TEMA 9
LA SOCIEDAD: NATURALEZA, CAMBIO E IDEOLOGÍA
1.
El papel de la
sociología.
2.
El individuo frente
a la sociedad.
2.1.
La tradición
comunitarista: Platón, Aristóteles, Marx.
2.2.
La tradición
liberal: Hobbes, Locke.
2.3.
El individuo
influido por el grupo: la psicología social.
3. Rol, clase y status.
3.1. Estamentos y castas.
3.2. Marx y la clase social.
3.2. Marx y la clase social.
3.3. Max Weber y el
status.
4. El cambio social: ¿armonía o lucha?
4.1. El carácter revolucionario del capitalismo.
4.2. El materialismo histórico de Marx.
4.3. La teoría de la acción social de Max Weber.
4.1. El carácter revolucionario del capitalismo.
4.2. El materialismo histórico de Marx.
4.3. La teoría de la acción social de Max Weber.
5. La definición de ideología.
5.1. La tradición marxista.
5.2. La tradición no marxista.
5.3. La ideología en las ciencias sociales: Weber vs. teoría crítica.
5.4. La disonancia cognitiva: ¿Por qué cuesta cambiar de ideas?
5.1. La tradición marxista.
5.2. La tradición no marxista.
5.3. La ideología en las ciencias sociales: Weber vs. teoría crítica.
5.4. La disonancia cognitiva: ¿Por qué cuesta cambiar de ideas?
1. Introducción: el
papel de la sociología.
En
anteriores temas habíamos aludido a la influencia que variables psicológicas y
antropológicas tenían sobre nuestro comportamiento y forma de pensar. Sin
embargo, en este tema vamos a estudiar otros elementos determinados
precisamente por variables de carácter social, aprendidas y no biológicas, y
que giran en nuestra condición de seres sociales.
¿Cuál
sería entonces el lugar de la sociología? El ser humano no solo se define desde
nuestro ADN (la biología), nuestra cultura (la antropología) o nuestra mente/crebro (la psicología). Existe una conexión con el mundo
exterior y con nuestros semejantes. En ese mundo exterior nos encontramos con
instituciones sociales, que definen formas de comportamiento para los
individuos. Estas instituciones son fundamentalmente, la familia, la educación, el estado y las leyes, la religión y el sistema
económico. Son estas instituciones las que establecen una forma de
comportamiento estereotipado –es decir, similar-, y las que nos condicionan a
nosotros de forma muchas veces inconsciente. Esto conlleva también que tengamos
formas de comprender el mundo que obedecen a convenciones sociales establecidas
por el estrato social al que pertenece. Estas convenciones forman lo que
llamamos ideología, pero para esto
deberíamos conocer un poco más nuestra posición en la sociedad.
Todo este tema nos remonta nuevamente a los
griegos. Es Platón el primero en
establecer una jerarquía social en los ciudadanos de una polis entre
gobernantes, militares y trabajadores (ciudad-estado griega), y Aristóteles como hemos visto ya,
reconoce explícitamente el carácter
social y gregario de la especie humana. La sociología como ciencia, sin
embargo, no se remonta más allá del siglo XIX, y tiene a A. Comte, Karl Marx, E. Durkheim y Max Weber como sus fundadores,
para alcanzar en nuestros días numerosas ramificaciones. Nosotros nos vamos a
centrar en dos de ellos: Karl Marx y Max
Weber, para explicar la sociedad contemporánea.
2. El individuo
frente a la sociedad.
¿Cómo
entender la sociedad? ¿Es un producto artificial construido por individuos o
más bien es algo escrito en nuestra propia naturaleza? A lo largo de la
historia esta relación ha sido estudiada por todos los pensadores políticos y
filósofos. Así, ha existido siempre una oposición entre los comunitaristas y los liberales (individualistas).
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2.1. La tradición comunitarista.
Esta tradición emerge de Grecia y ya la
conocemos por Platón o Aristóteles.
Desde su punto de vista, el hombre es un ser eminentemente social. La razón
como vimos ya, es muy sencilla. El ser
humano, a pesar de toda su capacidad y poder, es un ser que cuando nace es el más débil de los seres vivos, y que
necesita de la comunidad para poder desarrollar sus habilidades principales: el
lenguaje y la razón. Solo dentro de esa comunidad podrá desarrollarse como
individuo racional. Esta intuición significa cosas distintas para Platón y
Aristóteles. En el caso de Platón
esto implica que el individuo debe estar sometido a la polis y que debe someter
sus propios intereses al bien de la comunidad. Todo individuo forma parte de un
grupo de la sociedad con un fin determinado (ya sea guerrero, trabajador o
sabio gobernante: organicismo). Aristóteles, sin caer en ese autoritarismo,
incidía en el carácter protector y educador de distintas instituciones sociales
(familia, barrio y la ciudad) sobre el individuo. En definitiva, en Platón, la
sociedad está para ser servida por el individuo. En Aristóteles, es la sociedad
la que lanza al individuo para que pueda ser él mismo. Esta tradición se mantuvo dominante durante
toda la edad antigua y medieval, para ser discutida durante la edad moderna
(siglo XVII-XIX).
En
la época contemporánea, esta visión está representada por autores muy distintos
que van desde Hegel y Marx a Hanna Arendt, Charles Taylor o Sandel. La antropología cultural apuntala empíricamente esta
dirección.
