales que intervienen en la educación. 
La familia: libertad vs desigualdad.
       Las familias detentan la palabra "libertad" con más fuerza, y ciertamente, está recogida en la carta de los Derechos Humanos el derecho de las familias a la educación de sus hijos. Pero evidentemente, esto tiene un límite (aristotélico, si me permiten la palabra). La familia no es la única institución social existente, aunque sea la más básica. Las opciones educativas de la familia tienen que estar de acuedo con un ideario presente en cualquier sociedad democrática. Sin meternos en espinosas cuestiones multiculturales, y reduciendo el debate al dilema libertad/igualdad, las familias tenderán a actuar de forma egoísta (o mejor, autointeresada) en nombre de la libertad individual para tener más posibilidades educativas frente a otras familias, aunque sea de forma inconsciente (suena un poco a sociobiología, pero la perpetuación genética es la mejor explicación que encuentramos al carácter innatamente egoísta de la institución familiar frente al interés general del resto de la sociedad). Dejar total libertad a las familias en materia educativa supondría, indudablemente, un incremento en la desigualdad social.

Sociedad civil: pluralidad vs. grupos de interés.
       Como decíamos, siendo aristótelicos, la familia no es la única institución existente entre el ser humano. Se defiende un concepto de libertad muy propio de J.S.Mill y que luego hará suyo el multiculturalismo liberal. Una sociedad plural implica que hay que dar el máximo de garantías posibles para que esa pluralidad tenga voz y por tanto, los individuos tengan también garantías de elección en el más amplio espectro cultural posible. Es por esta razón que centros concertados y privados, ya sean laicos o religiosos, puedan disponer de un ideario de centro respetado desde los organismos educativos. Desde una perspectiva multicultural, esto ya sería una razón suficiente para su financiación. Sin embargo, también este valor se puede tergiversar fácilmente. Podemos estar encubriendo no solo idearios antidemocráticos, sino también a grupos de interés que acaban potenciando una mayor división social y económica.


Estado: igualdad de oportunidades vs. autoritarismo. 
      Por último, corresponde al estado nación tener la última palabra en materia educativa. Si en su nacimiento, esta significaba eminentemente colocar una identidad nacional basada en la lengua, la cultura y también la religión, progresivamente (y mucho más a partir de la transición) el estado se ha comprometido esencialmente por cubrir en el ámbito educativo la igualdad de oportunidades que plasma toda constitución occidental. La función del estado es preservar la libertad de los individuos en el sentido de poder otorgarles su máxima autonomía e independencia (una definición que podría firmar el republicanismo de P. Petit), pero no necesariamente otorgando la máxima libertad de elección a un colectivo siempre limitado de personas (el sector acomodado de la sociedad). Sin embargo, estas intenciones también pueden teñirse de sombras fácilmente. El estado puede adoctrinar en una ideología no consensuada, o sencillamente, fallar en su propuestas de igualdad y recortar las libertades individuales sin una contrapartida en igualdad. Este detalle se olvida fácilmente en los sectores progresistas, a los que basta decir la palabra "estado" para sentirse satisfechos. Nuestra perspectiva es que al estado hay que exigirle resultados en términos de igualdad o su labor se puede cuestionar de lleno y optar por la gestión privada con un control público de los fines de esa gestión.

         La libertad de elección de centro, una solución compleja.
     Centrándonos nuevamente en nuestra polémica inicial, podríamos afirmar que el problema está relativamente mal planteado. La libertad de elección es rechazada por los sectores más progresistas que critican a esta medida como una forma de crear ghettos y generar escuelas de primera y segunda clase. Si los padres decidieran por sí mismos, defienden, huirían de aquellos colegios e institutos problemáticos y se refugiarían en aquellos centros, públicos o concertados, de mayor prestigio. Esta crítica, que en teoría es real, presenta sin embargo dos objeciones en la práctica. En primer lugar, la inmensa mayoría de los padres se guían por un criterio de cercanía al colegio, aunque bien es cierto que aquellos más preocupados por la educación de sus hijos o con más medios, no toman este criterio como definitivo. Es decir: muy posiblemente las cosas no cambiarían demasiado con una modificación en la distribución por áreas del alumnado. En segundo lugar, el sistema vigente no garantiza la eliminación de escuelas de segunda o primera categoría, sino todo lo contrario. Estratifica la educación de acuerdo con la ubicación del centro escolar. Un centro en un barrio obrero tendrá inequivocamente menos posibilidades que un centro en un barrio de clase media. Y con esto también mencionamos un tópico que es preciso desarmar: el hecho de que el sistema educativo sea exclusivamente de gestión pública no conlleva por sí mismo a una mayor igualdad educativa. Existen centros de primera y segunda en el ámbito educativo precisamente por la distribución por áreas y no por su contrario.
       Por todo esto, la parcelación o creación de zonas del servicio educativo no debe justificarse por sí misma como una herramienta decisiva contra la desigualdad. Tendemos a pensar que una mayor libertad de elección no tiene por qué ser negativa en términos de igualdad de oportunidades, si concedemos más importancia a otros factores que deben acompañar a dicha desrregulación. Aquí seguiríamos el principio maximin de Rawls, según el cual las desigualdades (y por consiguiente una mayor libertad) son permitidas única y exclusivamente si mejoran las condiciones del grupo menos aventajado de la población. Por lo tanto, si deseamos garantizar un máximo de libertad para, digamos, las clases medias de nuestra sociedad, necesitamos asegurarnos también que los grupos menos favorecidos en educación (colectivos de inmigrantes y alumnos con discapacidades, fundamentalmente), encuentren un lugar óptimo para su desarrollo educativo.
Dentro de estos criterios que deben acompañar a la mayor libertad de elección de centro destacamos los siguientes:

