Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

martes, 20 de junio de 2017

TEMA 6: LA SOCIEDAD



TEMA 9

LA SOCIEDAD: NATURALEZA, CAMBIO E IDEOLOGÍA


1.   El papel de la sociología.
2.   El individuo frente a la sociedad.
2.1.  La tradición comunitarista: Platón, Aristóteles, Marx.
2.2.  La tradición liberal: Hobbes, Locke.
2.3.  El individuo influido por el grupo: la psicología social.
3.  Rol, clase y status.
3.1. Estamentos y castas.
3.2. Marx y la clase social.
3.3. Max Weber y el status.
4. El cambio social: ¿armonía o lucha?
4.1. El carácter revolucionario del capitalismo.
4.2. El materialismo histórico de Marx.
4.3. La teoría de la acción social de Max Weber.
5. La definición de ideología.
5.1. La tradición marxista.
5.2. La tradición no marxista.
5.3. La ideología en las ciencias sociales: Weber vs. teoría crítica. 
5.4. La disonancia cognitiva: ¿Por qué cuesta cambiar de ideas?


1. Introducción: el papel de la sociología.
En anteriores temas habíamos aludido a la influencia que variables psicológicas y antropológicas tenían sobre nuestro comportamiento y forma de pensar. Sin embargo, en este tema vamos a estudiar otros elementos determinados precisamente por variables de carácter social, aprendidas y no biológicas, y que giran en nuestra condición de seres sociales.
¿Cuál sería entonces el lugar de la sociología? El ser humano no solo se define desde nuestro ADN (la biología), nuestra cultura (la antropología) o nuestra mente/crebro (la psicología). Existe una conexión con el mundo exterior y con nuestros semejantes. En ese mundo exterior nos encontramos con instituciones sociales, que definen formas de comportamiento para los individuos. Estas instituciones son fundamentalmente, la familia, la educación, el estado y las leyes, la religión y el sistema económico. Son estas instituciones las que establecen una forma de comportamiento estereotipado –es decir, similar-, y las que nos condicionan a nosotros de forma muchas veces inconsciente. Esto conlleva también que tengamos formas de comprender el mundo que obedecen a convenciones sociales establecidas por el estrato social al que pertenece. Estas convenciones forman lo que llamamos ideología, pero para esto deberíamos conocer un poco más nuestra posición en la sociedad.
Todo este tema nos remonta nuevamente a los griegos. Es Platón el primero en establecer una jerarquía social en los ciudadanos de una polis entre gobernantes, militares y trabajadores (ciudad-estado griega), y Aristóteles como hemos visto ya, reconoce explícitamente  el carácter social y gregario de la especie humana. La sociología como ciencia, sin embargo, no se remonta más allá del siglo XIX, y tiene a A. Comte, Karl Marx, E. Durkheim y Max Weber como sus fundadores, para alcanzar en nuestros días numerosas ramificaciones. Nosotros nos vamos a centrar en dos de ellos: Karl Marx y Max Weber, para explicar la sociedad contemporánea.

2.   El individuo frente a la sociedad.
¿Cómo entender la sociedad? ¿Es un producto artificial construido por individuos o más bien es algo escrito en nuestra propia naturaleza? A lo largo de la historia esta relación ha sido estudiada por todos los pensadores políticos y filósofos. Así, ha existido siempre una oposición entre los comunitaristas  y los liberales (individualistas).
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2.1. La tradición comunitarista.
Esta tradición emerge de Grecia y ya la conocemos por Platón o Aristóteles. Desde su punto de vista, el hombre es un ser eminentemente social. La razón como vimos ya, es muy sencilla. El ser humano, a pesar de toda su capacidad y poder, es un ser que cuando nace es el más débil de los seres vivos, y que necesita de la comunidad para poder desarrollar sus habilidades principales: el lenguaje y la razón. Solo dentro de esa comunidad podrá desarrollarse como individuo racional. Esta intuición significa cosas distintas para Platón y Aristóteles. En el caso de Platón esto implica que el individuo debe estar sometido a la polis y que debe someter sus propios intereses al bien de la comunidad. Todo individuo forma parte de un grupo de la sociedad con un fin determinado (ya sea guerrero, trabajador o sabio gobernante: organicismo). Aristóteles, sin caer en ese autoritarismo, incidía en el carácter protector y educador de distintas instituciones sociales (familia, barrio y la ciudad) sobre el individuo. En definitiva, en Platón, la sociedad está para ser servida por el individuo. En Aristóteles, es la sociedad la que lanza al individuo para que pueda ser él mismo.  Esta tradición se mantuvo dominante durante toda la edad antigua y medieval, para ser discutida durante la edad moderna (siglo XVII-XIX).
En la época contemporánea, esta visión está representada por autores muy distintos que van desde Hegel y Marx a Hanna Arendt, Charles Taylor o Sandel. La antropología cultural apuntala empíricamente esta dirección.