2.2. La tradición
liberal.
En
el siglo XVII una serie de autores ingleses, con Thomas Hobbes a la cabeza, cuestionaban el carácter natural de la
sociedad y realzaban la importancia del individuo sobre la misma. De hecho,
para ellos la sociedad es algo artificial, una mera suma de individuos. La
razón es también relativamente sencilla. Los
individuos son seres por naturaleza egoístas o cuanto menos, autointeresados (no
van a hacer nada en contra de sus intereses, y aunque no son necesariamente
malos, se despreocupan de los demás). Si todos somos egoístas, esto hace que la
sociedad solo se forma cuando exista un interés de todos sus integrantes por
crearla (un contrato social) y siempre será
a posteriori. La creación de una
sociedad y de un estado se hace inevitable para solucionar problemas comunes,
como puede ser la seguridad de los individuos (por ejemplo, que haya policía,
leyes, carreteras…). Pero una vez superado un mínimo de bienes públicos, la
sociedad se entiende como peligrosa, en cuanto que puede ir en contra de los
intereses particulares de los individuos y ser anuladora de su libertad. Por
eso, cuanto más “débil” sea la sociedad y el estado que la regule, más fuertes
y autónomos serán los individuos.
Esta
es la interpretación de la sociedad dominante en países como Inglaterra o
Estados Unidos. En el ámbito académico, hay una disciplina que se ha basado en
estos presupuestos sociales: la teoría
económica capitalista. Los individuos son puramente racionales y egoístas
(maximizadores de sus beneficios), y abiertamente anticomunitaristas.
2.3.
El impacto del grupo en el individuo: la psicología
social.
Aunque
pueda parecer un debate en tablas, desde la neurociencia sabemos perfectamente que
nuestro cerebro está condicionado para ser social: las llamadas “neuronas
espejo” actúan como estimuladoras de la empatía y de la repetición de lo que
vemos en nuestros semejantes, y son conocidos los casos de trastornos
provocados por la falta de relación social y aislamiento. Igualmente, la
empatía funciona tanto en hombres como en mamíferos superiores. De alguna
forma, estamos “programados” para ser sociales desde nuestra estructura
biológica. Por lo tanto, si parece ser que somos sociales por naturaleza, ¿por
qué vivimos en sociedades tan imperfectas y manipulables? ¿Por qué el egoísmo
parece ser la norma en muchos de estos comportamientos sociales?
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La
psicología social ha sido quizás la ciencia que más ha estudiado el carácter
profundamente comunitario del ser humano desde esta perspectiva más oscura. La
psicología social estudia el cambio de comportamiento de los individuos por
estar sometidos a la vista de los demás y a la presión de grupo. Esta
disciplina emergió después de la II Guerra Mundial con fuerza por una sencilla
razón: ¿por qué millones de personas, relativamente normales y corrientes, como
fueron los alemanes, se dejaron manipular tan fácilmente por el III Reich? ¿Por
qué, siendo sociales, tendemos en muchas ocasiones a comportamientos tan
insociales, como el en el asesinato de Kitty Genovese? Han sido muchos los
efectos descubiertos por la psicología social, que condicionan nuestra visión
de nuestros semejantes, y alteran nuestro comportamiento.
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Ø Efecto espectador. Consiste en la disolución de
responsabilidad del individuo ante un problema porque otros individuos también
asisten al problema, y esperamos que la solución parta de ellos. Por ejemplo,
cuando asistimos a un accidente en presencia de otras personas y no actuamos a
la espera de que otros lo hagan.
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Ø Efecto halo. Consiste en atribuir buenas o malas
cualidades a una persona por una cualidad previa concreta. Por ejemplo, de una
persona aseada o elegante pensamos que también pueda ser buena o inteligente.
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Ø Experimento de Asch. Parte de la incapacidad de
mantener nuestro juicio independiente
debido a la presión de grupo. Si
mantenemos una respuesta distinta de un grupo homogéneo, sentiremos que tal vez
nos hayamos equivocado o que sintamos vergüenza y no compartamos en público
nuestra discordancia.
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Ø Experimento de obediencia de Millgram. Muestra la obediencia ciega hacia personas que consideramos expertos, incluso cuando nos obliguen a realizar acciones que consideramos injustas o inmorales, como dar descargas eléctricas mortales.
Ø Experimento de obediencia de Millgram. Muestra la obediencia ciega hacia personas que consideramos expertos, incluso cuando nos obliguen a realizar acciones que consideramos injustas o inmorales, como dar descargas eléctricas mortales.
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Ø Efecto pigmalion. O profecía autocumplida. Si nosotros esperamos algo de una persona, muy posiblemente promocionaremos las circunstancias adecuadas para que esa expectativa se cumpla. Un profesor, f.i., ante una alumna o alumno brillante, supone unas expectativas determinadas en su examen, y hace enfatizar sus aciertos y obviar sus errores.
Ø Efecto pigmalion. O profecía autocumplida. Si nosotros esperamos algo de una persona, muy posiblemente promocionaremos las circunstancias adecuadas para que esa expectativa se cumpla. Un profesor, f.i., ante una alumna o alumno brillante, supone unas expectativas determinadas en su examen, y hace enfatizar sus aciertos y obviar sus errores.
Algunos ejemplos de experimentos de psicología social.