        1. Los centros no pueden rechazar alumnos por razones académicas, culturales o del tipo que sean. Esto ha sido una práctica extendida en centros concertados, pero también común en muchos colegios e institutos públicos de prestigio. Los centros deben comprometerse a mantener unos niveles determinados de alumnos con necesidades educativas especiales, sean del tipo que sean. Estas discriminaciones causan más daño que la propia libertad de elección de centro.Resulta aberrante que un centro concertado pueda dar razones del tipo de intentar fomentar el máximo de homogeneidad entre sus alumnos, o que se escuden en su ideario de centro para rechazar acnees o inmigrantes de otras culturas y de difícil adaptación a nuestro entorno. Las autoridades educativas deben trabajar a fondo con estos grupos de riesgo de exclusión

          2. La movilidad y elección de centro debería ser un derecho que se pudiera aplicar a todos por igual, y no beneficiar casi exclusivamente a aquellos que disponen de una mayor renta económica y un mayor nivel cultural o educativo. El sistema de puntos que permite a las familias acceder o no a un centro educativo debería mantener los criterios vinculados con niveles de renta, familia numerosa, alumnos con necesidades especiales etc... para intentar equilibrar las crecientes desigualdades que podría provocar una elección de centro sin más criterio que el deseo de las familias que siempre es, lógicamente, autointeresado (busca lo mejor para sus hijos y se despreocupa de los demás). En definitiva, eliminar la puntuación por cercanía a la zona debería limitarse con puntos obtenidos por desigualdad social. De tal manera, los primeros que podrían beneficiarse de la libertad de centro sean los que menos posibilidades tengan de promoción social.

        3. Aquellos centros que tengan un alumnado más conflictivo, deben recibir recursos adecuados a las características sociales de dicho centro. La teoría liberal premia aquellos centros competitivos y con buenos resultados académicos, con más alumnos y por consiguiente con la continuidad y la disponibilidad de fondos, mientras que condena al olvido a los centros problemáticos por ser poco eficientes y dar escasos resultados académicos. Pero no podemos hacer un análisis meramente cuantitativo de la educación y basado en su producitividad. No todos los alumnos son iguales ni sus necesidades son las mismas. Es necesario, siguiendo el principio de diferencia de Rawls, que el fomento de la desigualdad que intrísecamente se deduce de una mayor libertad en educación, se contrarrestre con mayores ayudas a aquellos individuos situados en el escalón más bajo del sistema educativo.

      4. Igualmente el profesorado debe recibir incentivos ante estas situaciones educativas más complejas, y no ser castigado por el mero hecho de pertenecer a estos centros y no obtener la media de resultados escolares. Desanimando al profesor, desanimamos también a los alumnos indirectamente.  

      Estas medidas son algunas de las completamente necesarias si queremos promover una libertad de elección de centros, y no caer en exclusiones sociales. Al mismo tiempo que es necesario otorgar un mayor dinamismo a nuestros centros escolares (y cierta competitividad entre ellos), no tenemos que olvidar el fin último de un sistema educativo democrático, que es la integración social del alumno. Naturalmente, la combinación de la coerción de las instituciones educativas con una mayor libertad para las familias nunca será fácil, pero es preciso no caer en clichés ideológicos y estar abiertos a un mayor pragmatismo en la resolución de este problema.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

