En el final de la película de Carol Reed "El Tercer Hombre", Orson Welles deja un inquietante monólogo sobre el renacimiento y los dramáticos cambios que llevaba consigo. Italia, con sus baños de sangre, su crueldad y sus guerras trajeron a Leonardo y Miguel Ángel. Suiza, después de cinco siglos de democracia y hermandad solo trajeron el reloj de cuco al mundo. Quizás no pensara Orson Welles en términos filosóficos, pero la intuición la quedaba muy clara: la modernidad, en el mismo momento de nacer, emergía con contradicciones que el tiempo se encargaría de sacar a la luz. Pero esto no siempre se ha percibido y el Renacimiento se ha visto como el siglo más genial de la historia de Europa, y sobre todo un siglo inmaculado, en el que por un lado, se perdonan los errores que provienen sobre todo del lastre del pasado medieval, y por otro, se premia la inocencia de sus grandes personajes frente a los siglos posteriores. Esta visión, corriente en historiadores del arte, no engaña a los historiadores de profesión. La tradición filosófica va a culpar de la crisis de la modernidad, al "proyecto ilustrado" que emerge con fuerza en el siglo XVIII después de la Revolución Científica, pero va a pasar de puntillas por esos humanistas que además, son filosóficamente considerados irrelevantes. Precisamente me quiero detener en uno de estos protagonistas del Renacimiento, quizás el más popular de todos, Leonardo Da Vinci, para investigar cómo las contradicciones de la modernidad aparecen ya en el trance del XV al XVI. Da Vinci es el prototipo de ingeniero técnico, artista y sabio polifacético, y por supuesto, hijo de su tiempo.
Leonardo: la ausencia de la filosofía.
Quizás resulte algo doloroso para los amantes de la filosofía observar cómo Leonardo dejó nuestra disciplina de lado durante un largo periodo de tiempo: tan solo al final de su vida parece preocuparle temas algo más abstractos. Lo cierto es que Leonardo no es un filósofo, aunque tenga algunos escritos vinculados de forma general a la historia del pensamiento. Más bien nos encontramos, como es muy propio de la época con un antidogmático convencido, muy crítico con la tradición recibida, y que da a la experiencia la llave de la sabiduría. Pero como suele ocurrir, el mostrarse tan crítico con la filosofía ya es en sí mismo una forma de hacer filosofía. El rechazo a toda intuición y a todo sofisma metafísica tiene sus repercusiones en el campo práctico: no existe ninguna preocupación en relación con las acciones del hombre. Aunque Da Vinci tiene una selección de aforismos filosóficos, de corte heraclitiano, toda su filosofía gira en torno a una preocupación personal, un compendio de autoayuda y de máximas morales que no pasan del esbozo.
Todo esto no quiere decir, naturalmente, que detrás de Leonardo no existan influencias filosóficas: son muchísimas y de muy diversos tipos, pero tampoco debemos olvidar que la filosofía estaba lejos de ser una disciplina cerrada en sí misma. Leonardo rechazó la filosofía, pero no se libró de la influencia de su época, platónica y aristotélica al mismo tiempo.
De la curiosidad individual a una razón instrumental.
Leonardo es el hombre más polifácetico del Renacimiento: no hay cuestión del mundo por la que no se preocupe, en la que no escriba una nota o intente hacer un esbozo. Pero, más que un estudio de las causas originarias como hacía la filosofía griega, o con un método riguroso y sistemático, como defenderá la ciencia del XVII, Leonardo propone fundamentalmente una sabiduría que permita el dominio de la naturaleza. Para Leonardo no existe ciencia verdadera si esta no se hace práctica: la propuesta de Bacon adelantada casi un siglo. De hecho, la práctica pone los problemas sobre la mesa del sabio, sin preocuparse nunca Leonardo de sistematizarlos. Aún más, Leonardo no se preocupa por la formulación teórica de esta tesis. Se preocupa precisamente por llevar a cabo ese modo de acción: sus preocupaciones teóricas sobre el agua, el viento o el vuelo de los pájaros conlleva por detrás un intento de dominio de los elementos de la naturaleza con la ingeniería humana. Quizás Da Vinci no es el primer científico moderno, como sostiene Gould y los filósofos de la ciencia, pero sí el mejor ingeniero de todos los tiempos.
Todo esto no quiere decir, naturalmente, que detrás de Leonardo no existan influencias filosóficas: son muchísimas y de muy diversos tipos, pero tampoco debemos olvidar que la filosofía estaba lejos de ser una disciplina cerrada en sí misma. Leonardo rechazó la filosofía, pero no se libró de la influencia de su época, platónica y aristotélica al mismo tiempo.
De la curiosidad individual a una razón instrumental.