3. La estratificación social: Roles, estamentos, clase y status social.
¿Cómo
se organiza una sociedad? En cualquier sociedad existen patrones de
comportamientos establecidos, prácticas sociales que nosotros seguimos de forma
inconsciente. Eso es lo que se denominan roles.
Nosotros tenemos el rol de alumno y de profesor, y suponemos que nosotros nos
vamos a comportar de acuerdo con lo que la sociedad espera. Esto no quiere
decir que con un rol determinado –alumno o profesor- todos actuemos de la misma
forma: cada persona interioriza el rol de una manera particular. Por ejemplo,
Montserrat habla con Marta, Mateo dibuja a Goku, Abigail está pensando en sus
cosas, mientras que Jorge se agobia pensando en los exámenes. Todos ellos
comparten el rol de “alumnos” pero de muy distinta forma.
Una
de las causas de por qué esos roles cambian de forma dependiendo de los
individuos, queda explicado por la propia posición de esos individuos dentro de la sociedad. La sociedad está
siempre estratificada -no existe una sociedad igualitaria al 100%- y existen siempre
diferencias. A lo largo de
la historia ha habido distintas estratificaciones, como por ejemplo los estamentos y las castas, con una
movilidad estrictamente horizontal (es
decir, no pueden cambiar su lugar en la sociedad) y la sociedad de clases, de movilidad vertical (y esto quiere decir que aunque sea difícil, pueden
ascender o bajar de categoría social).
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3.1. Estamentos y castas.
La sociedad
estamental europea era una sociedad en la que básicamente tu posición viene
determinada por tu nacimiento, y eso le
da una diferenciación jurídica. Cuando esto se formula por Adalberón en el siglo
XI, cada estamento debía cumplir su papel para que la sociedad estuviese
equilibrada. Así que unos deberían trabajar (campesinos), otros orar (oratores:
el clero) y otros dedicarse a la guerra y proteger a los demás (los
“bellatores” o guerreros). Es decir, que los nacidos en el tercer estado
(campesinos y burgueses) nunca podrían acceder al sector privilegiado (la
nobleza) puesto que han nacido bajo ese estamento. Incluso el acceso al clero,
aparentemente libre, desde ambos estamentos, estaba muy mediatizado por la
pertenencia al alto clero (nobleza) o al bajo clero (campesinado). Esta
sociedad se vino abajo con la Revolución Francesa, cuando se declaró la
igualdad de los seres humanos ante la ley. Pero sin embargo, a pesar de reducir
las diferencias jurídicas, la sociedad francesa ni mucho menos creó una
sociedad igualitaria. Había que explicar la estratificación social, ya no desde
el derecho o el nacimiento, sino desde la economía (la posesión de dinero o
riquezas), y este fue el punto de partida para el análisis de Marx.
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3.2.
Marx y la clase social.
La forma más tradicional de establecer una
división entre estratos altos o privilegiados y estratos bajos provino con el
marxismo. Para Marx (1816-1883), la sociedad estaba estratificada en clases. La clase social es un estrato de la sociedad definido por su
relación particular con los modos de producción (es decir, la estructura
económica). Así, existirían clases altas y clases bajas: las clases altas por
lo general no son solo las más ricas, sino que tienen los recursos para seguir
siendo ricas (tienen el control de los medios de producción, la propiedad de las
mercancías, el acceso a la educación), mientras que las clases bajas están condenadas a
mantenerse en malas condiciones, ofreciendo solo su trabajo a las clases altas.
Esto sin embargo, no basta para entender la
clase social. Esta clase, según Marx, debe
tener conciencia de sí misma. Esto quiere decir que los individuos
integrantes de esa clase social deben ser conscientes de pertenecer a esa clase
social. Imaginemos que el Sr. Zamorano y el Sr. Toledano en lugar de ser
dicharacheros adolescentes fuesen unos tristes temporeros de campo agotados por
el trabajo. Si quisieran cambiar su situación, deberían ser conscientes de
pertenecer a la clase social de los proletarios, puesto que si no lo están, estarían condenados
a permanecer siempre en la pobreza (según Marx).
Según
Marx, estas divisiones producirían enfrentamientos antagónicos entre unas
clases y otras, puesto que tienen intereses irreconciliables. Como escribe en el Manifiesto Comunista, A lo largo de la
historia esta dialéctica o lucha se expresaría en forma de distintas “clases”,
dependiendo de la forma de producción
económica del momento (esclavismo, feudalismo o capitalismo). En segundo lugar, el capitalismo industrial conduciría a una reducción de todas las clases sociales a solo dos, la burguesía frente el proletariado. La emergencia de una clase media en los países desarrollados, como ocurrió en el siglo XX, no contaba dentro de las ideas de Marx.
3.3.
Max Weber y el status.
Cuando Karl Marx lanzó su teoría económica
(la crítica al capitalismo), su teoría social (la lucha de clases) y una
propuesta política tan atrevida (como la revolución y el comunismo), se
convirtió inmediatamente en el enemigo a batir en todas las disciplinas
sociales, desde la filosofía, la economía y la sociología hasta la teoría
política. Casi hasta el punto de decir que o se está con Marx o contra él, y si estamos contra él, hay que saber refutarle.
