Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

viernes, 30 de julio de 2010

PARADOJAS TAURINAS.

Una de las cosas más curiosas y paradójicas en este epílogo taurino de Cataluña ha sido la sacrosanta invocación al principio de la libertad. Toreros, empresarios, respetables hombres de la cultura, se hacía filósofos por un instante y pedían el respeto a la libertad para poder proseguir la Fiesta. Unos de forma patética y básica, otros de forma más sutil y con las típicas raíces liberales, todos se llevan las manos a la cabeza con lo que ellos pensaban que era una imposición autoritaria por parte de un gobierno que por razones identitarias ha echado el cerrojo a la Monumental de Barcelona.

Estos señores estaban invocando un principio de resolución básico de muchos complicados temas de bioética: el principio democrático. Ante problemas éticos de posturas fuertemente enfrentadas, una posibilidad es optar por este principio bajo la perspectiva del gobernante: damos la posibilidad al colectivo A de ejercer su derecho a ver los toros, y damos la posibilidad al colectivo B de no ver los toros. Pensemos que este principio se ha ofrecido para resolver el problema del aborto, y en otros países, el de la eutanasia o el consumo de drogas. Está muy claro que si invocasen este principio en serio, yo al día siguiente podría invocar mi derecho a fumar libremente marihuana en la calle -no molestaría a nadie-. Más molesto resulta pensar que aquellos que invocan el nombre de la libertad y protegen  la Fiesta como un bien de interés cultural, prohiben burkas y formas de vestir que para nuestra cultura son denigrantes, pero que afectan la libertad de un grupo de mujeres que en principio son autónomas -hasta que no se demuestre lo contrario- para vestir como les venga en santa gana.
Conclusión: ese principio abstracto de libertad para casi todos nosotros se mueve bajo los cerrados muros del respeto a unas tradiciones determinadas. La libertad no existe, solo existen prácticas sociales ensalzadas o denigradas y códigos éticos aceptables o intolerables. Así salvamos estas contradicciones de defender la libertad de los toros y restrigir el burka, el cannabis, la comida para obesos, la eutanasia o una cosa tan natural como dar de mamar a bebés en una cafetería. 

Pero existe una objeción dentro del principio democrático o de libertad para refutarlo: los daños a terceros a través de sufrimientos innecesarios y evitables o incluso la muerte. Fumar cannabis o tabaco puede considerarse perjudicial (o no) para el consumidor, pero siempre lo puede hacer de forma responsable y con conocimiento de causa. Él es dueño de su cuerpo, y él es autónomo (hablamos de un adulto) para dilucidar los pros y contras de fumar un joint de cuando en cuando. El principio de libertad funcionaría a  las mil maravillas en este caso, de no existir casos graves de adicción en otras drogas que provocan el miedo social. La autoridad política puede restringir el consumo a determinados ámbitos donde el daño a terceros sea inexistente (prohibirlo a adolescentes, limitar el consumo a un coffeshop, prohibir fumar en sitios públicos etc...), pero no prohibirlo a nivel personal. Con el burka tenemos la incógnita de si las personas que lo usan están actuando de forma autónoma, pero también estamos presuponiendo que nuestra idea de mujer y de libertad es igual que la suya, y no tiene por qué ser así. El burka, vestido infame para nosotros, se lo deberían quitar ellas solas, cuando quieran o cuando sean capaces de enfrentarse a sus fantasmas culturales.   En el aborto se inicia el problema de los terceros: aunque aparentemente hablamos de la libertad y la salud de la madre para decidir sobre su cuerpo, el estatus ético, biológico y jurídico del embrión y el feto actúan como marco de referencia para ser más o menos restrictivos con este principio. Si resulta que nos encontramos con que el feto reúne una serie de características  que lo vinculan con un ser vivo y que por poseer un sistema nervioso puede sufrir, más de uno invocará restricciones (y prácticamente todas las legislaciones proabortivas tienen restricciones de sentido común). Un problema añadido en la legislación española es considerar si la joven de 16 años que quiere abortar es lo suficientemente madura o autónoma para tomar esa decisión.

Y vamos a nuestro tema. En la fiesta de los toros, existe un daño a terceros irremediable: un animal sufre hasta la extenuación y es aniquilado de forma completamente gratuita y cruel. Como decía el amigo Carlos Luengo en su blog, no conocemos de nadie que haya podido hablar con los toros y preguntarles si les gusta su destino como animales de lidia. Si pudieran hablar quizás hasta nos dijeran que prefieren la extinción: nacer con el destino marcado para divertir a la gente a costa de tu propia vida no debe ser agradable para nadie. Precisamente por este carácter de indefensión absoluta, los derechos de los animales (y también se podrían ampliar en muchos casos al de los embriones humanos) son sagrados y solo somos nosotros los que podemos defender paternalistamente en el caso que sus derechos queden pisoteados. En el burka, en el cannabis, en la comida para obesos, mujeres y hombres pueden -al menos en parte- decidir su destino. El animal que sale al ruedo no tiene otro valedor para sí mismo que el de sus protectores humanos para defenderlo de nuestros instintos más básicos y crueles. 

