Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

jueves, 29 de agosto de 2013

Una lúcida reflexión de Gema
 
Si el señor Wert decide que una beca debe asignarse con un 5.5 o un 6, quiere decir que un chico acomodado podrá pasar los años universitarios con un 5, mientras que si el estudiante es un desgraciado sin recursos, tendrá que sacar una nota inequívocamente más alta. Los aprobados por tanto cuentan de forma distinta si eres rico o pobre. Viva la igualdad de oportunidades, sí señor.

sábado, 24 de agosto de 2013

LA PSICOLOGÍA DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL: UNA VISIÓN CONSERVADORA?



Hace algunos meses el amigo Helí hacía un comentario bastante despectivo de la psicología de la inteligencia emocional. Lo definía como mera “ideología neoliberal”. Una psicología preocupada tan solo por el equilibrio emocional de cada individuo no representaba más que una actitud legitimante y de satisfacción respecto al status quo social, creyendo que a través de un remedio individual podemos solucionar los graves problemas sociales de nuestro tiempo. La terapia psicológica se entiende así como un bálsamo curativo de los desequilibrios de cada uno, pero no apunta al meollo de los problemas, llámese capitalismo global, crisis económica crónica, desempleo, desigualdades de género o choques culturales. Aunque su visión me parecía sesgada y tergiversaba toda la inteligencia emocional, me quedé pensando en ese juicio tan categórico que condenaba esta corriente como conservadora y casi retrógrada.

La noción de inteligencia emocional tiene ya algunos años de historia, aunque indudablemente ha sido Daniel Goleman quien la ha popularizado desde que en 1995 publicase el primer libro sobre el tema con el mismo nombre, y que desde entonces ha sido bestseller hasta el día de hoy. En realidad, como el propio Goleman indica, la literatura emocional arranca desde la propia filosofía griega, especialmente de Aristóteles y su phronesis o prudencia para guiar las pasiones y emociones vitales. Desde entonces, numerosos filósofos y ensayistas trabajaron en esta perspectiva, hasta popularizarse en el último siglo con innumerables libros de autoayuda.

Indudablemente lo novedoso en el caso de Goleman, son los conocimientos neurocientíficos que permiten comprender de forma más compleja la noción tradicional de la inteligencia, y vislumbrar, poco a poco, conexiones entre la manifestación, mitigada o explosiva, de nuestras emociones y las reacciones neuronales que provocan sobre distintas partes del cerebro, como el neocortex (donde opera la racionalidad) y la amígdala (donde aparecen las emociones). En consecuencia, nociones que antes estaban encerrados tradicionalmente en el plano más puramente cognitivo, como la toma de decisiones, el juicio moral o la propia inteligencia, se vuelven más flexibles y vinculadas con elementos emocionales que poco tiene que ver con la racionalidad. Para Goleman, la meta que debemos conseguir es el manejo adecuado de dichas emociones, puesto que un descontrol de las mismas descarrila fácilmente las decisiones más cotidianas de nuestra vida.

¿Qué puntos en común pueden tener el neoliberalismo y la psicología emocional? Indudablemente podría pensarse que existe un punto de contacto y es cierta antropología individualista. Tanto uno como otro son hijos que han emergido con la caída de paradigmas que concedían más importancia al hecho social y al género humano en abstracto que el del propio individuo (colectivismo y comunitarismos de todo tipo, desde la socialdemocracia y ideología comunista hasta los intentos de los psicólogos de crear stándares y patrones comunes de conocimiento del ser humano, como el conductismo o el psicoanálisis). Pero más allá de ese punto histórico común, tanto el desarrollo como evolución de estas corrientes es bastante divergente. Desde un punto de vista teórico, la antropología económica es groseramente simplista y no aguanta ninguna comparación con la realidad humana que pretende plasmar. La idea de un individuo egoísta, racional y maximizador del beneficio es quizás el último gran mito antropológico del siglo XX, tan ingenuo como el del hombre socialista. La antropología de la inteligencia emocional es más compleja, y como decíamos antes combina la neurociencia con intuiciones filosóficas tan antiguas como Aristóteles, conscientes del carácter eminentemente social, comunicativo y comunitario del ser humano. No es casualidad que Goleman hable de filósofos personalistas como Martin Buber, para enfatizar ese carácter comunitario: no existe un yo sin un tú.

Pasemos a la acusación principal: la psicología emocional como legitimadora del status quo socioeconómico. El hecho de que predomine un acercamiento individual para solucionar un problema emocional –un conflicto matrimonial, educativo o en el campo del trabajo-, prescindiendo de un contexto más general, social, económico o político, no lo acerca necesariamente a la ideología neoliberal.

Es como si hablando de filosofía antigua, considerásemos que Aristóteles es más conservador que Platón porque mientras el segundo es firmemente más político y holista, el primero se refugia mucho más en el campo de la ética y de la búsqueda de la virtud y la felicidad individual. Indudablemente Aristóteles es mucho menos utópico que Platón y no tiene confianza en el cambio político, mientras que Platón es más optimista con los proyectos políticos: la felicidad no se entiende si no es en el contexto global de una sociedad bien ordenada según sus criterios de lo que es la justicia. Pero sería ingenuo rechazar solo por esto a Aristóteles, porque complementa muchas aristas que Platón nunca pensó de la psicología humana y que hizo hundir su pensamiento político todavía en vida del filósofo.

En opinión de Goleman, ha sido precisamente el desconocimiento de las emociones lo que ha provocado grandes fracasos en la humanidad, desde la propia psicología de la QI, el sistema educativo basado exclusivamente en el éxito meramente académico o las relaciones humanas en el mundo del trabajo, quizás porque pensamos que solo lo global y el componente social –extraordinariamente racionalizado, libre de emociones- es el motor del cambio en el mundo.

Sin embargo, Goleman adolece de cierta complacencia u optimismo ingenuo, similar al de los pensadores holistas del siglo pasado. Y es que a uno le queda la duda al leer sus libros –sobre todo Trabajar con inteligencia emocional- que tan solo con el control emocional podemos llegar a solucionar problemas personales de los que somos fundamentalmente parte afectada pero no causantes de los mismos: caída en la pobreza, desempleo, stress laboral, exclusión social, víctimas del terrorismo o de la violencia crónica. El nivel de progreso social de la inteligencia emocional reside en la veracidad de uno de sus dichos más populares: “un hombre adquiere un trabajo por su rendimiento académico, y lo pierde por su incapacidad emocional”. Si tuviésemos una mayor educación emocional, evitaríamos muchos fracasos profesionales. Esto es cierto en infinidad de casos particulares, pero no explica el 25% del desempleo en España, por ejemplo, ni la precarización del empleo generalizada en todo el mundo. La antropología optimista de Goleman y sus seguidores se vuelve absurda e ingenua ante la envergadura de una crisis como la actual.  La psicología de la inteligencia emocional es una herramienta extraordinariamente útil e imprescindible en campos como la educación, la terapia familiar o los recursos humanos. Pero no es de ningún modo la panacea ni puede sustituir nunca un pensamiento utópico necesario para afrontar los retos de nuestro siglo. Algo que posiblemente aceptarán los seguidores de la inteligencia emocional, y que contestarán argumentando que ese ya no es su campo de trabajo.