Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 28 de agosto de 2016

CINCO FORMAS DE MANTENER LA COHERENCIA A COSTA DE ENGAÑARNOS (DISONANCIA COGNITIVA)

     Desde los griegos, el deseo de coherencia y autenticidad ha sido uno de los pilares de la reflexión ética. Sócrates puso su vida en mano de los atenienses como ejemplo de integridad, cuando dijo que siempre respetaría las leyes de su ciudad, incluso cuando fueran contra su persona de forma injusta. La correspondencia entre lo que pensamos y lo que hacemos tiene por tanto bastante fuelle en el campo de la reflexión filosófica. Sin embargo, con la psicología social nos damos cuenta de que esa idea presenta una vertiente más profunda que afecta nuestro comportamiento. Lo más normal es que no seamos tan auténticos como Sócrates, pero que queramos serlo o que la gente nos vea como tales.  El hecho de que no haya correspondencia entre el pensar y el actuar nos hace sentir mal psicológicamente hablando, y necesitamos compensarlo de alguna forma, ya sea cambiando nuestra conducta, nuestros pensamientos o reforzando nuestra posición actual con nuevos razonamientos. Evitamos aquí esencialismos éticos -no estamos diciendo que haya una forma buena de comportarse y que tengamos que ser auténticos con ella-, sino más bien un marco formal, que después cada sujeto y cada cultura rellena a su manera.
Esto es lo que se conoce ampliamente en psicología como disonancia cognitiva, término creado por Leon Festinger y convertido en uno de los principios más famosos de la psicología social. Es un principio en el que prácticamente todos nos podemos ver reflejados y puesto en práctica muchas veces. 


1. Lo que elegimos siempre es lo mejor. Principio básico de la disonancia cognitiva. Una vez que hacemos una elección entre dos objetos o ideas que están en competencia, fortalecemos la opción que hayamos tomado e intentamos infravalorar aquella que ha sido desechada. Típico ejemplo estudiantil: estamos entre salir de noche y quedarnos estudiando para un examen próximo. El que ha elegido salir de noche, dirá para sí que tiene tiempo de sobra para preparar el examen y que una noche de fiesta depara sorpresas agradables que por supuesto no se pueden dejar pasar. El que se queda estudiando posiblemente contestará que el examen es crucial y que la noche de fiesta seguro que es como otra cualquiera. Aplíquese esto también al que se acaba de comprar un coche o una casa (una inversión severa) y ha estado dudando hasta el último momento: estemos seguros que nos van a caer discursos sobre las bondades del coche frente al resto del universo automovilístico. A esto se le conoce con el nombre de paradigma de la libre elección.

La información típica antitabaco
de la que rehuye todo fumador.
2. Evitamos pensar aquellas cosas que no coinciden con lo que hacemos o directamente las rechazamos. Si alguien es fumador compulsivo, es posible que o bien evite la publicidad antitabaco o se trate de autoconvencer a sí mismo que tiene dominado su adicción. Como la segunda acción es un autoengaño difícil de asumir, decidimos no prestar atención a esa información, incluso evitándola físicamente. Esta es la actitud más evasiva en la disonancia cognitiva: la huída ante la información que nos provoca malestar psicológico.  En casos extremos la estrategia se convierte en un ataque que hace que rechacemos aquello que estamos reclamando cuando este se hace imposible. Es la típica reacción del enamorado al que han dado calabazas: rápidamente buscará algún tipo de mecanismo para desacreditar al objeto de su amor y pensar que, tal vez, no era tan interesante como había pensado en un principio. 
La disonancia cognitiva pretende acallar todo malestar aportando razones que permiten ignorar la disonancia.
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3. Justificamos acciones poco atractivas para nosotros mismos con todo tipo de razones para sentirnos bien. Este fue uno de los experimentos que realizó el propio Festinger para probar la disonancia cognitiva: ante una tarea tremendamente aburrida y poco recompensada económicamente (atornillar y desatornillar por un dólar la hora), los integrantes del experimento acabaron diciendo que no era tan sumamente aburrida, solo para justificarse así mismos que había merecido la pena. Es el paradigma de la autocomplacencia inducida.

4. Cuanto más nos cuesta una cosa, más razones nos damos de su valía. En la medida en que acumulamos esfuerzo para conseguir una cosa, aumentamos las razones para seguir esforzándonos y apreciando más la meta a conseguir. La razón es básica: cuanto más esfuerzo, más se deprecia aquella meta que deseamos alcanzar y necesitamos reforzarla de alguna manera. 

5. Escuchamos y atendemos lo que nos gusta oír. ¿Por qué nos cuesta tanto convencer a una persona que sus ideas políticas pueden estar equivocadas? La razón es sencilla: las personas prefieren mantener su equilibrio cognitivo a tener que replantearse todas sus creencias porque sean erróneas, reforzando sus posiciones y ninguneando las de sus adversarios. Está claro que vivir en cierta ignorancia es extremadamente cómodo. De esta forma, la inmensa mayoría de la gente "bien formada" en opinión pública solo atiende a un número de fuentes limitado, para evitar cualquier disonancia y no duda en la mera descalificación del adversario para evitar replantearse cosas. Así, un asiduo lector de ABC es difícil que también lo sea de El País, o que el telespectador de Canal 13 cambie con frecuencia a la Sexta.  Así que el "sapere aude" y la imparcialidad filosófica es mucho más difícil de lo que nos parece, incluso entre los especialistas... 

