Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 27 de junio de 2010

EVOCACIÓN DEL IMPERIO

Lo confieso. Vuelvo a recaer en mis vicios personales y otra vez me zambullo en las lecturas evasivas sobre el imperio romano y sus dirigentes. Aunque a mi favor tengo que decir que no he sido el único en caer hechizado con estos libros: desde Robert Graves a Marguerite Yourcenar pasando por Asimov y George Lucas, y sin olvidar los dramas de Shakespeare, el imperio romano ha sido una referencia universal, hasta el punto que seguimos dedicando los meses del año a sus más brillantes representantes. El poder y la libertad de los emperadores ha inspirado mucha más atención que todos los monarcas absolutos de la historia europea o asiática, sometidos a encorsetamientos culturales que hacían inútil su autoridad.
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 La fuerza de este poder libre de toda autoridad era tal que hacía que el carácter y la psicología de cada emperador se proyectase sobre toda la ciudad de Roma, hasta el punto que resultaría muy fácil dar lecciones morales siguiendo el ejemplo de cada dirigente. Si seguimos los tópicos al uso dados por Suetonio y todas las fuentes y recreaciones posteriores, Tiberio representando la desconfianza, Nerón la adulación,  Julio César la ambición y así otros muchos. Calígula ha inspirado dramas existencialistas y películas pornográficas, Claudio, intrigas palaciegas, Adriano, Marco Aurelio o Juliano, recreaciones ilustradas. No resulta difícil de creer tantos comportamientos irracionales, si el ejercicio de poder y el peso de la responsabilidad acababan destruyendo a los buenos gobernantes. No hay que olvidar que aquellos que escriben no suelen ser favorables al bando imperial, y que por supuesto, no suelen hablar del buen o mal funcionamiento del imperio. Pues bien, a pesar de la mala prensa que dan las propias fuentes romanas para muchos de sus dirigentes, por qué el imperio se convirtió en referente universal?

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La pregunta de carácter político que tenemos que hacernos es la razón de ese auge de la idea imperial. En el ámbito político, el recuerdo del imperio ha tenido una vigencia aún más importante que la propia idea de la democracia. De hecho el imperio romano es el referente histórico que explica el descrédito de cualquier idea democrática durante más de un milenio. El argumento lo dejaba bien claro Santo Tomás mucho tiempo después de la caída de los emperadores de occidente: en todo gobierno siempre es mejor el gobierno de uno que el de varios, pues este último contiene la semilla de la discordia, cosa ya dicha por Aristóteles, Séneca y demás legitimadores autoritarios. Esto hacía referencia indudablemente a los tumultosos tiempos de la república oligárquica, y a los fracasados triunviratos. Desde esa época, la importancia de la unidad  en el gobierno ha sido algo fundamental para su gobernabilidad.


Comparativamente, la democracia ha sido una forma aislada de gobierno, reducida sobre todo a centros de decisión locales y sin superar el marco urbano hasta el siglo XIX. Pensemos por ejemplo que Rousseau entendía la democracia como forma adecuada de gobierno para un país como Suiza, y que Tocqueville se extrañaba con la idea de una democracia de tamaño monstruoso como la americana, pero al mismo tiempo tan descentralizada.  Para Europa, la historia de la edad moderna y contemporánea es la construcción de un estado fuerte cuyos límites físicos se van haciendo cada vez más y más amplios. La racionalidad del estado va ganando más y más terreno en nuestras vidas privadas, modelando nuestras propias identidades y costumbres.
Y lo cierto es que esta experiencia histórica del Imperio Romano se ha visto confirmada una y otra vez en sucesivas formas de poder hasta nuestros días. La configuración de los más grandes estados nacionales han pasado por momentos equiparables a los de la república romana. Estados Unidos vivió desde sus orígenes hasta la guerra civil la tensión de oligarquías enfrentadas que amenazaban con quebrar el país. Desde sus inicios, los padres fundadores -Jefferson y Hamilton sobre todo- estuvieron discutiendo el modelo de estado para un país enorme, nuevo y desconocido en la historia hasta ese momento y tenían que hacer una opción radical: un estado federal fuerte o un estado descentralizado, arcádico, basado en pequeñas fuentes de poder político. Al final, las tensiones separatistas obligaron a una guerra civil y a un reforzamiento de ese poder federal.
Europa está en un trance similar, y la democracia no parece aliada a la creación europea: en las últimas votaciones siempre ha primado más los problemas caseros que una auténtica visión de conjunto. Más bien al contrario, el gobierno europeo toma forma y cobra impulso en momentos desesperados de crisis, y muchas veces de manera completamente autoritaria, por parte de unas élites o de los países más fuertes. Alemania está dictando unas políticas económicas estrictas y rigurosas para todos los países en crisis, sin importar demasiado si esas medidas van a hacer perpetuar la crisis más de lo debido.
 Parece ser por tanto que el gran tamaño no casa bien con los gobiernos democráticos o compartidos, al menos en los primeros momentos de su fundación. Consecuencia de esto: en la búsqueda del bien común de la casa Europa, quizás es mejor no seguir la senda de Rousseau y sí la del imperio, para después recuperar la democracia.

