Recensión del libro: Mario Bunge, Las pseudociencias, vaya timo. Madrid, 2010.
Acaba de caer en mis manos una selección de
artículos de Bunge recogidos en el libro La
pseudociencia, vaya timo, y no deja de causarme sentimientos
contradictorios. Leer a Bunge es compartir cierta esquizofrenia mental o
cultural. Por un lado, sientes admiración y compartes muchas críticas en su
cruzada contra lo acientífico y las ideologías que guardan intereses ocultos.
Pero por otro lado, siempre tienes la sensación que llega demasiado lejos y
acaba condenando en la hoguera multitud de elementos culturales valiosos para
el presente o para el futuro, o que sencillamente aportan sentido a muchas
vidas humanas. En su auténtica obstinación por la demarcación entre ciencia y
pseudociencia, lleva demasiado lejos su análisis y actúa más como Gran
Inquisidor con la ciencia como máxima deidad, que como investigador curioso
abierto a experiencias diferentes. Parece como si la innata curiosidad por el
conocimiento que postulaba Aristóteles para el ser humano se hubiese atrofiado
en algunos sectores y extendido en otros en el caso de Bunge. Buena prueba de
ese rechazo a priori han sido sus prejuicios en torno a la cultura postmoderna
que más de uno puede tildar de auténtica imbecilidad y desvaríos de viejo
chocho. Así, si otros muchos defensores de la ciencia dejaban un silencio
respetuoso hacia lo desconocido –en la tradición que arranca desde Wittgenstein
hasta Gould- Bunge no duda en atizar contra aquello que cree irrelevante para
el progreso del conocimiento humano.
Pero si esto afea un poco su tarea cruzada,
sus críticas más valiosas van orientadas especialmente hacia aquellos que
esgrimen la bandera de lo científico defendiendo ideas que no siempre son
rigurosas ni neutrales socialmente hablando. Aquí entran en profundidad campos tan
diversos como la teoría de cuerdas, la macroeconomía neoclásica, el
psicoanálisis, el marxismo, la sociobiología o los excesos de los genetistas.
Es donde Bunge ha aportado más en sus críticas a las “pseudociencias” y donde
despliega sus mejores habilidades como filósofo crítico. A muchos de nosotros,
Bunge nos ha despertado del “sueño dogmático” en el que vivíamos con la física
teórica, la biología o la macroeconomía. No hay duda que para Bunge, muchos de
los artículos que aparecen en las revistas de divulgación científica como
Investigación y ciencia, se tienen que coger con pinzas y criticarlos para
reconocer lo que hay de científico y lo que hay de sensacionalista. Como
sostiene en uno de sus ensayos, para justificar su cruzada: “el
motivo del patrullaje fronterizo (entre ciencia y pseudociencia) es
que puede servir de ayuda, a modo de
advertencia de que un proyecto de investigación inspirado por una filosofía
errónea probablemente fracasará o será perjudicial”. Es decir, la filosofía de Bunge se convierte en alto tribunal y último juez.
El punto de partida es el escepticismo. Un
escepticismo, como él asegura, cartesiano, que pretende cuestionar todo pero permite
dejar a salvo la pregunta por la certeza absoluta. Cualquier escepticismo
radical, nos recuerda, es inmovilista y nihilista, e incluso contradictorio, puesto que hasta
el escéptico más radical necesitará un conjunto de creencias para mantenerse
con vida en nuestra experiencia cotidiana. Si la confianza se convierte en algo
básico para sobrevivir, Bunge la traslada hacia su
propia visión de la ciencia. Pero naturalmente, “ciencia” no es cualquier cosa.
