No se lleven a engaños: detrás de Podemos no está Marx, ni Stalin ni el chavismo (todos ellos aliados ocasionales), sino Rousseau. Sus ideales fueron seguidos a veces por democrátas furibundos que acabaron quemándose en sus propias hogueras, pero que también transformaron el mundo.
Otro señor con coleta y gran carisma, con un discurso implacable, azote de privilegiados y representante de la virtud pública: Robespierre, "el incorruptible". Salvador de la revolución, y creador al mismo tiempo del terror y del jacobismo francés. Un personaje fascinante, pero que da miedo.
Y la pregunta del millón: ¿Acabará siendo este hijo de Rousseau un pequeño Robespierre?
El futuro está abierto.
Estaba en mi clase tranquilamente dando el pensamiento de Rousseau cuando lancé ese hechizo mágico que altera a la gente de bien de este país. ¡Podemos! ¡Pablo Iglesias! Una imagen del partido en la pantalla del ordenador hizo el resto. Y es que hay que ver cómo se pone la gente cuando se pronuncia su nombre. Desde los tiempos de Felipe González que no veíamos un carisma levantarse de tal forma en la arena política española. Pero evitemos ponernos como energúmenos. El caso es que me pareció oportuno explicar a Rousseau con nuestro político ascendente, y francamente, razón no parece faltar.
Y es que los adjetivos que la derecha española lanza contra su organización -acusándole de chavista, comunista y cincuenta insultos más- pierden de vista la coincidencia de su pensamiento con un modelo mucho más antiguo de pensamiento que por supuesto también arrastra al populismo venezolano, pero que no se reduce a este último. Ahí tenemos que entender por qué Podemos, aunque pueda defender el chavismo, se desmarque del mismo en un marco de acción europeo (en ese sentido, Podemos tiene una formación politológica infinitamente más desarrollada que los tertulianos de derecha). Pero solo con decir esto no nos libramos del peligro del caudillismo populista.
Pero, ¿por qué hablamos de Rousseau para explicar Podemos? Rousseau tiene la peculiar característica de haber inspirado la democracia más amplia, radical y auténtica y al mismo tiempo su propia tumba. En su contrato social, los individuos ceden los menores derechos posibles a un estado fundante, y ese estado no es expresión de una minoría de propietarios, como en Locke. Todo ciudadano tiene iguales derechos políticos, independientemente de su nivel económico. Esto es lo que nuestra democracia ha heredado de Rousseau. Pero el ginebrino iba mucho más allá, al rechazar también el sistema liberal representativo típicamente inglés. La democracia y el sentir popular debía manifestarse diariamente, y no una vez cada cierto tiempo.
La voluntad general es la voz del pueblo, y se convierte en el rodillo aplastador de toda estructura arcaica. La separación de poderes deja de existir y todo el poder pasa al poder legislativo. Esto se entiende históricamente en explosivas situaciones revolucionarias, donde un poder legislativo inesperadamente triunfante se enfrenta con un entramado burocrático y judicial esclereotizado, que durante años de parálisis y generaciones de mandarines (o de "casta") no han permitido la evolución natural de la sociedad y se ha separado de ella.
Entonces aquí emerge de la voluntad general, la voz del pueblo, su elemento más perverso y diabólico: se convierte en el ojo izquierdo de Dios, en la mirada que inspira la verdad absoluta y frente a la cual cualquier oponente pierde toda credibilidad. Se hace necesario un líder, un carisma sobre el que el ojo de Dios se posa, se convierte en anunciador y expresión de la voluntad popular. Si queremos decirlo en un sentido puramente filosófico, la voluntad política se convierte en epistemológica o incluso religiosa. Es decir, la opinión del pueblo se hace científica en boca del líder y su camarilla intelectual (es más verdadera que las demás) y se convierte al mismo tiempo en dogma de fe para todos sus seguidores. Deja de ser una opinión más y se convierte en la ungida y única. No abordamos aquí, por supuesto, cuál es el ojo derecho de Dios. Basta consultar las opiniones de los mandarines y de "la casta" más rancia. El ojo izquierdo representa el sentir y la voluntad del pueblo, mientras que el ojo derecho intuye lo que ese pueblo necesita sin que él lo sepa y muy a su pesar.
La historia está repleta de la emergencia de personas que en nombre de la democracia y la voluntad general decidieron enfrentarse a ese mundo esclereotizado y acabaron siendo tocados por el síndrome del ojo izquierdo de Dios. Algunos tienen más fortuna que otros. Pero ahí está Robespierre, el primero de todos, forjador de la democracia francesa y al mismo tiempo del terror. Ahí tenemos los líderes comunistas de 1917 (aunque podría dudar sobre su entraña rusoniana). También están los populistas americanos, desde Perón hasta Maduro. Tenemos líderes frustrados, como los capitanes de abril de Portugal, truncados y exiliados, como Manuel Azaña, o asesinados, como Salvador Allende en Chile. Alfonso Guerra cantó "Montesquieu ha muerto" para acabar con las leyes franquistas.
Y por supuesto, también hay líderes reconocidos que lucharon contra la esclerosis y el inmovilismo y lograron salir victoriosos. No puedo evitar considerar como mi favorito a Franklin Roosevelt, el presidente americano que luchó contra la Gran Depresión, y que también fue acusado de comunista, y su gobierno fue demandado ante el Tribunal Supremo por traicionar los valores americanos y la mismísima constitución. El poder que otorgó al estado federal fue considerado una amenaza, un insulto y una locura económica. Hoy, en 2015, más de uno reconoce que para salvar lo peor de la última crisis económica, Obama no ha hecho más que revitalizar algunos de los principios de Roosevelt, entre otros, el impacto del poder público sobre la bancos y el sistema financiero. En definitiva, Roosevelt fue también hijo de Rousseau, en el país con la estructura política más antirrusoniana que existe.
El ojo izquierdo de Dios está presente en todos ellos, de una forma o de otra. Es un peligro latente y que siempre está en todos los líderes que creen representar de una forma o de otra al pueblo. Pero cuando estos líderes emergen como lo ha hecho el candidato de Podemos, a la sombra de asambleas, bajo un discurso incendiario, epistemológicamente fuerte y con una imagen pública impactante, el recelo se puede acusar más todavía. Pablo Iglesias representa el potencial cortocircuito de la democracia radical de Rousseau. Decir que llegaremos a ese cortocircuito es hablar del futuro no escrito. Ya veremos a ver qué pasa. Cuanto menos será interesante.