2.2.  La tradición liberal.
En el siglo XVII una serie de autores ingleses, con Thomas Hobbes a la cabeza, cuestionaban el carácter natural de la sociedad y realzaban la importancia del individuo sobre la misma. De hecho, para ellos la sociedad es algo artificial, una mera suma de individuos. La razón es también relativamente sencilla. Los individuos son seres por naturaleza egoístas o cuanto menos, autointeresados (no van a hacer nada en contra de sus intereses, y aunque no son necesariamente malos, se despreocupan de los demás). Si todos somos egoístas, esto hace que la sociedad solo se forma cuando exista un interés de todos sus integrantes por crearla (un contrato social) y siempre será a posteriori. La creación de una sociedad y de un estado se hace inevitable para solucionar problemas comunes, como puede ser la seguridad de los individuos (por ejemplo, que haya policía, leyes, carreteras…). Pero una vez superado un mínimo de bienes públicos, la sociedad se entiende como peligrosa, en cuanto que puede ir en contra de los intereses particulares de los individuos y ser anuladora de su libertad. Por eso, cuanto más “débil” sea la sociedad y el estado que la regule, más fuertes y autónomos serán los individuos.
Esta es la interpretación de la sociedad dominante en países como Inglaterra o Estados Unidos. En el ámbito académico, hay una disciplina que se ha basado en estos presupuestos sociales: la teoría económica capitalista. Los individuos son puramente racionales y egoístas (maximizadores de sus beneficios), y abiertamente anticomunitaristas.

2.3.  El impacto del grupo en el individuo: la psicología social.
Aunque pueda parecer un debate en tablas, desde la neurociencia sabemos perfectamente que nuestro cerebro está condicionado para ser social: las llamadas “neuronas espejo” actúan como estimuladoras de la empatía y de la repetición de lo que vemos en nuestros semejantes, y son conocidos los casos de trastornos provocados por la falta de relación social y aislamiento. Igualmente, la empatía funciona tanto en hombres como en mamíferos superiores. De alguna forma, estamos “programados” para ser sociales desde nuestra estructura biológica. Por lo tanto, si parece ser que somos sociales por naturaleza, ¿por qué vivimos en sociedades tan imperfectas y manipulables? ¿Por qué el egoísmo parece ser la norma en muchos de estos comportamientos sociales?
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La psicología social ha sido quizás la ciencia que más ha estudiado el carácter profundamente comunitario del ser humano desde esta perspectiva más oscura. La psicología social estudia el cambio de comportamiento de los individuos por estar sometidos a la vista de los demás y a la presión de grupo. Esta disciplina emergió después de la II Guerra Mundial con fuerza por una sencilla razón: ¿por qué millones de personas, relativamente normales y corrientes, como fueron los alemanes, se dejaron manipular tan fácilmente por el III Reich? ¿Por qué, siendo sociales, tendemos en muchas ocasiones a comportamientos tan insociales, como el en el asesinato de Kitty Genovese? Han sido muchos los efectos descubiertos por la psicología social, que condicionan nuestra visión de nuestros semejantes, y alteran nuestro comportamiento.
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Ø  Efecto espectador. Consiste en la disolución de responsabilidad del individuo ante un problema porque otros individuos también asisten al problema, y esperamos que la solución parta de ellos. Por ejemplo, cuando asistimos a un accidente en presencia de otras personas y no actuamos a la espera de que otros lo hagan. 
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Ø  Efecto halo. Consiste en atribuir buenas o malas cualidades a una persona por una cualidad previa concreta. Por ejemplo, de una persona aseada o elegante pensamos que también pueda ser buena o inteligente. 
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Ø  Experimento de Asch. Parte de la incapacidad de mantener  nuestro juicio independiente debido a la presión de grupo. Si mantenemos una respuesta distinta de un grupo homogéneo, sentiremos que tal vez nos hayamos equivocado o que sintamos vergüenza y no compartamos en público nuestra discordancia.
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Ø  Experimento de obediencia de Millgram. Muestra la obediencia ciega hacia personas que consideramos expertos, incluso cuando nos obliguen a realizar acciones que consideramos injustas o inmorales, como dar descargas eléctricas mortales.
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Ø  Efecto pigmalion. O profecía autocumplida. Si nosotros esperamos algo de una persona, muy posiblemente promocionaremos las circunstancias adecuadas para que esa expectativa se cumpla. Un profesor, f.i., ante una alumna o alumno brillante, supone unas expectativas determinadas en su examen, y hace enfatizar sus aciertos y obviar sus errores.




