Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

sábado, 30 de mayo de 2015

FALACIAS EN LA CRISIS: FALSAS ANALOGÍAS

    

       
    Entramos en una de las falacias típicas de los buenos retóricos y oradores: la falsa analogía. Dicho de forma sucinta, una falsa analogía se produce cuando hay una identificación entre dos objetos o realidades partiendo de características externas poco relevantes. 
      En muchas ocasiones, una falsa analogía empieza de forma correcta, aplicando la semejanza a la característica común. Podríamos decir:

     "Los seres humanos somos como hormigas viviendo en grandes comunidades."                                                        

       Pero podríamos incurrir rápidamente en una falsa analogía cuando asegurásemos, en una perspectiva fascista o totalitaria, que los hombres pueden eliminarse como se elimina un insecto. Echemos un vistazo a una frase que podría ser digna de Hitler o Stalin:

    "Los seres humanos somos como hormigas viviendo en comunidades, fácilmente sacrificables y reemplazables por sus iguales."                                                                        

      Partiendo de una analogía cierta, pasamos ahora a una analogía falsa. El hecho de que hombres y hormigas sean animales sociales y gregarios no significa por ello que tengan su misma dignidad moral.  
   Una analogía discutible muy característica en el pensamiento económico liberal para justificar el equilibrio presupuestario durante la crisis fue identificar el gasto del estado con el de una casa particular. Esta es una de las más populares en la red, pronunciada por Rajoy y su cortejo de economistas:

   "La economía de  un país es como la de una casa particular: no se puede gastar lo que no se gana".                                            
    Ciertamente esta analogía puede tener un carácter pedagógico en condiciones de endeudamiento extremo. Pero no se nos tiene que olvidar su carácter falaz. En realidad el estado no es la casa de un particular y sus posibilidades de financiación pueden ser mayores considerando su aval y no solo el dinero disponible en un momento dado. Si esto no fuese así, dejaríamos de emitir deuda pública de inmediato, y el flujo de crédito dejaría de existir. Podríamos comparar al estado también con una empresa que pide un préstamo para expandirse o ser más productiva, pero los liberales prefieren no usarla, quizás porque entiendan el estado como ejemplo de gasto improductivo y no que estimule el crecimiento, o porque sencillamente no les interesa ideológicamente hablando. 
     Resumido todo esto de forma más concisa: las analogías, en definitiva, son buenas, en la medida en que no acabemos por abusar de ellas y las convirtamos en el eje de nuestro argumento.


       ¿Hay que rechazar el pensamiento analógico?
   
   ¿Podríamos pensar que las analogías no nos valen porque nos pueden conducir a errores? Esto sería quizás ir demasiado lejos. Su poder pedagógico es enorme, y es precisamente su abuso lo que las puede hacer peligrosas. El pensamiento analógico es extremadamente poderoso. Los griegos no dejaron de ser fundadores de las analogías, creando poderosas imágenes explicativas de la realidad. A falta de método científico, el comparar apariencias externas se convertía en las pruebas necesarias para demostrar la veracidad de nuestros argumentos. Basta leer a Heráclito para darnos cuenta que el carácter dialéctico de la realidad y el universo (su continua lucha y cambio) se justifica con una cascada de analogías de la vida cotidiana humana, desde la noche y el día, hasta el arco y la lira. 
     Esta interpretación analógica de la realidad se prolongó durante toda la Edad Media. Buena parte de los filósofos de esta época construyeron extraños sistemas de pensamiento basado en analogías que hoy nos parecen inverosímiles pero que en su coyuntura histórica tenían atractivo y enorme poder de convicción. 

      Pero con el advenimiento de la Edad Moderna, los pensadores empezaron a ser más críticos con estas identificaciones apresuradas. Hume fue de los filósofos más radicales en reconocer analogías disfrazando argumentos filosóficos serios. En su crítica a las pruebas de la existencia de Dios, el escocés veía en el argumento del diseño inteligente (expuesto por Paley) una mera analogía de la que no podíamos extraer ninguna conclusión seria. 

    "El mundo y Dios es como un reloj y su relojero. No se pueden entender hechos por el azar, sino por una mano artesana." 

    Pero para Hume, el hecho de comparar la complejidad de un reloj con la de la naturaleza, y la necesidad de encontrar un relojero o creador universal que permitiese explicar la complejidad de ambas cosas, no es una prueba racional a favor de su existencia. No podemos comparar un reloj con la naturaleza puesto que son realidades completamente diferentes, y por tanto Hume veía el argumento más famoso a favor de Dios con total escepticismo. No hace falta decir aquí que el argumento del diseño sigue causando polémica en nuestros días, pero sin tener demasiado en cuenta la crítica filosófica de Hume.  
    La analogía y la metáfora vuelven a gozar de auge gracias a Nietzsche, pero también con limitaciones claras. Una analogía no es más que una imagen, sin valor objetivo alguno más allá del que le pueda otorgar el sujeto que considera dicha imagen. Es difícil no estar de acuerdo en cierto grado con la idea que toda la filosofía occidental es la historia de metáforas o incluso la de una sola, la metáfora del mundo verdadero, como sugiere Nietzsche, la búsqueda de la verdad como la historia del error más largo.  

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