lunes, 21 de junio de 2010

NORMALIDAD NACIONAL...


Paseando el otro día con mi cuñado Eduardo nos sorprendíamos del gran número de banderas colgadas en los balcones del Nuevo Cáceres. "Y pensar que si hacías esto hace un tiempo te llamaban facha...", dijo satisfecho. El comentario era lógico. Es de las primeras veces que de forma espontánea pueden verse por las calles de la ciudad una exhibición patriótica de este tipo, sin que ningún poder político obligue a ello. Naturalmente esto no es Holanda, donde sacan las banderas nacionales por una cosa tan simple como acabar un curso escolar, pero menos es nada. Sí, la espontaneidad marca la primera normalización de una identidad demasiado tiempo cuestionada y mantenida en un limbo de malos recuerdos. Esa espontaneidad es vital para entender el carácter no político, sino meramente cultural e identitario, de mostrar una bandera en la ventana de una casa particular. Demasiadas veces se colgaron banderas en el balcón por mandato expreso del gobernador civil; ahora se hace de forma privada, sin coerción y sin ningún interés político por medio. Si Renan pedía un plebiscito diario para la nacionalidad, esta manifestación es algo así como un día de elecciones públicas.
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Las heridas creadas por nuestra historia han sido profundas, y durante una generación entera la bandera española seguía representando una dictadura y una imposición fascista. Yo mismo no consigo identificarme plenamente con los colores y mi educación prejuiciosa me obliga a ser más un espectador antropológico que un entusiasta partícipe en enarbolar la bandera o dar saltos por un triunfo deportivo. Pero los patrones culturales e identitarios están sometidos a cambios con el paso del tiempo, y nuestros prejuicios son desplazados con el peso de las nuevas generaciones. Al menos en las regiones tradicionalmente españolas, llevar la bandera de tu país ha dejado de ser un insulto. La razón: la gente joven no encuentra motivos para seguir sintiendo verguenza por lo creemos, ni tampoco sentimientos de inferioridad, y más cuando esa creencia se desvincula gradualmente de la ideología y esa carga negativa cae bajo el peso de lo histórico, lo pasado, lo caduco y lo superado. 
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Y hay que decir que todo este proceso no se ha hecho gracias a nuestra clase política, sino con su más sentido pesar, tanto de un bando como de otro. Nacionalistas aparte, que juegan en otro ámbito (ideología e identidad cultural van de la mano), la izquierda sigue sintiendo naúseas nada más ver el color rojo y amarillo, vinculándolo a un patriotismo barato y que no representa otra cosa que el viejo régimen franquista. La derecha desgraciadamente, no ha actuado mejor ni de forma más razonable. Al no condenar el viejo régimen político, no permite la superación definitiva del problema, y sigue el juego político de la izquierda. En el fondo estos debates muestran el tenebroso vacío ideológico que sacude las dos partes. Faltando referentes ideológicos fuertes a uno y otro lado, una cuestión menor pone en vilo al país, cuando la sociedad española ha superado el problema y demanda otras cuestiones más urgentes. Decididamente, la sociedad española muestra una vez más que está un paso por delante de sus dirigentes políticos.   

domingo, 20 de junio de 2010

QUE EDUQUEN OTROS...