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El primero en intentar rebatir a Karl Marx fue otro alemán, Max Weber, considerado el otro gran padre de la sociología, y sustituyó la visión tan economicista del anterior por otra en la que aparecieran matices mucho más complejos. Él no compartió, como si hacía Marx, que todo analisis de la sociedad pudiese reducirse a un cuadro socioeconómico. En su libro La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, intenta justificar los móviles culturales que surgieron entre la burguesía europea para la acumulación de capital, que no tenían nada que ver con las necesidades intrínsecas del capitalismo, ni con el carácter egoísta de la clase dominante. Más bien lo contrario, eran los valores religiosos los que marcaban la ética del capitalismo, y no al contrario, como aseguraría Marx.
.
Tenga Max Weber razón o no en el anterior debate, este señor se planteaba en qué lugar podían encuadrarse gente como un sacerdote, un profesor o un funcionario. Para entender la división social, es la idea de status y no la de clase la que más importancia tiene. El status es una forma más compleja de ubicación social. Weber se percató que a pesar de su importancia, la riqueza no era el único elemento diferenciador social, y que incluso entre gente rica o gente pobre existían numerosas gradaciones. Así por ejemplo, si imaginamos el caso de un fontanero y un profesor de universidad que ganen lo mismo, no dudaremos en decir que el profesor de universidad tiene un mayor prestigio social que el fontanero (incluso si este último gana más). Entre los distintos elementos que configuran nuestra posición en la sociedad destacan:
El primero en intentar rebatir a Karl Marx fue otro alemán, Max Weber, considerado el otro gran padre de la sociología, y sustituyó la visión tan economicista del anterior por otra en la que aparecieran matices mucho más complejos. Él no compartió, como si hacía Marx, que todo analisis de la sociedad pudiese reducirse a un cuadro socioeconómico. En su libro La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, intenta justificar los móviles culturales que surgieron entre la burguesía europea para la acumulación de capital, que no tenían nada que ver con las necesidades intrínsecas del capitalismo, ni con el carácter egoísta de la clase dominante. Más bien lo contrario, eran los valores religiosos los que marcaban la ética del capitalismo, y no al contrario, como aseguraría Marx.
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Tenga Max Weber razón o no en el anterior debate, este señor se planteaba en qué lugar podían encuadrarse gente como un sacerdote, un profesor o un funcionario. Para entender la división social, es la idea de status y no la de clase la que más importancia tiene. El status es una forma más compleja de ubicación social. Weber se percató que a pesar de su importancia, la riqueza no era el único elemento diferenciador social, y que incluso entre gente rica o gente pobre existían numerosas gradaciones. Así por ejemplo, si imaginamos el caso de un fontanero y un profesor de universidad que ganen lo mismo, no dudaremos en decir que el profesor de universidad tiene un mayor prestigio social que el fontanero (incluso si este último gana más). Entre los distintos elementos que configuran nuestra posición en la sociedad destacan:
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a)
El
abolengo: nacer “en buena cuna”. Tradicionalmente
estaba relacionado con el nacer en buenas y prestigiosas familias. En nuestros
días, ese abolengo es algo tan simple como la diferencia entre ser nativo de un
país o ser inmigrante.
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b) La educación:
en determinados estratos de la sociedad el elemento educativo da un gran
prestigio social. Entendamos educación ya sea como “cultura” o también como
“saber estar”. Entre un “nuevo rico” y el rico tradicional ese valor educativo
(cómo comportarse con autoridades, en una boda, gustos culinarios y estéticos
etc...) muchas veces determina diferencias de status.
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c) El elemento religioso.
También en sectores de la sociedad la religión es un fuerte distintivo social.
Gente con escaso poder económico sin embargo goza de un status y estima social
fuerte. Esta popularidad sin embargo es de sentido diametralmente opuesto en
sectores laicos de nuestra sociedad.
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d) La utilidad social.
Existen determinados tipos de trabajos o actividades bien considerados por la
sociedad en conjunto frente a otros. No es lo mismo, por ejemplo, un empresario
arriesgado, un funcionario, un latifundista que vive de rentas o un especulador
de pisos. En estos trabajos se desvela una distinta utilidad social. Mención aparte merecen especialmente aquellos involucrados en
trabajos de solidaridad (pertenencia a ONGs, misioneros, trabajadores sociales)
cuya labor, para nada asociada con la riqueza, es altamente considerada y da a
esas personas ocasionalmente alto status.
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e) El elemento biológico.
Sexo, belleza, capacidades biológicas... determinan con mucha fuerza en
nuestros días nuestro status. La importancia de la “apariencia” y la
“juventud”, lanzada desde campañas publicitarias, hacen que gente guapa o
deportista tenga también un status social muy distinto frente a otros menos
agraciados. Igualmente, el sexo (ser mujer o varón) determina muchos
comportamientos en nuestra sociedad.
El status, por tanto, es una definición mucho más aguda y fina que la clase social, aunque debemos dejar claro que no tienen por qué enfrentarse siempre: más bien al contrario. Las personas de alto status social suelen ser más fácilmente pertenecientes a la clase social alta que a una baja.
4.
El cambio social: ¿lucha o armonía?
En
nuestra idea está que las sociedades humanas cambian, se transforman y
evolucionan a lo largo de la historia. Esto no es, ni mucho menos, algo
evidente por sí mismo. Nuevamente, fue Marx
el que motivó este debate, cuando estudió los principios básicos del
capitalismo.
4.1.
El capitalismo, motor del cambio.