TRAS LA DIADA: EL NACIONALISMO COMO RESPUESTA A LA CRISIS


¿Será Rajoy el próximo Olivares?
     Pobre señor Rajoy. No ha debido dormir muy tranquilo estos últimos días. Los gritos de un millón de personas pidiendo la independencia de Cataluña ha debido resonar en sus pesadillas nocturnas, ahora que la prima de riesgo le daba un ligero respiro. Quizás alguno del gobierno creía que iban a pasar de rositas con la gestión que están desarrollando. En términos sociales resulta inaceptable para una parte cada vez más importante del país. Económicamente hablando, es progresivamente puesta en duda, pues los objetivos que persigue no van  a facilitar automáticamente crecimiento económico y los ejemplos de países de nuestro entorno que ya han aplicado estas políticas no son un estímulo precisamente. Y en el ámbito político, el gobierno por decreto y sin discusión parlamentaria da la sensación de una deriva autoritaria sin precedentes, siempre justificada por los difíciles tiempos que sufrimos y la mayoría absoluta. Lógicamente, la gente necesita válvulas de escape, y falta mucho para el Mundial de fútbol.
      Pues bien, a los tecnócratas les ha estallado una bomba más. Pólvora populista para luchar contra la crisis, en forma de nacionalismo independista en Cataluña como nunca se ha visto. En nuestra humilde opinión, la peor respuesta a una crisis económica y social. No habría que olvidar que el nacionalismo en estos contextos ha favorecido siempre la exclusión, el proteccionismo económico, la segregación y el racismo, por no hablar del monstruo Hitler y sus secuaces, que eran todos ultranacionalistas. Es una respuesta de insolidaridad absoluta  y además, con altas dosis de incertidumbre ante los desafíos que supone: una huida hacia delante en toda regla. Pero claro, mientras corres, te sientes libre. Supongo que muchos manifestantes de la Díada se sentirían igual y no puedo recriminarles por ello. Libres, felices por un fugaz instante, olvidando sus dramas personales y pensando que realmente estaban haciendo historia. Da igual la racionalidad de las propuestas puestas sobre la mesa. Raras veces en la lucha contra la injusticia de un mercado global, una identidad local ha quedado bien parada. La sensación es que con el estado español tampoco les va a ir mejor. Ni una palabra, naturalmente, de los propios responsables políticos catalanes de la gestión de la crisis y la deuda (no hay que olvidar que en el edificio autonómico buena parte del dinero catalán lo gestionan ellos mismos). Ni una palabra tampoco de la respuesta europea a una independencia catalana. Parece dar igual que de vasallo de España, Cataluña se convierta en paria de Europa o esclavo del BCE y Alemania, en el mejor de los casos. El estado español se convierte en chivo expiatorio de la crisis, y evidentemente esta sensación ha sido favorecida de forma ingenua en el día a día de nuestros políticos: Rajoy quizás esté ahora arrepentido de su pasado favoreciendo el cerco al cava catalán, o dando rienda suelta en su partido a los centralistas más furibundos. Igualmente Artur Mas estará ahora digiriendo su deriva soberanista, sabiendo como político que esto trae más problemas que soluciones en el contexto que vivimos. De semejantes aguas vienen estos lodos. Y en sus mentes se debe estar perfilando la pregunta que se hace una parte importante de la sociedad española y catalana: ¿y ahora, qué?

jueves, 6 de septiembre de 2012

EUROVEGAS: AGUIRRE APUESTA POR EL DIABLO.

      Eurovegas me trae inequívocamente el recuerdo de una gran película, El Padrino II.  En un momento de la misma, Michael Corleone, interpretado por Al Paccino, viaja a Cuba para hacer una inversión millonaria en casinos y hoteles. Después de un encuentro con el presidente del país, el mafioso señor Hyman Roth le comenta a Corleone: "tenemos un gobierno amigo a cien millas de la costa de Florida, lo que siempre habíamos soñado". Cuba se convirtió en el putiferio del Estados Unidos de la época de Eisenhower, hasta que la revolución acabó con el chiringuito bananero. Salvando las distancias, cambien ustedes Cuba y la dictadura de Batista por la comunidad de Madrid y nuestra rubia favorita, que en contra del tópico, de tonta no tiene un pelo. En Madrid ya tienen remedio para la crisis: van a plantar bananeras que den sombra a chorizos de alto standing y dudosa legalidad. Suena algo así el trato que desea zanjar el gobierno de Aguirre con el millonario americano, creando una especie de paraíso financiero y laboral, saltándose toda legalidad vigente. El asunto del tabaco queda casi como mera anécdota ante estos riesgos. Sin contar con que el señor Adelson anda imputado en casos de blanqueo de dinero de narcotráfico. Una joyita, vamos. Peritas agridulces como esta no se ofrecen así todos los días a cualquiera de nuestros políticos, sean del signo que sean: pasó por Cataluña y el señor Mas todavía está tirándose de los pelos. Y me pregunto: ¿tiene algo de malo todo esto? ¿no es un remedio como otro cualquiera para la crisis y toda inversión debe ser bien recibida?  
    Ciertamente, un liberal hayekiano como yo puede pensar que si a alguien no le gusta los casinos, no está obligado a ir para allá, ni a apostar sus dineros, ni a visitar sus prostíbulos, ni nada por el estilo. Quien quiera seguir la vida del juego, igual de virtuosa o maligna que cualquier otra, está en su pleno derecho. En un país de ciegos uno tiene libertad para abrir o cerrar los ojos cuando le plazca sin que le puedan recriminar por ello. Pero claro, esta inmaculada moralidad hayekiana se estrella cuando la supuesta libertad del consumidor contrasta con la posibilidad de un contrato basura aceptado por un desempleado de larga duración o con prostitutas obligadas a ejercer bajo el amparo del limbo legal del Casino. La supuesta libertad de elección de estas personas -para dejar la prostitución o un contrato basura- es ejemplo de la Gran Falacia Liberal. Evidentemente, esto son inevitables daños colaterales en toda guerra contra la depresión. Está claro que en época de crisis nos vendemos por el primer plato de lentejas que pasa por delante y ofrecemos lo que sea, más allá de nuestra primogenitura. Triste conclusión bíblico-marxista para los marginados de la globalización.