Ready to fly. |
Hacemos balance: hará cinco años, cuando lo único que no se hundía en nuestra economía era
la prima de riesgo y la crisis devoraba las vidas útiles y productivas de
millones de personas, se levantó un clamor contra la corrupción. Parecía que al
menos tanto del lado de la izquierda como de la derecha existía un deseo
unánime de rechazar y excluir del juego político a los corruptos que en parte
eran responsables de nuestra crisis. En 2016 ese deseo se ha esfumado o no ha
conseguido los suficientes votos para provocar un auténtico cambio en nuestro
país. Nuestra sociedad educada y correcta ha decidido que la corrupción es un
peaje que tendremos que seguir pagando para firmar la estabilidad política.
Ciertamente es la parte de la sociedad más envejecida, más susceptible al
discurso del miedo y también la que está (en apariencia) más sólidamente
asentada en términos económicos, pero resulta que España es un país de viejos,
con una pirámide demográfica que no da pie a engaño alguno. Es la mayoría
silenciosa que se quedó en casa en el 15M y que apodó con el nombre de perroflautas primero y podemitas después a todos aquellos que osaban desafiar el orden de las cosas. En definitiva, España es una gran alcaldía valenciana o una diputación orensana de cuarenta y seis millones de habitantes...
Lo siento, pero
no somos capaces de entender que la corrupción no pague en este país. Porque es
rentable ser corrupto -o tener entre tus filas multitud de corruptos que te
aúpan en sus hombros con sus votos locales o autonómicos- si después no sufres
el consiguiente batacazo electoral o si pasa el suficiente tiempo -años y años-
para que tus crímenes acaben por prescribir. El resultado es que los partidos
políticos tradicionales no sufren correctivo alguno y hacen como si no pasase
absolutamente nada: unas cuantas declaraciones ante los medios de una mayor
transparencia y se acabó. Y la conclusión básica es que la corrupción es
aceptable, en la medida que permite a una mayoría relativamente amplia de la
población (un tercio) el disfrutar de la ansiada estabilidad.
No se puede negar que el Partido Popular ha jugado bien sus
cartas. En términos de lógica, ha usado bien lo que se conoce con el nombre de falso dilema y bola de nieve negra. Una excelente
combinación de las dos y circunstancias imprevistas (como el terremoto
del brexit) ha llevado a un resultado que aparentemente no se
creían ni ellos. Por falso dilema se entiende a crear una disyuntiva excluyente en una decisión en la que
pueden entrar más factores u opciones. En las elecciones pasadas, era votar el
PP o votar a Podemos. Votar estabilidad o votar incertidumbre. No existía un
tercer voto posible (a pesar de tener unas cuantas papeletas alternativas en
las mesas electorales). Y el electorado se lo ha comido con patatas. La otra
falacia, la bola de nieve negra, es más típica de
políticos con elecciones sobre sus cabezas. Básicamente significa desarrollar
una cascada de consecuencias improbables a raíz de una decisión tomada. Es
apodada "negra", cuando esas consecuencias se tornan negativas.
Se ha repetido hasta la saciedad que si gobernaba Podemos acabaríamos como en Venezuela.
Evidentemente, es bastante ingenuo suponer eso. Aunque los bandazos de
este partido y sus crecientes luchas internas no ayudan demasiado a despejar
incógnitas, ni la constitución ni Unión Europea habrían permitido ese camino.
Pero nuevamente, el electorado, ansioso de estabilidad, mordió el
anzuelo.
Y así están las cosas. Un gobierno que con un tercio de los votos acabará
gobernando legítimamente con la abstención de sus oponentes o con unas terceras
elecciones en las que previsiblemente perderán fuelle todas las alternativas al
poder. Pero no olvidemos que es un gobierno que sigue contando en su haber con
numerosas causas con la justicia, tan numerosas como las arenas del desierto. Ante esta perspectiva, lo dicho. Los españoles empiezan a dedicarse a cazar mariposas más que a los asuntos políticos...