Algunos ejemplos de experimentos de psicología social.


3.   La estratificación social: Roles, estamentos, clase y status social.
¿Cómo se organiza una sociedad? En cualquier sociedad existen patrones de comportamientos establecidos, prácticas sociales que nosotros seguimos de forma inconsciente. Eso es lo que se denominan roles. Nosotros tenemos el rol de alumno y de profesor, y suponemos que nosotros nos vamos a comportar de acuerdo con lo que la sociedad espera. Esto no quiere decir que con un rol determinado –alumno o profesor- todos actuemos de la misma forma: cada persona interioriza el rol de una manera particular. Por ejemplo, Montserrat habla con Marta, Mateo dibuja a Goku, Abigail está pensando en sus cosas, mientras que Jorge se agobia pensando en los exámenes. Todos ellos comparten el rol de “alumnos” pero de muy distinta forma.
Una de las causas de por qué esos roles cambian de forma dependiendo de los individuos, queda explicado por la propia posición de esos individuos dentro de la sociedad. La sociedad está siempre estratificada -no existe una sociedad igualitaria al 100%- y existen siempre diferencias. A lo largo de la historia ha habido distintas estratificaciones, como por ejemplo los estamentos y las castas, con una movilidad estrictamente horizontal (es decir, no pueden cambiar su lugar en la sociedad) y la sociedad de clases, de movilidad vertical (y esto quiere decir que aunque sea difícil, pueden ascender o bajar de categoría social).

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3.1. Estamentos y castas.
La sociedad estamental europea era una sociedad en la que básicamente tu posición viene determinada por tu nacimiento, y eso le da una diferenciación jurídica. Cuando esto se formula por Adalberón en el siglo XI, cada estamento debía cumplir su papel para que la sociedad estuviese equilibrada. Así que unos deberían trabajar (campesinos), otros orar (oratores: el clero) y otros dedicarse a la guerra y proteger a los demás (los “bellatores” o guerreros). Es decir, que los nacidos en el tercer estado (campesinos y burgueses) nunca podrían acceder al sector privilegiado (la nobleza) puesto que han nacido bajo ese estamento. Incluso el acceso al clero, aparentemente libre, desde ambos estamentos, estaba muy mediatizado por la pertenencia al alto clero (nobleza) o al bajo clero (campesinado). Esta sociedad se vino abajo con la Revolución Francesa, cuando se declaró la igualdad de los seres humanos ante la ley. Pero sin embargo, a pesar de reducir las diferencias jurídicas, la sociedad francesa ni mucho menos creó una sociedad igualitaria. Había que explicar la estratificación social, ya no desde el derecho o el nacimiento, sino desde la economía (la posesión de dinero o riquezas), y este fue el punto de partida para el análisis de Marx.

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3.2. Marx y la clase social.
La forma más tradicional de establecer una división entre estratos altos o privilegiados y estratos bajos provino con el marxismo. Para Marx (1816-1883), la sociedad estaba estratificada en clases. La clase social es un estrato de la sociedad definido por su relación particular con los modos de producción (es decir, la estructura económica). Así, existirían clases altas y clases bajas: las clases altas por lo general no son solo las más ricas, sino que tienen los recursos para seguir siendo ricas (tienen el control de los medios de producción, la propiedad de las mercancías, el acceso a la educación), mientras que las clases bajas están condenadas a mantenerse en malas condiciones, ofreciendo solo su trabajo a las clases altas.
Esto sin embargo, no basta para entender la clase social. Esta clase, según Marx, debe tener conciencia de sí misma. Esto quiere decir que los individuos integrantes de esa clase social deben ser conscientes de pertenecer a esa clase social. Imaginemos que el Sr. Zamorano y el Sr. Toledano en lugar de ser dicharacheros adolescentes fuesen unos tristes temporeros de campo agotados por el trabajo. Si quisieran cambiar su situación, deberían ser conscientes de pertenecer a la clase social de los proletarios,  puesto que si no lo están, estarían condenados a permanecer siempre en la pobreza (según Marx).
Según Marx, estas divisiones producirían enfrentamientos antagónicos entre unas clases y otras, puesto que tienen intereses irreconciliables. Como escribe en el Manifiesto Comunista, A lo largo de la historia esta dialéctica o lucha se expresaría en forma de distintas “clases”, dependiendo de la  forma de producción económica del momento (esclavismo, feudalismo o capitalismo). En segundo lugar, el capitalismo industrial conduciría a una reducción de todas las clases sociales a solo dos, la burguesía frente el proletariado. La emergencia de una clase media en los países desarrollados, como ocurrió en el siglo XX, no contaba dentro de las ideas de Marx.