Toda
sociedad humana, sin excepción, intenta perpetuarse en el tiempo. Nos enseñan
para seguir los pasos de nuestros predecesores, mantener sus valores y sus
tradiciones. La educación en este sentido es extremadamente conservadora. En la
antigüedad, esta perpetuación era relativamente fácil. Si no hay cambios
tecnológicos ni económicos, el cambio es relativamente lento y las sociedades
se pueden prolongar sin cambios durante siglos. Pero la llegada del capitalismo
(siglo XVI-XVII) rompió ese mundo tan estático, y la sociedad moderna comenzó a
acelerar sus cambios.
El
capitalismo erosionaba el orden estamental y por otro lado, renovaba
continuamente la forma de producción a través del cambio tecnológico. Si un
empresario quiere satisfacer la demanda de un producto y al mismo tiempo ganar
competitividad, debe aumentar su producción sin aumentar por ello los costes, y
eso solo se consigue incentivando un cambio tecnológico y mejorando la división
del trabajo. Esto lo vio muy bien Marx cuando escribió el Manifiesto Comunista. El capitalismo tiene una capacidad de
transformación como nunca antes se había visto en la humanidad y ha provocado una
auténtica revolución económica, social y política. Es más, el capitalismo
tiende a una expansión global y es sumamente agresivo frente al resto de las
culturas no capitalistas, a las que acaba sometiendo a las reglas del mercado. A
nivel histórico, estos son los cambios más importantes durante los últimos siglos.
4.1.
Marx: la dialéctica
y lucha de clases.
Es lógico que en este sentido Marx defiende dos postulados básicos para entender
una sociedad: la sociedad es dinámica y cambiante, y por otro lado, la sociedad es eminentemente material.
La sociedad no es tan armónica como parece. La
estratificación de clases sociales hace que exista una tensión básica entre las
clases altas (detentadoras de la fuente de riqueza y del sistema productivo) y
las clases bajas (aquellas que están sometidas a las anteriores y que aportan
su fuerza de trabajo). Esta explotación conduce lógicamente al malestar de las
clases bajas, que evidentemente intentarán rebelarse contra las élites, y al
mismo tiempo, las clases altas intentarán mantener su posición de control
hegemónico.
A esta tensión la llamó lucha de clases y se ha ido desarrollando de formas distintas con
el paso del tiempo, en un proceso dialéctico.
Esto significa que hay una oposición permanente que provoca una sucesiva
transformación de la sociedad. De esta forma, el sistema esclavista de la
antigüedad y sus contradicciones provocaron la aparición del feudalismo (cuando
los esclavos se convirtieron en siervos), y la irrupción de la burguesía (los
comerciantes e industriales)
4.4. Max Weber: la teoría de la acción social.
Como
siempre, Marx supuso un reto a batir. Max
Weber quiso modificar la visión economicista de Marx. Según Weber, Marx se
equivocaba en afirmar que solo era la economía lo que movía el mundo. El
sistema capitalista había traído también otro tipo de cambios, que afectaban al
ámbito cultural y político. De esta forma, el cambio del capitalismo no provocó
solo una lucha de clases, sino sobre todo una creciente burocratización de la sociedad. Esto quiere decir que
todo empezó a estar regulado de acuerdo con un principio de eficacia económica
y homogeneidad social (es decir, hay que ser productivos, eficientes) y sobre
todo, que el estado empezó a ganar
fuerza con el siglo XX.
Según
Max Weber, el obrero industrial de Marx empezó a ser sustituido en el siglo XX por
el “obrero de cuello blanco”, es decir, el burócrata, el oficinista o
administrador. Hemos dejado de trabajar mayoritariamente en fábricas, y por
otro lado, nuestros trabajos están más vinculados con transmitir información u
ofrecer servicios. Por otro lado, la labor de la administración y el estado
aparece por todas partes. Si miramos a nuestro alrededor, todo está
absolutamente regulado por leyes racionales e impersonales. Desde los colores
de los semáforos, la forma de conducir, hasta lo que damos en clase, todo está
bajo la supervisión de reglas. Esto tiene varias consecuencias, buenas y malas:
a) La importancia de la administración y regulación
estatal.
Esto era algo que Marx consideraba secundario (él creía que el estado dependía
del entramado económico, y que por lo tanto sería siempre subordinado al
mismo). Pero precisamente ese estado será tan activo durante el siglo XX que se convertirá en ocasiones en dictaduras totalitarias -como Hitler-, y en otras intentará evitar la lucha de clases. Precisamente la acción
del estado permite crear un estado del
bienestar que intente evitar la polarización social y las contradicciones
del capitalismo, fomentando una clase media amplia, el pleno empleo y el acceso
a determinados derechos sociales como la educación o la sanidad.
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b)
La desacralización
del mundo.
Esto se podría entender como “la pérdida de la magia en el mundo”. Todo está
sometido a reglas racionales, y esto significa dos cosas. En primer lugar, que
las reglas son para todos por igual, en cualquier circunstancia y eso puede crear
situaciones injustas. Por ejemplo: si las leyes dicen que no podemos usar
móviles en clase, porque en general no sabemos usarlos, eso va en detrimento de
quien podría hacer un buen uso de los mismos. En segundo lugar, todo está
sometido a una eficacia o racionalidad
instrumental. Valores sagrados como el amor, la religión se enfrentan con
el cálculo anónimo, con que todo puede convertirse en medio para otra cosa. Nuestros
trabajos (profesores, ingenieros, albañiles, dirigentes) funcionan sin atender
a los fines últimos (para qué estudio, qué fin tiene mi trabajo, qué injusticia
puedo crear…) y se mueven solo por el dictado anónimo de la sociedad. Sus fines
últimos no nos conciernen (pueden ser buenos o malos, dictados por el mercado
capitalista o por un régimen nazi)
5.
