Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

miércoles, 20 de julio de 2011

EL PLURALISMO RELIGIOSO: UN INSEPARABLE COMPAÑERO DE VIAJE

       Azar y pluralismo en la religión.
      Me gustaría hablar aquí largo y tendido de uno de los principales retos a los que se enfrenta el hecho  religioso contemporáneo. Algunos de los calificativos que usan muchas religiones frecuentemente es el de ser "verdaderas", "universales", "superadoras". Dios es sinónimo de verdad absoluta. El conocer "la verdad" implica renunciar a lo falso, abrazar la fe auténtica y comprometerse con el proselitismo. Rechazarla o ignorarla supone un actitud negativa que en ocasiones se sigue pagando caro.
      En el peor de los casos, esta interpretación condujo a guerras de religión que todavía hoy azotan el mundo. La verdad se convierte en algo excluyente y siempre amenazada por peligros exteriores, ya sea en la forma de otra religión o de la modernidad agnóstica. De ese miedo el fundamentalismo extrae su mayor fuerza y lo transforma en violencia.
      En su vertiente más suave, la verdad de la religión a la que pertenezcamos se mueve en el marco de una tolerancia  respetuosa con otras creencias de fe. Ese mar en calma en el que navegan los barcos de la religión, cada uno con su rumbo, constituye la esencia de la doctrina liberal que emergió en la Edad Moderna en Europa. Conduciendo la religión a un asunto privado, y desmarcándolo de un estado que se proclama neutral, los países occidentales fueron abrazando ese modelo hasta hacerlo hegemónico, incluso en relación con otros modelos de tolerancia practicada a lo largo de la historia en otras civilizaciones.
      Pero las religiones monoteístas siguen asegurando su exclusividad en el ámbito privado. El hecho de hacerse tolerantes con otras creencias no significa que rechacen su legitimidad a proclamarse como auténticas y universales. Muchas de ellas asumen entre sus principios básicos que son la religión verdadera, ya sea a través de una evolución espiritual del hombre o a través de una revelación determinada en un momento singular de la historia de la humanidad. La tolerancia liberal es un pacto político, un modus vivendi, pero no es una claudicación epistemológica o metafísica. La visión de Kant y los ilustrados de orientarse por una religión natural, de marcado carácter racional y que estuviera por encima de las distintas religiones reveladas y las unificase, no llegó al corazón de los creyentes. Quizás porque intuían que detrás de esa religión se ocultaba algo demasiado frío o porque constituía un primer paso en la disolución del espíritu religioso frente al avance del pensamiento científico. Los creyentes aceptaron la tolerancia como una concesión necesaria para la convivencia pacífica en sociedades cada vez más complejas, pero no renunciaron en privado a su reivindicación universal y excluyente.
En multitud de temas éticos, las religiones se expresan de
forma bastante discutible como la única opción moral verdadera. 
      Un ejemplo de este difícil equilibrio entre creencias privadas universalistas y moral pública liberal lo constituyen todos los frentes que tiene abiertos la iglesia católica con el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la investigación con embriones y células madre. Una posición puramente liberal conduciría a la iglesia a hablar sobre la orientación moral de estos temas de puertas adentro, en el ámbito de su comunidad privada o bien como una fuerza más dentro de la sociedad civil. Y sin embargo, la iglesia reclama un último escollo de universalidad moral cuando defiende su posición públicamente como la verdadera, justificada por un derecho natural que rige a toda la sociedad humana, y cuyas leyes exigen que el estado las acepte como las únicas moralmente válidas frente a la convención del derecho positivo.
      Esta tensión interna lógicamente trae problemas. El hecho que supone el conferirse en una autoridad espiritual superior al resto, implica unos conclusiones para el análisis histórico, la epistemología y la moral, que hoy en día son de muy difícil digestión. Quiero remarcar aquí que partimos de la base de entender el hecho religioso como algo positivo e inherente a los hombres. No voy a plantear aquí ni siquiera el debate con la ciencia o con el ateísmo filosófico, aunque ellos sean los que conduzcan estas críticas hacia la negación de la propia religión.
       Este discurso de la contingencia tardó mucho tiempo en ser llevado a la esfera religiosa por sus consecuencias destructoras y relativistas. Es difícil asumir la contingencia de nuestro discurso linguístico, de nuestra propia formación moral, cuando muchas religiones se arrogan con pretensiones absolutizantes. De hecho, casi podríamos hablar de discursos completamente incompatibles: ¿Cómo colocar al mismísimo Dios a merced del viento, del simple azar y la posibilidad? La contigencia parece excluir la posibilidad de una necesidad histórica, que es requerida por muchas religiones.

