Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 30 de noviembre de 2020

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   Recupero una conversación con Juan en los estanques del palacio de Cristal, en Oporto. Juan, con nueve años, contemplaba con orgullo su barco recién construido de doble botella de plástico, mástil y vela de hoja de plátano.   

- Mira que barco más chulo he creado. No se le ha ocurrido a nadie más que a mí. Yo soy el primero que lo ha hecho en el mundo.

- Pero Juan, si eso ha salido ya en unos dibujos animados, los mundos de Greg.

- No. Yo he creado el modelo del barquito, porque el barquito que aparece en El mundo de Greg es falso porque está dentro de un dibujo animado. 

- Y es verdad, los dibujos animados son de mentira.

- Y si los dibujos animados son mentira, entonces todo lo que aparece dentro de los dibujos animados es mentira, y no existen. Y por lo tanto el barco yo lo he creado en realidad por primera vez.    

  

 

 

domingo, 22 de noviembre de 2020

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 Urge un debate  importante dentro de la filosofía política occidental. Si como hemos dicho, el barco del liberalismo está condenado al naufragio, los intelectuales deben esclarecer qué tipo de derechos deben permanecer dentro del tesoro cultural heredado de la modernidad, y cuáles deben ser sacrificados en nombre de la nueva humanidad que se levanta, infinitamente menos antropocéntrica, individualista y autoindulgente. 


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 Releo a Orwell y toda la literatura distópica que nos sirvió de vacuna intelectual para evitar la tentación autoritaria en el siglo XX, y descubro que ella misma es la razón por la que estamos fracasando para el siglo XXI. Ahora se cita a Orwell para criticar toda fuente de autoridad, no por su tendencia autoritaria, sino simplemente porque no nos gusta o no esté en línea con nuestros intereses particulares.

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Premisas a las que el viejo liberalismo sigue aferrado, y razones para su caída paulatina:  

 1. Considerar que del flujo y la interacción libre individual puede surgir un orden social estable. 
 2. Suponer que es la competencia libre, y no la cooperación forzada, la que genera mayor eficacia. 
3. La única forma de alcanzar la felicidad es fomentar hasta el infinito los deseos del individuo. 
4. Poner bajo sospecha permanente cualquier orden político como potencialmente opresivo. 
5. Afirmar que se puede convivir con una revolución tecnológica sin precedentes sin regularla. 
6. Poner sobre las rentas de trabajo la distribución de la riqueza del sistema económico. 
7. Suponer que basta la inercia del mercado para superar un mundo con recursos finitos.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

79

 Solo hay una cosa clara en esta pandemia. Estas crisis aceleran la historia. Las innovaciones amplían su influencia, la tradición muere, las resistencias al cambio son barridas y lo que se mantenía por inercia del tiempo desaparece. La dirección del cambio todavía no la conocemos, y eso es lo que genera ansiedad. Me gustaría contestar como hacía Montaigne de la forma más ataráxica posible, ¿quién sabe? Pero no es tan fácil.

martes, 10 de noviembre de 2020

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     En un melancólico episodio de La Comunidad del Anillo, el elfo Legolas evoca con nostalgia Eregion, vieja tierra élfica desaparecida en las guerras antiguas. Nada queda de su mundo. Ningún morador vive ya en la tierra media y sus historias están olvidadas. "Solo escucho el lamento de las piedras: cavaron profundamamente en nosotras, hermosamente nos pulieron, y altos nos construyeron, pero se han ido. Se han ido. Hace mucho tiempo que buscaron los puertos y desaparecieron". Legolas nunca conoció aquel pueblo, enigmático para él, pero todavía el silencio y las piedras los cantan y endulzan su memoria. No es difícil suponer que Tolkien sintiese la misma sensación en cada viejo rincón de su campiña inglesa, atenazada por la modernidad y en trance de desaparición ante el empuje de carreteras y ciudades. 

     Ahora la Creadora y el Hacedor nos regalan una templada tarde de noviembre. Cogí mi bicicleta y pedaleé hasta la dehesa del Junquillo. En un lugar poco conocido, sobre la terraza natural de una suave colina poblada de encinas, evocaba con la misma nostalgia élfica un pasado lejano. Unas cuantas tégulas romanas afloran entre la hierba. Algún que otro gran sillar labrado de granito  asoma a la superficie. Incluso el fragmento de un antiquísimo muro, reducido apenas a su argamasa interna, se levanta todavía a un metro de altura, retando el tiempo y a un gran tronco caído sobre él. Es fácil volar en el tiempo e imaginar los tiempos de  una ciudad reducida a sus murallas abandonadas y unos pocos edificios caídos, y con villas aisladas sobreviviendo en los alrededores. Es fácil imaginar la dureza de los veranos y el frío del invierno, las malas cosechas, el asedio de las invasiones y el paulatino abandono de sus moradores, en algún punto de la historia de invasiones medievales. Después llegaría el vacío, pero los campos nunca dejaron de roturarse. La villa fue devorada por la hierba y hoy sus tejas y ladrillos se hunden bajo las raíces de las encinas. En tiempos modernos, se construyó en las cercanías una casa para pastores. Pero el tiempo no perdona nada. Ahora la vieja casa de pastores también ha sido devorada, y la basura se acumula en su interior y los graffitis ensucian la cal de sus muros. La nostalgia se siente, incluso entre la inmundicia.     

      Para la inmensa mayoría de la gente, no son más que unas pocas piedras desgastadas en el silencio de la dehesa. Y sin embargo, siguen cantando con fuerza a los que sabemos invocarlas.

domingo, 1 de noviembre de 2020

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    Escribir también implica descalzarte en la vaguada de una dehesa, regada por el rocío del otoño, pisar las ramas y la hierba podrida del verano, sentir el frío y la humedad invadiendo las plantas de tus pies, y hacer todo esto solo para saber qué es lo que el personaje favorito de tu propia novela siente cuando huye de sus propios fantasmas por el mundo.