La
enfermedad de Parkinson es olvidada en la educación, como en otras muchas esferas de la vida
cotidiana. El contacto de los alumnos de la enseñanza obligatoria con la
enfermedad es casual, reducido a un apéndice en asignaturas de ciencias
naturales o biología, y dependiendo en buena medida del grado de implicación
del profesor con la enfermedad. En una breve encuesta de cuatro preguntas
breves a 40 alumnos que terminaban la secundaria e iniciando el bachillerato, los
alumnos reconocían que apenas se había trabajado el tema a nivel de contenido
curricular, concediendo más importancia a enfermedades degenerativas de origen
genético. El grado de desconocimiento era además bastante amplio: En la
pregunta por “cómo definiría usted la enfermedad del Parkinson”, la enfermedad
queda reducida a temblores o movimientos involuntarios, al sistema locomotor, y
está relacionada con la edad. A la pregunta de la relación entre la dopamina y
la enfermedad, tan solo cuatro encuestados conocían esa sustancia, pero nadie
acertaba en explicar la causa de la enfermedad. Por último, se planteaba en el
cuestionario si el Parkinson creaba problemas o daños cerebrales, de tal forma
que las capacidades cognitivas quedasen afectadas, y doce encuestados defendían
que efectivamente existía esa relación.
Las
conclusiones son poco satisfactorias: el Parkinson sigue siendo un gran
desconocido para el campo de la enseñanza, y no es fácil solucionarlo. En
primer lugar, existe cierto desinterés por las autoridades educativas en tratar
este tipo de enfermedades, pero sobre todo por el hecho que existen otros
problemas vinculados con la salud que afectan mucho más directamente a la
población adolescente o infantil: educación nutricional y hábitos de higiene en
los pequeños, o anorexia, bulimia, la drogodependencia o el alcoholismo en los
adolescentes. El Parkinson es una enfermedad de adultos, de la que los jóvenes
viven completamente separados. Pero, como sostuvo una neurocientífica como
Susan Greenfield recientemente, el problema de enfermedades neurodegenerativas
como el Alzheimer o el Parkinson va más allá del número creciente de aquejados
de esta enfermedad; se transmite a sus cuidadores y sus familias y se convierte
en un problema social y una cuestión laboral en el que los jóvenes deberán
implicarse y formarse.
El Parkinson en el currículo educativo y la
educación tradicional.
¿Cómo
se puede solucionar este desconocimiento de la enfermedad? Una primera solución
partiría de integrarlo en los contenidos curriculares educativos: es decir, que
el Parkinson se diera en clase como un contenido más. Desde esta perspectiva,
quedarían definidas dos posibilidades: una que permitiese introducir esta
enfermedad en los contenidos curriculares de las asignaturas, especialmente en
educación secundaria y bachillerato, y otra línea de contacto que parta de
contenidos transversales en asignaturas que necesariamente no tienen que ver
con la rama de biología o ciencias de la salud.
Sobre
la primera línea, actualmente estos contenidos quedan limitados especialmente
en tercero de la ESO y primero de bachillerato (en la rama de ciencias), donde el
Parkinson se abordaría dentro de la asignatura de biología. En estos dos
cursos, el currículo queda relativamente orientado hacia aspectos de ciencias
de la salud, como el estudio del sistema nervioso, pero quedan dejados de lado
en otros cursos y niveles. Sin embargo y dado la amplitud del temario, el
Parkinson queda limitado a ser citado como una enfermedad más en el sistema
nervioso, dentro de otras muchas, y sin más explicaciones.
Desde
otra perspectiva, la enfermedad de Parkinson (como un problema social, y no una
mera cuestión biológica) sería susceptible de ser tratada en toda el área de
Ciudadanía y la competencia de valores cívicos. Dentro de esta área, el
Parkinson puede ser tratado desde una tutoría de secundaria, hasta una clase de
Ciudadanía o valores. Desafortunadamente la nueva ley educativa (LOMCE)
modifica la carga lectiva de esta competencia, de tal forma que aún no
conocemos a ciencia cierta cómo funcionará la enseñanza de esta competencia
cuando entre en vigor en su totalidad la nueva ley.