Este articulito viene a ser una síntesis de todo lo que Helí Ovalle habla una y otra vez, en nuestra condición de docentes frustrados, así que para él van estas líneas con las que supongo que estará identificado. Nuestro cometido: preguntarnos el fracaso educativo de nuestra sociedad. Nuestro método: ver la evolución educativa de nuestro país.

Hace treinta años, todos trabajaban para un sistema educativo adecuado. Medios, sociedad, padres y profesores estaban codo con codo en una meta: la educación se consideraba un privilegio de clases acomodadas que por fin debía ser puesto al servicio de todos, y por tanto se tenía como altamente valorado. Aprovechar la oportunidad era cursar los estudios superiores para grupos que hasta entonces nunca habían soñado con acceder a un sistema educativo realmente universal. 

Lo primero que perdimos fue el medio. El enriquecimiento vino de partes de la sociedad que no necesitaban esfuerzo educativo alguno, y el alcanzar una cualificación educativa no conjuraba por completo el fantasma del paro; la sociedad del ocio se fue haciendo más y más compleja. La necesaria cultura impresa dejó de hacerse imprescindible en ese ocio cada vez más audiovisual, postmoderno, de miradas breves y escasa comprensión. El resultado: el adolescente, por naturaleza soñador, iluso e irreverente hacia la autoridad, sueña con dar un golpe de suerte en su vida sin esfuerzo alguno, en cualquiera de las descabelladas empresas que ve en su entorno audiovisual, por irreales que puedan parecer. El universitario, algo más centrado, considera la última etapa educativa como un medio fácil de prolongar su adolescencia, dejando para más adelante su encuentro con un futuro incierto y desagradable. Y el estado, en una ceguera incomprensible, se cree capaz de cambiar ese medio hostil a golpe de ley educativa.

Lo segundo que desapareció fueron los padres. Los padres han cedido su parcela educativa a los profesionales del sector, como si se tratara de un mero servicio que podemos contratar en cualquier centro comercial, y exigen después resultados en calidad de consumidores afectados, pero nunca como responsables directos.  Suena tópico decir que antes los padres se ponían siempre en favor del profesor, en caso de algún enfrentamiento con el alumno. Ahora, los profesores temen incluso más a los padres que a los propios alumnos, consideran enfermizas las ilusiones que proyectan en su descendencia y contienen la risa ante sus miradas idealizadas  sobre los hijos.  

Y en los últimos años, se puede percibir una nueva amenaza. Ahora corremos el peligro de quedarnos sin profesores. En la moda de la alta tecnología, se cree que si atiborramos de ordenadores nuestras aulas lograremos aumentar nuestra competencia educativa. Consecuencia: los ordenadores sustituyen a los profesores como referente educativo. Contamos la calidad de un centro solo por los medios que dispone, no por el capital humano que les da el uso adecuado. Pocos parecen haberse dado cuenta de la utilidad de un ordenador sin un buen software. O la mayor conveniencia de una pizarra digital, donde el profesor es el que dirige la clase. Y el resultado: antes habíamos conseguido analfabetos de letra impresa. Hasta ahora solo hemos cambiado un analfabetismo por otro: ignorantes informáticos que en su mayoría solo usan el ordenador para conectarse a redes sociales o jugar en red. 

La puntilla a esta situación puede darla la crisis económica. Si el recorte estatal empieza afectar seriamente a la educación, y al capital humano que en el trabaja, la posibilidad de remontar esta crisis desde el lado de la productividad y la creatividad estará sentenciada. A la conocida frase de nuestra tradición "que inventen ellos",  habría que añadir una muletilla nueva: "que eduquen ellos", sin saber quien será aquí el agente motor de la nueva educación. Una frase que de hacerse realidad, tendrá consecuencias todavía peores que la anterior.

miércoles, 16 de junio de 2010


Utopías.

Durante mucho tiempo se decía que para que el sistema comunista funcionara hacía falta ángeles en lugar de hombres. La utopía liberal siempre sostuvo que solo necesitaba demonios para crear orden. Ahora hemos comprobado amargamente que de un demonio solo puede surgir el infierno, no ninguna utopía.