 
3.3. Max Weber y el status.
Cuando Karl Marx lanzó su teoría económica (la crítica al capitalismo), su teoría social (la lucha de clases) y una propuesta política tan atrevida (como la revolución y el comunismo), se convirtió inmediatamente en el enemigo a batir en todas las disciplinas sociales, desde la filosofía, la economía y la sociología hasta la teoría política. Casi hasta el punto de decir que o se está con Marx o contra él, y si estamos contra él, hay que saber refutarle.
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El primero en intentar rebatir a Karl Marx fue otro alemán, Max Weber, considerado el otro gran padre de la sociología, y sustituyó la visión tan economicista del anterior por otra en la que aparecieran matices mucho más complejos. Él no compartió, como si hacía Marx, que todo analisis de la sociedad pudiese reducirse a un cuadro socioeconómico. En su libro La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, intenta justificar los móviles culturales que surgieron entre la burguesía europea para la acumulación de capital, que no tenían nada que ver con las necesidades intrínsecas del capitalismo, ni con el carácter egoísta de la clase dominante. Más bien lo contrario, eran los valores religiosos los que marcaban la ética del capitalismo, y no al contrario, como aseguraría Marx.
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Tenga Max Weber razón o no en el anterior debate, este señor se planteaba en qué lugar podían encuadrarse gente como un sacerdote, un profesor o un funcionario.  Para entender la división social, es la idea de status y no la de clase la que más importancia tiene. El status es una forma más compleja de ubicación social. Weber se percató que a pesar de su importancia, la riqueza no era el único elemento diferenciador social, y que incluso entre gente rica o gente pobre existían numerosas gradaciones. Así por ejemplo, si imaginamos el caso de un fontanero y un profesor de universidad que ganen lo mismo, no dudaremos en decir que el profesor de universidad tiene un mayor prestigio social que el fontanero (incluso si este último gana más). Entre los distintos elementos que configuran nuestra posición en la sociedad destacan:
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a)   El abolengo: nacer “en buena cuna”. Tradicionalmente estaba relacionado con el nacer en buenas y prestigiosas familias. En nuestros días, ese abolengo es algo tan simple como la diferencia entre ser nativo de un país o ser inmigrante. 
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b)  La educación: en determinados estratos de la sociedad el elemento educativo da un gran prestigio social. Entendamos educación ya sea como “cultura” o también como “saber estar”. Entre un “nuevo rico” y el rico tradicional ese valor educativo (cómo comportarse con autoridades, en una boda, gustos culinarios y estéticos etc...) muchas veces determina diferencias de status.
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c)   El elemento religioso. También en sectores de la sociedad la religión es un fuerte distintivo social. Gente con escaso poder económico sin embargo goza de un status y estima social fuerte. Esta popularidad sin embargo es de sentido diametralmente opuesto en sectores laicos de nuestra sociedad.
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d)  La utilidad social. Existen determinados tipos de trabajos o actividades bien considerados por la sociedad en conjunto frente a otros. No es lo mismo, por ejemplo, un empresario arriesgado, un funcionario, un latifundista que vive de rentas o un especulador de pisos. En estos trabajos se desvela una distinta utilidad social. Mención aparte merecen especialmente aquellos involucrados en trabajos de solidaridad (pertenencia a ONGs, misioneros, trabajadores sociales) cuya labor, para nada asociada con la riqueza, es altamente considerada y da a esas personas ocasionalmente alto status.
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e)  El elemento biológico. Sexo, belleza, capacidades biológicas... determinan con mucha fuerza en nuestros días nuestro status. La importancia de la “apariencia” y la “juventud”, lanzada desde campañas publicitarias, hacen que gente guapa o deportista tenga también un status social muy distinto frente a otros menos agraciados. Igualmente, el sexo (ser mujer o varón) determina muchos comportamientos en nuestra sociedad.

El status, por tanto, es una definición mucho más aguda y fina que la clase social, aunque debemos dejar claro que no tienen por qué enfrentarse siempre: más bien al contrario. Las personas de alto status social suelen ser más fácilmente pertenecientes a la clase social alta que a una baja.  
 



