Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

domingo, 1 de enero de 2012

FELIZ 1933


      Ese fue el mensaje macabro que mandé por SMS al amigo Helí un minuto antes de acabar el 2011. Y es que se abre este año con un inquietante paralelismo histórico. 1933 y 2012 son fechas que comparten tenebrosas estadísticas económicas. Son cinco años de profunda crisis económica, con costes sobre el empleo desproporcionados y difícilmente asumibles para cualquier sociedad compleja y desarrollada. Son también años de una fuerte inflexión política, en el que existe un relevo político importante que decide el curso de las décadas siguientes. Sentimos que la historia se acelera y eso nos genera incertidumbre, miedo e histeria colectiva. 
       Con el permiso de los historiadores, empezando por Helí, aseguraríaque 1933 fue quizás el año más importante del siglo XX. En él se fraguaron dos proyectos políticos opuestos pero que encaraban el mismo problema de la crisis económica y el desempleo. Por un lado, F.D.Roosevelt se hacía con la presidencia de los Estados Unidos e iniciaba el New deal. En Europa, el nazismo triunfaba en Alemania. Hitler se alzaba en el Reichstag con un poder político que conduciría a la emergencia de la utopía nacionalsocialista. Dos proyectos opuestos entre sí, pero que marcarían las directrices políticas durante décadas y cuyo enfrentamiento conduciría a la catástrofe de la II Guerra Mundial.  Las sociedades de Alemania y EEUU, los dos países más marcados por la destrucción de empleo tras la crisis del 29 reorientaron profundamente sus líneas políticas y se abrieron a radicalismos desconocidos hasta entonces, aunque en direcciones opuestas: en Estados Unidos hubo una profundización de la democracia y una ampliación de los derechos de la ciudadanía sin precedentes. Roosevelt fue acusado por sus opositores de comunista y de destructor de los valores tradicionales americanos. En Alemania forma parte de la cultura mundial saber lo que ocurrió: Hitler llevó el totalitarismo hasta sus últimos extremos en una utopía racial y ultranacionalista que encandiló al pueblo alemán y lo condujo a la guerra mundial. Destruir cualquier valor democrático y liberal para salvar la crisis, el desempleo y el orgullo nacional se convirtió en un sacrificio que el pueblo alemán aceptó gustosamente. 

Roosevelt: pragmatismo creativo
en la política. Las resistencias a su programa
mermaron su verdadero alcance.

      En ambos países, la herramienta fue la misma: el descubrimiento del estado como engranaje principal de la estructura económica capitalista. Algo intuido desde la guerra del 14, pero que ahora, con la tradición liberal destruida por la crisis y con un modelo soviético emergiendo con fuerza, se convierte en un nuevo referente ideológico. Y si en EEUU esa andadura era vacilante y en 1937 hubo un momentáneo paso hacia atrás,  Alemania marca ese año su paulatina tendencia hacia una economía de guerra, que anticiparía los esfuerzos del estado durante el conflicto bélico que se abre en 1939. Y aquí también las diferencias son claves. El estado del New Deal se convertiría en uno de los inicios del estado del bienestar de postguerra. El estado nazi o soviético se transformarían en herramientas de opresión totalitaria. Dos conclusiones que aunque Hayek quisiese equiparar en su Camino de servidumbre, evidentemente son incompatibles y opuestas, tanto en sus fines como en sus medios. 

      Existen paralelismos complejos y grandes diferencias en nuestras dos fechas. En primer lugar, la crisis actual es más regional que global: afecta a economías periféricas de un centro económico que ha dejado de ser hace largo tiempo  el eje mundial de poder, aunque su inestabilidad pueda afectar considerablemente la buena salud de la economía mundial. Dentro de esas economías periféricas, la española es aquella que está en peor posición por su elevado nivel de desempleo. Se han quemado distintos cartuchos contra la crisis y vivimos un retorno a viejas ideas, impuestas desde el centro político y económico -Alemania- con la coartada de que estas políticas son lo que exigen los mercados internacionales. No somos ni Alemania ni EEUU en 1933, los dos grandes centros del poder mundial de la época. Nos parecemos más bien a economías como México o Argentina en la década de los noventa, obligadas a hacer deberes impuestos por otros, con sociedades que se empobrecieron considerablemente y que fueron sacrificadas sin lágrimas de nadie excepto las suyas. Nuestra autonomía para decidir por nosotros mismos, por lo tanto, es casi nula. 
Hitler, la solución alemana al 29: Pleno empleo
a costa del expolio judío.
     La otra gran diferencia consiste en un supuesto relevo ideológico. Si 1933 significaba apostar por el estado como regulador económico, en una práctica que tímidamente se iba imponiendo desde finales del XIX y que se aceleró con la Gran Guerra, en nuestra crisis se cierra el círculo opuesto: el considerar al estado como elemento irrelevante y negativo del sistema económico. Precisamente el fracaso de las primeras medidas contra la crisis entre 2008 y 2010 -de carácter más estatalista que liberal- ha dado alas a sus opositores políticos y económicos. Las imposiciones legislativas del déficit cero en los textos constitucionales constituyen una cerrazón mental sin precedentes en nuestra historia económica. Cuando la economía debe ser obligatoriamente pragmática, reducir nuestro instrumental de trabajo por motivos puramente ideológicos es síntoma de algo más amplio: hemos renunciado a cualquier idea creativa emergente que puede cuestionar  un sistema que se hunde sin remedio.  
  