Medicina agresiva.
"Liberemos al enfermo de su cojera amputándole una mano", dijo el médico jefe a sus colegas. Todos le tomaron por loco y lo destituyeron del cargo. El Banco Central Europeo viene a decir lo mismo de la economía: "Atajemos la crisis cortando el déficit por lo sano". Que el crecimiento se resienta de esto, es algo que no debe preocuparnos. Claro que sí: matando al paciente, la enfermedad queda destruida.

Fútbol
Lo que encierra el fútbol: pasión e identidad colectiva para algunos, ideología que conduce al engaño para otros. Y lo más curioso: mientras España juega en el campo y se escuchan gritos en la calle, yo estoy escribiendo en mi blog pensando en el fútbol con la televisión apagada. Conclusión: al igual que ocurre con el ateo que niega a Dios, el fútbol se cuela en tu vida incluso cuando intentas negarlo.  


Nacionalismos

Lo que encierra el nacionalismo: expresión de una identidad para unos, suma de intereses creados para otros. La vieja polémica entre Arnold Gehlen y Anthony Smith. Depende de quién sea el enemigo y en qué bando estés, la cosa se verá de un color o de otro. Naturalmente, las dos cosas son igual de ciertas.
Acepto que un catalán me diga que la idea de España es una invención de los ministros franquistas de Madrid, si acepta que Cataluña es otra invención del mismo tipo. Pero el nacionalista ve la paja en el ojo ajeno y nunca en el suyo propio: es una cosa que comparten españolistas y nacionalismos periféricos muy a su pesar.    

domingo, 13 de junio de 2010


La economía como herramienta

Primera regla para economistas: los dogmas no existen. Solo existen las herramientas, que pueden ser útiles o no dependiendo de las distintas situaciones en las que pueden utilizarse. Quedarse siempre con la misma herramienta para toda avería pronostica una crisis segura. Lástima que esta regla sea la primera que obvian todos los que se dedican a esa materia: los dogmas son demasiado importantes para los intereses creados.

Escepticismo

El escéptico es el privilegiado que puede dudar de todo sin caer en la angustia o la desesperación. Si caemos en ese estado, buscaremos una solución: la verdad o la nada, pero nunca la mera suspensión de juicio.   


Judíos y palestinos

No creo que sea ya importante quién tiene la razón a estas alturas del conflicto. Lo que está muy claro es que la responsabilidad moral recae intensamente en el más fuerte. En un mero cálculo utilitarista, el que responde a una piedra con un tiro, y a un tiro con una bala de cañón, acaba deslegitimando la causa más justa. 

La gran tragedia del conflicto árabe-israelí: Imágenes en una pantalla de televisión a la hora del almuerzo, desgastadas, excesivamente repetidas hasta la indiferencia y el hastío del público general. Un problema demasiado lejano, demasiado ajeno a nuestras vidas privadas en un momento complicado.   
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sábado, 12 de junio de 2010

GRANDES AGNÓSTICOS: DAVID HUME.

"Cuando la cohesión de las partes de una piedra,o incluso la composición de las partes que la hacen extensa; cuando estos familiares objetos son tan inexplicables y contienen circunstancias tan contradictorias, con qué seguridad podremos decidir en lo que concierne al origen de los mundos o rastrear su historia de eternidad en eternidad?"
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Una de mis costumbres más queridas e inevitables consiste en meterme en cualquier biblioteca pública, empezar a hurgar de una estantería a otra cotilleando entre libros y saludando y haciendo reverencias a los muertos vivientes que por allí pululan. Mis manos rápidamente se llenan de muchos ejemplares cuya lectura en ese momento me parece imprescindible. Lo más normal es que una vez llegado a casa, esos libros vayan de un rincón a otro, sin que tenga tiempo para leerlos ni por asomo, pero satisfecho porque me aseguro a mí mismo que los acabaré leyendo algún día (y es que el ansia de consumo llega hasta el placer intelectual). 
Aquel día llevaba a Juan en el cochecito y andar con un niño pequeño en la biblioteca es toda una incertidumbre. Estaba con mis cotilleos particulares, cuando Juan aparentemente dormido, suelta un grito de guerra hambruna. Hay que abandonar el lugar a toda prisa: en un rápido vistazo en las estanterías de religión me hice con un librito verde de Hume, llamado Diálogo sobre la Religión Natural. este sí tuve la oportunidad de saborearlo en ratos libres, saltando de un lugar a otro. Desbrozando el libro, como hago habitualmente (otro de mis vicios en la lectura de los que hablaré otro día).

