Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 1 de abril de 2017

ROMPER EL AULA Y ABRIRSE A LO FÍSICO...

 

   Para bien o para mal, el GP es profesor de secundaria. Y encima educa en el siglo XXI, lo cual es un reto. Implica lidiar con una serie de problemas cognitivos y emocionales que nunca antes se habían lanzado con tanta fuerza. Qué debo enseñar, y sobre todo, cómo debo transmitirlo para que sea un aprendizaje con calado, se convierten en preguntas que continuamente se hacen los profesores en la actualidad cada vez que se ponen delante de un aula.     Problemas hay muchos en la educación. Pero yo solo me voy a centrar en uno, que se convierte casi en obsesivo: la necesidad de un aprendizaje tangible o físico. Hoy en día ponemos etiquetas a toda innovación educativa y renovación pedagógica. No tengo ni idea si alguien usa este término, pero francamente, me importa un comino.

   En un momento histórico en el que estamos más lejos que nunca de la realidad tangible y más cercana, en el que un individuo medio ve y vive el mundo más a través de la pantalla de un móvil que de sus propios ojos, el volver a mostrar esa realidad a los niños y adolescentes es una necesidad imperiosa (en opinión del GP, la necesidad más imperiosa de todo nuestro sistema educativo). No solo por la deshumanización de nuestras relaciones, como apuntan ya desde hace tiempo muchos psicólogos y educadores, sino, en un sentido algo más trivial pero no menos relevante, por la incapacidad de sentir admiración hacia el mundo físico que les rodea y la urgente necesidad de preservarlo frente a la propia vorágine humana. Si Platón levantase la cabeza y tuviese que rehacer el viejo mito de la caverna, está claro que nuestras cadenas serían, hoy en día, nuestros móviles y monitores. Ellos nos dicen lo que es real y lo que no, en las cosas que tenemos centrar nuestra atención, y  por sencillos estímulos de refuerzo (un simple "me gusta"), son capaces de mantenernos durante horas bajo su influjo. Un adolescente sería capaz de sobrevivir sin interactuar con ese mundo físico, tan solo usando su móvil y pasarían días antes de reconocer que tiene un problema.
     Precisamente en un instante en el que nos asomamos a la realidad virtual, necesitamos recuperar urgentemente las coordenadas espaciales y temporales puramente biológicas y humanas, deformadas o corrompidas por nuestra dependencia y sumisión al mundo digital. Una vez hecha nuestra interpretación particular del hombre digital del siglo XXI, volvemos a la educación. Los contenidos de la historia, arte, geología, botánica y geografía no son cosas para ser estudiadas solo a través de las páginas de un libro, la pantalla de un ordenador o de una tablet. Son antes de nada, realidades físicas que deben ser percibidas con nuestros propios sentidos, sin ningún filtro por medio, para que puedan ser impregnadas de algún significado. Solo después el medio digital puede tener su función, como catalizador o proyector de la experiencia. Si además, disfrutamos de una ciudad como Cáceres, es un pecado capital no poner los medios  adecuados para poder acercar esa realidad física a los alumnos. Romper el aula, crear recuerdos y vivencias emocional y cognitivamente más firmes en los chicos que los que podrían tener viendo una ilustración de una iglesia gótica o de un mineral en una clase, son elementos necesarios para un aprendizaje significativo y profundo, como acostumbran a decir los pedagogos.
    Solo después de una experiencia así, algunos de estos chicos -no muchos- volverán por sí solos a algún libro, alguna revista o página de Internet, o darán otra vez una vuelta por el monte o por la parte antigua de una ciudad para investigar por su cuenta. Es el momento en el que esa semilla echada un día en una clase germina en una experiencia no escolar. En realidad, esto mismo fue lo que le ocurrió en un lejano momento al mismo GP, como encontrarse con su primer cuarzo en el Monte de Aguas Vivas en una excursión colegial con solo nueve años o recibir la primera lección de arte de su vida en la catedral de Ciudad Rodrigo con doce. Lógicamente, uno tiene la esperanza callada de hacer repetir la experiencia con alguno de los que educas. El tiempo dirá...






Nuestro exalumno David haciendo
de caballero del siglo XII y dando una clase de arqueología experimental.