Todo aquello que llamemos ciencia tiene unos parámetros filosóficos, culturales
y sociales que cumplir; dentro de la perspectiva filosófica se hace obligatoria
una perspectiva gnoseológica realista, moderadamente racionalista y empirista,
y por otro lado una base metafísica materialista, dinámica, sistémica y
emergentista. Lógicamente, la categoría de “pseudociencia”
se irá definiendo conforme se vayan abandonando estas directrices rectoras de
la ciencia. Todos aquellos planteamientos que rocen una perspectiva idealista (desde
el psicoanálisis hasta el constructivismo social actual), que no tengan una base
empírica adecuada (como la teoría de cuerdas) o que mantengan contradicciones lógicas
internas (como la teoría macroeconómica) quedarán fuera de su concepto de
cientificidad. Naturalmente, nos encontramos con los problemas de demarcación habituales: habrá pseudociencias que estén más próximas o más lejanas al concepto hermético de ciencia de Bunge. Igualmente, habrá pseudociencias que a largo plazo hayan hecho aportaciones a la teoría científica importantes, o que hayan cuestionado algunos de sus puntos que permitan servir de acicate para nuevas investigaciones... Todo esto Bunge lo despacha con la afirmación de que "no todo vale" (en respuesta a Feyerabend) y que tenemos criterios suficientes para reconocer cuándo una investigación que se mueve en las arenas movedizas de la acientificidad puede acabar dando buenos resultados y cuándo no es así.
Conviene establecer una división de la
crítica de Bunge. Por un lado, todo aquello que estaría vinculado en relación
con lo “paranormal” (cualquier manifestación religiosa, mágica, que van desde
la aparición de una virgen hasta la telequinesis o el espiritismo) es rechazado
de antemano por su incapacidad para resistir cualquier investigación científica
y por su base fuertemente idealista (él lo llama así, aunque dudo que los
afectados se sientan a gusto con ese adjetivo). No obedece a ningún criterio de
demarcación de lo que Bunge considera como científico. Pero llamarlo
“pseudociencia” es quizás irrelevante, porque gran parte de estas experiencias
nunca han querido buscarse el adjetivo de “científico” sino todo lo contrario. Es
como si quisiésemos establecer si una naranja está agria o no, cuando el objeto
que tenemos en la mano es una manzana.
Nos parecen mucho más acertadas las críticas
que lanza contra aquellas tierras fronterizas de lo ideológico y lo creencial
que sí pretenden definirse como científicas. Bunge a lo largo de su vida
enumera muchas, la mayor parte recogidas en esta colección de ensayos: la
sociobiología, las teorías reduccionistas de la genética, la física de la
teoría de cuerdas, la psicología cognitiva funcionalista, el psicoanálisis, la sociología marxista o la teoría
económica neoclásica, entre otras. Naturalmente, cada una de ellas es atacada
por no obedecer a distintas variables de lo que es su definición de ciencia. Así,
la teoría de cuerdas no es comprobable, porque nunca llegaremos a probar la
existencia de otros universos excepto por criterios metafísicos como el
principio antrópico y por complejas fórmulas matemáticas que además nos hablan
de otras dimensiones físicas más allá de las tres conocidas. Muchas críticas de
Bunge han sido asumidas por figuras de la física teórica actual, como Stephen
Hawkins o Lee Smolins, que asumen la incapacidad de la matemática por sí misma
para justificar algo como científico. La sociobiología y la teoría del gen
egoísta es una mera metáfora, porque no podemos depositar inclinaciones sobre
un gen (aunque realmente Dawkins no objetaría nada a esa crítica). Los genes por otro lado necesitan de enzimas para activarse, y por lo
tanto el entorno es indispensable para que los genes se pongan a trabajar.
Incluso nuestro cerebro tiene una plasticidad que era impensable hasta hace
poco para muchos genetistas estrictos. Bunge propone consideraciones
acertadísimas que deberíamos tener en cuenta a la hora de abrir cualquier
revista de divulgación científica para separar la verdadera ciencia del
sensacionalismo.
Pero también es cierto que habrá
pseudociencias que tengan más probabilidades de convertirse en científicas con
el paso del tiempo, y otras que no. Por otro lado, el reducir la valoración a
su status de cientificidad puede eliminar otras facetas que culturalmente
pueden ser sumamente valiosas. Uno podría pensar que el psicoanálisis de Freud
o la sociología marxista no han conseguido alcanzar el status de ciencia, pero
que sus aportaciones a la cultura y la historia humana han sido tan
considerables (y muchas veces de forma positiva) que no podemos tacharlas sin
más por el mero hecho de no pasar el test de stress de Bunge. Pensemos que sin
estos marcos, muchas creaciones culturales serían ininteligibles, como las
películas de Woody Allen o los poemas de Bretch. Incluso una estructura
política como el estado del bienestar habría sido imposible sin el marxismo en
su conjunto. Pero pensemos que críticas como las de Bunge o de Omfray son
aceptables para nuestra actual cultura.
