Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 12 de junio de 2012

EL PROBLEMA DE LA CIENCIA EN ESPAÑA ES... EL LADRILLO.

Carmen Vela contestando en Santander a jóvenes investigadores.
            Hace unos días, la revista Nature ofrecía un artículo de Carmen Vela, secretaria de Estado de investigación. Sus palabras intentaban la cuadratura del círculo al anunciar que el recorte de ciencias no iba a ir dirigido hacia la excelencia, sino hacia la cantidad. Había que evitar gastos superfluos y centralizar la gestión, y hacer como se nos dice repetidas veces, "más con menos". Creo que esa señora o sus asesores son lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de lo endeble de esta cortina de humo, y así parece el propio tono de su artículo. En cualquier caso, el uso de todos estos eufemismos no ocultan las consecuencias del recorte de casi una cuarta parte de la inversión científica en nuestro país. La reducción del número de becas de investigación (los programas de Ramón y Cajal, Juan de la Cierva y Torres Quevedo) es innegable. Muchos jóvenes investigadores dejarán proyectos a medio concluir y tendrán que hacer las maletas.
        En el sombrío panorama de nuestro país, cada sector social afectado por recortes no duda en sacar una batería de argumentos destinados a convencer a los gestores del dinero público de la innegable necesidad de mantener su partida. En el caso de la inversión en I+D los hechos hablan por sí solos. La sociedad del conocimiento solo se podrá alcanzar si se mantiene el compromiso con la investigación. Eso es lo que muchos becarios, con pancartas en la mano, nos han recordado en muchas manifestaciones. Razón no les falta. 
     Y sin embargo, a pesar de la importancia de estos argumentos, muchos ciudadanos de a pie, más preocupados en los triunfos de la Roja o Nadal que en saber el último avance del CERN, se preguntan dónde va el dinero destinado a la ciencia y sobre todo, cómo revierte en nuestra sociedad. Es decir, queda muy bonito citar la sociedad del conocimiento, pero omitimos la última parte del proceso, y apenas nos hablan de sus beneficios sociales y económicos, más allá de asegurar el pan a unas cuantas fundaciones científicas. Esto ha sido utilizado sin pudor alguno por los defensores del gobierno a toda costa y todo trance para hablar de la inutilidad de la ciencia, la necesidad de los recortes y de sustituir la inversión pública por la privada. Inconscientes, sin duda, los hay en todas partes. El debate es desgraciadamente mucho más profundo, y va mucho más allá de la polémica ideológica de si el estado o el sector privado son los mejores gestores de la investigación científica.
       El gran fracaso de la ciencia en España no ha partido de la inversión tardía del estado en la materia. Ha sido sobre todo no contar con una estructura económica que sea capaz de patrocinar, demandar y absorver en el mercado laboral a los jóvenes investigadores. En lugar de ello, necesitábamos irremediablemente un estado que impulsase la investigación desde arriba, un poco como hacían los reyes y ministros ilustrados del siglo XVIII. Mientras el estado mantiene su aportación, las cosas aparentan ir bien. Pero cuando el estado falla, el edificio entero se desmorona. Es cierto que el compromiso de los gobiernos debería ser ineludible, y el tratado de Lisboa nos recomendaba que deberíamos gastar un 3% del PIB en investigación y desarrollo. Ahora quieren destinar menos de un 4%  al conjunto de la educación y la investigación científica ha bajado al 1.39%. Pero aún si el estado dedicara todo el dinero que debería ceder para apoyar una verdadera sociedad del conocimiento, los resultados no serían todo lo deseables que se podría esperar, al menos a medio plazo.  
        Ponemos unos datos reveladores: mientras que España ocupa casi un 10% de la producción científica en Europa y el 3% de la producción científica a escala mundial, el número de innovaciones y de pedidos de patentes -que es donde vemos cómo se traslada el esfuerzo científico al sector productivo- se mantiene prácticamente estancado en los últimos años y apenas se duplicó desde el año 2000. Esto significa que tenemos que importar la tecnología que usamos y esto merma mucho nuestra competitividad internacional. Mientras que el sector inmobiliario representa todavía en España un 8.5 (llegando al 12% antes de la crisis), el biotecnológico representa solo un 1.8 -y es de los pocos que está creciendo a pesar de la crisis-. Son datos del informe que realiza la Fundación Genoma España para el 2012. 
      El sustrato empresarial español carece de un sector industrial basado en el incremento tecnológico: la especialización en servicios y turismo -algo relativamente normal en sociedades postindustriales pero más acusado en nuestro país- y nuestra deriva inmobiliaria machacó esa posiblidad en los años de crecimiento. Además, lejos de lo que pueda pensarse, hemos sido extremadamente eficientes en bienes de servicios que no están sometidos a la competencia exterior, por tratarse de gestión pública -como por ejemplo el sistema sanitario o el sistema educativo-, y estamos perdiendo ese éxito precisamente por el ahogamiento del estado.
      La industria biotecnológica todavía ocupa un modesto porcentaje del PIB. El sector de energías alternativas está paralizado tras el cese de las ayudas estatales. Los centros de investigación del sector automovilístico están en buena medida en los países de origen de estas multinacionales. Tan solo el campo de la medicina, que es un bien eminentemente en manos del sector público, podríamos esperar progresos relevantes. El culpable del fracaso científico en España ha sido, como otras tantas cosas, el ladrillo. Sin pensar en los países mórdicos, un país más semejante a nuestro entorno como Irlanda supo jugar bien sus cartas y basó su crecimiento de las últimas dos décadas no solo en el sector inmobiliario, sino también en el sector informático y la industria bioquímica, no hemos sabido atraer inversiones extranjeras dedicadas a estos sectores punteros. Ahora resulta demasiado tarde.
      Ante todo hay que evitar las respuestas ideológicas, especialmente la de algunos apologistas neoliberales que pretenden justificar lo injustificable. Que la gestión del estado sea insuficiente y mejorable no quiere decir que no sea necesaria. Quien diga que el estado no debe subvencionar la ciencia y que considere que es un gasto innecesario, que debe ser cubierto por el sector privado, contraviene cualquier mínima evidencia empírica de los países más desarrollados tecnológicamente, donde la inversión estatal en ciencia supera el 2% de su PIB. Estados Unidos y Alemania estan en torno al 3, Finlandia llegó al 3.84 de su PIB, Austria alcanza el 2.4 y Francia está a la misma altura. Evidentemente, nuestro problema no es el estado y su gestión, sino la sociedad y nuestro modelo productivo.
     Muy posiblemente tirar la toalla en este campo significaría convertir a España a medio plazo en un país de trabajadores chinos y de chiringuitos de playa, puesto que el sol y los bajos costes laborales serían las únicas ventajas comparativas de la que dispondríamos frente a otros países de nuestro entorno. Esto no es algo irreal: el hecho de que el proyecto empresarial más mareado en los últimos meses sea el de Eurovegas, mientras la fuga de cerebros se acentúa, nos puede decir algo del rumbo que toma nuestro futuro. Pathetic.