4.               El cambio social: ¿lucha o armonía?
En nuestra idea está que las sociedades humanas cambian, se transforman y evolucionan a lo largo de la historia. Esto no es, ni mucho menos, algo evidente por sí mismo. Nuevamente, fue Marx el que motivó este debate, cuando estudió los principios básicos del capitalismo.

4.1.        El capitalismo, motor del cambio.
Toda sociedad humana, sin excepción, intenta perpetuarse en el tiempo. Nos enseñan para seguir los pasos de nuestros predecesores, mantener sus valores y sus tradiciones. La educación en este sentido es extremadamente conservadora. En la antigüedad, esta perpetuación era relativamente fácil. Si no hay cambios tecnológicos ni económicos, el cambio es relativamente lento y las sociedades se pueden prolongar sin cambios durante siglos. Pero la llegada del capitalismo (siglo XVI-XVII) rompió ese mundo tan estático, y la sociedad moderna comenzó a acelerar sus cambios.
El capitalismo erosionaba el orden estamental y por otro lado, renovaba continuamente la forma de producción a través del cambio tecnológico. Si un empresario quiere satisfacer la demanda de un producto y al mismo tiempo ganar competitividad, debe aumentar su producción sin aumentar por ello los costes, y eso solo se consigue incentivando un cambio tecnológico y mejorando la división del trabajo. Esto lo vio muy bien Marx cuando escribió el Manifiesto Comunista. El capitalismo tiene una capacidad de transformación como nunca antes se había visto en la humanidad y ha provocado una auténtica revolución económica, social y política. Es más, el capitalismo tiende a una expansión global y es sumamente agresivo frente al resto de las culturas no capitalistas, a las que acaba sometiendo a las reglas del mercado. A nivel histórico, estos son los cambios más importantes durante los últimos siglos.





4.1.     Marx: la dialéctica y lucha de clases.
Es lógico que en este sentido Marx defiende dos postulados básicos para entender una sociedad: la sociedad es dinámica y cambiante, y por otro lado, la sociedad es eminentemente material.
 La sociedad no es tan armónica como parece. La estratificación de clases sociales hace que exista una tensión básica entre las clases altas (detentadoras de la fuente de riqueza y del sistema productivo) y las clases bajas (aquellas que están sometidas a las anteriores y que aportan su fuerza de trabajo). Esta explotación conduce lógicamente al malestar de las clases bajas, que evidentemente intentarán rebelarse contra las élites, y al mismo tiempo, las clases altas intentarán mantener su posición de control hegemónico.
A esta tensión la llamó lucha de clases y se ha ido desarrollando de formas distintas con el paso del tiempo, en un proceso dialéctico. Esto significa que hay una oposición permanente que provoca una sucesiva transformación de la sociedad. De esta forma, el sistema esclavista de la antigüedad y sus contradicciones provocaron la aparición del feudalismo (cuando los esclavos se convirtieron en siervos), y la irrupción de la burguesía (los comerciantes e industriales)



4.4. Max Weber: la teoría de la acción social.
Como siempre, Marx supuso un reto a batir. Max Weber quiso modificar la visión economicista de Marx. Según Weber, Marx se equivocaba en afirmar que solo era la economía lo que movía el mundo. El sistema capitalista había traído también otro tipo de cambios, que afectaban al ámbito cultural y político. De esta forma, el cambio del capitalismo no provocó solo una lucha de clases, sino sobre todo una creciente burocratización de la sociedad. Esto quiere decir que todo empezó a estar regulado de acuerdo con un principio de eficacia económica y homogeneidad social (es decir, hay que ser productivos, eficientes) y sobre todo, que el estado empezó a ganar fuerza con el siglo XX.
Según Max Weber, el obrero industrial de Marx empezó a ser sustituido en el siglo XX por el “obrero de cuello blanco”, es decir, el burócrata, el oficinista o administrador. Hemos dejado de trabajar mayoritariamente en fábricas, y por otro lado, nuestros trabajos están más vinculados con transmitir información u ofrecer servicios. Por otro lado, la labor de la administración y el estado aparece por todas partes. Si miramos a nuestro alrededor, todo está absolutamente regulado por leyes racionales e impersonales. Desde los colores de los semáforos, la forma de conducir, hasta lo que damos en clase, todo está bajo la supervisión de reglas. Esto tiene varias consecuencias, buenas y malas: 

