FALACIAS EN LA CRISIS (IV): LA BOLA DE NIEVE
Doberman 1996 o la bola de nieve en el discurso electoral. |
Estoy seguro que más de uno de los lectores
ha escuchado alguna vez el siguiente argumento de los nacionalistas centralistas
más recalcitrantes: “Nunca deberíamos
conceder la independencia a País Vasco o Cataluña, puesto que después le
seguirían Galicia, Andalucía y así hasta todas las demás comunidades autónomas,
hasta que esto acabase siendo un caos”.
Semejante argumento escenifica muy bien la
falacia de la bola de nieve. De un acontecimiento determinado, extraemos unas
consecuencias sumamente negativas (o sumamente positivas) que en realidad son
imposibles de extraer de la primera premisa, pero que hacen el argumento más
atractivo o menos. En este caso, resulta muy aventurado deducir que el resto de
las comunidades autónomas busquen su propia independencia si las llamadas
“comunidades históricas” tomasen el camino de la autodeterminación. Sería al menos
igual de probable que el resto de las comunidades, liberadas del lastre que
suponen las autonomías centrifugadoras, devolverían al estado central algunas de
sus competencias que son demasiado costosas o impopulares para su autogobierno.
Sin embargo, las consecuencias catastrofistas las ponemos en primer lugar para
evitar tomar una decisión cuyas implicaciones en cualquier caso son mucho más
abiertas.
En otra ocasión, un conocido lanzó un juicio
parecido: “si legalizan el matrimonio
homosexual, todos nuestros hijos acabarán siendo gays y lesbianas”. Nuevamente,
de una premisa determinada lanzamos unas consecuencias falsas. El hecho de una
mayor permisividad hacia la homosexualidad, no quiere decir en ningún momento que
tengamos que perder nuestra orientación sexual.
Igualmente, la bola de nieve es un
pensamiento típico de personas obsesivas y desconfiadas. Un individuo dominante
y celoso de su pareja pone en marcha su pensamiento y deja que un chaparrón se convierta
en un auténtico huracán dentro de su cabeza. Si mi mujer trabaja, conocerá
hombres. Si conoce hombres, seguro que encontrará a alguien interesante del que
se enamorará. Entonces me dejará o tendrá un amante. Evidentemente, a este
enfermo no se le pasa por la cabeza que a lo mejor su pareja tiene razones de
peso para estar con él y que no desea abandonarle.
Llevados a la política, esta es una falacia
típicamente inmovilista y basada en el miedo a consecuencias imprevistas que
imaginamos. Por ello se intuye que siempre ha sido muy del gusto de los
conservadores de todo tipo, ya sean de izquierdas o de derechas. En época
electoral, el miedo a la derrota empuja a lanzar presagios negros si vence el
enemigo. El temor a lo desconocido estimula los mítines y los augurios
hiperbólicos. Cuando Franklin Roosevelt presentó el New Deal por primera vez fue acusado por los conservadores como
instigador de una política que acabaría conduciendo al comunismo e incluso el
programa político fue llevado a los tribunales. Los dogmáticos del viejo canon
liberal veían consecuencias terroríficas
al abandonar el libre mercado y el equilibrio presupuestario. Igualmente,
el temor “comunista” ha saltado entre los miembros del Tea Party cuando Barak Obama deseaba discutir el techo de gasto en
su campaña electoral.
Por poner casos cercanos a nuestra historia
nacional, la “derrota dulce” de los socialistas de 1996 fue entre otras cosas
causada por haber estimulado un discurso del miedo y la famosa figura del
Doberman, símbolo de la dictadura nazi. La “bola de nieve” se escenificó en un hipotético triunfo de la
derecha que traería la destrucción del bienestar producido durante trece años
de gobierno socialista, la involución cultural, el final del progreso, el
retorno de los ricos. Al final se vio que los conservadores trajeron
crecimiento económico y empleo (algo de lo que quizás nos arrepentimos ahora,
pero no entonces); en las siguientes elecciones la población había perdido el
miedo y dieron una mayoría absoluta a los populares.
Más cerca de nosotros, se nos ha repetido que
el triunfo de los socialistas conduciría a una explosión de gasto que acabaría
degenerando en un populismo chavista. Igualmente los socialistas auguraban el
desmonte del estado del bienestar si ganaba la derecha. Esto está ocurriendo,
pero tengo una razonable duda de que esto habría pasado igual de haber ganado
la izquierda y que la derecha no lo está haciendo a gusto porque tiene un
fuerte coste electoral (muy posiblemente al sector ultraliberal le gustaría un
desguace a largo plazo, no en un par de años).
Sin embargo, en la historia ha existido una
institución que la ha usado con especial violencia a la hora de defender sus propios
principios: pasamos del miedo a la auténtica paranoia obsesiva. Las distintas
religiones del mundo y especialmente sus sectores “ultras” conservadores son
los que con más frecuencia han usado la falacia de la bola de nieve para
oponerse a cualquier cambio social peligroso para sus ideas. Como si se tratase
de un marido posesivo y dominado por los celos, la incertidumbre machaca su
cerebro y estimula la bola de nieve: cualquier concesión que hagamos al enemigo
nos llevará a largo plazo hacia nuestra destrucción.
Desde los comienzos de nuestra vida
democrática, tronaban los sectores más inmovilistas contra la legalización del
divorcio, porque suponían que acabaría con los valores de la familia
tradicional: y es que se empieza por una cosa y se acaba destruyendo la
sociedad entera… nos decían entonces. Desde el año 1981 con cada conflicto
social o cultural –y la lista es bastante larga: aborto, bioética, eutanasia, leyes
educativas, matrimonio homosexual- la iglesia ha pronunciado presagios de mal
agüero y ha amenazado con la condena y caída total de la sociedad en una cadena
de consecuencias catastrofistas y perversas. Al final, acabamos dándonos cuenta
que las cosas nunca son para tanto, pero el miedo ha hecho el resto. Piensen
por ejemplo lo que se decía de Educación para Ciudadanía, completamente
asustados porque se mencionaban a las familias homosexuales. Como si una hora
de clase a la semana pudiera tener consecuencias trágicas para nuestros jóvenes
adolescentes. Si esto fuera así, los profesores deberíamos estar de
enhorabuena, porque querría decir que la educación tiene una extraordinaria
capacidad de influencia en las conciencias de nuestros jóvenes. Sin embargo, todos
sabemos que esto es completamente falso y que ha sido una exageración infame en
la que además se cuestionaba la profesionalidad de los educadores.
Parece
ser que en definitiva, el miedo estimula la imaginación, y la imaginación hace
borrar cualquier atisbo de racionalidad en nuestro entendimiento. Como decía el
venerable maestro Yoda en la Guerra de las Galaxias al joven Anakin Skywalker:
el miedo nos lleva a la ira, y esto nos conduce tarde o temprano a la
destrucción y el lado oscuro de la fuerza.
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