La ideología.
Todo individuo tiene una cosmovisión del mundo, incluso cuando no busque tenerla. A unos le gustarán los toros y el flamenco, a otros, la música indie y el sushi. Unos disfrutarán viendo jugar al Barcelona, otros bailando reaggeton. Nuevamente, algunos se sentirán conservadores y otros más progresistas. Pensemos que la ideología no se reduce solo a una postura política.
Dependiendo de nuestra posición social y de nuestras
relaciones con instituciones como la familia, la educación, el estado o la religión, nosotros
construiremos nuestra ideología o forma de ver el mundo. Pero una vez dicho esto, destapamos la tensión. ¿Elegimos nuestra ideología o identidad, o la eligen por nosotros? ¿Es algo neutral, o más bien esconde intereses ocultos?
a) La tradición marxista.
El primero en cuestionar la ideología como una construcción neutral fue Marx. Según Marx,
la ideología es una construcción cultural de las clases sociales privilegiadas
para mantener su posición dominadora. El sentido de la palabra es por tanto profundamente negativo.
Dicho de forma plana: las clases dirigentes darán a sus sometidos diversiones y entretenimientos que les hagan olvidar sus verdaderos problemas. Pensemos que esto es tan antiguo como los romanos: los emperadores, para mantener sujeto al pueblo no dudaban en gastar fortunas en juegos y espectáculos (el llamado panem et circenses o “pan y circo” de los romanos). La plebe ha perdido su libertad, pero está satisfecha con comida gratis y espectáculos.
Esta idea se hace más sutil al llegar la Edad Media. Para Marx, el gran engaño ideológico de la época se llama Dios y la religión. El engaño detrás de la idea de Dios es en el fondo la mayor razón de peso para comprender el ateísmo militante de Marx. Aunque la frase es de otro filósofo alemán (Bruno Bauer), la religión entendida como "opio del pueblo", quedará para siempre unida al pensamiento marxista.
Pero estas ilusiones no acaban aquí. En la edad moderna, el estado liberal y la Revolución Francesa constituyen otro engaño más hacia el pueblo. En 1789, se habla por primera vez de los derechos del hombre y de derechos políticos universales: el estómago de la clase baja sigue vacío pero está contento, porque se cree que tiene poder al conseguir esos derechos políticos. Tanto Dios como el liberalismo no significan otra cosa que un engaño, una alienación de la clase obrera para mantenerla callada.
Hoy en día no es difícil mirar a nuestro alrededor y encontrar posibles "ilusiones": los programas rosas de la televisión, la telerrealidad, las redes sociales, el fútbol o la cultura del botellón serían vistos por un marxista como ideologías deformadoras de la realidad, en las que se engaña al “pueblo” para que se mantenga ajeno a los auténticos problemas (el paro, la corrupción, etc...).
Dicho de forma plana: las clases dirigentes darán a sus sometidos diversiones y entretenimientos que les hagan olvidar sus verdaderos problemas. Pensemos que esto es tan antiguo como los romanos: los emperadores, para mantener sujeto al pueblo no dudaban en gastar fortunas en juegos y espectáculos (el llamado panem et circenses o “pan y circo” de los romanos). La plebe ha perdido su libertad, pero está satisfecha con comida gratis y espectáculos.
Esta idea se hace más sutil al llegar la Edad Media. Para Marx, el gran engaño ideológico de la época se llama Dios y la religión. El engaño detrás de la idea de Dios es en el fondo la mayor razón de peso para comprender el ateísmo militante de Marx. Aunque la frase es de otro filósofo alemán (Bruno Bauer), la religión entendida como "opio del pueblo", quedará para siempre unida al pensamiento marxista.
Pero estas ilusiones no acaban aquí. En la edad moderna, el estado liberal y la Revolución Francesa constituyen otro engaño más hacia el pueblo. En 1789, se habla por primera vez de los derechos del hombre y de derechos políticos universales: el estómago de la clase baja sigue vacío pero está contento, porque se cree que tiene poder al conseguir esos derechos políticos. Tanto Dios como el liberalismo no significan otra cosa que un engaño, una alienación de la clase obrera para mantenerla callada.
Hoy en día no es difícil mirar a nuestro alrededor y encontrar posibles "ilusiones": los programas rosas de la televisión, la telerrealidad, las redes sociales, el fútbol o la cultura del botellón serían vistos por un marxista como ideologías deformadoras de la realidad, en las que se engaña al “pueblo” para que se mantenga ajeno a los auténticos problemas (el paro, la corrupción, etc...).
Al mismo tiempo, las
instituciones políticas (parte de la superestructura en el materialismo
histórico) no son más que representaciones de los intereses de la clase dominante
(infraestructura) que a través de un control de los medios de comunicación y la educación, mantienen dichos intereses.
Lo normal sería, para Marx, que la clase obrera debería
rechazar la ideología de la burguesía, y darse así misma una ideología liberalizadora, la del
socialismo comunista que supondría la liberación de todo engaño cultural. Sin embargo, esto nunca ocurrió con total claridad.