a)   La importancia de la administración y regulación estatal. Esto era algo que Marx consideraba secundario (él creía que el estado dependía del entramado económico, y que por lo tanto sería siempre subordinado al mismo). Pero precisamente ese estado será tan activo durante el siglo XX que se convertirá en ocasiones en dictaduras totalitarias -como Hitler-, y en otras intentará evitar la lucha de clases. Precisamente la acción del estado permite crear un estado del bienestar que intente evitar la polarización social y las contradicciones del capitalismo, fomentando una clase media amplia, el pleno empleo y el acceso a determinados derechos sociales como la educación o la sanidad.
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b)            La desacralización del mundo. Esto se podría entender como “la pérdida de la magia en el mundo”. Todo está sometido a reglas racionales, y esto significa dos cosas. En primer lugar, que las reglas son para todos por igual, en cualquier circunstancia y eso puede crear situaciones injustas. Por ejemplo: si las leyes dicen que no podemos usar móviles en clase, porque en general no sabemos usarlos, eso va en detrimento de quien podría hacer un buen uso de los mismos. En segundo lugar, todo está sometido a una eficacia o racionalidad instrumental. Valores sagrados como el amor, la religión se enfrentan con el cálculo anónimo, con que todo puede convertirse en medio para otra cosa. Nuestros trabajos (profesores, ingenieros, albañiles, dirigentes) funcionan sin atender a los fines últimos (para qué estudio, qué fin tiene mi trabajo, qué injusticia puedo crear…) y se mueven solo por el dictado anónimo de la sociedad. Sus fines últimos no nos conciernen (pueden ser buenos o malos, dictados por el mercado capitalista o por un régimen nazi)

5.             La ideología.
Todo individuo tiene una cosmovisión del mundo, incluso cuando no busque tenerla. A unos le gustarán los toros y el flamenco, a otros, la música indie y el sushi. Unos disfrutarán viendo jugar al Barcelona, otros bailando reaggeton. Nuevamente, algunos se sentirán conservadores y otros más progresistas. Pensemos que la ideología no se reduce solo a una postura política.
Dependiendo de nuestra posición social y de nuestras relaciones con instituciones como la familia, la educación, el estado o la religión, nosotros construiremos nuestra ideología o forma de ver el mundo. Pero una vez dicho esto, destapamos la tensión. ¿Elegimos nuestra ideología o identidad, o la eligen por nosotros? ¿Es algo neutral, o más bien esconde intereses ocultos?

a) La tradición marxista.
El primero en cuestionar la ideología como una construcción neutral fue Marx. Según Marx, la ideología es una construcción cultural de las clases sociales privilegiadas para mantener su posición dominadora. El sentido de la palabra es por tanto profundamente negativo. 
Dicho de forma plana: las clases dirigentes darán a sus sometidos diversiones y entretenimientos que les hagan olvidar sus verdaderos problemas. Pensemos que esto es tan antiguo como los romanos: los emperadores, para mantener sujeto al pueblo no dudaban en gastar fortunas en juegos y espectáculos (el llamado panem et circenses o “pan y circo” de los romanos). La plebe ha perdido su libertad, pero está satisfecha con comida gratis y espectáculos.
Esta idea se hace más sutil al llegar la Edad Media. Para Marx, el gran engaño ideológico de la época se llama Dios y la religión. El engaño detrás de la idea de Dios es en el fondo la mayor razón de peso para comprender el ateísmo militante de Marx. Aunque la frase es de otro filósofo alemán (Bruno Bauer), la religión entendida como "opio del pueblo", quedará para siempre unida al pensamiento marxista.  
Pero estas ilusiones no acaban aquí. En la edad moderna, el estado liberal y la Revolución Francesa constituyen otro engaño más hacia el pueblo. En 1789, se habla por primera vez de los derechos del hombre y de derechos políticos universales: el estómago de la clase baja sigue vacío pero está contento, porque se cree que tiene poder al conseguir esos derechos políticos. Tanto Dios como el liberalismo no significan otra cosa que un engaño, una alienación de la clase obrera para mantenerla callada.
Hoy en día no es difícil mirar a nuestro alrededor y encontrar posibles "ilusiones": los programas rosas de la televisión, la telerrealidad, las redes sociales, el fútbol o la cultura del botellón serían vistos por un marxista como ideologías deformadoras de la realidad, en las que se engaña al “pueblo” para que se mantenga ajeno a los auténticos problemas (el paro, la corrupción, etc...).
Al mismo tiempo, las instituciones políticas (parte de la superestructura en el materialismo histórico) no son más que representaciones de los intereses de la clase dominante (infraestructura) que a través de un control de los medios de comunicación y la educación, mantienen dichos intereses. 