El Parkinson como un contenido transversal
bajo una nueva orientación educativa.
Sin
embargo, más que como un contenido curricular cerrado en el marco de una
asignatura concreta, el contacto del mundo educativo con la dura realidad de
esta enfermedad debería ser no tanto como un mero contenido memorístico –tal
vez necesario en cursos avanzados de secundaria o de bachillerato, pero
escasamente relevante en otros contextos- sino como una experiencia basada en
un contacto más cercano con dicha enfermedad. Si el lema que poco a poco se va
imponiendo en nuestro viejo y encorsetado sistema educativo es “aprender haciendo cosas”, se hará
necesario romper el aula y los libros de texto y llevar la enfermedad a los
alumnos, hacerla visible. Bajo esta perspectiva, nuevas actividades se hacen
imprescindibles, como pueden ser:
a) La
visita de centros donde se trabaja el Parkinson, desde una perspectiva
profesional y desde el área de las ciencias de la salud.
b) el
contacto directo del alumno con experiencias y vivencias de los afectados por
esta enfermedad.
Evidentemente,
esto último a veces no es fácil, ni para los estudiantes ni para los propios
enfermos, pero se hace mucho más impactante que un mero estudio teórico y
aséptico en un libro de texto sobre la enfermedad. Mi experiencia personal en
este campo me dice que un encuentro de este tipo es mucho más importante para
el alumno que una simple conferencia sobre el tema o muchas horas teóricas de
clase sobre la enfermedad. De hecho, el proceso es inverso: después de una
experiencia vital, lo más normal es que los alumnos desarrollen una mayor
curiosidad teórica sobre las características de la enfermedad, sus síntomas y
sus consecuencias.
Mirando
hacia adelante: el Parkinson en la educación como PBL
Una vez realizada esta toma de contacto,
se abren nuevos campos en la educación que en su mayor parte todavía permanecen
inexplorados. Existen nuevos recursos educativos que podrían facilitar una
mayor implicación y una mejor comprensión en el problema, y que van más allá
del uso de las TICS (tecnologías de la información), la visita a un centro o
una clase lectiva tradicional. En este sentido, el desarrollo de un PBL podría
ser un buen comienzo. Un PBL son las siglas
en inglés de Problem Based Learning (lo
que se conoce como aprendizaje basado en
problemas), que se empezó a utilizar en las facultades de medicina e
ingeniería anglosajonas precisamente para desplazar un conocimiento demasiado
teórico, anticuado y alejado de la realidad.
Todo PBL funciona con un problema
concreto y que necesita una solución. Un PBL aplicado al Parkinson podría
empezar por una cuestión tan simple y concreta como: “¿Cómo podríamos organizar adecuadamente una casa o un lugar de trabajo
para un afectado por el Parkinson?”, que empezaría por acercar al alumno a
la realidad cotidiana de la enfermedad, y que acabaría desembocando en soluciones
ofrecidas desde la terapia ocupacional; o “¿Qué
criterios podríamos facilitar a un familiar que tiene que convivir en su casa
con el Parkinson?”, orientados en este caso hacia el campo de psicología
clínica, pero que evidentemente comienza desde una educación en valores. La
resolución de estos problemas no implica solo un acercamiento teórico a la
enfermedad del Parkinson, sino ponerse en la piel de estos enfermos, lo que
significa un aprendizaje mucho más profundo del problema, y también más vital. Esto
para la mayoría de los profesores es todavía el futuro, el reto que tenemos
delante de nosotros, y nuestra particular contribución desde la educación hacia
este problema sanitario y social, desgraciadamente todavía desconocido entre
nuestros estudiantes.