Cuando hace ya quince años
salieron leyes educativas que amenazaban con desterrar a la filosofía de los
planes de enseñanza de bachillerato, muchos estudiantes de las
facultades de filosofía nos movilizamos para intentar detener aquella ley.
Encierros, marchas, reuniones y proclamas varias, y muy distintos fines.
Mientras los profesionales de la enseñanza sentían sus puestos de
trabajo amenazados y obligados a la reconversión, los
estudiantes, que veíamos muy lejos la aspiración laboral de la
carrera, defendíamos una ley educativa de carácter humanista y que
proporcionara un espíritu crítico en la sociedad. Eso era vagamente lo que
defendíamos: tan solo un grupito de mentalidad anarquista se salía del guión
principal. Ellos defendían que la filosofía debía ser erradicada como enseñanza
obligatoria, precisamente como medio para conseguir una auténtica libertad de
pensamiento, no sometido al control del estado.
Han pasado muchos años y
la lucha continúa en cada debate educativo de importancia en nuestro país,
donde las horas de humanidades son siempre cuestionadas por su
"inutilidad" y por la necesidad de crear un sistema educativo
eficiente, productivo y acorde con las necesidades del mercado laboral. No es
raro, al corregir exámenes que algunos de mis propios alumnos, de
forma cariñosa pero muy sincera, acaben firmando sus hojas con la frase
"Filosofía optativa", y tengas que contestar con la paternalista
respuesta de que ellos no saben cuál es el verdadero fin de la educación. Se
repiten siempre los mismos argumentos: podemos leer en cualquier currículo de
filosofía la necesidad de crear una "conciencia crítica" y a esto se
une ahora también una "ciudadanía" que pasa por una educación en los
valores democráticos y de los derechos humanos o de forma más sorpresiva en la
última ley, una "filosofía de la empresa" y una ética empresarial que
hace sonreir a más de uno. Al acabar el año académico, uno se pregunta siempre
lo mismo: "¿habré conseguido crear una conciencia crítica en al menos algunos
de mis alumnos?". Porque la filosofía llega hasta donde puede llegar con
unos programas terroríficamente soporíferos, amplios y abstractos para un
alumno de 16 años.
Uno que ha pasado por el sistema
educativo se puede plantear las siguientes cuestiones:
I. La cuestión "metafísica": si el
pensamiento filosófico va a ser más auténtico, libre y democrático, bajo la
actividad puramente privada.
II. La cuestión "educativa": Si la
filosofía es realmente necesaria en el sistema educativo para mantener un
espíritu crítico y una visión racional de realidad.
II. La cuestión "económica" o
"política": Si a la filosofía no le conviene mantenerse como una
actividad privada, y por tanto desvinculada en la medida de lo posible de la
actividad del estado, y solo empujada por la inversión privada.
Una perspectiva histórica
del problema nos llevaría al concepto de paideia en Grecia y Roma, a la
institucionalización escolástica medieval, y a la creación de la
universidad moderna financiada por los estados nacionales. Los socráticos,
Montaigne, los ensayistas de la Edad Moderna, la izquierda hegeliana,
kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche y la tradición que se abre con
ellos defiende una filosofía fuera de la institución estatal, a veces muy
crítica con ella y otras veces sencillamente paralela a la misma. Del otro
lado, la tradición platónica, la educación imperial y la escolástica
tomista, alcanza su máximo paroxismo en Hegel: estado y razón se
identifican y defienden sus intereses propios y particulares. Desarrollar
todo esto sería hacer una tesis, no una entrada de blog. En
el panorama actual, contemplamos desde hace mucho tiempo el
enfrentamiento tradicional entre la educación anglosajona, eminentemente
técnica y descriptiva, y la educación continental, más global e interpretativa.
Estados Unidos representa la primera opción, y la educación francesa, la
segunda. Recordemos que eso no quiere decir que en EEUU no exista reflexión
filosófica, sino que esta se hace sin una intervención en la educación
obigatoria (al menos de manera directa), es entendida como una virtud (o vicio)
privada, como sugería Rorty, y a nivel universitario contando con la mayor
financiación de tipo privado posible, a través de fundaciones. La filosofía en
Francia o Alemania representa todo lo contrario: está guiada por y para el
estado. La enseñanza filosófica pasa, como en otras asignaturas, por una
reafirmación de la conciencia nacional: se enseña la filosofía originaria
del país y su trascendencia para el mismo. El estado reclama formar personas
que sean patriotas, pero también ciudadanos con una serie de virtudes, laicas,
democráticas o las que sean.
Nos podemos preguntar por cuál
paradigma quedarnos pero al menos en una cosa tenemos algo claro: el
debate, como casi todos los propios de la filosofía, queda abierto y
desarrollaremos este tema en otros post.
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