El lado más emancipativo de Bunge surge cuando centra su interés en la teoría económica y la política. En lugar de las luchas identitarias de muchos
escépticos científicos contra la religión (como la de Dawkins contra los
creyentes), Bunge evita enfrentamientos que él considera vanos
(o tal vez intelectualmente irrelevantes y endebles) y pone el dedo en la
herida: exhorta a luchar contra las
ideologías macroeconómicas dominantes como el principal frente que la filosofía
científica tiene que afrontar. Esto es algo que no es nuevo en su biografía y ya dedicó ensayos para criticar la endeblez de los puntos de partida macroeconómicos: una base antropológica irreal (individualista y maximizadora), una teoría de macroequilibrio económico inexistente (un supuesto mercado ideal ordenado con una mano invisible), un despliegue matemático superfluo e inútil, y por supuesto, la incapacidad de establecer predicciones adecuadas y descubrir leyes generales. Naturalmente, estos errores para Bunge son mucho más graves que los de cualquier otra pseudociencia, puesto que la macroeconomía neoclásica está conectada con decisiones que alteran la vida de millones de seres humanos. En este sentido la clarividencia de Bunge es mucho mayor que la de cualquier otro crítico ilustrado de nuestra época, puesto que no ha cedido un palmo al engatusamiento de la utopía liberal y la ha puesto también bajo su lente crítica.
De alguna manera Bunge en su ataque las
pseudociencias responde a toda la escuela de la teoría crítica que condenaba la
neutralidad científica y su descarada afirmación del presente y del orden
establecido. Bunge considera que la propia comunidad científica tiene capacidad
de autocrítica y cuenta con criterios éticos deontológicos que le permiten
escapar de la complacencia y el colaboracionismo con fuerzas oscuras de la
política o la economía. Las críticas de Bunge son sumamente duras y no se le
puede acusar de ser complaciente y conservador. Quien le acuse de esto por el
mero hecho de hacer del marxismo el blanco de sus críticas, no ha leído o
entendido sus ataques a la economía neoclásica. Como ha comentado Bunge en
alguna otra ocasión, el haber escrito fundamentalmente de ciencia nunca le ha
hecho perder de vista el espectro ético y político de toda su obra, integrada
en ella misma e inseparable de toda su actividad. Su actitud es perfectamente
la de un ilustrado a la antigua usanza. Un cruzado combatiendo los dragones de
la ignorancia. Quizás el último del pasado siglo.
Muy buena observación del libro de Bunge. Desgraciadamente el esquema de Bunge, planteado originalmente en su añejo libro Seudociencia e ideología, no ha sido sometido a prueba y no esta contrastado. Bien pasaría por una especie de palabrería cientificista (o un mero intento de tal) con un contenido equivalente a los posmodernistas mas radicales: El escepticismo científico (no el filosófico) tiene mucha influencia en Bunge:
ResponderEliminarEl modelo de seudociencia en Bunge es irónicamente acientífico. La mayoría de sus puntos son exportados de las críticas que Bunge hizo durante los años 80 cuando era miembro del CSICOP, hacía la astrología y el psicoanálisis.
Mientras Bunge sigue criticando lo paranormal y la parapsicología como seudociencias basado en la época de Joshep Bank Rhine, y a lo mucho crítica a un alemán, físico y parasicólogo. Bunge elude la cuestión de los metaenasyos, investigaciones experimentales (como el laboratorio PEAR entre otros) y la nueva evidencia de los campos de la psicología anormal y la parapsicología que cuestionan la definición de seudociencia de Bunge.
Así un ejemplo destacado es su profuso ataque a la homeopatía. Mientras que hoy en día existe evidencia con una tendencia a favor de la misma, mas que en contra como se suele creer, Bunge se ha ostentado en acusar al mítico Benveniste de fraude en una entrevista de el periódico la voz, sin fundamentar alguna de sus criticas como cuando asegura que "no hay estudios publicados en revistas arbitradas".
En mi opinión, estoy de acuerdo en que Bunge combate a los dagrones de la ignorancia, pero entre su propia ignorancia Bunge mantiene una especie de paranoia creyendo que todo son dragones de tal naturaleza, sin replantear ni reformular su esquema en punto alguno.