Lo normal sería, para Marx, que la clase obrera debería rechazar la ideología de la burguesía, y darse así misma una ideología liberalizadora, la del socialismo comunista que supondría la liberación de todo engaño cultural. Sin embargo, esto nunca ocurrió con total claridad.
Precisamente para superar esa contradicción, Gramsci, otro pensador de tradición marxista, fue el que reformuló el concepto de la ideología, a través de la hegemonía. Gramsci era consciente que a pesar de la esperanza de la revolución y el cambio social, una parte importante de las clases bajas sostenía ideológicamente la misma postura que las de las clases altas (por ejemplo, el respeto al orden, los valores religiosos, el trabajo duro, la capacidad empresarial…). Esto se debía, según este autor, a que había momentos históricos en los que las clases dominantes consiguen trasladar al resto de la población su propia visión del mundo, y estas la aceptan de forma relativamente natural, como algo evidente por sí mismo, y bajo la suposición de que existe una cierta movilidad social para los más desfavorecidos. Esto es lo que entendía Gramsci por esta hegemonía cultural, que hace las sociedades muy cerradas al cambio y a una auténtica transformación social. Esta hegemonía, sin embargo, nunca es duradera, porque encierra fuertes tensiones sociales (por ejemplo, cuando se prueba como mentira que existe un ascenso social) y una fuerte crisis o nuevas condiciones sociales determinadas pueden llegar a romperla. 
Este es hoy en día un término muy utilizado en partidos políticos como Podemos, por ejemplo. Para ellos, la crisis significó la pérdida de hegemonía del discurso liberal y su posible cuestionamiento. Por ello, desde su perspectiva, había que aprovechar cada minuto que pasase antes de que las élites pudiesen reestablecer un discurso hegemónico.  

 La visión marxista de la ideología se vuelve autodestructiva en el siglo XX. La Revolución Rusa lleva al poder al primer estado comunista de inspiración marxista en la historia. En pocos años, ese estado se hace fuerte y totalitario. Le corresponderá a marxistas heterodoxos, la Escuela de Frankfurt activar la crítica a todas las ideologías, pero poniendo en el punto de mira de su crítica a la propia teoría comunista que en el siglo XX pasó de liberadora a dictatorial y totalitaria. Es decir, la propia ideología del marxismo se podía convertir en una forma de dominación, ahora para justificar los intereses de los burócratas y miembros del partido comunista ruso.



b) La tradición no marxista
Por supuesto, no todo el mundo está de acuerdo con que todas nuestras ideas, gustos y preferencias estén marcadas por un interés oculto de control social. Muchos sociólogos consideran que más bien buena parte de nuestra ideología es neutral. 

Mannheim y la sociología del conocimiento fueron los primeros en separar la ideología de la política. Mannheim fue el primero en cuestionar la herencia marxista. Si las ideologías son producto de las clases altas, ¿de dónde proviene entonces la propia ideología marxista? ¿Es a su vez un producto de domininación social? ¿Por qué tenemos que aceptar que Marx estaba por encima de los demás intelectuales de su época? De esta forma, si queremos salvar el concepto de ideología, tendremos que romper su carácter sociopolítico: enlaza también con formas de entender la vida o factores psicológicos. ¿Qué movió por ejemplo a Lutero a romper con la iglesia, o a Copérnico a afirmar que la tierra da vueltas alrededor del sol? Según Mannheim, los intelectuales podrían estar libres de ese influjo ideológico marxista y ser capaces de construir su propia visión de las cosas, partiendo de factores psicológicos (una personalidad muy fuerte, en Lutero) o creencias pseudomágicas (el pitagorismo y los números en Copérnico)
Con la sociología del conocimiento, todos tenemos alguna ideología por detrás de nuestros actos, a menudo visible en nuestras reacciones más inmediatas, y que no tiene nada que ver con nuestra participación o interés en la política de los partidos de izquierda o derecha. Esta ideología depende de nuestro posicionamiento casi inconsciente frente a problemas determinados: manifestaciones políticas, la defensa de la propiedad privada, nuestros gustos en el deporte, nuestra idea de la familia o la religión, la importancia que damos a la etiqueta o el “saber estar”, la exhibición del lujo etc...Para Mannheim influiría más nuestra predisposición psicológica que nuestra condición social a la hora de comprender las ideas de los individuos. Esta visión ha tenido importancia en autores como Thomas Kuhn, en la filosofía de la ciencia.