4 comentarios:

  1. Estoy parcialmente de acuerdo contigo en este artículo. Creo que al final entras en una contradicción al considerar que el toro tendría un pensamiento ético - racinal similar al nuestro. En muchas culturas hay jóvenes que son educados en el sacrificio cuando llegan a cierta edad, por ejemplo en los aztecas. Uno de los jóvenes de la aristocracia era elegido en un rito sacrificial en honor al Sol, durante seis meses era agasajado con las mejores mujeres y todo tipo de capricho, para posteriormente ser sacrificado... y los testimonios que tenemos están relacionados con el honor y el regocijo personal por se elegido. En el Mundo animal son innumerables los casos de machos (zánganos, arañas, mantis religiosas...) El primer instinto de un animal es la conservación de la especie, la perduración de los genes y en el caso de los toros de lidia están indisolublemente asociados a las corridas de toros. El problema de éstas está en nuestra concepción ética individualista, nosostros nos vemos reflejados en el toro y somos incapaces de asimilar ese sufrimiento, y me parece correcto. Pero trasladar nuestra concepción de al vida a un toro no tiene sentido. Éste y todo el ecosistema de la dehesa creo que apostarían por esa vida. Si yo fuera un miembro del ganado vacuno y me dieran a elegir entre una vida salvaje y una muerte en una plaza de toro, frente a una vida estabulada y todo el punto día tocándote las tetas, pues creo que preferiría el primero, incluso desde una ética humano - occidental. Lo que es falso es el dilema un toro muerto en una plaza de toros o un toro que envejece pacíficamente en la dehesa.
    Personalmente estoy en contra de los toros, nunca he visto una corrida, ni forma parte de mi cultura. Creo que se deberían prohibir porque éticamente está mal que la gente disfrute viendo a un ser vivo sufriendo. Pero esta ética está relacionada con nuestro código ético, en absoluto con el bienestar del animal. También asumo que esto supondrá la extinción del toro salvaje y de gran parte del maravilloso paisaje adehesado, sus encinas y todo un ecosistema, sostenido por la aristocracia de la cornucopia. Esto también me parece que es triste y que no tiene solución.
    De nuestras sociedades me alarama el "buenismo" de alguna gente que es incapaz de preveer las "terribles" consecuencias de sus buenas acciones. Éstos prohiben los toros y, al mismo tiempo, vislumbran una dehesa inabarcable llena de toros salvajes envejeciendo saludablemente. El tiempo lo dirá, pero la verdadera sentencia de muerte para el toro salvaje es la prohibición de su muerte humillante en una plaza o es que ¿alguien conoce algún toro salvaje en Inglaterra, Francia o cualquier otro país donde no haya corridas?

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  2. ¡Hola Ángel!

    Acabo de leer tu comentario. Una cosa: no sé si estaré aquí el lunes. Si acaso siguiese aquí, te lo diré enseguida ;-)

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Bueno, pasemos a comentar el caso.
    en primer lugar, estoy de acuerdo en:
    a) Que no es un tema tan trascendente desde un punto "macro" (aunque quizás sí "micro").
    b) que no se ha tratado de la forma óptima, por medio de una coerción estatal (aunque la medida provino de una recogida de firmas de la sociedad civil catalana), y que la Fiesta debería morir de muerte natural, y no con una ley autoritaria.
    c) que está contaminado de intereses políticos y de una visión muy estrecha del ecologismo.
    d) Que hay mucho cinismo e impotencia en todo el asunto.

    Pero discrepo en lo que sostienes:

    1. En la naturaleza y sus reglas no existen cosas como la palabra "crueldad" o "altruísmo" en el sentido ético que damos a esas palabras. El altruísmo obedece a intereses de spuervivencia de grupo (Dawkins lo lleva al terreno de los genes, pero la sociobiología es polémica y desbarrante). Efectivamente, existen sacrificios, pero están motivados por una finalidad determinada de supervivencia.

    2. No podemos comparar los casos anteriores con el uso que hace el hombre de algunos animales para su propia diversión. El ejemplo que ponías de las orcas es problemático, porque precisamente son mamíferos muy desarrollados y por tanto más semejantes al hombre de lo que podamos pensar en un primer momento. De cualquier manera, aquí sí introducimos la ética, porque en el fondo estamos regulando el comportamiento de los hombres y consideramos la crueldad como algo moralmente rechazable (por supuesto, como toda ética, puede ser discutible).

    3. La ética que podemos aplicar aquí es un principio de no inmiscuirse en la naturaleza. Resulta irrisorio proclamar esto y arrasar la selva amazónica, lo sé, pero un principio ético se tiene que aplicar siempre que se pueda. hay que dejar al toro en paz, y si su destino es desaparecer, que desaparezca. También los dinosaurios se han extinguido y está más allá de la ética.

    4. Las consecuencias que dices tú sobre las dehesas son limitadas. En Extremadura al menos, el ganado ovino, porcino, caprino y vacuno tienen igual importancia para mantener el ecosistema de la dehesa. En este sentido es igual de grave de desaparición de otras formas de ganadería que la de los toros. Y por otro lado, si queremos salvar nuestra conciencia ecológica de andar por casa, siempre se pueden mantener toros en reservas, como hacen con los burros. El instinto proteccionista es altísimo entre alguna gente... aunque nos estemos cargando la selva amazónica, nuevamente.

    Por cierto, Helí, me interesaría que dijeras que piensas del anterior artículo, que va dedicado a ti, je je

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