Hace algún tiempo tenía un asuntillo pendiente que escribir, y no encontraba nunca el momento adecuado. Pensaba por otro lado que tampoco había datos suficientes para corroborar mis hipótesis, y no quería ser malpensado. Y sin embargo, con cada día que pasa desde que nuestra comunidad extremeña asumió el cambio político de turno, me voy convenciendo más de la tesis: la incapacidad de nuestra clase dirigente de distinguir el trabajo técnico del político. O dicho de otro modo, la vorágine de la política por infiltrarse en el estrato productivo de la sociedad y en la gestión de los bienes básicos que hasta ahora ha garantizado la comunidad autonómica. Uno se pregunta por el número de técnicos brillantes que han sido separados de sus cargos de responsabilidad por una mera mirada miedosa de traición ideológica o sencillamente por la necesidad de colocar a gente a la que se debe favores. Gente que ha trabajado honradamente a un nivel puramente profesional con distintos partidos políticos en el poder (a veces desde los tiempos de la UCD y de la dictadura), y que ahora son acusados de "colaboracionistas" con el gobierno socialista saliente para justificar su salida de determinados departamentos. Una actitud demencial y paranoica de nuestra actual clase política dirigente, pero que desgraciadamente atraviesa al resto de los partidos: esto mismo se ha vivido en otras comunidades con el signo ideológico contrario. Quizás haya que recordarles a todos ellos la conferencia de Max Weber de El político y el científico. No creo que ningún político llegue a leer esa obra ni esta página web, y caso de hacerlo, asumirá cínicamente sus resultados y hace tiempo que habrá callado a su conciencia. En cualquier caso, la conferencia de Weber debería ser lectura obligatoria para todo aquel aspirante a un cargo político con deseos de hacerse con el poder y gestionarlo.
.
El caso es que la cosa no es nueva en nuestro país, sino todo lo contrario: creamos en el siglo XIX un estado liberal con un funcionariado "móvil", al igual que el sistema de Estados Unidos, por ejemplo. La figura del "cesante", aquel funcionario que perdía su empleo por la caída del partido que le había aupado a su puestro de trabajo, era paradigmática. Benito Pérez Galdós describió perfectamente el drama del cesante en la novela de Miau, pero está tan presente en otras muchas de sus obras, que acabó por convertirse en uno de los tipos sociales característicos de nuestro siglo XIX.
Sin embargo, una mayor especialización del trabajo hacía necesarios técnicos cada vez más cualificados de los que no se puede prescindir tan fácilmente ni tampoco rotar en poco tiempo, sin el riesgo de hacer entrar en crisis el sistema estatal en conjunto. No es lo mismo un empleado de los tiempos de la Restauración, que tan solo necesitaba saber escribir y conocer las rudimentarias tecnologías de la época de la Revolución Industrial para enfrentarse a su trabajo, que el empleado altamente cualificado de nuestro tiempo y sometido por lo general a rigurosos controles de selección.
De aquí emergió la figura del técnico que preconiza Max Weber, aquel individuo comprometido con el cumplimiento de un orden legal y sometido a una racionalidad de corte instrumental. Una persona, en definitiva, conocedora de los medios en su área profesional para alcanzar un fin determinado, encomendado al funcionamiento del sistema, y que no lo pone en cuestión -y no es cuestión suya cuestionarlo-. Este encumbramiento del funcionariado neutral por Max Weber tuvo otros riesgos -su conservadurismo intrínseco y la incapacidad de cuestionar el poder fue una causa directa del ascenso de Hitler al poder- pero tiene también lecturas más positivas para nuestros días. Cuando la separación no se consigue, la política se corrompe: al hablar de la política americana y del spoils system -donde los técnicos no se separan del jefe político-, Max Weber no duda en arremeter contra ella:
Sin embargo, una mayor especialización del trabajo hacía necesarios técnicos cada vez más cualificados de los que no se puede prescindir tan fácilmente ni tampoco rotar en poco tiempo, sin el riesgo de hacer entrar en crisis el sistema estatal en conjunto. No es lo mismo un empleado de los tiempos de la Restauración, que tan solo necesitaba saber escribir y conocer las rudimentarias tecnologías de la época de la Revolución Industrial para enfrentarse a su trabajo, que el empleado altamente cualificado de nuestro tiempo y sometido por lo general a rigurosos controles de selección.
De aquí emergió la figura del técnico que preconiza Max Weber, aquel individuo comprometido con el cumplimiento de un orden legal y sometido a una racionalidad de corte instrumental. Una persona, en definitiva, conocedora de los medios en su área profesional para alcanzar un fin determinado, encomendado al funcionamiento del sistema, y que no lo pone en cuestión -y no es cuestión suya cuestionarlo-. Este encumbramiento del funcionariado neutral por Max Weber tuvo otros riesgos -su conservadurismo intrínseco y la incapacidad de cuestionar el poder fue una causa directa del ascenso de Hitler al poder- pero tiene también lecturas más positivas para nuestros días. Cuando la separación no se consigue, la política se corrompe: al hablar de la política americana y del spoils system -donde los técnicos no se separan del jefe político-, Max Weber no duda en arremeter contra ella:
.
"¿Qué representa en la actualidad, para la formación de los partidos, este spoils system, es decir, esta atribución de todos los cargos federales al séquito del candidato triunfador? Sencillamente, significa el hecho de enfrentarse entre sí unos partidos que carecen por completo de convicciones, meros grupos de cazadores de cargos, con programas mutables, elaborados para cada elección, sin más objetivo que una posible conquista de votos; programas cambiantes en cada ocasión, en una medida para la cual no es posible hallar analogía en ninguna otra parte."
Uno se pregunta si lo que dice Max Weber a principios del siglo XX, no puede seguir teniendo cierto eco hoy en día bajo las sofisticadas administraciones de nuestro tiempo. Para la sociedad española, nuestra clase política ha llegado a tal grado de denigración que compartiría cien por cien las afirmaciones del sociólogo alemán. Podríamos concluir en tono bíblico que hay que dar a los técnicos lo que es de los técnicos, y al político lo que es propio del político. Pero al ser esto mismo una solución política al problema, y al ser el propio político el que debe decidir sobre la cuestión, el problema se antoja que irá para largo. En cualquier caso, las irresponsabilidades políticas se pueden pagar muy caras, y si no preguntéselo a Grecia o Italia, donde han pasado de una democracia corrupta a una tecnocracia impuesta desde fuera. Dos extremos por evitar en estos días oscuros.