Precisamente para superar esa contradicción, Gramsci,
otro pensador de tradición marxista, fue el que reformuló el concepto de la ideología,
a través de la hegemonía. Gramsci
era consciente que a pesar de la esperanza de la revolución y el cambio social,
una parte importante de las clases bajas sostenía ideológicamente la misma postura
que las de las clases altas (por ejemplo, el respeto al orden, los valores
religiosos, el trabajo duro, la capacidad empresarial…). Esto se debía, según
este autor, a que había momentos históricos en los que las clases dominantes
consiguen trasladar al resto de la población su propia visión del mundo, y
estas la aceptan de forma relativamente natural, como algo evidente por sí
mismo, y bajo la suposición de que existe una cierta movilidad social para los
más desfavorecidos. Esto es lo que entendía Gramsci por esta hegemonía cultural,
que hace las sociedades muy cerradas al cambio y a una auténtica transformación
social. Esta hegemonía, sin embargo, nunca es duradera, porque encierra fuertes
tensiones sociales (por ejemplo, cuando se prueba como mentira que existe un
ascenso social) y una fuerte crisis o nuevas condiciones sociales determinadas
pueden llegar a romperla.
Este es hoy en día un término muy utilizado en partidos
políticos como Podemos, por ejemplo. Para ellos, la crisis significó la pérdida de hegemonía del discurso liberal y su posible cuestionamiento. Por ello, desde su perspectiva, había que aprovechar cada minuto que pasase antes de que las élites pudiesen reestablecer un discurso hegemónico.
La visión marxista de la ideología se vuelve autodestructiva en el siglo XX. La Revolución Rusa lleva al poder al primer estado comunista de inspiración marxista en la historia. En pocos años, ese estado se hace fuerte y totalitario. Le corresponderá a marxistas heterodoxos, la Escuela de Frankfurt activar la crítica a todas las ideologías, pero poniendo en el punto de mira de su crítica a la propia teoría comunista que en el siglo XX pasó de liberadora a dictatorial y totalitaria. Es decir, la propia ideología del marxismo se podía convertir en una forma de dominación, ahora para justificar los intereses de los burócratas y miembros del partido comunista ruso.
c) La ideología en las ciencias sociales: Max Weber vs teoría crítica.
La visión marxista de la ideología se vuelve autodestructiva en el siglo XX. La Revolución Rusa lleva al poder al primer estado comunista de inspiración marxista en la historia. En pocos años, ese estado se hace fuerte y totalitario. Le corresponderá a marxistas heterodoxos, la Escuela de Frankfurt activar la crítica a todas las ideologías, pero poniendo en el punto de mira de su crítica a la propia teoría comunista que en el siglo XX pasó de liberadora a dictatorial y totalitaria. Es decir, la propia ideología del marxismo se podía convertir en una forma de dominación, ahora para justificar los intereses de los burócratas y miembros del partido comunista ruso.
b) La tradición no marxista
Por supuesto, no todo el mundo está de acuerdo con que todas nuestras ideas, gustos y preferencias estén marcadas por un interés oculto de control social. Muchos sociólogos consideran que más bien buena parte de nuestra ideología es neutral.
Mannheim y la sociología del
conocimiento fueron los primeros en separar la ideología de la política. Mannheim fue el primero en cuestionar la herencia marxista. Si las ideologías son producto de las clases altas, ¿de dónde proviene entonces la propia ideología marxista? ¿Es a su vez un producto de domininación social? ¿Por qué tenemos que aceptar que Marx estaba por encima de los demás intelectuales de su época? De esta forma, si queremos salvar el concepto de ideología, tendremos que romper su carácter sociopolítico: enlaza también
con formas de entender la vida o factores psicológicos. ¿Qué movió por ejemplo a Lutero a romper con la iglesia, o a Copérnico a afirmar que la tierra da vueltas alrededor del sol? Según Mannheim, los intelectuales podrían estar libres de ese influjo ideológico marxista y ser capaces de construir su propia visión de las cosas, partiendo de factores psicológicos (una personalidad muy fuerte, en Lutero) o creencias pseudomágicas (el pitagorismo y los números en Copérnico)
Con la sociología del conocimiento, todos tenemos alguna ideología por detrás de nuestros actos, a
menudo visible en nuestras reacciones más inmediatas, y que no tiene nada que
ver con nuestra participación o interés en la política de los partidos de
izquierda o derecha. Esta ideología depende de nuestro posicionamiento casi
inconsciente frente a problemas determinados: manifestaciones políticas, la
defensa de la propiedad privada, nuestros gustos en el deporte, nuestra idea de
la familia o la religión, la importancia que damos a la etiqueta o el “saber
estar”, la exhibición del lujo etc...Para Mannheim influiría más nuestra predisposición psicológica que nuestra condición social a la hora de comprender las ideas de los individuos. Esta visión ha tenido importancia en autores como Thomas Kuhn, en la filosofía de la ciencia.
- Pierre Bourdieu, sociólogo francés
contemporáneo, estableció con el llamado “habitus”
una nueva diferenciación social, muy vinculada con la identidad, el gusto y nuestas preferencias estéticas y éticas. Según este sociólogo, el habitus
viene establecido por el hecho de nacer ocupando ya un lugar en la sociedad que no elegimos. Este hecho, habitar un cuerpo y ocupar un espacio social marcará de entrada nuestra cosmovisión particular, incluso cuando pensemos que se basan en decisiones personales. Esta visión, aunque incluye también la perspectiva
económica y política, incide mucho más en la educación recibida, la
identidad y en la carga ideológica de nuestras preferencias estéticas y el
tiempo libre.