Las encuestas del Canal13 refuerzan las actitudes del telespectador. Pese a ser bastante sesgadas, el asiduo al
programa las acepta de buen grado. De lo contrario, generarían disonancia cognitiva y malestar en el mismo.

miércoles, 24 de agosto de 2016

CINCO RAZONES PARA REPENSAR QUIÉN ES EL RESPONSABLE DE UN HECHO.

     Seguramente nos hemos topado en más de una ocasión con la típica persona que no duda en pavonearse de sus éxitos (e incluso es capaz de apropiarse de la gloria de los demás) pero que al mismo tiempo busca continuamente causas externas para no afrontar sus propias responsabilidades en un fracaso. No busque fuera: casi todos hemos actuado así en alguna ocasión. Y pensemos cómo se traslada esto desde el campo de los estudios (cuando yo apruebo, lo hago yo porque he estudiado, y cuando suspendo, me suspenden otros o me quedé atrapado en el ascensor toda la tarde) hasta el campo de la política (para un político, cuando estamos en crisis, las causas de la misma son incontrolables y externas, mientras que cuando tenemos buenas noticias económicas, estos son producto único de nuestra estupenda gestión). Los ejemplos son innumerables. 
    También es posible la experiencia de de haber señalado a alguien como responsable de su éxito o fracaso en la vida -el típico caso del pobre al que hacemos responsable de su situación precaria-, y cuando hemos profundizado sobre su caso, nos damos cuenta que nosotros quizás hubiéramos sufrido el mismo destino de estar bajo el mismo contexto. 
  En la psicología social, un grupo de investigadores -Rotter, Heider, Kelley y Weiner entre otros-, investigaron cómo explicamos la acción realizada por una persona, y poco a poco llevó a analizar los típicos errores en nuestra explicación causal. Esto empezó a estudiarse con el nombre del sesgo de correspondencia o de forma más rimbombante como el error fundamental de atribución. Básicamente quiere decir que tenemos tendencia a enfatizar las explicaciones basadas en características disposicionales del actor del hecho en cuestión, en comparación con las basadas en su entorno, en la definicón clásica de Lee Ross. Partiendo del estudio de este sesgo, autores como Hans Weiner y su estudio de la atribución a partir de tres factores, el locus de causalidad, la estabilidad y la controlabilidad. Por seguir el ejemplo del político: cuando hay buenas noticias, lo hará responsabilidad suya (locus interno de causalidad), gracias a su profesionalidad y su esfuerzo (control estable) mientras que cuando las cosas vienen mal dadas, sentirá tentación de apelar a la situación (locus externo) e incontrolable (ha sido mala suerte y las condiciones son imposibles para la mejora).  

1. No piense que sus éxitos solo dependen de usted y los fracasos son por culpa de los demás. Tendemos a hacer esta atribución causal interna cuando se trata de apuntarnos nuestros éxitos y al mismo tiempo achacamos al contexto hostil la razón por la que no alcanzamos nuestras metas (atribución externa). Este es un mecanismo de defensa básico que permite mantener nuestra autoestima (atribución defensiva), pero que en muchas ocasiones es notoriamente falso. Tampoco piense que sus éxitos son solo por la suerte o por la ayuda de los demás mientras se martiriza con sus fracasos. Esta actuación continuada refleja una predisposición hacia conductas depresivas y con una baja autoestima. Si le acompañan además atribuciones relacionadas a su falta de capacidad personal (variable incontrolable por el sujeto) nos encontraremos con posiciones que acaban minando definitivamente nuestra confianza para ejecutar tareas.  
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2. Si hablan negativamente de usted en el ámbito profesional o académico, no piense mal desde el primer momento. Atribuimos razones personales que justifiquen por qué de forma inesperada somos atacados. Esta es la primera reacción, intuitiva, nuevamente en términos de pura defensa de nuestro ego. Pero después de esto, conviene hacer autocrítica y repensar la situación. Es muy posible que encontremos alguna razón de peso por la que puedan hacer ese comentario comprometedor.  El sesgo de correspondencia nos hace pensar que la persona que nos ataca lo hace por motivos puramente personales (envidia, rencor etc...), cuando lo más posible es que hayamos hecho mal nuestro trabajo.  