lunes, 18 de julio de 2011

LA REVUELTA DE LOS PRIVILEGIADOS.

Luis XVI, hombre ingenuo, sin carisma
y sin excesivas miras de futuro:
 un retrato perfecto de nuestra
actual clase política.
      Este fin de semana el economista Paul Krugman se preguntaba si el G.O.P. (great old party, haciendo referencia al partido republicano estadounidense) había perdido definitivamente la cabeza. El país se asoma a la suspensión de pagos y todavía no se ha acordado un nuevo techo de gasto. Remover ese techo (Que por otra parte se ha hecho ya once veces en la última década) supondría cometer el terrible pecado de subir los impuestos a las clases altas. No se trata, dice Krugman, de algo nuevo: tres décadas de reaganismo acaban pervirtiendo unos prejuicios ideológicos en una inmovilidad absoluta ante una crisis tan grave. Tampoco es el primero en denunciarlo: la revuelta de las clases altas en Estados Unidos (y también en Europa) fue uno de los temas reiterativos en la obra de Galbraith.
      Resulta inevitable contemplar el panorama de Europa y Estados Unidos y no establecer paralelismos con los orígenes de la Revolución Francesa. La gente está equivocada si pensamos que la revolución empieza en la toma de la Bastilla o la reunión paralela del Tercer Estado en la sala del juego de la pelota. La rebelión del pueblo llano es el segundo movimiento de la revolución. El primero de todos lo constituye precisamente la rebelión de los privilegiados ante las demandas de una monarquía absoluta en bancarrota. Luis XVI convoca los estados generales en 1789 para tratar un problema fiscal que tiene muchos parecidos con la crisis que atraviesan los estados occidentales doscientos años después. 
      La historia es tan sencilla como sorprendentemente actual: la política de créditos de los sucesivos ministros de finanzas franceses (Necker y Colonne) había terminado fracasando por completo, ante la incapacidad de devolverlos y ante unos intereses que se iban elevando conforme la insolvencia del estado francés se hacía más grave. La monarquía francesa era acreedora de todos los banqueros de Europa y nadie iba a conceder más dinero a un estado cuyo crédito internacional estaba bajo mínimos (todo esto no son los bonos basura del 2011, sino de 1789).
     Cuando Necker abrió los estados generales de 1789, se centró en las soluciones para evitar esa bancarrota general: una opción era el recorte de los gastos del estado y fundamentalmente, la Casa Real y toda la corte de parásitos que se generaba en Versalles. Pero eso llevaba haciéndose una década y no había producido ingresos significativos, y además, no había frenado la erosión moral de la monarquía ante la sociedad francesa. La otra opción, hacer más eficaces la gestión de los impuestos actuales y del mismo estado, también había alcanzado sus límites razonables. Tan solo quedaba por tanto, la solución tabú para solucionar la crisis: elevar los impuestos, y un tabú más grave todavía, eliminar las diferencias jurídicas entre unos estamentos y otros. Es decir, que los privilegiados estuvieran expuestos a cargas fiscales que hasta ese momento no tenían. En este punto fue donde nobleza y clero dieron la espalda a la petición de la monarquía de Luis XVI haciendo inviable otra solución que no fuera la puesta en movimiento de la revolución.
     Y es en este punto donde precisamente los privilegiados del siglo XXI dan la espalda a las necesidades de un estado agonizante. Obama y toda la clase política actual está en el papel ingrato de Luis XVI o incluso de Maria Antonieta para los más intransigentes: un estado frívolo y corrupto que gasta sin medida y razón. Los privilegiados son más complejos, eso sí, que en el siglo XVIII, pero en países como Estados Unidos tampoco es tan difícil de precisar cuando un 1% de la población dispone en torno al 20% de la riqueza nacional.  Si este es el punto de salida de una auténtica revolución, solo se verá si nuestros estados, efectivamente, acaban en la bancarrota y la locura, como preconizaba Krugman, acaba invadiendo el espíritu de todos los partidos democráticos de occidente. Lástima que los americanos tengan como referente no a los revolucionarios franceses, sino a los colonos que decidieron -justamente- no pagar más impuestos sin representación en el parlamento inglés. Lo que habría que recordarles es que Obama se asemeja más a ese pobre Luis XVI en los estados generales que a los padres fundadores de los Estados Unidos.  