En fin, vayamos al grano. No sería un gran compromiso asegurar que Hume es en realidad, el padre de todos los agnósticos modernos, y tiene la gran de atreverse a pronunciar tesis que antes de Darwin resultaría impensable decir. Pensemos que antes de Darwin y su teoría de la evolución, no existían realmente argumentos para negar la existencia de Dios, como señala acertadamente Richard Dawkins, al menos desde la filosofía de la naturaleza. La naturaleza era tan sumamente perfecta para la mente humana que era difícil no pensar que se tratara de una creación producida por un  ser inteligentísimo y que al mismo tiempo resultara perfecto y muy superior a los hombres. La tesis de la causa final desde los tiempos de Tomás de Aquino nunca fue puesta realmente en duda hasta los tiempos de Hume.  Los primeros en hacerlo, filósofos materialistas del siglo XVIII, ateos por lógica, fueron considerados dementes que negaban el sentido común que les brindaban los sentidos más próximos. Sería un error vincular a Hume a esa corriente.
Nuestro filósofo, muy temerosamente por cierto, va a plantear objeciones a la argumentación religiosa desde su teoría del conocimiento marcada por el escepticismo. Pensemos que su fenomenismo radical pone en duda la veracidad de cualquier relación de ideas marcada por la causa y el efecto, la semejanza o analogía y la contigüidad en el espacio y el tiempo.Tan radicales son estas críticas que ni las ciencias quedan a salvo de su monumental ataque. Pero si las ciencias no son seguras, la religión, la ética o la metafísica también han dejado de serlo, naturalmente. 

La incapacidad de remontarnos hacia causas primeras, únicamaente por el conocimiento de sus efectos y consecuencias, como hacía la filosofía aristotélica, deja los tradicionales argumentos a favor de la existencia de Dios sin sentido alguno. Ni prueban ni demuestran nada: el mundo y la materia pueden ser eternas, sin necesidad de ser explicadas, o pueden nadar en la contingencia, sin necesidad de remontar una causa metafísicamente necesaria. Están más allá del esfuerzo humano racional: Hume lo vio claramente y Kant tomó nota para su dialéctica trascendental. Sin embargo, Hume va a ir más allá de Kant, y va a arremeter contra el argumento del designio. Contra todo sentido común, como decimos, y contra toda evidencia cercana. El razonamiento es sencillo: no tenemos derecho a realizar una analogía entre las creaciones de los hombres y el orden de la naturaleza. Los defensores del designio se plantean lo siguiente: si es imposible pensar que un reloj haya sido hecho al azar, y no por obra de una inteligencia humana, no se puede decir menos de una naturaleza increiblemente más compleja que la de un reloj. Pero para Hume no hay forma alguna de probar que el marco de las creaciones humanas se puedan extrapolar a la mente divina ni a la naturaleza de la materia. Quizás -Hume se queda en el marco de la probabilidad- existen características inherentes a la materia que desconocemos y que pueden producir un orden que nosotros atribuímos a una divinidad. Y por supuesto, consideramos una arrogante proyección de los deseos humanos el creer encontrar las llaves que nos abren las puertas al pensamiento de Dios.  La analogía queda en el marco de la mera creencia, de la extrapolación no comprobable ni refutable.  

El planteamiento de Hume quedó completamente olvidado: un argumento demasiado filosófico para el público en general y por supuesto, escandaloso para la época. Paley, en el siglo XIX, consagraría aún más la teoría del designio, triunfante hasta el darwinismo, y todavía es una tesis afirmada aquí y allá hasta nuestros días. Curiosamente, si esta tesis teísta tiene fuerza todavía hoy en día, parte de la misma fuente escéptica de Hume. Y es que sería un error considerar a Hume como un ateo: posiblemente rechazaría ese término al igual que rechazaría el de ser un teísta. Al igual que de las causas últimas y los planes de perfección de la naturaleza la teología apenas puede decir nada, la ciencia ante esto tan solo puede mostrar una posibilidad más. Hume no acreditaría que la ciencia pudiera hacerse con un conocimiento de las causas últimas que en el fondo son metafísicas, no materiales, para demostrar por la vía de la razón la inexistencia de Dios. En el fondo sería otra analogía más producto de nuestro conocimiento con la definición de lo necesario, lo infinito, lo eterno o lo perfecto. Una advertencia en definitiva para los científicos excesivamente pretenciosos y metidos a filósofos.          

martes, 8 de junio de 2010

MUERTA ME QUEDÉ (SOBRE PEDIATRAS Y OTRAS ESPECIES)

Una carta de mi mujer en el foro de las lactantes.

