Cuando la autenticidad de uno mismo se viste de intransigencia hacia los demás, la verdad se vuelve una luz cegadora.

lunes, 21 de enero de 2013

FALACIAS EN LA CRISIS (IV): LA BOLA DE NIEVE



FALACIAS EN LA CRISIS (IV): LA BOLA DE NIEVE

Doberman 1996 o la bola de nieve en el discurso electoral.
Estoy seguro que más de uno de los lectores ha escuchado alguna vez el siguiente argumento de los nacionalistas centralistas más recalcitrantes: “Nunca deberíamos conceder la independencia a País Vasco o Cataluña, puesto que después le seguirían Galicia, Andalucía y así hasta todas las demás comunidades autónomas, hasta que esto acabase siendo un caos”.
Semejante argumento escenifica muy bien la falacia de la bola de nieve. De un acontecimiento determinado, extraemos unas consecuencias sumamente negativas (o sumamente positivas) que en realidad son imposibles de extraer de la primera premisa, pero que hacen el argumento más atractivo o menos. En este caso, resulta muy aventurado deducir que el resto de las comunidades autónomas busquen su propia independencia si las llamadas “comunidades históricas” tomasen el camino de la autodeterminación. Sería al menos igual de probable que el resto de las comunidades, liberadas del lastre que suponen las autonomías centrifugadoras, devolverían al estado central algunas de sus competencias que son demasiado costosas o impopulares para su autogobierno. Sin embargo, las consecuencias catastrofistas las ponemos en primer lugar para evitar tomar una decisión cuyas implicaciones en cualquier caso son mucho más abiertas. 
En otra ocasión, un conocido lanzó un juicio parecido: “si legalizan el matrimonio homosexual, todos nuestros hijos acabarán siendo gays y lesbianas”. Nuevamente, de una premisa determinada lanzamos unas consecuencias falsas. El hecho de una mayor permisividad hacia la homosexualidad, no quiere decir en ningún momento que tengamos que perder nuestra orientación sexual.
Igualmente, la bola de nieve es un pensamiento típico de personas obsesivas y desconfiadas. Un individuo dominante y celoso de su pareja pone en marcha su pensamiento y deja que un chaparrón se convierta en un auténtico huracán dentro de su cabeza. Si mi mujer trabaja, conocerá hombres. Si conoce hombres, seguro que encontrará a alguien interesante del que se enamorará. Entonces me dejará o tendrá un amante. Evidentemente, a este enfermo no se le pasa por la cabeza que a lo mejor su pareja tiene razones de peso para estar con él y que no desea abandonarle.  

Llevados a la política, esta es una falacia típicamente inmovilista y basada en el miedo a consecuencias imprevistas que imaginamos. Por ello se intuye que siempre ha sido muy del gusto de los conservadores de todo tipo, ya sean de izquierdas o de derechas. En época electoral, el miedo a la derrota empuja a lanzar presagios negros si vence el enemigo. El temor a lo desconocido estimula los mítines y los augurios hiperbólicos. Cuando Franklin Roosevelt presentó el New Deal por primera vez fue acusado por los conservadores como instigador de una política que acabaría conduciendo al comunismo e incluso el programa político fue llevado a los tribunales. Los dogmáticos del viejo canon liberal veían consecuencias terroríficas  al abandonar el libre mercado y el equilibrio presupuestario. Igualmente, el temor “comunista” ha saltado entre los miembros del Tea Party cuando Barak Obama deseaba discutir el techo de gasto en su campaña electoral.
Por poner casos cercanos a nuestra historia nacional, la “derrota dulce” de los socialistas de 1996 fue entre otras cosas causada por haber estimulado un discurso del miedo y la famosa figura del Doberman, símbolo de la dictadura nazi. La “bola de nieve” se escenificó en un hipotético triunfo de la derecha que traería la destrucción del bienestar producido durante trece años de gobierno socialista, la involución cultural, el final del progreso, el retorno de los ricos. Al final se vio que los conservadores trajeron crecimiento económico y empleo (algo de lo que quizás nos arrepentimos ahora, pero no entonces); en las siguientes elecciones la población había perdido el miedo y dieron una mayoría absoluta a los populares.  
Más cerca de nosotros, se nos ha repetido que el triunfo de los socialistas conduciría a una explosión de gasto que acabaría degenerando en un populismo chavista. Igualmente los socialistas auguraban el desmonte del estado del bienestar si ganaba la derecha. Esto está ocurriendo, pero tengo una razonable duda de que esto habría pasado igual de haber ganado la izquierda y que la derecha no lo está haciendo a gusto porque tiene un fuerte coste electoral (muy posiblemente al sector ultraliberal le gustaría un desguace a largo plazo, no en un par de años).  
Sin embargo, en la historia ha existido una institución que la ha usado con especial violencia a la hora de defender sus propios principios: pasamos del miedo a la auténtica paranoia obsesiva. Las distintas religiones del mundo y especialmente sus sectores “ultras” conservadores son los que con más frecuencia han usado la falacia de la bola de nieve para oponerse a cualquier cambio social peligroso para sus ideas. Como si se tratase de un marido posesivo y dominado por los celos, la incertidumbre machaca su cerebro y estimula la bola de nieve: cualquier concesión que hagamos al enemigo nos llevará a largo plazo hacia nuestra destrucción.  
Desde los comienzos de nuestra vida democrática, tronaban los sectores más inmovilistas contra la legalización del divorcio, porque suponían que acabaría con los valores de la familia tradicional: y es que se empieza por una cosa y se acaba destruyendo la sociedad entera… nos decían entonces. Desde el año 1981 con cada conflicto social o cultural –y la lista es bastante larga: aborto, bioética, eutanasia, leyes educativas, matrimonio homosexual- la iglesia ha pronunciado presagios de mal agüero y ha amenazado con la condena y caída total de la sociedad en una cadena de consecuencias catastrofistas y perversas. Al final, acabamos dándonos cuenta que las cosas nunca son para tanto, pero el miedo ha hecho el resto. Piensen por ejemplo lo que se decía de Educación para Ciudadanía, completamente asustados porque se mencionaban a las familias homosexuales. Como si una hora de clase a la semana pudiera tener consecuencias trágicas para nuestros jóvenes adolescentes. Si esto fuera así, los profesores deberíamos estar de enhorabuena, porque querría decir que la educación tiene una extraordinaria capacidad de influencia en las conciencias de nuestros jóvenes. Sin embargo, todos sabemos que esto es completamente falso y que ha sido una exageración infame en la que además se cuestionaba la profesionalidad de los educadores. 
Parece ser que en definitiva, el miedo estimula la imaginación, y la imaginación hace borrar cualquier atisbo de racionalidad en nuestro entendimiento. Como decía el venerable maestro Yoda en la Guerra de las Galaxias al joven Anakin Skywalker: el miedo nos lleva a la ira, y esto nos conduce tarde o temprano a la destrucción y el lado oscuro de la fuerza.

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