Foto de 2015, fuente: wikipedia. |
¿En qué se parece Zizek a la flor de un cactus? Zizek (sin acentos extraños) lanza llamativas flores en su prosa cultural y filosófica, pero cada palabra que escribe o pronuncia se puede convertir en una dolorosa espina lanzada contra alguien o algo. Así que cuando quieres cogerla escondes la mano para no hacerte daño. O por si acaso. Tal es el poder de este hombre como filósofo. Comparaciones con otros autores no nos faltan. Podríamos también emular al eslovaco con el tábano socrático de Atenas. Zizek al igual que Sócrates ha roto por fin el código del libro como único transmisor de conocimientos para la filosofía, algo impuesto desde Platón y ha devuelto su papel a la oralidad, al foro, plasmado hoy en redes sociales, como hizo en su día Sócrates. Filosofa tanto con la palabra escrita como proferida hacia un auditorio o mejor todavía, en películas y vídeos de Youtube. En la estela de la purpurina francesa, ningún filósofo ha tenido un tirón tan grande desde los tiempos del glorioso Sartre. Deleuze o Derrida eran demasiado incomprensibles para el común de los mortales. Zizek no es francés, pero casi habla como ellos, y cita continuamente a gente como Badiou, Lacan o la postmodernidad.
Y por último, Zizek tiene algo de filósofo español, a lo Ortega y Gasset, que habla de todo y sobre todo con una naturalidad y ligereza adictiva. Cierto, Ortega puede ser más pedante, soporífero y cargante que Zizek, pero eso era debido más que nada a los estilismos de su tiempo. En cualquier caso, algo parecido pasa con Zizek cuando empieza a desempolvar su retahila de influencias francesas de autores que habían desaparecido prácticamente del entorno académico de los últimos años o a citar películas y chistes como un poseso.
Zizek es brillante, ¿quién puede dudarlo viendo su rica producción y sus ágiles libros? Personalmente no puedo dejar de leerlo. Nos ha despertado del sueño dogmático de los pensadores liberales grises y académicos anteriores a la crisis, cuando la filosofía y la crítica cultural parecía no volver a pintar nada en el universo postmoderno. No cabe duda que antes había autores contra el liberalismo, pero sin glamour ni purpurina cultural. Si tengo que elegir entre Thomas Piketty y Zizek, está claro que el último es más entretenido. Claro que esto tiene un precio. Hablamos de tantas cosas, damos tantos ejemplos culturales que corremos el riesgo de frivolizar masivamente. Jugamos con ellos, construimos castillos de naipes de metros de altura usando una megaestructura comprensiva -por ejemplo, Lacan o reutilizando el lenguaje del marxismo- y por supuesto, no nos importa demasiado que puedan caerse de repente: de hecho son tan amplios y confusos que es difícil rebatirlos. Su debilidad es su gran fortaleza al mismo tiempo.
Volviendo al escenario hispánico, eso mismo le pasó a Ortega y Gasset. Ortega, que quiero creer que fue en un momento de su vida un liberal honesto, se contaminó de tanta filosofía e ideología alemana que acabó hablando de cirujanos de hierro ilustrados y de masas inertes y élites con una facilidad pasmosa. Claro que la dinámica de la historia acabó devorándole y concluyó su vida en una posición intermedia entre la oposición al régimen franquista y su renuncia a cualquier compromiso contra el mismo. El resultado final: volvió a la España de Franco para hablar de Goya y Velázquez y otras muchas cosas. Nadie puede imaginar un final más agridulce -o directamente, patético- en nuestra época para el que es considerado por muchos uno de nuestros mejores filósofos.
A Zizek no le ha pasado esto, quizás porque ha aprendido mucho de otros grandes hombres que se dieron batacazos en su vida pública, uno detrás de otro, como Russell, Sartre o el propio Chomsky, en su abierto compromiso vital por la autenticidad. El compromiso debe ser postural y lo suficientemente abierto, como para no tener que arrepentirse demasiado el día de mañana. Esa es la ventaja de hablar en redes sociales y conversar con chistes. Podemos frivolizar más, hacemos reír al auditorio y nadie nos va a echar en cara después de habernos engañado con una postura demasiado enconada. Hablamos así de votar a Donald Trump, o citamos a Stalin y su cuadrilla con facilidad pasmosa, como herramientas de autodestrucción masiva para derribar el sistema podrido liberal. Y posiblemente tenga razón. Lo que ocurre es que pasamos por encima la letra pequeña de su contrato cultural, y aquí sí, omite lo que no le pueda interesar. Tomarse demasiado en serio su posición significa el derecho de torpedear la línea de flotación de cualquier ideología o institución, sin demasiada conciencia, por el mero placer de la destrucción. Luego, ya veremos qué pasa.
He escrito la entrada a lo zizek. Sin pensar mucho. Para qué. Y lo mejor de todo, que me lo paso estupendamente... Seguro que él se lo pasa todavía mejor.