Por muchas razones, Kony 2012 marca un hito en la historia de la red. Por primera vez, un vídeo "viral" con un contenido fuertemente reivindicativo se convierte en el que mayor número de visitas concentra de la historia de Youtube. Bastaron cuatro días para que alcanzasen los setenta millones de visitas, sobrepasando a fenómenos de masas como Lady Gaga. Quien afirme que la red no puede ser absorbida -al menos temporalmente- por este tipo de reclamaciones, debe cerrar la boca para siempre. La red puede concienciarnos y movernos. De repente, millones de personas han ubicado África y Uganda en el mapa, y se han topado con la tragedia de una realidad desconocida y olvidada. Efectivamente, Kony ha sido uno de los señores de la guerra más despiadados en la historia reciente y sus crímenes merecen un castigo por parte de la justicia internacional. Tan solo por esta llamada de atención a la comunidad global, el vídeo merece la pena. ¿Qué es entonces lo que falla en esta causa y por qué ha causado tanta polémica?
Para conseguir un vídeo de proporciones virales (por seguir la jerga) el mensaje se simplificado al máximo y por el contrario, los recursos visuales y los guiños emotivos, psicológicos y culturales se han cuidado al máximo. Nos encontramos con un producto que, tras la apariencia de cierto amateurismo, ha sido hecho por alguien que conoce muy bien la fibra sensible de internet y sobre todo la de sus consumidores más frecuentes, los adolescentes. Cada referencia del vídeo está ubicada perfectamente para mover ese espíritu adolescente: maniqueísmo extremo -buenos y malos-, sentimentalismo, dulzura, crueldad, autorreferencias a la red, secuencias cortas y adictivas... Todo ello acaba con una meta bien definida: la posibilidad de acabar con toda la maldad del mundo si logramos la captura de un único hombre. Ofrecer proyectos con un objetivo bien definido y nada borroso nos mueve mucho más que las complejas realidades éticas donde el bien y el mal acaban difuminados por los intereses de unas partes y de otras.
El vídeo llegó a mí de la mano de una de mis mejores alumnas de Ética, que confesaba haber quedado impactada por su contenido. Pasó poco tiempo hasta que proyectamos el vídeo en clase e iniciamos su debate. Cada escena marcaba distintas sensaciones en los alumnos: la dulzura del niño del protagonista, el hijo adoptado, el voluntarismo y la movilización de las masas juveniles, el perfil de Kony, la firmeza y resolución del narrador para acabar con el asunto. Todo se convertía en una mezcla perfecta que penetraba en el auditorio mucho más que otros documentales serios que habíamos visto en clase hasta el momento, como Blood in the mobile. Kony 2012 logra convertir un mensaje ético en una moda adolescente, con sus señas de identidad y sus símbolos propios. Evidentemente, esta movilización se hace a un precio enorme: la simplificación y desvirtualización del propio mensaje ético. Si seguimos Kony 2012, parece que la justicia se acaba convirtiendo en lo que un inocente niño de escasa edad puede dictaminar al considerar como "bad guys". Al reducir la ética al puro sentimentalismo, esta se puede convertir en dinamita por explotar en las manos equivocadas, en manipulación pura y dura.
Lo siguiente llamativo del vídeo han sido las descalificaciones que han seguido inmediatamente a su clamoroso éxito. Kony 2012 se convierte en un ejemplo perfecto de lo que los sociólogos llaman "modernidad reflexiva". Cualquier discurso emancipador se pone en entredicho en el mismo instante que se convierte en fenómeno de masas: se desenmascara y se buscan posibles intenciones ocultas a cualquier pretensión de altruísmo o liberación. La exigencia de transparencia ética llega a proporciones irracionales, es pasada por filtros a su vez dudosos -amarillismo informativo, internet-, de tal forma que prácticamente ninguna institución logra salir airosa. Invisible Children, la ONG que está detrás del proyecto, difícilmente puede salir indenme cuando asistimos a lo largo de la visualización a un auténtico merchandising de distintos productos que se ofrecen para obtener ayuda en la captura de Kony, y cuando nos prometen la solución a un problema que en los últimos años ha cambiado de cara: la captura de un señor de la guerra, aunque necesaria, no acabará con el terror de la guerra civil o los niños soldado, porque sus raíces son mucho más profundas. Tales críticas han conducido a Jason Russell, la voz y el alma del vídeo, a trastornos emocionales y su detención por escándalo público, aumentando -de forma consciente o inconsciente- el alcance de su efecto mediático.