Leonardo es el hombre más polifácetico del Renacimiento: no hay cuestión del mundo por la que no se preocupe, en la que no escriba una nota o intente hacer un esbozo. Pero, más que un estudio de las causas originarias como hacía la filosofía griega, o con un método riguroso y sistemático, como defenderá la ciencia del XVII, Leonardo propone fundamentalmente una sabiduría que permita el dominio de la naturaleza. Para Leonardo no existe ciencia verdadera si esta no se hace práctica: la propuesta de Bacon adelantada casi un siglo. De hecho, la práctica pone los problemas sobre la mesa del sabio, sin preocuparse nunca Leonardo de sistematizarlos. Aún más, Leonardo no se preocupa por la formulación teórica de esta tesis. Se preocupa precisamente por llevar a cabo ese modo de acción: sus preocupaciones teóricas sobre el agua, el viento o el vuelo de los pájaros conlleva por detrás un intento de dominio de los elementos de la naturaleza con la ingeniería humana. Quizás Da Vinci no es el primer científico moderno, como sostiene Gould y los filósofos de la ciencia, pero sí el mejor ingeniero de todos los tiempos.
Esto sin embargo no se hace sin riesgos: Leonardo va a llevar su "arte"hacia cualquier pedido que le van a pedir sus mecenas y pagadores: puede ser la construcción de un puente, como puede ser la fabricación de un tanque o de una gran fortaleza, o la propaganda política. Aunque Leonardo se muestra renuente en algunas ocasiones, no le supone ningún problema trabajar para distintos jefes, como Ludovico el Moro, Francisco I o el papado. Leonardo considerará la guerra -mal endémico en Italia en el siglo XV- como el peor enemigo del hombre, pero nunca irá más allá de esta matización. Esto se ajusta perfectamente a la distinción que después se puso de moda entre la razón instrumental y razón práctica. El hombre más original del Renacimiento puede hacer muy poco para cambiar la vida de sus semejantes y sus dirigentes, y su realización va a ser fundamentalmente individual.
La realización puramente individual.
La época de Leonardo es la misma época en la que Maquiavelo escribe El Príncipe propone la razón de estado y el poder del soberano por encima de cualquier código ético-político. Es bien conocido lo atacado que resultó el pensamiento de este italiano por parte de los escolásticos y todos aquellos que defendían el derecho natural como legitimador de la acción del soberano político. Sin embargo, la verdadera respuesta a la tesis de Maquiavelo nos la da Leonardo en una nota sin importancia de sus cuadernos: "cuando me siento acosado por tiranos encuentro medios ofensivos y defensivos para preservar el don más precioso de la naturaleza, que es la libertad". En ningún momento propone Leonardo poner sus medios a favor del gobernante más justo o negarlos a aquel que considere más nefasto. Leonardo utiliza su sabiduría para permanecer independiente y mantener su autonomía. El monarca absoluto puede hacer palidecer al pueblo inculto, pero los ingenieros y los maestros de la naturaleza siempre serán recompesados allí donde vayan, porque el soberano los necesita. El Renacimiento italiano, individualista y genial, está a años luz del de Castilla, donde los frailes y doctores universitarios fuerzan al soberano a detener la conquista de América por una cuestión jurídica, aunque sea fugazmente. Naturalmente, el primero apunta hacia la modernidad dominadora (la realización individual), y el segundo hacia la modernidad dominada (los derechos humanos y la realización colectiva). Ya saben bien de qué lado equilibra el mercado la balanza.
Uno en definitiva, no puede dejar de adorar a un maestro de hombres como Leonardo, pero nos queda el juicio categórico de ese Orson Welles cínico y nietzscheano del clásico del cine: el precio a pagar será alto. Detrás de los grandes hombres del Renacimiento se esconden sombras que solo estallarían cuatro siglos después en su más alto grado. Quizás sea verdad, o porque las hermosas pinturas del Quatroccento no dejan ver en los paisajes de sus cuadros la sangre derramada por los condotieros y demás gobernantes.
Uno en definitiva, no puede dejar de adorar a un maestro de hombres como Leonardo, pero nos queda el juicio categórico de ese Orson Welles cínico y nietzscheano del clásico del cine: el precio a pagar será alto. Detrás de los grandes hombres del Renacimiento se esconden sombras que solo estallarían cuatro siglos después en su más alto grado. Quizás sea verdad, o porque las hermosas pinturas del Quatroccento no dejan ver en los paisajes de sus cuadros la sangre derramada por los condotieros y demás gobernantes.
Muy interesante la idea y el post en general. Bravo por ello.
ResponderEliminarEs difícil ponerse en el lugar de Leonardo en su tiempo y creo que conviene ser cauteloso antes de afirmar categóricamente que uno mismo se comportaría de forma más aceptable, desde el punto de vista de nuestra moral, de haber sido un genio del Renacimiento. Todas las mentes brillantes tienen contradicciones y creo que es posible admirar sus obras sin tener que compartir su moral particular. R. Wagner tenía unas ideas bastante poco simpáticas sobre los judíos y no por ello deja de parecerme genial.
Un saludo
Dank u. Por supuesto, no pretendo hacer una valoración moral, sino más bien poner a descubierto lo oculto, algo muy de moda en la filosofía de la sospecha (Marx, Nietzsche hasta la escuela de Frankfurt) y en la sociología De Giddens, Beck o Bauman. De hecho, esta crítica se suele formular en la filosofía para el siglo XVIII, pero no se suele adelantar tanto (a excepción de Maquiavelo)...
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