lunes, 11 de julio de 2011

"PINTO"

       Hace unos días ha muerto "Pinto", el último guerrillero del maquis vivo de Cáceres. Tratado como vulgar delincuente por las autoridades y ocultado por su propio partido después, Pinto dirigió partidas en las sierras de Cáceres durante los años cuarenta. Para ellos la guerra no había terminado, y la esperanza de los cambios después de la Segunda Guerra seguía viva. Tras la represión siguió un largo exilio en Francia, el regreso con la Transición y la paulatina rehabilitación de su figura en homenajes y congresos de historia.
      Fue en uno de esos homenajes organizado por el Partido Comunista hace una década, cuando pude verle de cerca junto a mi amigo Manolo. Me parecía la figura de un abuelete contando aventuras de una vida trágica y digna de Corto Maltés. Muchos de sus amigos y militantes ensalzaban su carácter auténtico, la lucha permanente por unos ideales imposibles. Yo me encontré con una lectura muy distinta: Pinto contaba sus correrías, sus momentos de angustia ante la guardia civil, pero también los ajusticiamientos y fusilamientos con una frialdad impactante. Más impactante me resultó cómo el grupo de jóvenes que estaban reunidos allí le vitoreaban y aplaudían esas batallas. Existía algo así como un ambiente de nostalgia romántica y enfermiza por la guerra y la lucha armada, por reconocer al enemigo fascista y destruirlo. Hasta el instante que mi amigo rompió la magia diciendo: "estamos vitoreando a un tipo que ha matado gente por sus ideas políticas. Qué lamentable". Salimos del auditorio con cierto malestar antes de acabar la charla. La izquierda, pensábamos, tenía que librarse todavía de muchos fantasmas del pasado.
      Reconozco que no soy nadie para juzgar a este señor, cuyo conocimiento personal quedó limitado a un par de ocasiones más. Ignoro si desde entonces este señor cambió su opinión o si en su realidad cotidiana era un hombre más complejo. En cualquier caso, Pinto es para los suyos un héroe. Sin lugar a duda, fue un hombre excepcional por ese espíritu de autenticidad, lucha e instinto de supervivencia: un personaje digno de las novelas existencialistas que curiosamente, coincidieron sus publicaciones con su juventud. Pero puedo aventurar que su autenticidad fue tan grande que le condujo al fanatismo, la venganza y la aventura permanente, sin ningún sentido real para sus ideales, por ser irrealizables y llevándolo tan solo al nivel de una realización personal. Una realización personal y un sentido del deber que ponía en riesgo las vidas de todos los que les rodeaban y permitiía sacrificar aquellas vidas que consideraba indignas. Con esto no cuestiono su autoridad moral. Fue hijo de su tiempo y lo vivió con el mayor dramatismo moral posible: otros optaron por el silencio, el exilio o sencillamente nunca les interesó la política. Lo que me parece mucho más dudoso es que esa autoridad siga siendo un referente válido para nuestros días. De nuestros ancestros, debemos respetar y ensalzar sus aciertos, pero también sus terribles errores para no cometerlos nosotros.