Independientemente de lo que podamos pensar de Kony 2012, este fenómeno pone de manifiesto el alcance y los límites de las movilizaciones éticas del futuro en la red: visualmente efectivas, efímeras, reducidas a unas pocas consignas y a una realidad extremadamente simplificada -que solo es cierta en el mundo virtual-. Con un grado de implicación personal relativamente bajo pero que basa su fuerza en el número, su peligrosidad radicará en las intenciones de quienes estén detrás de la producción de estos vídeos.
Para conseguir un vídeo de proporciones virales (por seguir la jerga) el mensaje se simplificado al máximo y por el contrario, los recursos visuales y los guiños emotivos, psicológicos y culturales se han cuidado al máximo. Nos encontramos con un producto que, tras la apariencia de cierto amateurismo, ha sido hecho por alguien que conoce muy bien la fibra sensible de internet y sobre todo la de sus consumidores más frecuentes, los adolescentes. Cada referencia del vídeo está ubicada perfectamente para mover ese espíritu adolescente: maniqueísmo extremo -buenos y malos-, sentimentalismo, dulzura, crueldad, autorreferencias a la red, secuencias cortas y adictivas... Todo ello acaba con una meta bien definida: la posibilidad de acabar con toda la maldad del mundo si logramos la captura de un único hombre. Ofrecer proyectos con un objetivo bien definido y nada borroso nos mueve mucho más que las complejas realidades éticas donde el bien y el mal acaban difuminados por los intereses de unas partes y de otras.
El vídeo llegó a mí de la mano de una de mis mejores alumnas de Ética, que confesaba haber quedado impactada por su contenido. Pasó poco tiempo hasta que proyectamos el vídeo en clase e iniciamos su debate. Cada escena marcaba distintas sensaciones en los alumnos: la dulzura del niño del protagonista, el hijo adoptado, el voluntarismo y la movilización de las masas juveniles, el perfil de Kony, la firmeza y resolución del narrador para acabar con el asunto. Todo se convertía en una mezcla perfecta que penetraba en el auditorio mucho más que otros documentales serios que habíamos visto en clase hasta el momento, como Blood in the mobile. Kony 2012 logra convertir un mensaje ético en una moda adolescente, con sus señas de identidad y sus símbolos propios. Evidentemente, esta movilización se hace a un precio enorme: la simplificación y desvirtualización del propio mensaje ético. Si seguimos Kony 2012, parece que la justicia se acaba convirtiendo en lo que un inocente niño de escasa edad puede dictaminar al considerar como "bad guys". Al reducir la ética al puro sentimentalismo, esta se puede convertir en dinamita por explotar en las manos equivocadas, en manipulación pura y dura.
Lo siguiente llamativo del vídeo han sido las descalificaciones que han seguido inmediatamente a su clamoroso éxito. Kony 2012 se convierte en un ejemplo perfecto de lo que los sociólogos llaman "modernidad reflexiva". Cualquier discurso emancipador se pone en entredicho en el mismo instante que se convierte en fenómeno de masas: se desenmascara y se buscan posibles intenciones ocultas a cualquier pretensión de altruísmo o liberación. La exigencia de transparencia ética llega a proporciones irracionales, es pasada por filtros a su vez dudosos -amarillismo informativo, internet-, de tal forma que prácticamente ninguna institución logra salir airosa. Invisible Children, la ONG que está detrás del proyecto, difícilmente puede salir indenme cuando asistimos a lo largo de la visualización a un auténtico merchandising de distintos productos que se ofrecen para obtener ayuda en la captura de Kony, y cuando nos prometen la solución a un problema que en los últimos años ha cambiado de cara: la captura de un señor de la guerra, aunque necesaria, no acabará con el terror de la guerra civil o los niños soldado, porque sus raíces son mucho más profundas. Tales críticas han conducido a Jason Russell, la voz y el alma del vídeo, a trastornos emocionales y su detención por escándalo público, aumentando -de forma consciente o inconsciente- el alcance de su efecto mediático.
Independientemente de lo que podamos pensar de Kony 2012, este fenómeno pone de manifiesto el alcance y los límites de las movilizaciones éticas del futuro en la red: visualmente efectivas, efímeras, reducidas a unas pocas consignas y a una realidad extremadamente simplificada -que solo es cierta en el mundo virtual-. Con un grado de implicación personal relativamente bajo pero que basa su fuerza en el número, su peligrosidad radicará en las intenciones de quienes estén detrás de la producción de estos vídeos.