El experimento de la pecera (Masuda y Nisbet, 1998). El occidental se
centrará en el número de peces. El oriental se encargará de decirnos el color
del agua y las rocas del fondo).
3. Sobre todo si es usted conservador, tenderá a incidir más en las circunstancias personales de los individuos y no las del entorno o contexto para explicar su comportamiento. Bajo esta perspectiva, el pobre es pobre por falta de iniciativa o pereza; el manifestante está psicológicamente perturbado; el terrorista lo es por pertenecer a una religión fanática sin redención. En pocas ocasiones, los conservadores apuntan a otras razones que las estrictamente personales y no prestan atención a lo que un manifestante reivindica ni por qué están ocupando la calle o a una crisis que ha empujado al desempleo a millones de personas contra su voluntad. Por contra, los progresistas son más holistas y globales, pudiendo cometer el mismo error desde la perspectiva opuesta. Igualmente, esta es una visión más propia de la cultura occidental que de la oriental. En una pecera, el occidental buscará los peces. El oriental será capaz de darse cuenta de las rocas que hay.

4. Nunca piense que los demás son como usted, piensan como usted, y actúan como usted. A esto se le llamó error del falso consenso. Tendemos a rodearnos de gente parecida a nosotros y eso nos induce a pensar que el resto de los seres humanos comparte nuestra forma de ser. Piensa el ladrón que todos son de su condición, nos dice el dicho de la psicología popular. La gente aprovechada piensa que todos los demás van a hacer lo mismo que ellos en circunstancias propicias, y es difícil para ellos ver que no todos actuamos con los mismos valores éticos. También es típico en los votantes de un partido su incredulidad ante unos resultados electorales inesperados o adversos. Tendemos a pensar que nuestras ideas son tan evidentes que nos negamos a creer que otros no las profesen igual que nosotros.  

miércoles, 10 de agosto de 2016

CINCO RAZONES POR LAS QUE ES NECESARIO ESTAR TRISTE... A VECES.

La tristeza tiene mala fama, y nuestra cultura intenta suprimir ese sentimiento, al igual que el dolor o el sufrimiento. Está terminantemente prohibido estar triste, por ser sinónimo de aburrimiento, falta de interés social. Pero, ¿es malo estar triste, al menos de cuando en cuando? La emoción de la tristeza tiene una mayor duración que la de la alegría, y ahonda más en nuestra memoria somática. Posiblemente, aunque sintamos nuestras vidas como "normales", los episodios de tristeza se recordarán con más fuerza que los de alegría, y lo que es más interesante, aparecerán mezcladas con otros sentimientos. 

   1. La tristeza tiene una función reparadora. Las cosas no siempre van como debería ser, y necesitamos nuestro tiempo emocionalmente hablando para volver a la normalidad. En esos momentos de tristeza, buscamos nuevas estrategias para afrontar retos vitales, pero para ello necesitamos economizar recursos. El agarrotamiento, la falta de energías, es señal que necesitamos centrarnos en lo que es importante en ese momento, y nuestro cuerpo actúa en consecuencia.  

     2. La tristeza acentúa la introspección. Una persona alegre tiende a concentrar su atención sobre el mundo que le rodea, pero raras veces tiene posibilidad de visitar su mundo personal. La tristeza corta esas relaciones con el mundo, muchas veces superficiales en forma de redes sociales o encuentros esporádicos, para centrarnos en nosotros. Mirarnos por un rato delante de un espejo, y no para ver lo guapos que somos, nos hará conocernos mejor. 

      3. La tristeza nos hace más reflexivos. hace que nuestras energías y recursos dejen de expandirse sobre cosas mundanas y se concentren en un único punto, que suele ser nosotros mismos frente a la situación que nos ha hecho llegar a ese momento. Posiblemente una persona que asegure que nunca  está triste, tenga más posibilidades de ser superficial, frívola o estúpida que otra que diga que siente situaciones tristes, pero que le han permitido superar problemas a medio y largo plazo.  

     4. La tristeza acentúa nuestra empatía y la de los demás. Si no tuviésemos ese careto largo, la gente de nuestro alrededor nos bombardearía con mensajes improcedentes que haría saltar la tristeza hacia la ira más profunda. No solo es necesario sentirla, también debe ser expresada. La tristeza estimula la empatía en los demás, y nos ven como alguien que necesita consuelo o aliento. Igualmente, la tristeza significa que nosotros también somos sensibles y empáticos ante las dificultades de los que nos rodean.  

     5. La tristeza sustituye la ira. Si alguien está triste ante algo traumático, puede consolarse de que no se haya dejado llevar por la ira o la violencia. Las personas más inestables, ante sucesos que provocan un cambio de sus expectativas o un fracaso emocional, pueden reaccionar con violencia ante dichas situaciones. Por eso, en ocasiones, es necesario dejar que el brote violento e impetuoso se calme en cuestión de pocos segundos, y dejarnos sumergir en las aguas de la tristeza, más profundas y melancólicas, pero menos agresivas para nuestro entorno.  

   En definitiva, nadie desea estar triste. Pero es necesaria en determinados momentos de nuestra vida. Como decía Gandalf en el final del señor de los Anillos, en la emotiva despedida de la comunidad del anillo. "No os diré que no lloréis, porque no todas las lágrimas son malas". Una lágrima tiene la misma fuerza que una sonrisa, o incluso más.