Hola a todas,
Escribo porque esta mañana he tenido cita para poner vacuna a Juan y el pediatra (que no me venía dando muy buena espina desde el principio por otro tipo de cuestiones) me ha dejado muerta. Yo ya suponía que esto era más o menos normal en el contexto pediátrico actual. Sin embargo, encontrármelo en primera persona me ha preocupado bastante.
 La cosa empezó cuando, al decirle yo que Juan tardaba en dormirse por la noche, me pregunta qué le doy de comer (Juan tiene tres meses). Le digo que el pecho y, por tercera vez ya desde que voy a su consulta, me insinúa que igual por la noche no tengo leche y el niño se queda con hambre (Juan ha engordado desde que nació a razón de, más o menos, 1Kg y 100 gramos por mes). Yo digo que el niño no se duerme igual que no se duerme en el resto de las tomas y que no es por hambre (porque, por una parte, yo sigo teniendo leche cuando acaba de mamar y porque, por otra parte, el suelta el pecho cuando quiere y no lo coge más). Pregunta ella: "o sea, come, le cambias, lo echas a dormir en la cuna y no se duerme?" Claro, yo no echo al niño a dormir en la cuna (se lo digo). Pero "lo duermes en brazos?- Pues ya lo estamos haciendo mal _me dice- . Tienes que enseñar al niño a dormir. Tú lo dejas en la cuna y que se duerma solo". Pero-pregunto yo de nuevo, viendo la cabeza de Estivil por la ventana- qué hago si llora? Lo dejo allí?. No, responde ella elocuente- .Vas, le coges la mano, le dices cualquier cosa y ya está- sentencia. Como habré puesto cierta cara de que el cuento  no me acababa de convencer, al salir de la consulta ha vuelto a insistir: intentamos lo del sueño, vale? Vale, vale- he respondido yo.
      Pero en qué cabeza cabe? Todo bien que ella tenga su propia orientación pedagógica sobre bebés que puede aplicar a sus hijos y sobrinos. Ahora bien, quién es un pediatra para decir a una madre que no le está preguntando cómo y cuándo tiene que "enseñar" a dormir a su hijo? "Es que se te va a acostumbrar a los brazos"- me dice. Genial!-pienso yo. Ojalá consiga como poco en esta vida que Juan, cuando sea mayor, recuerde que siempre tendrá los brazos de su madre para sentirse apoyado.
   -"Lo digo por el bien del niño y por el tuyo"- dice enarbolando la bandera de la preocupación suprema. Y yo quisiera saber si es que ha hablado con mi hijo para preguntarle qué es lo mejor para él porque a mí, que soy su madre, no me ha preguntado nada. Y doy por sentado que me preocupa más que a ella el bien de mi hijo (y por extensión, claro está, mi propio bien).
    Todavía no me cabe en la cabeza que se pueda tener la caradura de justificar recurriendo al supuesto bien de los bebés orientaciones psicológicas y pedagógicas que, son, cuando menos, de dudosa efectividad humana. Inhumano me pareció su consejo que me exige sufrir a mí viendo cómo mi niño llora en la cuna reclamando una piel que durante nueve meses ha sido también la suya. Parece que no son los hijos quienes se tienen que emancipar de los padres sino los padres quienes, a los tres meses de tener un niño, deben destejer poco a poco los lazos que los unen. Supongo que el próximo paso será algo así como lo que sigue:
   Señora, su hijo tiene tres meses y tiene que aprender a andar: póngalo en el pasillo de casa, dele la mano y no le saque a la calle a dar paseos hasta que no salga por su propio pie. Verá cómo así espabila y no se acostumbra tanto al capazo: qué es eso de ir acostado por la calle, hombre!