- Pierre Bourdieu, sociólogo francés contemporáneo, estableció con el llamado “habitus” una nueva diferenciación social, muy vinculada con la identidad, el gusto y nuestas preferencias estéticas y éticas. Según este sociólogo, el habitus viene establecido por el hecho de nacer ocupando ya un lugar en la sociedad que no elegimos. Este hecho, habitar un cuerpo y ocupar un espacio social marcará de entrada nuestra cosmovisión particular, incluso cuando pensemos que se basan en decisiones personales.  Esta visión, aunque incluye también la perspectiva económica y política,  incide mucho más en la educación recibida, la identidad y en la carga ideológica de nuestras preferencias estéticas y el tiempo libre. 
Por ejemplo, una persona tenderá a autodefinirse de derechas no solo por un análisis político estricto (a qué partido vota), sino por una preferencia identitaria, como puede ser el defender los toros, seguir al Real Madrid, asistir a misa, llevar una camiseta de marca o exhibir un símbolo patriótico. ¿Esas preferencias vienen marcadas por un intento de control desde las clases altas -como dicen los marxistas- o son producto de una socialización desde abajo? Quizás esa persona pertenezca a la clase obrera (supuestamente el lugar que ocuparía la izquierda política), pero su ideología no se corresponderá con su pertenencia a dicha clase baja, por la aculturación e identidad heredada. 

 c) La ideología en las ciencias sociales: Max Weber vs teoría crítica. 
     Según los marxistas, todo puede convertirse en un discurso ideológico al servicio del poder y de las clases dirigentes. Muy rápidamente cayeron en la cuenta que las propias ciencias sociales -la teoría económica, la teoría política o la sociología- eran fácilmente manipulables por esas élites económicas y podían fabricar un discurso acorde con sus intereses. 
      Frente a estos ataques, Max Weber defendió las ciencias sociales como un conocimiento basado en juicios de hecho (es decir, juicios que fuesen objetivos, corroborables y empíricos) y no en juicios de valor. Por eso intentaba conceder un status científico a la sociología: no intenta cambiar la realidad social, sino tan solo describirla y conocerla. 
      Pero esta interpretación sería cuestionada poco después. La escuela de Frankfurt (o teoría crítica) plantea que no existe conocimiento objetivo sin intereses sociales previos ni interpretación subjetiva (Habermas). Las observaciones, leyes y generalizaciones que haga un científico social no se construyen desde la nada, sino desde una perspectiva histórica determinada, con sus creencias y prejuicios heredados; ese científico además, está siendo pagado por alguna institución, que evidentemente no actuará de manera neutral si va  a ser cuestionada por dicho científico. 
      Esta es la razón por la que existe una lógica desconfianza hacia instituciones determinadas como el FMI, o las Fundaciones privadas de asesoramiento político y económico. Si esos economistas y sociólogos están pagados por determinados estados y empresas privadas, es discutible que establezcan un discurso transparente sobre determinados asuntos. 



d)    El poder de las convicciones: La disonancia cognitiva.
¿Por qué es tan difícil hacer cambiar a alguien de ideología o de parecer? Básicamente porque nuestras creencias se corresponden con nuestras acciones. Intentamos ser auténticos y consecuentes con nosotros mismos y por lo tanto intentamos siempre reforzar y justificar lo que hacemos. Reconocer que nuestras teorías o visión de las cosas sobre las que se apoya nuestro comportamiento son falsas (o por lo menos cuestionables) genera incomodidad y fastidio.
    Esto es lo que se estudió en psicología social con el nombre de disonancia cognitiva por Leon Festinger.  Esto significa que intentamos siempre justificar lo que hacemos o creemos, para que haya una coherencia básica entre lo que hacemos y lo que pensamos, y no dudamos en tergiversar la verdad o en ser muy parciales cuando escuchamos a los demás.
Cuando nos encontramos ante situaciones de disonancia cognitiva, y para solucionar esa tensión, recurriremos a varias argucias intelectuales. En primer lugar, no atenderemos a argumentos contrarios a nuestras ideas originales y los evitaremos: ¿Qué fumador no ha dado la vuelta alguna vez a la cajetilla de tabaco para evitar leer sus mensajes? ¿Qué persona taurina no ha apagado la tele cuando ha aparecido un programa ecologista que cuestiona sus ideas? Evitar estos mensajes nos hace sentir bien.
 En segundo lugar, reforzaremos solo aquellos argumentos sobre los que nos sentimos cómodos, o directamente nos inventaremos excusas (racionalización) para apoyar nuestro comportamiento (el comportamiento de Donald Trump, por ejemplo, negando credibilidad a cualquier teoría que no sea la suya es paradigmático).     

Ejemplo de disonancia cognitiva de Dilbert, de Scott Adams

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