Las colas del confinamiento nos ha hecho descubrir toda una colección de gente curiosa a nuestro alrededor. Nunca antes, ni tal vez nunca después en nuestra vida, entraremos en contacto con gente tan variopinta y diversa, al igual que ocurría en aquel maravilloso relato de la autopista de Cortazar. En fin, vamos al grano. Uno de los individuos más peculiares con el que he tenido la suerte (o desdicha) de coincidir apareció en una larga y surrealista cola en el servicio de correos de la ciudad.
- Qué barbaridad, dije yo. Treinta minutos para poder recoger un paquete. Y aún así, aguantamos.
- Detrás de esta cola, está la muerte del pequeño comercio, dijo con cierto pesar el hombrecillo que tenía a mi espalda.
- La crisis acaba con todo, verdad.
- No. La crisis representa siempre una oportunidad. Pregúnteselo a los empresas de repartidores y su legió de esclavos. Se sorprendería usted si supiera la auténtica demanda que tiene mi trabajo en los tiempos que corren.
- ¿A qué se dedica usted, si pudiese preguntar? ¿Es usted repartidor?
El desconocido hombrecillo no pudo contener una sonrisa maliciosa.
- No, no... No sé si es prudente hablar de eso aquí... pero está bien. Se lo diré. Creo que usted tal vez me pueda entender. Mi trabajo consiste en solucionar el principal problema de la gente.
Aquello me sonaba como un patético y manido lema para un spot publicitario corriente, pero sin querer continué la conversación.
- ¿El principal problema de la gente?
- Acabar con vidas sin sentido, dijo en un susurro.
- ¿Les da usted algún sentido? ¿Es psicólogo?
- No, no, otra vez se equivoca... le estoy diciendo que acabo con ellas. No se puede dar sentido a algo que no lo tiene. Y menos desde fuera.
- Está usted de broma.
- No lo estoy. ¿Quiere que se lo explique?
- No veo ningún interés en lo que me puede mostrar un potencial asesino.
- No me malinterprete mal, en realidad, yo no mato a nadie contra su voluntad. Soy meramente un asistente. Mi trabajo casi se reduce a un servicio médico.
- ¿Es un médico que practica la eutanasia ilegal?
- La eutanasia es el último cartucho. No, mi trabajo empieza mucho antes.
- Está bien, aquí acaba mi conversación. No quiero que me diga nada más. Es usted un gracioso.
- ¡Pero si está deseando que se lo cuente! Escuche, no podemos obviar la realidad. La gente no tiene miedo a morir. Solo tiene miedo a enterarse o a sufrir con ello. Eso creo que desde Epicuro está en la boca de los filósofos más brillantes. Mucha gente le encantaría poder morirse en cualquier momento de su vida, si no se enterase ni sufriese por ello. En realidad, la vida es algo que está muy sobreestimado. Millones, cientos de millones de individuos, no encuentran más sentido a su vida que en su trabajo. Ni siquiera disfrutan del dinero que tienen y no encuentran placer en formar una familia. Imagínese en esta crisis la demanda que tiene mi oficio. Estamos desbordados. Otros muchos envejecen, pierden fuerzas y esperanza, y suspiran por un fin rápido e indoloro. Nosotros se lo ofrecemos.
- ¿Y cómo realizan su trabajo?
- Como usted comprenderá, no le puedo dar muchos detalles. Pero algo podemos decir. Nosotros nos comprometemos a acabar con su vida en el momento más inesperado y menos doloroso para ellos. Conocemos técnicas que evitan el dolor y que eliminan la conciencia de morir, aunque reconozco que aún desconocemos la tecnología que nos permita realmente saber qué pasa en el último instante de nuestra vida terrenal. Se dicen muchas cosas, pero en realidad lo desconocemos todo. Tal vez sea el último misterio imposible de resolver para el ser humano, tal vez porque no haya marcha atrás una vez que se toma ese camino.
- No me diga, ahora resulta que tiene una auténtica filosofía por detrás.
- Para que usted sepa, yo también tengo contratado el propio servicio que proveo. Al principio es duro. Sientes ansiedad. Pero después te acostumbras y respias aliviado. Sé que mientras esté bien, no pasará nada.
- ¿Por qué me cuenta todo esto?
- Diría que tengo un sexto sentido para identificar clientes potenciales, pero tal vez me haya equivocado con usted. En fin, ya es mi turno. Estas colas permiten siempre conocer gente y extender el negocio.
- No me diga, y después tiene que irse a trabajar.
- No. Tengo varios días libres. Me voy de escalada, es lo único que nos dejan hacer en estas condiciones. Yo sí quiero saborear esta vida, incluso con este confinamiento. Tome, tenga mi tarjeta. Nunca se sabe.
En la tarjeta aparecía un sonriente y esquemático monigote vestido de electricista, con su gorra y su caja de herramientas. La solución a su problema, aparecía en una letra Tahoma 14, pensaba yo, junto al número 628 78 28 87. Tal vez llamaría, aunque solo fuese para confirmar que no era un enfermo mental. Tal vez tuviese que arreglar algún día la instalación eléctrica, y tendría la posibilidad de hablar otra vez con aquel individuo. O quien sabe, tal vez tuviera razón, y podría contratar sus servicios. Aunque no me había comentado el precio...