Por ejemplo, una persona tenderá a autodefinirse de derechas no solo
por un análisis político estricto (a qué partido vota), sino por una preferencia identitaria, como
puede ser el defender los toros, seguir al Real Madrid, asistir a misa, llevar
una camiseta de marca o exhibir un símbolo patriótico. ¿Esas preferencias vienen marcadas por un intento de control desde las clases altas -como dicen los marxistas- o son producto de una socialización desde abajo? Quizás esa persona pertenezca
a la clase obrera (supuestamente el lugar que ocuparía la izquierda política), pero su ideología no se corresponderá
con su pertenencia a dicha clase baja, por la aculturación e identidad heredada.
c) La ideología en las ciencias sociales: Max Weber vs teoría crítica.
Según
los marxistas, todo puede convertirse en un discurso ideológico al
servicio del poder y de las clases dirigentes. Muy rápidamente cayeron
en la cuenta que las propias ciencias sociales -la teoría económica, la
teoría política o la sociología- eran fácilmente manipulables por esas
élites económicas y podían fabricar un discurso acorde con sus
intereses.
Frente a estos ataques, Max Weber defendió las ciencias sociales como un conocimiento basado en juicios de hecho (es decir, juicios que fuesen objetivos, corroborables y empíricos) y no en juicios de valor. Por eso intentaba conceder un status científico a la sociología: no intenta cambiar la realidad social, sino tan solo describirla y conocerla.
Pero esta interpretación sería cuestionada poco después. La escuela de Frankfurt (o teoría crítica) plantea que no existe conocimiento objetivo sin intereses sociales previos ni interpretación subjetiva (Habermas). Las observaciones, leyes y generalizaciones que haga un científico social no se construyen desde la nada, sino desde una perspectiva histórica determinada, con sus creencias y prejuicios heredados; ese científico además, está siendo pagado por alguna institución, que evidentemente no actuará de manera neutral si va a ser cuestionada por dicho científico.
Esta es la razón por la que existe una lógica desconfianza hacia instituciones determinadas como el FMI, o las Fundaciones privadas de asesoramiento político y económico. Si esos economistas y sociólogos están pagados por determinados estados y empresas privadas, es discutible que establezcan un discurso transparente sobre determinados asuntos.
Esta es la razón por la que existe una lógica desconfianza hacia instituciones determinadas como el FMI, o las Fundaciones privadas de asesoramiento político y económico. Si esos economistas y sociólogos están pagados por determinados estados y empresas privadas, es discutible que establezcan un discurso transparente sobre determinados asuntos.
d)
El poder de las convicciones: La
disonancia cognitiva.
¿Por qué es tan difícil hacer cambiar a alguien de
ideología o de parecer? Básicamente porque nuestras creencias se corresponden
con nuestras acciones. Intentamos ser auténticos y consecuentes con nosotros
mismos y por lo tanto intentamos siempre reforzar y justificar lo que hacemos.
Reconocer que nuestras teorías o visión de las cosas sobre las que se apoya nuestro comportamiento son falsas (o por lo menos
cuestionables) genera incomodidad y fastidio.
Esto es lo que se estudió en psicología social con el nombre de disonancia cognitiva por Leon Festinger. Esto significa que intentamos siempre justificar lo que hacemos o creemos, para que haya una coherencia básica entre lo que hacemos y lo que pensamos, y no dudamos en tergiversar la verdad o en ser muy parciales cuando escuchamos a los demás.
Esto es lo que se estudió en psicología social con el nombre de disonancia cognitiva por Leon Festinger. Esto significa que intentamos siempre justificar lo que hacemos o creemos, para que haya una coherencia básica entre lo que hacemos y lo que pensamos, y no dudamos en tergiversar la verdad o en ser muy parciales cuando escuchamos a los demás.
Cuando nos encontramos ante situaciones de disonancia cognitiva, y para solucionar esa tensión, recurriremos a varias argucias intelectuales. En primer lugar, no atenderemos a
argumentos contrarios a nuestras ideas originales y los evitaremos: ¿Qué
fumador no ha dado la vuelta alguna vez a la cajetilla de tabaco para evitar leer
sus mensajes? ¿Qué persona taurina no ha apagado la tele cuando ha
aparecido un programa ecologista que cuestiona sus ideas? Evitar estos mensajes nos hace sentir bien.
En segundo lugar, reforzaremos solo aquellos argumentos sobre los que nos sentimos cómodos, o directamente nos inventaremos excusas (racionalización) para apoyar nuestro comportamiento (el comportamiento de Donald Trump, por ejemplo, negando credibilidad a cualquier teoría que no sea la suya es paradigmático).
En segundo lugar, reforzaremos solo aquellos argumentos sobre los que nos sentimos cómodos, o directamente nos inventaremos excusas (racionalización) para apoyar nuestro comportamiento (el comportamiento de Donald Trump, por ejemplo, negando credibilidad a cualquier teoría que no sea la suya es paradigmático).
Ejemplo de disonancia cognitiva de Dilbert, de Scott Adams