     Y ahora pasamos al proyecto nuevo que se ofrece a nuestro país en este momento dramático: reducción del déficit y reformas estructurales. Palabras que de tanto oírlas rechinan ya en los oídos y desvirtualizan su significado. Es de manual -keynesiano o antikeynesiano- que en época de crisis un recorte drástico de la demanda agregada supone profundizar la recesión. Está muy claro que al poner el déficit público como prioridad número uno, estamos cometiendo un suicidio económico. Un suicidio sin otra elección posible, puesto que nuestros socios del norte -con un superávit considerable y amplio margen de maniobra- se han negado en redondo a buscar otras soluciones colectivas, menos dolorosas socialmente y muy posiblemente más eficaces a largo plazo en términos económicos. Es difícil echar la culpa de esto al gobierno del PP, salvo en la letra pequeña de los recortes y de la imposición fiscal, que pueden ser más o menos acertados, dependiendo del punto de vista ideológico de cada uno. Personalmente considero acertado tocar el IRPF antes que el IVA y un error garrafal reducir la inversión en investigación y desarrollo, pero como digo, esto es letra pequeña de un plan del que difícilmente podríamos escapar. 
Rajoy afronta el momento histórico más
difícil en nuestro país desde la transición.
     Sin embargo, hasta a este gobierno no se le escapa que esas medidas son extremadamente negativas para la economía nacional. Se nos está vendiendo que con reformas estructurales -como la reforma laboral- lograremos dinamizar la economía, pero eso es artículo de fe religiosa y no de manual económico. En realidad, existen muy pocas esperanzas de un cambio de modelo productivo a corto plazo, y la única forma que se nos ocurre -bajar los costos laborales para aumentar la productividad- es la menos original de todas. Puesto que no podemos emular a Finlandia, emulemos a China y sacrifiquemos buscar cualquier otra ventaja comparativa del mercado mundial excepto la regla de los salarios bajos. Renunciar a seguir apostando por la inversión en I+D+i es una verdadera declaración de principios de lo que está por venir.
     En definitiva, el estado renuncia a su papel en la búsqueda de un nuevo modelo productivo y pone la pelota en manos de una "sociedad civil" de emprendedores. A partir de ahora, la crisis económica será responsabilidad de los ciudadanos privados. Ellos serán la clave de la recuperación económica, y no el estado. Pero me pregunto si no estamos construyendo una entelequia basada en buenos deseos y si nuestra base social actual es la más adecuada para potenciar empresarios que parecen sacados de la cabeza de Schumpeter y que este mismo economista reconoció casi imposible de conseguir. Con las expectativas empresariales bajo mínimos y una confianza de consumo más baja todavía, los emprendedores se hacen escasos y huyen a otras geografías más prometedoras.
      Un hipotético fracaso del gobierno en el poder puede tener consecuencias impredecibles. Por nuestro bien, yo le deseo la mejor de las suertes. Pero nuestra sociedad está llegando a un límite de resistencia que no puede mantener por más tiempo. Y no es la sociedad de números que se manejan desde el ministerio de trabajo o economía: son personas de carne y hueso, que necesitan alimentarse a ellos mismos y a sus familias, con sentimientos e ideas volubles, y que en un estallido irracional de rabia se puede hacer ingobernable o traer ideas populistas que revienten lo que quede de consenso social. Será ese el momento en el que despertemos de nuestro "sueño dogmático" y se impongan nuevas soluciones a la fuerza. Nos lamentaremos entonces de todos los años perdidos por nimiedades y disputas irrelevantes, aunque quizás entonces ya sea demasiado tarde y la sociedad que conocemos hoy deje de existir.

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