Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.
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viernes, 5 de febrero de 2010

MARX EN WALL STREET, ADAM SMITH EN BARCELONA

Uno de los libros de filosofía política que más me marcaron en mi época de estudiante fue la obra de Michael Walzer Esferas de Justicia. Walzer venía a proponer que cada campo de acción humano (la esfera desde lo sentimental y lo afectivo, a lo político y lo económico...) tiene un conjunto de reglas normativas que delimitan su propio territorio y que complementan a los demás. La mayor injusticia, propone Walzer, proviene cuando uno de esos campos comienza a invadir el terreno normativo del otro y le dicta reglas ajenas al mismo. En nuestras sociedades, los dos riesgos fundamentales son la injerencia económica y política sobre el resto de esferas públicas y privadas de la sociedad. Y es útil leer a los grandes a la luz de esta sugerencia. Sobre todo Adam Smith y Karl Marx.

Decir que la intromisión del homo economicus sobre nuestras vidas es permanente, es algo conocido. "Poderoso caballero es don Dinero", cantaban ya en el siglo XVII. El Manifiesto Comunista de Marx abrió una profecía cumplida al pie de la letra de esta invasión, y es el texto más brillante escrito sobre la globalización. La burguesía, decía Marx en 1848, derribará tronos, papados y toda muralla china que se ponga por delante. Hasta los regímenes comunistas y los fundamentalismos caerán, y la socialdemocracia hoy es solo un muro tambaleante en una pequeña parte del mundo. Incluso los actuales suspiros por la resurrección de Keynes no son duraderos, en cuanto se restablece la confianza en el dios Mercado. De hecho, esta crisis económica es reflejo de los riesgos de cuando dejamos que esa esfera económica domine sin ningún límite al resto. El no hacer nada en economía política significa dejar de hacer mucho, y sobre todo, dejar hacer al mercado.


Pero la crítica a ese no hacer nada, y dejar que la esfera económica imponga su ley, no quiere decir que no existan interferencias defectuosas. La economía tiene sus propias reglas de juego, y también deben ser respetadas. Es difícil en este caso no dar la razón a las demandas de Adam Smith de recortar las intromisiones de un estado incompetente -la monarquía de los Hannover, movida por privilegios, monopolios privados y guerras coloniales- sobre la esfera económica. Agua pasada, tal vez, pero que de cuando en cuando nos trae sorpresas. Quizás Adam Smith no estuviera tan equivocado si se negara a conceder las generosas ayudas de los gobiernos occidentales a entidades bancarias y financieras corruptas de los dos últimos años. O se nacionalizan o se deja al libre mercado que dé cuentas de su ineficacia y las extinga. Pero no este arreglo que va a traer una repetición del desastre a medio plazo.


Y sobre estos temas, hace unos pocos días me preguntaba qué pensaría Adam Smith de la infracción de esas reglas en Cataluña, cuando se inculpaba a una serie de establecimientos del pequeño comercio por rotular y dar información en castellano. Podemos discutir sobre el uso o no del catalán o el castellano en el sector público, esfera privilegiada de la política. Pero trasladar esas obligaciones y demandas a la sociedad civil y a la esfera del mercado es una infracción clara de la libertad económica sin ninguna justificación. Uno se pregunta si producto de estas majaderías todos los productos culturales del exterior a Cataluña o España van a ser traducidos a nuestra lengua sagrada, si en lugar de Burguer King o Internet, habrá que hablar de Burguer Rei o Inter Red, o si en un hotel o en una universidad, ámbitos y espacios en realidad supranacionales solo podremos escuchar nuestras minúsculas y provincianas lenguas. Podían los políticos recortar los actuales excesos del mercado, dedicarse a las tareas realmente importantes de nuestra difícil coyuntura, en lugar de hacer estas piruetas vanas.
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